Read En busca de la Atlántida Online

Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (25 page)

—¿Qué sucede? —susurró Nina. Chase señaló hacia delante.

Algo surgió entre la niebla mientras la Zodiac avanzaba lentamente. Eran unos objetos que parecían flotar en el agua… hasta que la niebla clareó y les permitió ver que estaban atados a unas cañas de bambú.

Sin embargo, no estaban atados. Sino atravesados.

Nina se encogió horrorizada al comprobar qué eran esos objetos. Cadáveres. Restos humanos con la carne podrida desde hacía mucho tiempo y consumida por los animales. Tan solo quedaban los huesos y jirones de ropa…

El morro de la barca chocó suavemente contra el primer poste de bambú. Chase le hizo un gesto a Di Salvo, que le dio un remo y luego cogió otro para sí.

—¿Cuánto crees que llevan aquí?

Di Salvo miró el esqueleto fijamente.

—Mucho tiempo. Años. La última vez que se denunció la desaparición de alguien en esta zona fue hace siete años.

—Pues parece que lo hemos encontrado. —Chase usó el remo para apartar la lancha, luego se puso a remar y dejó atrás los primeros postes. Pero enseguida aparecieron más.

—Es increíble —dijo Hamilton mientras observaba el primer cadáver con una expresión de sobrecogimiento y asco—. Una auténtica tribu perdida, completamente aislada de la civilización.

El rostro de Nina reflejaba asco.

—Tengo la sensación de que quieren que así sea durante mucho tiempo. Está claro que esto es una advertencia: «Prohibida la entrada».

—Solo tenemos que demostrarles que no somos una amenaza —musitó Hamilton—. Pensad en toda la información antropológica que podemos obtener gracias a ellos.

—Por eso prefiero la arqueología —murmuró Nina—. Todos mis hallazgos están muertos y no pueden empalarte. ¡Oh, Dios! —Se puso en pie de un salto que provocó que la lancha se balanceara y tiró de la chaqueta de Chase—. ¡Eddie! ¡Eddie! ¡Para la barca! ¡Párala!

Chase desenfundó la Wildey antes de darse cuenta de que Nina estaba emocionada, no asustada.

—Joder, casi me da un infarto —protestó mientras detenía la lancha con el remo—. ¿Qué ocurre?

—Ese cuerpo…

—¿Qué le pasa?

Señaló uno de los cadáveres. Estaba en peor estado que el primero que habían visto, le faltaba la mandíbula y un brazo, y el tejido conectivo había desaparecido. La ropa también estaba descompuesta, pero a pesar de toda la mugre y el moho acumulado durante décadas, aún destacaban unos destellos metálicos.

Una insignia.

En cuanto la vio, Nina se estremeció. Resultaba incomprensible que su impacto no se hubiera diluido con el paso del tiempo… pero su mera visión todavía causaba escalofríos. Era un icono del mal.

La insignia de la calavera de las Schutzstaffel. Las SS de Hitler.

—¿Qué demonios hace aquí? —se preguntó Chase en voz alta—. ¿Nazis? ¿Aquí?

—Debió de formar parte de una de las expediciones de la Ahnenerbe —respondió Nina—. Era la rama arqueológica de las SS —añadió en respuesta a la mirada de incomprensión de Chase—. Los nazis enviaron partidas por todo el mundo para buscar objetos relacionados con la mitología atlante, creían que la raza aria descendía de los antiguos gobernantes del mundo, que todos formaban parte de esa paparrucha de la «raza primigenia». Pero sus expediciones se centraron en Asia, no Sudamérica…

—Pues algo los trajo hasta aquí —añadió Kari. Señaló la mochila de Nina y el brazo del sextante que contenía—. Quizá lo mismo que a nosotros.

—No, eso no tiene sentido —terció Philby, con el ceño fruncido—. En la época de los nazis, se consideraba que las tablas glozel eran una falsificación, no tenían ningún crédito. No habrían sido capaces de traducir las inscripciones. Debe de haber sido otra cosa, algo que no hemos visto…

Kari examinó los demás cuerpos, con más curiosidad que asco.

—A juzgar por el estado de los demás cadáveres, parece que fallecieron en la misma época. ¿Pero solo hay cuatro? Me parece poco para tratarse de una expedición. La Ahnenerbe habría enviado docenas de hombres en una expedición así.

—Quizá estos se quedaron rezagados —dijo Chase, haciendo gala de su habitual humor negro—. ¿Qué vamos a hacer?

Sean quienes sean los que rondan por aquí, está claro que no quieren que andemos husmeando.

—Tenemos que seguir —dijo Kari, con decisión—. No hemos venido hasta aquí para permitir que una tribu de salvajes y sus… espantapájaros nos asusten.

—Ah, ah, ¿lo ves? —exclamó Hamilton, que la señaló con un gesto de admonición—. Con la elección de esas palabras has sacado a relucir tus prejuicios de cultura dominante. Esta gente lleva miles de años viviendo en perfecta armonía con su entorno, ¿acaso no es posible que, en comparación, seamos nosotros los verdaderos salvajes?

