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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (44 page)

Atrapados en la onda expansiva y casi ensordecidos, Kari y Chase no pudieron evitar salir despedidos mientras las demás piezas del naufragio se arremolinaban a su alrededor e impactaban contra sus trajes.

Otro espantoso chirrido metálico atravesó las profundidades cuando el
Evenor
volcó, cayó de lado y atravesó el templo como una guillotina. Ningún arquitecto habría podido concebir una estructura capaz de soportar la fuerza destructiva de miles de toneladas de acero.

La cubierta del techo estalló cuando el
Evenor
desplazó el agua que había en el interior de la sala principal. Sin ningún apoyo, las paredes se desmoronaron y aplastaron todo lo que había en el interior.

El templo de Poseidon, el corazón de la ciudadela de la Atlántida, se había perdido para siempre. Esta vez de verdad.

El estruendo se desvaneció. A pesar de que aún le zumbaban los oídos, se sorprendió al comprobar que estaba vivo.

Kari…

Se habían soltado. Se volvió para intentar verla.

—¡Kari! ¿Dónde está? —No había rastro de ella en la oscuridad.

—Estoy aquí —dijo con voz distorsionada—. Detrás de usted. A unos cinco metros por debajo. Ya subo.

Chase miró hacia abajo. Aún nada.

—¡No la veo!

—Se me han estropeado las luces. Espere. —Al cabo de un instante, apareció un resplandor naranja, la silueta fantasmal de su traje surgió tras la pequeña barra de luz que llevaba en la mano derecha—. Mi sistema de aire va peor, cada vez me cuesta más respirar.

—¿Aún le funcionan los propulsores?

—Sí. ¿Cómo está la fuga?

Chase se retorció. Cada vez sentía más frío.

—Mierda, creo que va a peor.

—No puede ser un agujero muy grande o ya estaría muerto, pero irá a peor. —Kari acercó la barra de luz a la zona dañada.

—¿Puede hacer algo para taparlo?

—No. Pero usted sí.

—¿Qué?

—Tápelo con el pulgar.

—Oh. —De pronto se sintió avergonzado porque no se le había ocurrido esa solución antes. Miró hacia el templo. Aún quedaban unas cuantas luces del
Evenor
encendidas entre los restos del naufragio—. Hugo…

—Es Nina quien me preocupa —dijo Kari—. Por lo que sabemos, estaba en el barco. Qobras no deja testigos. —A pesar de que estaba a su lado y apenas había interferencias, hablaba con una voz muy débil.

Aceleró los propulsores para iniciar el ascenso. Chase se agarró a su cinturón con una mano, y con el pulgar de la otra apretó el agujero de su traje. Había un pequeño indicador de profundidad digital en el casco, la cifra que mostraba descendía.

Demasiado lentamente. Debido al peso añadido que debía arrastrar, el traje de Kari solo podía alcanzar la mitad de la velocidad máxima.

Intentó calcular cuánto tardarían en alcanzar la superficie. Como mínimo veinte minutos. Quizá treinta. Y con la avería del sistema de aire de Kari…

—¿Qué tal va la respiración? —preguntó él.

—Cada vez me cuesta más. Parece que el regulador se atasca. No me llega todo el aire que necesito.

—¿Cómo se siente?

—Se me va un poco la cabeza. Y… algo mareada.

Chase sabía que esos eran los primeros síntomas de hipoxia. Le faltaba oxígeno. Era imposible que Kari mantuviera la conciencia suficiente tiempo para llegar a la superficie. Lo que significaba que tendría que encargarse él de los controles de los propulsores.

Lo que significaba… Que tendría que quitar el pulgar del agujero del traje. Necesitaría ambas manos para agarrarse a ella. Si se aferraba a la barra de control, la partiría y los condenaría a los dos.

—Kari —dijo, con gran calma por su propio bien y el de ella—, aguante el pulgar en la rueda tanto tiempo como pueda, ¿de acuerdo? Si tiene algún problema, la sustituiré. Tranquila. Vamos a llegar a la superficie.

—Pero si se encarga de los propulsores, ¿no tendrá que…?

—Tranquila. Lo conseguiremos. ¿Vale?

—Vale… —contestó, adormilada.

Siguieron ascendiendo en silencio durante unos cuantos minutos. Chase echó un vistazo al indicador de profundidad: doscientos metros. Aún les quedaba un buen trecho.

—¿Eddie? —Sí.

Parecía que estaba a punto de quedarse dormida.

—Siento lo de Hugo. Me gustaba.

—Yo también lo siento. —De pronto sintió un arrebato de ira. Se esforzó para aplacarlo porque no iba a hacerles ningún bien. Aun así—: No acostumbro a vengarme porque no es profesional, pero Qobras se arrepentirá.

—Muy bien. Estamos tan cerca que no podrá detenernos…

—¿Tan cerca de qué? —No hubo respuesta—. ¿Kari?

Los propulsores se detuvieron. La mano izquierda de Kari cayó muerta.

—Mierda —murmuró Chase. Estaban a ciento ochenta metros. A esa profundidad, el traje aún estaba sometido a una presión de casi veinte atmósferas. Si el agujero se hacía más grande, no entraría un hilillo de agua. Sino un chorro.

