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Authors: Luz Gabás

Tags: #Narrativa, Recuerdos

Palmeras en la nieve (58 page)

BOOK: Palmeras en la nieve
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Se produjo un largo silencio. Ambas estaban absortas en sus propios pensamientos.

«Y yo que creía que mi prima estaba celosa…», se dijo Daniela.

—¿Y ahora qué? —preguntó Clarence, liberada ya del secreto que la había atormentado los últimos meses y agradecida de poder comentarlo con alguien.

—No me lo puedo creer… —A Daniela se le escapó una risita nerviosa—. Laha podría ser mi… ¡primo!

De pronto, una idea descabellada surgió súbitamente en su mente y sintió una fuerte opresión en el pecho.

—¿Qué te pasa? —preguntó Clarence—. Te has puesto muy pálida.

—Oh, Clarence… ¿Y si…? ¿Estás segura de que no existe la más mínima posibilidad de que el padre de Laha pudiera ser… —le faltaba el aliento para terminar la pregunta— Kilian?

Los labios de Clarence se curvaron hacia abajo y sacudió la cabeza con convicción.

—Julia prácticamente me confirmó la paternidad de Jacobo. Además, ¿tú te imaginas a tu padre ocultando algo tan grave?

—Mucho me tendría que haber engañado. —Daniela tomó otro trago de cerveza. La opresión en el pecho desapareció con la misma rapidez que había surgido—. Papá está más callado de lo normal, sí, incluso melancólico, pero está tranquilo. Si fuera su hijo, tendría que estar nervioso.

—Y el que lo está es mi padre, ¿no? Entonces… ¿Cuándo contamos lo que sabemos?

Daniela meditó su respuesta. La confesión del hallazgo de Laha iba unida a la confesión de su relación con él. Demasiada información junta.

—De momento, no diremos nada en casa. Antes me gustaría hablar con Laha.

Durante los primeros meses de 2004, aparte de las largas ausencias de Jacobo y Carmen y el exceso de trabajo de Clarence en Zaragoza, el mayor cambio que se produjo en Casa Rabaltué fue el número de viajes que Daniela
tuvo
que realizar a Madrid cada tres o cuatro semanas. El hecho de vivir en un entorno aislado favoreció que la excusa de un curso de reciclaje profesional tuviera sentido. Clarence no podía comprender cómo los demás —especialmente su tío Kilian— no se daban cuenta del cambio que había experimentado su prima. También era cierto que ella era la única que sospechaba que Laha y Daniela seguían viéndose. ¿Cómo lo hacían a pesar de la distancia? Solo se le ocurría que Laha hiciera escala en Madrid cada vez que iba de California a Bioko y viceversa.

Después de cada fin de semana de cursillo intensivo en la capital, Daniela llegaba a casa extenuada pero radiante. Clarence pensaba, con cierta envidia, que si Laha era la mitad de buen amante que Iniko, Daniela tenía sobradas razones para estar tan feliz. Pero esos pensamientos no hacían sino aumentar la preocupación por su prima porque tanto viaje solo podía significar una cosa: que Daniela y Laha habían superado con éxito la fase más apasionada del principio de la relación y, lejos de mostrar signos de desgaste, estaban descubriendo que lo único que querían era compartir todos los momentos de su vida, conocer todos los detalles del pasado de cada uno y plantearse la posibilidad de vivir juntos el resto de sus días.

Eso estaba claro.

Lejos de Pasolobino, lo que Laha y Daniela no sabían todavía era cómo, dónde y cuándo.

La situación no era fácil. Bioko, California y Pasolobino formaban un triángulo de ángulos muy lejanos. Uno de los dos tendría que sopesar la posibilidad de seguir al otro por el mundo. O Laha se instalaba en España, o Daniela se repartía entre California y Bioko. Laha argumentaba que la gran ventaja de ser enfermera era que podía ejercer su trabajo en cualquier sitio. Concretamente en Guinea tendría la posibilidad de trabajar en lo que le gustaba, aunque cobrase menos sueldo. Bisila sería una gran ayuda para encontrarle algo. ¡Qué coincidencia que las dos mujeres más importantes de su vida fuesen enfermeras!

Pero a Daniela no le preocupaba tanto su futuro laboral como otras cuestiones. Por un lado, aún no le había confesado a Laha sus sospechas sobre su posible identidad. Estaba siendo muy egoísta, pero temía que una noticia tan impactante interrumpiera la intensidad de sus encuentros. Por otro lado, no se atrevía a hablar con su padre.

Kilian y ella siempre habían estado tan unidos que le estaba costando un gran esfuerzo no contarle lo feliz que se sentía de haber conocido a alguien como Laha. Nunca habían vivido separados, como mucho de lunes a viernes durante sus estudios en la universidad. Jacobo, Carmen y Clarence completaban la familia, sí, pero la relación entre Kilian y Daniela era especial, como si sintieran que solo se tenían el uno al otro. ¿Cómo le iba a decir que quería volar lejos, justo en el momento que más la necesitaba?