Nina nunca había visto tan furiosa a Kari.

—Cierra el pico, maldito listillo. —Di Salvo no pudo contener una risa al ver la cara de ofendido que puso Hamilton—. Señor Chase, ¿podemos desembarcar en algún lugar?

Chase escudriñó en la niebla.

—Es difícil… podríamos intentarlo en la orilla de estribor. —Empezó a remar de nuevo, ayudado por Di Salvo, para alejar la barca de los espeluznantes signos de advertencia.

Había un pequeño claro en la densa vegetación en la orilla, y al cabo de unos minutos la Zodiac ya estaba amarrada. Cuando todos bajaron a tierra firme, descargaron el equipo y repartieron las armas, lo que inquietó a Nina e indignó a Hamilton.

—¿De verdad queréis que establezcamos un primer contacto con esta gente a punta de pistola? —preguntó con su voz estridente mientras Chase les daba sus rifles automáticos y compactos a Castille y Di Salvo.

—A juzgar por el estado en que se encuentran esos cuerpos, diría que ellos salieron a su encuentro a punta de lanza, de modo que sí —contestó Chase. Quedaba otro rifle y, tras meditarlo un instante, se lo ofreció a Kari—. ¿Sabe cómo…?

Se lo quitó de las manos.

—Un fusil de asalto Colt Commando M4A1 5,56 milímetros, cargador de treinta balas, con un alcance efectivo máximo de trescientos sesenta metros. —Sin quitarle la vista de encima al fusil de Chase, le quitó el cargador al suyo, apretó la primera bala con el pulgar para comprobar que estaba lleno del todo, lo volvió a insertar y cargó la primera bala en la recámara, sin mirar ni una vez su arma.

Chase se quedó impresionado.

—Fantástico, tengo que añadir eso a la lista de cosas que me gustan de una mujer…

—¿Entonces ya no me quieres? Estoy desolada —le dijo Nina.

—Je, je. Bueno, nos quedan… —miró el reloj— tres horas y media hasta la puesta de sol, así que, da igual lo que ocurra, o lo que encontremos, volveremos aquí dentro de tres. Hasta que no averigüemos algo más sobre nuestros amigos, esos que se divierten empalando a la gente, no acamparemos. Agnaldo y yo iremos delante, Hugo, cúbrenos el trasero. Los demás, en medio. No os separéis pero tampoco os amontonéis. Nina, ve con la señorita Frost. Es gracioso, pero empiezo a pensar que podría labrarse una buena carrera como guardaespaldas. —Kari sonrió y adoptó una pose militar que hizo reír a Nina—. ¡En marcha! ¡Vayamos a encontrar la ciudad perdida!

—¿Qué ciudad perdida? —preguntó Hamilton, mientras los demás seguían a Chase y Di Salvo—. Un momento, aquí hay algo que no me habéis dicho, ¿verdad?

Tardaron casi una hora en alcanzar la primera de las cuatro posibles ubicaciones de la ciudad, y otros veinticinco minutos de exploración antes de convencerse de que no había nada. Lo que en las fotos aéreas parecían posibles rastros de una antigua civilización no eran, en realidad, más que rocas erosionadas, árboles caídos y espejismos causados por la luz.

—Bueno, no podíamos esperar acertar a la primera —le dijo Chase a Nina mientras consultaba la brújula y el mapa. Bajo los árboles era difícil que el GPS hallara cobertura—. Aún nos quedan tres.

—¿Está muy lejos el siguiente emplazamiento? —preguntó ella.

Chase señaló un lugar.

—A un kilómetro y medio, más o menos, en esa dirección. Si nos damos prisa, tal vez tengamos tiempo de llegar a la tercera antes de regresar a la lancha. O podríamos regresar ahora. Seguro que Julio tiene algo delicioso en el horno para nosotros…

Nina sonrió.

—Es tentador, pero no.

—En fin. ¡A ver —dijo, alzando la voz—, atención todos, nos vamos!

El grupo se reunió y se puso de nuevo en marcha, tras Di Salvo y Chase. El brasileño se echó el fusil al hombro y sacó un machete. Al cabo de unos diez minutos, la vegetación empezó a clarear. De vez en cuando alzaba el brazo para cortar alguna rama, pero, en general, la ruta estaba despejada y el grupo avanzaba más rápido que antes.

—Sí, esto es demasiado bueno para ser natural —le dijo Chase a Agnaldo.

—¿A qué te refieres? —preguntó Nina. Kari y ella los seguían a unos tres metros, haciendo caso de su consejo de que no se apelotonaran.

—Estamos siguiendo un sendero. Por eso no tenemos que cortar maleza. —Señaló la espesa vegetación que había a ambos lados.

Nina echó un vistazo alrededor, con cautela, en busca de señales de movimiento.