Pero no tenía elección.

Cogió a Kari de la cintura con la mano izquierda dolorida, y con la derecha agarró el control del propulsor. La gélida humedad se extendía en el interior de su traje. Se estremeció.

No había tiempo para eso.

Aceleró al máximo. Los propulsores cobraron vida de nuevo, el indicador de profundidad empezó a descender, metro a metro, angustiosamente. Chase nadaba, hacía todo lo que podía para aumentar la velocidad de ascenso. A pesar de su gran estado de forma, se cansaba rápidamente, la presión y las frías aguas del océano minaban sus fuerzas.

Ciento cincuenta metros. Lo único que veía era oscuridad. La humedad y el frío se extendían por todo el cuerpo.

Al llegar a los ciento veinte metros, vio el primer destello de luz de la superficie. La cerrada oscuridad dio paso a un hermoso resplandor azul marino. A medida que ascendían empezaron a aparecer más peces, que pasaban junto a ellos con un frío desinterés.

Miró a Kari. Tenía los ojos cerrados y un rostro sereno. No sabía si aún respiraba. O bien tenía una respiración tan débil que no apreciaba los leves movimientos de las narinas… o había muerto.

Sesenta metros y Chase se dio cuenta de que podía ver el sol, un destello de luz más brillante. El indicador de velocidad seguía descendiendo, metro a metro…

Entonces los propulsores se apagaron.

Chase apretó la rueda del mando con más fuerza, con la esperanza de que el frío le hubiera entumecido los dedos y de que la mano le hubiera resbalado. Pero no había sido así. La rueda no daba más de sí.

Los trajes fueron diseñados para usarse junto con un sumergible para descender y ascender de nuevo. No los habían concebido para realizar ese trayecto por sí solos.

Se había quedado sin baterías.

Y aún estaban a treinta metros de la superficie.

—Me cago en todo…

Miró fijamente a Kari, la sacudió para intentar despertarla y que lo ayudara. Pero no abrió los ojos. Todo dependía de él.

Echó a nadar con todas sus fuerzas, tirando de Kari. Pesaba menos de sesenta kilos, pero con la carga extra de su traje, significaba que tenía que hacer un esfuerzo como si subiera a un comando corpulento, junto con el equipo completo, por una escalera.

Veinticinco metros. Veintitrés. Veintiuno.

Tardaba una eternidad en ascender un metro. Lo único que deseaba era detenerse, descansar y recuperar el aliento para aliviar el dolor que le atenazaba los músculos, pero tenía que subir a Kari a la superficie.

Doce. Nueve.

Los destellos del sol se reflejaban en las olas. Pero el indicador seguía descendiendo. Tres metros, dos setenta, dos cuarenta…

Sentía el trajín de las olas, que lo hacía chocar contra Kari. Un metro y medio, uno veinte… Le empezaba a faltar el aliento, los músculos a punto de rendirse…

¡Por fin!

Salió a la superficie y parpadeó debido al enorme sol rojizo que asomaba sobre el horizonte. Haciendo un gran esfuerzo, logró subir también a Kari, el casco chorreando. Bajo el agua no había podido ver qué color había adquirido; ahora, incluso a pesar de la luz del sol, tenía la piel pálida y azulada.

Los trajes iban equipados con varios cierres que debían abrirse con la ayuda de dos personas, pero iba a tener que apañárselas solo. Chase se centró en el cierre hermético alrededor del cuello de Kari. Con los dedos entumecidos, intentó abrir los pasadores. Agarró el casco con un brazo y se esforzó para girarlo.

Al final cedió y los pasadores cedieron. Abrió el casco y lo echó a un lado. Kari no tenía fuerzas ni para aguantar la cabeza.

—¡Kari! ¡Vamos, despiértese! —Chase le dio unas palmaditas en la mejilla mientras intentaba mantenerla erguida para que no le entrara agua por el cuello. Necesitaba el boca a boca, pero no podía quitarse el casco sin soltarla—. ¡Kari! ¡Vamos!

De pronto tomó aire, tosió y boqueó. Empezó a parpadear.

—¿Eddie? —pronunció con un susurro.

—¡Eh, está viva! —exclamó Chase, que sonrió de oreja a oreja—. ¡Lo hemos logrado! ¿Cómo se encuentra?

—Me siento mareada… y tengo un dolor de cabeza horrible.

—Pero está viva, y eso es lo importante. Écheme una mano y ayúdeme a quitarme este puto cubo de la cabeza. —Kari tiró de los pasadores del casco—. Oh, mierda.

—¿Qué?

Chase la miró, derrotado.

—Da igual. Estamos en el Atlántico, a cientos de millas de la costa, y nuestro barco ha estallado en pedazos. Estamos demasiado lejos.

Para su sorpresa, Kari sonrió.

—No creo que tengamos que nadar.

—¿Por qué no?

—Porque veo al capitán Matthews remando hacia nosotros.

Chase se volvió.

—Joder. —El bote salvavidas estaba a unos cien metros, pero vio claramente a Matthews, con su uniforme blanco, en la proa, saludándolos—. De modo que Qobras no los ha matado…

—No es su estilo —dijo Kari, confundida pero aliviada.

