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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (54 page)

Nina apartó la vista y miró por la ventanilla el paisaje del fiordo. Se sentía perdida.

Chase oyó ráfagas de fuego intermitentes en el exterior mientras él, Starkman y los demás hombres corrían hacia la salida. Llevaba el subfusil en las manos, pero no tendría tiempo de apuntar a nadie cuando salieran. Lo más importante era alejarse lo máximo posible del laboratorio biológico.

Salieron corriendo al exterior. Chase vio al último de los civiles que se alejaba del edificio, y un par de jeeps Grand Cherokee blancos aparcados a unos sesenta metros para bloquear la carretera. Tras los vehículos había varios guardas uniformados, y un poco más allá dos cuerpos tumbados en el suelo. Estaban disparando a los demás miembros del equipo de Starkman.

Al otro lado del fiordo vio un avión que avanzaba lentamente por la pista de despegue, un reluciente A380 de carga.

El virus estaba a bordo del aparato; quizá aún tenía alguna oportunidad de poner fin al plan de Frost.

Nina también se encontraba en el avión.

Sin embargo, no tuvo tiempo para pensar. Los guardas apostados tras los coches los habían visto y abrieron fuego contra ellos. Chase disparó con una mano, a pesar de que sabía que las posibilidades de alcanzarlos mientras corría eran casi nulas, pero solo quería distraerlos para alejarse del edificio.

Lime cayó al suelo cuando una bala le alcanzó en la cadera. Siempre le habían enseñado que tenía que volver y ponerlo a salvo, pero en ese caso, no había ningún lugar seguro.

El CL-20 iba a estallar de un momento a otro…

Nina observaba el laboratorio a lo lejos, ensimismada en sus pensamientos. De repente, dio un salto en el asiento cuando el complejo se desintegró, arrasado por varias explosiones que hicieron volar toneladas de escombros por el aire. Entonces se levantó una nube de polvo similar a la onda expansiva de una bomba nuclear.

—¡Joder!

Kari se puso en pie de un salto y se acercó a las ventanillas.

—¡Oh, Dios mío!

—No está mal para ser una última ofensiva —exclamó Nina en tono triunfal. ¡Los hombres de Qobras lo habían logrado!

Entonces fue consciente de la situación. Aquel ataque no cambiaba nada.

El virus ya estaba fuera del laboratorio, a bordo del avión. Y dentro de quince minutos lo arrojarían. ¡La Hermandad había destruido el objetivo equivocado!

Chase se puso en pie como buenamente pudo. Le zumbaban los oídos. Levantó una mano para protegerse los ojos de los trozos de escombros, del tamaño de una piedra de granizo, que seguían cayendo del cielo, y miró alrededor.

Nadie le disparaba. Ambos jeeps habían recibido el impacto lateral de la explosión, por lo que habían volcado y aplastado a los hombres que había detrás.

El laboratorio biológico había quedado arrasado casi por completo. Las pocas secciones que habían resistido la deflagración apenas eran reconocibles ya que la mayoría de las paredes se habían derrumbado y parecían dientes mellados. Las vigas de acero dobladas y retorcidas sobresalían entre los escombros.

Chase escudriñó entre la nube de polvo de hormigón para intentar ver el alcance de los daños en la zona de contención. La entrada era inaccesible por culpa de los cascotes.

Sin embargo, no tardarían mucho en limpiarlo y, para su consternación, la parte de la oficina de Frost que quedaba a la vista, situada más arriba, parecía más o menos intacta. A pesar de que la fachada tenía varias grietas, todavía estaba de una pieza y las ventanas habían resistido la explosión. Al parecer estaban hechas del mismo blindaje que las puertas de la cámara estanca.

Eso significaba que Frost y el virus también habían sobrevivido.

El virus…

—¡Mierda! —Miró al otro lado del fiordo. El A380 se dirigía hacia el extremo este de la pista. Cuando llegase al final, daría la vuelta, aceleraría al máximo y despegaría para lanzar su carga mortífera.

Starkman gruñó. Aristides se encontraba varios metros tras él, con los ojos abiertos, muerto. Chase se acercó al estadounidense y lo levantó.

—¡Vamos! El virus está en el avión. ¡Aún podemos detenerlo!

Starkman se limpió la cara.

—Se está preparando para despegar, Eddie. —Señaló el puente que cruzaba el fiordo—. Jamás llegaremos a tiempo.

Chase apuntó a la casa con el pulgar.

—Sé dónde podemos encontrar un coche muy rápido…

El monitor del escritorio cobró vida e iluminó el rostro preocupado de Kari.

—Señorita Frost —dijo una voz de mujer—, tengo a su padre en videoconferencia.

—¡Oh, gracias a Dios! —exclamó Kari—. ¡Creía que habías muerto!

La voz de Frost resonó en los altavoces de la cabina.

—Estoy bien. La zona de contención está casi intacta.

—¿Ha sido la gente de Qobras? He visto a unos paracaidistas.

—Han sido Starkman… y Edward Chase.

Kari lo miró, sorprendida.

