Read Palmeras en la nieve Online

Authors: Luz Gabás

Tags: #Narrativa, Recuerdos

Palmeras en la nieve (33 page)

BOOK: Palmeras en la nieve
4.21Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Hace días que queríamos celebrar con vosotros nuestro enlace, pero lo íbamos retrasando por una cosa o por otra —explicó una radiante Julia a sus invitados—. Al final lo hemos hecho coincidir con el refrán, ya se sabe, año nuevo, vida nueva…

Kilian solía ver con frecuencia al nuevo matrimonio, pero ese día encontró a Julia especialmente feliz. Llevaba un vestido de viscosilla amarillo pálido con nesgas por debajo del pecho para darle vuelo y se había recogido el pelo en un moño alto que realzaba su piel de porcelana. Julia no era una belleza. Nada destacaba en su rostro, pero el conjunto resultaba hermoso por su frescura continuamente renovada por una amplia y franca sonrisa. También Manuel y los padres de Julia estaban especialmente alegres.

Julia había decorado la casa de manera parecida a la de sus padres en Santa Isabel, sencilla y acogedora. El salón no era muy grande, pero se las había ingeniado para colocar una mesa alrededor de la cual cupieran cómodamente los catorce comensales: su familia, los seis empleados, el gerente, el sacerdote, y sus dos amigas íntimas, Ascensión y Mercedes, que, por lo que todos pudieron apreciar, habían afianzado su relación con Mateo y Marcial, respectivamente.

Kilian se entretuvo unos segundos contemplando dos peculiares cuadros colgados en la pared que quedaría a su espalda una vez sentado. Sobre un fondo negro, con estrechas e ingenuas pinceladas de colores, el artista había representado formas perfectamente identificables. En uno, varios hombres guiaban un cayuco por un río que se abría paso en la frondosa vegetación. En el otro, varios guerreros con penachos y lanzas abatían una fiera. Julia pasó por su lado de camino a su sitio en la cabecera.

—Son bonitos, ¿verdad? —Kilian asintió—. Los compré hace poco en un puesto callejero. Los pinta un tal Nolet. Me enamoré de ellos nada más verlos. Son… ¿Cómo te diría…? Simples y complejos, serenos y violentos, enigmáticos y transparentes…

—Como esta isla… —murmuró Kilian.

—Sí. Y como cualquiera de nosotros…

A pesar de que varios de los presentes soportaban los efectos de la resaca y de la falta de sueño de la noche anterior en el casino, durante la comida el ambiente fue distendido gracias al menú especial, típicamente pasolobinés, que Generosa había preparado para la ocasión. Comieron un fino puré de garbanzos seguido de gallina en pepitoria. Los tiernos trozos de carne rebozados en harina y fritos en aceite antes de ser guisados a fuego lento con vino, leche, nueces, ajo, cebolla, sal y pimienta provocaron los comentarios nostálgicos y los recuerdos de las habilidades culinarias de las madres ausentes. De postre, saborearon un exquisito
soufflé
de ron y pastas de yemas.

Kilian se percató de que Jacobo estaba especialmente callado y apenas miraba a Julia. Recordó que el saludo entre ambos había sido forzadamente frío y distante. No le dio mayor importancia. Lo más probable era que su hermano hubiera celebrado la Nochevieja en su línea y no estuviera para cortesías.

En un momento de la conversación, los otros jóvenes intercambiaron tantas bromas con Manuel sobre su nueva condición de hombre casado que este al final zanjó el tema en verso:

—Cuando veas las barbas de tu vecino cortar… —señaló a Mateo y Marcial—, ya sabéis…

—¡Pon las tuyas a remojar! —terminó Ascensión tirando cariñosamente del bigote de Mateo.

Los demás estallaron en carcajadas.

Después de los postres, dos
boys
ofrecieron Johnny Walker y Veuve Clicquot. Emilio, colorado y con los ojos brillantes, se puso en pie, alzó su copa y propuso un brindis por los recién casados y por la familia que, tal como Manuel había confirmado esa misma semana, pronto aumentaría. Los invitados corearon sus palabras con vítores, aplausos y comentarios tan subidos de tono que Julia se sonrojó y el padre Rafael sacudió la cabeza. Ascensión y Mercedes corrieron a abrazar a su amiga y a la futura abuela, y todos los hombres se acercaron a palmear el hombro de Manuel y del futuro abuelo.