—Debe de haber pasado algo; seguro que ha… Oh, Dios. —Agarró a Chase del brazo—. ¡Nina! ¡Debe de haberse llevado a Nina!

—¿Por qué iba a hacerlo? Quería matarla, ¿por qué iba a cambiar de opinión?

—Nina debe de saber algo —se dio cuenta Kari—. Algo que vimos en el templo, alguna información lo bastante importante para proporcionársela a Qobras a cambio de la vida de la tripulación…

—Bueno, se lo preguntaremos dentro de un instante. Vamos, quíteme el casco.

—De hecho, quizá es mejor que se lo deje hasta que esté en el bote.

Chase frunció el ceño.

—¿Por qué?

—Porque me temo que la radio de su traje es la única que tenemos…

Al cabo de cinco minutos, Chase pudo respirar por fin el aire fresco del océano.

Kari tenía razón: habían abandonado a la tripulación del
Evenor
sin radio. Sin embargo, cuando el bote salvavidas los rescató junto a los restos del barco de investigación, uno de los ingenieros se puso a trabajar en el transmisor del traje de Chase. No tendría mucho alcance, pero tampoco lo necesitaba. El golfo de Cádiz era, desde el punto de vista del tráfico marítimo, un lugar muy transitado. Sin embargo, tal como señaló Matthews, aún no podían usarla; no tenía sentido enviar una llamada de socorro cuando la embarcación más cercana era el barco de Qobras.

Chase y Kari aprovecharon el rato para preguntar por lo ocurrido a bordo del
Evenor
.

—¿De modo que Nina se entregó voluntariamente para salvarlos? —preguntó Kari.

Matthews asintió.

—A pesar de que Qobras le dijo que, aun así, acabaría matándola. Todos le debemos la vida.

Kari permaneció en silencio, mirando pensativamente la puesta de sol. Chase le puso un brazo sobre los hombros.

—Eh, eh. Aún está viva. Sepa lo que sepa, estoy seguro de que aún no se lo ha contado a Qobras. Retrasará el momento tanto como pueda. Todavía podemos encontrarla.

—¿Cómo? —preguntó Kari, abatida—. Aunque descubramos a qué puerto se dirigen, seguro que ya no estarán a bordo del barco. Los habrá recogido un helicóptero, o una lancha motora los habrá llevado a tierra antes de que podamos ponernos en contacto con alguien para que los intercepte.

—Ya se nos ocurrirá algo. —Chase se recostó y miró al cielo. Habían aparecido las primeras estrellas de la noche, que titilaban en el cielo raso.

—De hecho —terció Matthews—, la doctora Wilde nos dejó un mensaje, aunque no sé qué significa. Nos dijo que se lo transmitiéramos si lo veíamos.

Chase se incorporó de nuevo.

—¿Qué le dijo?

—No mucho. Solo que… le enviaría una postal.

—¿Una postal? —Kari frunció el ceño, confundida. Su desconcierto no hizo sino aumentar cuando Chase estalló en carcajadas—. ¿Qué? ¿Qué significa?

Cuando se serenó, se dibujó en su rostro una sonrisa de oreja a oreja.

—Significa —respondió—, que sé exactamente adonde va.

Capítulo 23

El Tíbet

El sol aún no había rebasado las cumbres himalayas, pero Nina ya veía el resplandor que precedía al alba, mientras el helicóptero sobrevolaba las montañas.

Se sentó en el compartimiento trasero del aparato, flanqueada por dos hombres armados. Frente a ella se encontraban Qobras, Starkman y Philby. Su antiguo mentor no se había atrevido a mirarla a los ojos ni una sola vez durante el vuelo.

Sabía que los seguía un segundo helicóptero con más hombres y algo oculto en una gran caja. Se imaginaba que no podía ser nada bueno.

—Siga —le pidió Qobras—. Estaba hablando de la erupción…

—Sí. —La imagen de las inscripciones finales del templo regresó a su mente—. La isla se hundía y el volcán del extremo norte estaba activo; sabían lo que estaba escrito en el muro. Pero no creo que se dieran cuenta de lo rápido que sucedió todo cuantío llegó el final.

—No lo suficiente —añadió Qobras—. Algunos escaparon.

Nina negó con la cabeza.

—¿Qué problema tiene con los atlantes? Teniendo en cuenta que su imperio fue destruido hace once mil años, creo que ya ha pasado mucho tiempo como para guardarles rencor.

—Su imperio nunca se destruyó por completo, doctora Wilde —dijo Qobras—. Aún existe. Incluso hoy en día.

—Ah, supongo que se refiere al poderoso imperio atlante invisible.

Qobras no hizo caso de su sarcasmo.

—Si con «invisible» se refiere a que nadie sabe que está ahí, entonces sí, tiene razón. Los descendientes de los atlantes aún están entre nosotros, e intentan controlar a aquellos a los que consideran sus inferiores. Sin embargo, la diferencia actual estriba en que no ejercen su poder mediante la fuerza de las armas, sino mediante la fuerza de la riqueza.

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