—¿Cómo? Pero dijiste que Qobras lo había…

—¡Eddie! —Nina se puso en pie de un salto y se precipitó al escritorio—. ¿Eso significa que está vivo? ¿Qué ha sucedido? ¿Está bien?

—Tal vez quieras recordarle a la doctora Wilde que no dice mucho en favor de ella que muestre tanta alegría —dijo Frost, con mordacidad—. Chase se ha aliado con Starkman para atacarnos.

Kari frunció el ceño.

—¡Me mintió! Si sabía que no estaba muerto… —empezó a decir Nina.

—Eso ya no importa —la interrumpió Frost—. Lo único importante de verdad es que han fracasado. Aún tenemos los cultivos del virus en la zona de contención y Schenk está coordinando nuestros equipos de seguridad para evitar que crucen el puente y ataquen vuestro avión. Creía que Chase y Starkman estaban muertos, pero no tardarán en estarlo.

—Bonitos coches —dijo Starkman, impresionado. Chase y él estaban en el garaje ante la colección de coches y motos de Kari—. ¿Cuál es el más rápido? ¿El Lamborghini? ¿El McLaren?

Chase abrió el armario que contenía las llaves de los vehículos.

—No, necesitamos un descapotable: el Ferrari. —Señaló el F430 Spider, de un color escarlata brillante, cuando vio que la moto de Kari no ocupaba la plaza de al lado, y cogió la llave. No le costó demasiado encontrarla; el logotipo del
cavallino rampante
., negro y amarillo, había sido todo un sueño desde su época de colegial.

—¿Un descapotable? ¿Por qué?

—Porque voy a disparar desde el coche. ¡Encontraremos a más guardas en el trayecto que no nos darán muchas facilidades para llegar al puente! —Le lanzó las llaves a Starkman—. ¡Vamos! ¡Conduces tú!

—¿Qué demonios tramas? —preguntó el tejano, mientras Chase se metía en el asiento del copiloto de un salto.

—¡No lo sé, voy improvisando!

—¡Siempre has sido un listillo! —Starkman se sentó al volante y puso las llaves en el contacto. El motor del Ferrari cobró vida de inmediato con un gruñido feroz—. ¿Crees que podrás abatir el avión con solo un UMP?

—No quiero abatirlo; ¡Nina va a bordo! ¡Venga, vamos!

El Ferrari derrapó en cuanto Starkman puso el pie en el acelerador y se pasó de revoluciones.

—¡Vaya! ¡Qué sensible! —Levantó un poco el pie y se dirigió a la puerta principal, que empezó a abrirse en cuanto se aproximaron—. ¿Vas a intentar salvarla? ¿Qué piensas hacer, saltar al avión mientras despega?

—¡Si es necesario, sí! —Chase miró el equipo que llevaba Starkman a la espalda—. Dame tu pistola lanzagarfios.

—¡Estás como una puta regadera! —exclamó Starkman, pero se la dio.

La puerta se abrió lo suficiente para que el Ferrari pasara justo por debajo. Starkman pisó el acelerador y el motor gruñó. El coche salió disparado como una bala.

—¡Joder!

—¡Siempre he querido tener una máquina de estas! —Chase comprobó el cargador del subfusil y miró hacia delante. El camino descendía en zigzag por la colina y desembocaba en la carretera que conducía al puente, donde había un par más de Grand Cherokees para cerrarles el paso. Tras ellos, en mitad del puente, vieron un BMW X5.

Starkman señaló delante; varios hombres de las fuerzas de Frost se habían agazapado tras los jeeps.

—¡No soporto tener que decirte esto, pero los Ferraris no son a prueba de balas!

—¡Los jeeps tampoco! ¿Listo? —El F430 tomó la última curva.

—¡Más que nunca! —Starkman cogió el UMP con la mano izquierda, mientras agarraba el volante con la derecha. El Ferrari iba directo hacia los jeeps…

—¡Fuego!

Chase disparó al todoterreno de la derecha, a la altura de la ventanilla, mientras el Ferrari aceleraba. Starkman estiró el brazo por el costado del coche y abrió fuego contra el otro coche. Los casquillos de bala rebotaron en el parabrisas.

Los jeeps se estremecieron debido a la salvaje arremetida, las ventanillas explotaron y ambas carrocerías quedaron como un colador. Chase vio caer a un hombre. No esperaba eliminar a todos los guardas, tan solo quería distraerlos hasta que los hubieran rebasado.

—¡Súbete a la acera! —gritó.

—¿Qué?

—¡A la acera, la acera! —Los todoterrenos habían bloqueado la carretera de dos carriles, pero había una acera a la derecha.

—¡No pasaremos!

—¡Claro que sí! —No tenían elección, en un choque entre un deportivo italiano ligero y un todoterreno estadounidense de dos toneladas, estaba claro quién llevaba las de perder.

Starkman dio un volantazo a la derecha. Ninguno de los dos dejó de disparar a los jeeps. Chase vació el cargador. Una ráfaga de balas impactó en el costado del F430 cuando los hombres de seguridad decidieron contraatacar.

—¡Mierda! —gritó Starkman—. ¡No cabemos!