Kilian aprovechó el barullo para levantarse y salir afuera a fumarse un cigarrillo. Al poco salió Julia, todavía con las mejillas encendidas, y se apoyó en la barandilla que rodeaba el pequeño jardín que separaba la casa del patio.

—Enhorabuena, Julia —dijo Kilian, ofreciéndole un cigarrillo que ella rechazó.

—Gracias. Estamos muy contentos. —Juntó sus manos sobre su vientre—. Es una sensación extraña…

Miró a Kilian y le preguntó sin rodeos.

—¿Cuándo vas a volver a casa, Kilian? ¿Cuánto hace que no ves a tu madre?

—Casi cinco años.

—Es mucho tiempo…

—Lo sé. —Kilian apretó los labios dando a entender que no iba a dar más explicaciones.

Julia se entretuvo estudiando sus facciones y su físico. Kilian y Jacobo se parecían mucho y transmitían una apabullante sensación de robustez. Pero no podían ser más distintos. La diferencia más palpable para ella era la especial sensibilidad que llenaba ese cuerpo tan grande y lo desbordaba a pesar de los esfuerzos de su dueño por aparentar frialdad y desapego. Kilian sufría por dentro. Había sufrido al llegar a la isla, al adaptarse a ese mundo tan diferente, al ganarse el respeto de sus compañeros, al acompañar a su padre en sus últimos momentos, al negarse a regresar con su familia… No tenía que resultar nada fácil controlar unos sentimientos de compasión, de humanidad, e incluso ternura, en un universo de hombres embrutecidos por el duro trabajo y el clima extremo. Ambos hermanos producían unos sentimientos diferentes en ella. La atracción que sentía por Jacobo era directamente proporcional al cariño fraternal que sentía hacia Kilian.

—Yo no podría estar tanto tiempo sin ver a mi hijo —insistió—. No podré. Seguro que no.

Kilian se encogió de hombros.

—Las cosas vienen así —dijo.

—A veces, las cosas son como uno quiere que sean. —Recordó el beso con Jacobo y se estremeció. Podría haberlo evitado y no quiso—. Este es un ejemplo. ¿Qué te costaría coger un barco o un avión y darte una vuelta por casa?

—Mucho, Julia, mucho.

—No me refiero al dinero.

—Yo tampoco. —Kilian apagó el cigarrillo, se inclinó y apoyó los antebrazos sobre la barandilla caliente por el sol—. No puedo, Julia. Todavía no.

Cambió de tema:

—Veo que tu nueva vida te sienta muy bien.

—Oh, sí, pero no te creas… Al principio, la convivencia cuesta.

—Manuel es una buena persona.

—Sí, muy buena. —Julia bajó la vista al suelo—. Te propongo un trato. Te contaré un secreto si tú me dices por qué no quieres ir a casa.

Kilian sonrió. Era una mujer verdaderamente tenaz.

—Es pronto.

—¿Pronto? —Julia frunció el ceño—. ¿Para qué?

—Para todo. Para ver el sufrimiento en la cara de mamá, para tropezarme con la imagen de papá en todos los rincones… Para todo, Julia. Nada estará igual que cuando vine. La distancia mantiene los sentimientos a raya. —Buscó su mirada—. Ya está. Ahora te toca a ti. ¿Qué secreto puedes tener?

Julia permaneció en silencio unos segundos. En su caso, pensó, la distancia evitaba la tentación. Decidió esquivar la pregunta diciendo con voz alegre:

—Me he enterado de que tu hermana también está encinta. ¡Los niños siempre son un motivo de alegría! ¿Sabes que mi padre ya está pensando en nombres? Dice que, si es niña, que la llame como yo quiera, pero que, si es niño, se llamará Fernando, por encima de todo. Se ha apostado mil pesetas con los amigos del casino a que en todas las casas de los españoles que han estado en Guinea hay un Fernando. ¡Hemos ido repasando familias, y al final puede que tenga razón…!