A la velocidad que iba su relación con Laha, más pronto que tarde tendría que elegir y ella quería demorar al máximo ese momento. No la estaban ayudando mucho ni su carácter práctico, ni su lógica, ni su capacidad organizadora, ni su determinación. Una historia de amor con un hombre tan diferente, unos años mayor que ella, y con el que existía la posibilidad de que compartiera genes, francamente, no había formado nunca parte ni de sus sueños ni de sus planes.

Y tampoco la ayudaban mucho a encontrar el camino adecuado ni las caricias de Laha, ni la deliciosa obsesión que tenía por mordisquearle el pecho.

—Estás muy callada, Daniela —dijo Laha—. ¿Te encuentras bien?

—Estaba pensando en mi padre —respondió ella, incorporándose para apoyar su espalda contra el cabecero de la cama—. ¡Tendré que decírselo!

Laha se tumbó de lado junto a ella, que se abrazaba las rodillas flexionadas contra el pecho en actitud pensativa.

—¿Crees que le importará el color de mi piel?

Daniela se giró hacia él como movida por un resorte. La había malinterpretado.

—¡En ningún momento se me ha ocurrido pensar algo semejante!

Laha le acarició un pie.

—Esto es algo completamente nuevo en la tradición de Casa Rabaltué.

A Daniela le brillaban los ojos de furia.

—¡Pues ya iba siendo hora de que algo nuevo perturbara la paz histórica de mi casa!

Bajó el tono antes de continuar:

—Es posible que a mi tío Jacobo le dé un soponcio… ¡Un negro en la familia! —Torció el gesto. Un negro que además podría ser su hijo…—. Pero mi padre es diferente. Él respetaría mi decisión por encima de todo.

—Entonces, ¿qué es lo que te preocupa?

Daniela inspiró profundamente.

—Cualquier decisión de vivir tú y yo juntos implica dejarlo solo en Pasolobino. —Cogió la camisa de Laha, se la puso sobre los hombros y se sentó al borde de la cama—. Igual es pronto para decírselo. No hace ni tres meses que nos conocemos.

—Para mí es suficiente tiempo. —Laha se arrodilló detrás de ella y la abrazó—. ¿Sabes, Daniela? Da igual a la velocidad que vayamos. Hay un proverbio popular africano que dice que por mucho que madrugues, antes se habrá levantado tu destino.

Ella se recostó contra su pecho y cerró los ojos.

Aquella noche, en un hotel de Madrid, le costó más que nunca conciliar el sueño. En su mente se sucedían imágenes de su vida, de su infancia, de su padre y de una madre a la que reconocía gracias a las fotografías. También visualizaba a Clarence, a Carmen y a Jacobo. Pensaba en sus amigos, vecinos y compañeros; en las personas a quienes saludaba cada día de camino al trabajo, o al realizar sus compras. Pensaba en el entorno privilegiado en el que había tenido la suerte de nacer y vivir.

Al igual que Clarence, ella formaba parte de los prados surcados por arroyos, de los ibones y lagos glaciares, de los bosques de pinos negros, fresnos, nogales, robles y serbales; de los prados moteados de flores silvestres en primavera, del olor de la hierba segada en verano, de los colores del fuego del otoño, y de la soledad de la nieve.

Ese había sido su mundo.

Clarence no comprendería que fuese capaz de abandonarlo.

Recordó otro proverbio africano que le había explicado Laha en una de sus muchas conversaciones sobre su tierra.

«La familia es como el bosque —le había dicho—. Si estás fuera de él, solo ves su densidad. Si estás dentro, puedes ver que cada árbol tiene su propia posición.»

Su familia no entendería que un árbol adulto desease ser trasplantado. «Daniela —le dirían—, no se puede trasplantar un árbol de tronco grueso, ni una flor crecida. Se moriría.» «A no ser que caves un enorme agujero —les respondería ella— y permitas que las raíces arrastren la mayor cantidad de tierra posible y las riegues continuamente. Además —añadiría—, las raíces de una persona no son objetos físicos que se agarran a la tierra como las de los árboles. Las raíces se llevan dentro. Son los tentáculos que se extienden a la largo de nuestras terminaciones nerviosas y nos mantienen enteros. Van contigo a donde tú vas, vivas donde vivas…»

Cuando el sueño llegó, Daniela continuó viendo imágenes.

Las aguas del deshielo de los glaciares de su valle formaban un gran caudal que discurría por un llano hasta caer en forma de cascada en una profunda sima. Allí desaparecía por completo. Por arte de magia.

Por un capricho de la naturaleza, al pie de las cumbres más altas de Pasolobino, tenía lugar un excepcional fenómeno cárstico.