—¡Tú pisa a fondo! —gritó Chase, que se agarró cuando el F430 se subió al bordillo. El alerón frontal se astilló a causa del impacto y los neumáticos de perfil bajo chocaron contra el despiadado hormigón con un estrépito que les machacó la espalda como si les hubieran dado un mazazo.

El costado de Chase chirrió al chocar contra el guardarraíles del puente, mientras el guardabarros del lado de Starkman tocó la parte trasera del jeep y se abollaba como si fuera hojalata. Ambos retrovisores fueron arrancados de cuajo y rociaron a los dos ocupantes con trocitos de espejo.

—¡Agáchate! —gritó Chase cuando Starkman devolvió el Ferrari a la carretera. El coche recibió varios balazos, uno de los cuales impactó en la barra antivuelco, a pocos centímetros de la cabeza del inglés.

Starkman aceleró de nuevo. Chase se quedó pegado al asiento mientras el Ferrari se alejaba a toda velocidad de los jeeps y soltó un grito involuntario de emoción.

—¡Joder!

—¡Has elegido un buen coche! —exclamó Starkman a gritos, para que su compañero lo oyera a pesar del viento—. Bueno, y ahora…

El parabrisas estalló.

Starkman se contrajo con un espasmo y empezó a sangrar profusamente por una herida del pecho, un agujero que le atravesaba la coraza. El motor bajó de revoluciones súbitamente cuando quitó el pie del acelerador. El Ferrari avanzaba cada vez más lentamente.

—¡Joder! —gritó Chase. Agarró el volante e intentó evitar que el F430 se estrellara contra el BMW que estaba aparcado enfrente.

Junto al coche, empuñando una reluciente pistola, se encontraba alguien a quien Chase reconoció al instante.

Schenk.

También reconoció la pistola. El jefe de seguridad de Frost había disparado a Starkman con una Wildey.

Con su Wildey.

Chase cogió su UMP, pero recordó demasiado tarde que tenía que cambiar el cargador. Schenk lo apuntó con el largo cañón plateado…

Soltó el volante y se lanzó por la puerta. Oyó la detonación característica de la Wildey en el instante en que una bala Magnum abría un boquete del tamaño de un puño en el respaldo de su asiento. Chase chocó contra el suelo y rodó.

Otra detonación y un trozo de asfalto voló por el aire a pocos centímetros de sus piernas. Rodó de nuevo y notó que se clavaba la pistola lanzagarfios en la espalda. Oyó un crujido metálico cuando el Ferrari chocó contra el todoterreno y se detuvo. El motor se ahogó. Schenk dio un salto y se puso a cubierto tras su coche.

Chase se puso en pie de un salto y echó a correr en dirección al BMW. Schenk lo vio y disparó de nuevo, pero el inglés se lanzó tras el X5, mientras buscaba un nuevo cargador.

¡Mierda!

Con solo tocarlo supo que algo marchaba mal. El extremo superior del cargador estaba torcido, deformado. Lo había aplastado con su propio peso cuando rodó por la carretera. Era imposible que entrara en el cajón de los mecanismos del UMP.

Chase tiró el cargador, cogió el subfusil con las manos e hizo un barrido a la altura de los tobillos, en el instante en que Schenk pasaba corriendo junto al X5, con la Wildey a punto en las manos…

El disparo del alemán salió desviado ya que Chase lo hizo trastabillar con el cañón del UMP. Schenk gruñó cuando perdió el equilibrio, se tambaleó y agitó los brazos.

Chase aprovechó para hacerle un placaje, lo empujó contra el guardarraíl e intentó tirarlo.

Sin embargo Schenk, un armario macizo de músculos, era demasiado grande como para derribarlo mediante el uso de la fuerza bruta, incluso para Chase. El alemán se dio cuenta del peligro que corría y se arrodilló para que su centro de gravedad estuviera por debajo del guardarraíl. Con un rápido movimiento le asestó un culatazo en el cuello a Chase, que cayó al sentir el aguijonazo de dolor. Schenk aprovechó para darle una patada en la cabeza y el inglés cayó de costado. La cabeza le daba vueltas e intentó alzar la vista.

La Wildey lo apuntaba a la cara. Tras ella, vio a Schenk. El gigante sonrió…

¡Bang!

Chase parpadeó.

Sin embargo no fue un disparo de la Wildey.

La última bala del cargador del UMP de Starkman impactó en el hombro derecho de Schenk, que empezó a sangrar. Tiró la Wildey y retrocedió, hacia el guardarraíl.

Chase recuperó su pistola.

—Creo que es mía.

Disparó. La bala atravesó el ojo izquierdo de Schenk, hizo que el globo ocular estallara con un chorro asqueroso de sangre, le destrozó el cerebro y le reventó la tapa de los sesos. El alemán sacudió la cabeza hacia atrás a causa del impacto, cayó por el guardarraíl y se precipitó a las gélidas aguas que fluían bajo el puente.

Chase se llevó las manos a la cabeza, que le dolía mucho, y se dirigió al Ferrari a trompicones. Starkman estaba tirado sobre la puerta, y le corría un hilo de sangre de la boca. Por un instante Chase creyó que estaba muerto, pero entonces parpadeó el ojo y lo miró.

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