Kilian no pudo evitar esbozar una sonrisa.

—Es bonito el nombre. Muy apropiado.

—Se lo podrías sugerir a Catalina. Aunque igual prefiere llamarle Antón, como su abuelo, si es chico, claro…

—No sé. Eso de repetir nombres solo sirve para hacer comparaciones. Al final no sabes cuál es el original y cuál la copia.

—¡Oh, vamos, Kilian! ¿Aún no te has contagiado del todo del espíritu africano? ¿Qué te enseña José?

Kilian arqueó una ceja, desconcertado.

—La vida es circular, los hechos se repiten; en otras circunstancias, sí, pero son básicamente semejantes. Como la naturaleza. En ningún sitio como aquí es tan fácil darse cuenta del ciclo de la vida y de la muerte. —Se encogió de hombros—. Una vez te lo aprendes, es todo más fácil. ¿Sabes qué me decía una y otra vez mi abuela, allá en nuestro valle, cuando era pequeña? Pues que para saber vivir hay que saber morir. Y ella ha visto morir a mucha gente, en la Guerra Civil ni te cuento…

Julia experimentó un escalofrío y se frotó los antebrazos.

—Será mejor que entremos —dijo Kilian, incorporándose.

—Sí. Me apuesto lo que quieras a que sé de qué están hablando ahora.

—¿De política? —se arriesgó él.

Julia sonrió y asintió. Kilian la miró a los ojos, sonrió también y le dio un cariñoso beso en la mejilla.

—Te mereces todo lo bueno que te pase, Julia —dijo antes de guiñarle un ojo y añadir—: Aunque no cumplas tus tratos…

Ella se sonrojó.

—Y tú también, Kilian. Ya lo verás… Lo mejor de la vida aún no te ha llegado.

Nada más entrar en el salón, Mateo, Marcial, Ascensión y Mercedes se despidieron porque habían quedado con otros amigos en la ciudad. Los demás seguían de sobremesa hablando, como Julia y Kilian habían supuesto, de política.

—Lo contaban el otro día en el casino —decía Emilio con voz fuerte—. Por lo visto, ya ha habido una advertencia de la ONU sobre la descolonización. Por eso, Carrero Blanco ha propuesto la provincialización.

—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Santiago.

—Está claro —intervino Lorenzo Garuz—. Se trata de que estos territorios sean provincias españolas.

—Hombre, no soy tan tonto —dijo Santiago, atusándose el pelo ralo con su mano huesuda, un poco molesto por la explicación—. Eso ya lo entiendo. Me refería a que cómo cambiarán las cosas si son provincia.

—Pues depende. A mí me pareció algo razonable. Después de tantos años, ¿qué es esto más que una prolongación de España? —Emilio alzó su copa hacia el
boy
para que la rellenara—. Pero claro, los morenos no lo ven así. Al final no voy a poder hablar más con Gustavo porque acabamos a gritos. ¿Os podéis creer que tuvo el valor de decirme que todo era una hábil estrategia para seguir con nuestra explotación?

—Ya me imagino su sencilla lógica —comentó el padre Rafael—. Si son provincias, no son colonias, por tanto no se puede plantear la descolonización.

—Eso mismo dijo, bueno, con otras palabras más fuertes, pero eso quería decir.

—Bah, no creo que todo este asunto siga adelante —intervino Generosa—. Sin España no hay Guinea, y sin nosotros, ya se pueden volver a la selva de donde los sacamos… —Julia torció el gesto, pero no la interrumpió—. En realidad, la colonia cuesta más de lo que rinde. Pero esto no lo saben valorar, qué va.

—Bueno, eso no lo tengo yo tan claro —dijo Jacobo, pensando en las toneladas de cacao de la última cosecha—. Nosotros sabemos lo que rinde, nadie mejor que nosotros, ¿verdad, señor Garuz?

—Sí, pero… —El aludido sacudió la cabeza—. ¿Y quién paga los colegios, los hospitales, el mantenimiento y los servicios de la ciudad, sino España? No sé… No sé si salen las cuentas.