El río era engullido y conducido por un recorrido subterráneo natural robado a la roca. El agua ácida del deshielo era capaz de disolver las rocas. Las aguas subterráneas iban creando nuevas galerías y cuevas a través de las cuales el río fluía ajeno a la luz del sol. Después de varios kilómetros, el río volvía a aparecer en otras tierras, en otro valle. Resurgía adoptando la forma de una enorme fuente que acrecentaba el caudal de otro río, para, una vez juntos, desembocar en la costa francesa, muy lejos de su lugar de nacimiento.

En el sueño aparecían Kilian y Daniela asomados al abismo de la sima donde desaparecía el caudal del deshielo.

Daniela estaba feliz por el misterioso recorrido que las aguas iban a emprender hacia un final feliz.

Y, de manera extraña, en el sueño de Daniela, Kilian no estaba triste. Al contrario: mostraba una sonrisa triunfante.

Él sabía que la misma agua que se adentraba en las oscuras cuevas y permanecía oculta a la vista del mundo exterior, después de erosionar y disolver el interior de la roca, encontraba la manera de llegar a la superficie y hacerse visible.

Al final encontraba una salida.

XIV

Temps de espináulos
(Tiempo de espinos)

Abril de 2004

En cuanto la familia se fue a Madrid para asistir al encuentro de antiguos amigos de Fernando Poo, Daniela dio rienda suelta a su excitación.

Recorrió una vez más las dependencias de la casa para confirmar que todo estaba perfecto. Esta vez Laha dormiría con ella en su preciosa habitación azul, decorada con muebles antiguos, todos pertenecientes a sus bisabuelos, los padres del abuelo Antón. Una enorme cama, una rareza siendo tan antigua, presidía la habitación. Daniela apenas podía esperar a tener a Laha con ella bajo el acolchado edredón de plumas.

Cruzó una salita hacia la habitación de su padre, que era más pequeña y estaba decorada de forma sencilla con muebles de pino de color miel. La única concesión al adorno eran dos viejos grabados, uno de san Kilian y otro de una Virgen negra de expresión triste, colgados en la pared contraria al cabecero, de manera que eran lo primero que su padre veía al levantarse y lo último que veía al acostarse.

Paseó la mirada por la estancia y un objeto llamó su atención.

Encima de una de las mesillas de noche estaba la vieja cartera de bolsillo de Kilian.

Daniela había conseguido que, con ocasión del viaje a Madrid, su padre estrenase la cartera nueva que le había regalado en Nochebuena. Ella misma le había cambiado los documentos y los numerosos papeles llenos de números de teléfono y anotaciones, a toda prisa, después de mucho insistir, justo antes de meterse en el coche de Jacobo, con el jaleo de los nervios de última hora y las despedidas aceleradas. Prácticamente se la había arrancado de las manos porque su padre se resistía a entregársela y le había tenido que prometer que solo cogería el dinero, las tarjetas y la documentación, y que la guardaría en el cajón de su mesilla junto con las otras.

Se acercó a la mesilla para guardarla. Al inclinarse para abrir el cajón, que siempre se atascaba, su mirada se fijó en un pedazo de papel que asomaba por debajo de la cama y quedaba parcialmente oculto por la alfombra.

Se agachó para recogerlo y vio que se trataba de un fragmento de fotografía en blanco y negro. En la imagen aparecía una hermosa y sonriente mujer negra con un niño pequeño cogido de la mano.

Daniela no sabía quiénes eran ni por qué no había visto esa fotografía antes. Sí que sabía que el autor del libro
Nieve en las palmeras
había solicitado material a los vecinos del valle que habían viajado a Guinea hacía décadas. Tal vez esa fuese una de las pocas fotografías que Kilian había encontrado rebuscando en el armario del salón, donde se guardaban tanto los papeles antiguos como los recuerdos impresos. De hecho, en el libro aparecían varias imágenes de los hermanos Rabaltué.

Sí, sería eso.

La guardó en el cajón y bajó a la cocina para preparar la cena. Laha no tardaría en llegar.

En un céntrico hotel de Madrid, Jacobo y Kilian no paraban de hablar con unos y otros y, además de a Marcial y Mercedes, Clarence había podido conocer a un viejecito escuálido en silla de ruedas llamado Gregorio a quien su tío había brindado un frío saludo.

La celebración estaba empañada por el reciente atentado terrorista en cuatro trenes de la red de cercanías de Madrid, que había terminado con la vida de doscientas personas. Sin embargo, era inevitable que todas las conversaciones giraran en torno a Guinea. Muchos comentaron la breve noticia aparecida en la prensa sobre la formación en Madrid de un Gobierno de Guinea Ecuatorial en el exilio con la finalidad de ofrecer una oportunidad democrática al país por medio del regreso a Malabo y de la preparación de unas elecciones generales libres y democráticas. Pronto, Clarence ya tenía clasificados a los asistentes en dos grupos: los coloniales trasnochados, como su padre, que defendían la teoría de que los guineanos vivían mejor en tiempos de la colonia, y los paternalistas retrógrados, como su tío, que alegaban que España tenía una deuda histórica con la antigua colonia y que debería presionar para que se tomasen acciones con las que recompensar los abusos del pasado.

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