—Es imposible que salgan —comentó Generosa—. ¿Habéis visto las obras del orfanato? ¿Quién paga los gastos de las sesenta criaturas que viven allí? ¿Y qué me decís de las mejoras en Moka? Hace unas semanas estuve con Emilio en la inauguración de la traída de aguas para los poblados de Moka, Malabo y Bioko y en la entrega de viviendas para los cooperativistas. El Patronato de Asuntos Indígenas ha pagado la mitad de cada casa, que hasta tienen dobles ventanas de cristal y madera…

—Y eso no es todo —añadió Emilio, subiendo el tono de voz—. ¿Adónde creéis que ha viajado Gustavo hace nada? A Camerún, nada más y nada menos que a juntarse con esa panda de independentistas que no pararán hasta conseguir lo que quieren. ¡Pero si hasta habla de una posible federación con Gabón…!

—Claro —le interrumpió el padre Rafael—, como Francia está a punto de conceder la independencia a Camerún y a Gabón, todo se contagia. ¡Con el trabajo que nos ha costado enseñarles el buen camino! ¿Os habéis fijado estas navidades? Las calles de Santa Isabel estaban llenas de esos mamarrachos con sus máscaras. Antes no salían de sus recintos, y ahora se pavonean con movimientos incontrolados, ruidos inconexos y colores hirientes con la intención de renacer lo absurdo. ¿A esto se refieren las cruzadas de liberación y el apasionamiento nacionalista? Ya lo advierten los obispos en una reciente carta pastoral: el mayor enemigo será dentro de poco la ideología comunista.

—Esperemos que aquí no se repitan los graves incidentes de Ifni… —dijo Garuz con preocupación.

Todos asintieron. Marruecos, que había obtenido la independencia un año antes, reclamaba ahora el pequeño territorio español. Habían llegado noticias de que las guarniciones de Ifni habían sido atacadas por nacionalistas marroquíes apoyados por el rey.

—¡Como Franco no se mantenga firme, no sé yo qué pasará!

—¡Papá! —exclamó Julia, temiendo que Emilio se excitara demasiado y la tertulia terminara mal.

—Pues se está arriesgando mucho tu amigo —comentó Gregorio—. Cualquier día lo detienen y lo envían a Black Beach. El gobernador no está para bromas…

—A mí me parece bien que actúe con energía, que vigile las fronteras con Camerún y Gabón y que detenga a cualquiera que atente contra la españolidad de estas tierras —aseveró Generosa con convicción—. Esto es España y seguirá siéndolo por mucho tiempo. Aquí estamos muchos españoles luchando cada día por nuestros negocios. España no nos abandonará.

Un súbito silencio siguió a la última frase de la mujer. Manuel aprovechó para indicar a los
boys
que rellenaran las copas.

—Qué pesados nos ponemos los mayores a veces, ¿verdad, hijos? —Emilio deslizó su mirada por los rostros de Jacobo, Kilian, Manuel y Julia—. En fin, propongo otro brindis por vosotros, por el futuro… —Levantó su copa en el aire y los demás le imitaron—. Feliz Año Nuevo, eso es lo que deseo, muchos años felices para todos.

Kilian participó del brindis mientras pensaba en las palabras que había escuchado. No podía comprender con exactitud el alcance de la preocupación de los padres de Julia, pero claro, él solo era uno de los empleados de una de las numerosas fincas del país, no el dueño de un negocio. Si tuviera que abandonar la isla, buscaría otro trabajo en España, y no pasaría nada. No dejaría muchas cosas atrás. Bebió de su copa y, de pronto, experimentó un estremecimiento. Sus sentidos dejaron de prestar atención a ese entorno y se descubrió imaginando cómo celebrarían el Año Nuevo en Bissappoo los miembros de la extensa familia de José.

BOOK: Palmeras en la nieve
4.21Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

A Witch's Love by Erin Bluett
Racing Manhattan by Terence Blacker
Search Me by Katie Ashley
Where It Began by Ann Redisch Stampler
Living Extinct by Lorie O'Clare
Her Imperfect Life by Sheppard, Maya
Judith Stacy by The One Month Marriage


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024