—Entonces, ¿podríamos cruzarnos con indios?

—Joder, espero que no. ¡No quiero perderme la cena!

Siguieron avanzando por la selva, agachándose por culpa de las ramas bajas. La niebla aún no se había disipado del todo, lo que les impedía ver algo más allá de quince metros, cuando no era la vegetación la que les dificultaba la visión. De repente Di Salvo se detuvo y alzó una mano para que todos hicieran lo mismo.

—Huella —dijo y se agachó.

Chase se puso en cuclillas junto a él.

—¿Reciente?

—Hace menos de un día. Sin duda, india.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Nina, que apenas podía distinguir el contorno de un pie descalzo en la tierra, entre las hojas caídas.

—Los dedos están muy abiertos por andar siempre descalzo. —Di Salvo se puso en pie y escudriñó la niebla—. Aunque no encontremos su ciudad perdida, hemos hallado otra tribu, aislada hasta ahora. Otro motivo para que me odien los leñadores y granjeros.

—¡No, esto es increíble! —dijo Hamilton, mientras se abría paso entre Nina y Kari—. ¡Vamos a ser los primeros que entremos en contacto con esta tribu! Cuando establezcamos una comunicación pacífica, habrá tantas cosas que podamos aprender de ellos…

Una lanza atravesó el pecho de Hamilton y su camiseta de color rojo chillón se tiñó de un color más oscuro por culpa de la sangre.

Nina gritó. Hamilton abrió los ojos de par en par, asustado, cayó de rodillas y luego al suelo. La lanza sobresalía más de un metro por la espalda.

Chase y Castille cogieron los fusiles y apuntaron en la dirección de la que había venido la flecha. Kari agarró a Nina y la tiró al suelo mientras ella cogía su fusil.

Una flecha le dio en el brazo derecho a Di Salvo, y la punta de obsidiana tallada se hundió en el bíceps del brasileño, que dejó caer el machete y profirió un grito de dolor. Se tambaleó y cayó sobre el cadáver de Hamilton.

Al mismo tiempo, algo atravesó el aire dando vueltas, golpeó a Chase en la cabeza y se envolvieron a su alrededor.

Unas boleadoras.

Chase se tambaleó y cayó al suelo, agarrando las cuerdas que se le hundían en la carne.

Nina oyó que, tras ella, Castille daba un grito ahogado. Otras boleadoras se aferraron a su garganta con la fuerza de un maníaco.

Philby se echó al suelo junto a Kari y Nina. Alguien disparó otra flecha, que pasó a tan solo treinta centímetros por encima de ellos.

Kari buscaba un objetivo desesperadamente, pero solo veía árboles y niebla.

Unas sombras fugaces saltaban de árbol en árbol. Movió el fusil, apuntando a una de las figuras fantasmales…

¡Crac!

Algo la golpeó en la parte posterior de la cabeza. No fueron unas boleadoras, ni tan siquiera una lanza. Fue la más burda de las armas, una piedra, pero lanzada con gran precisión y fuerza. No bastó para dejarla fuera de combate, pero la tiró al suelo embarrado, aturdida y desorientada.

Se le cayó el fusil de las manos. Nina lo miró un instante, paralizada por el miedo. Entonces intentó cogerlo.

Pero ya era demasiado tarde.

Allí donde un segundo antes solo había selva, ahora había personas, que aparecieron como si hubieran salido de la tierra.

Pelo oscuro, piel oscura, rostros furibundos tras sus armas primitivas pero mortíferas.

Todos la apuntaban.

Capítulo 13

Nina no se atrevía casi ni a respirar.

Los indios los rodearon, deslizándose de forma silenciosa sobre la tierra húmeda. Frente a ella, Chase gruñó. Aún oía a Castille, que se asfixiaba.

El indio que estaba más cerca se encontraba ahora a apenas tres metros, con una lanza de punta negra en la mano, preparado para atacar.

Nina miró el fusil de Kari… y apartó la mirada. Lentamente se quitó la mochila y la abrió.

—¿Qué haces? —murmuró Philby—. ¡Coge el fusil! ¡Van a matarnos!

No le hizo caso. Seguía con la mirada clavada en el hombre de la lanza, que ya estaba a menos de dos metros. Un par de pasos más y podría clavársela sin tan siquiera soltarla.

Tocó con los dedos la suave tela que envolvía la barra de metal. Sin dejar de mirar al indio, sacó el brazo del sextante de la mochila y le quitó la funda. Inclinando la cabeza en un gesto inconfundible de sumisión, alzó la barra de oricalco, a modo de ofrenda.

Silencio.

Alzó levemente la vista y vio que los pies del hombre se encontraban ahora a un metro. Tenía los dedos separados, observó la parte analítica de su cerebro en un gesto inútil. Si pensaba matarla, lo haría en pocos segundos…

Sin embargo, profirió un grito de emoción en un idioma del todo desconocido. Otro de los indios contestó; parecía desconcertado. Las lenguas variaban, pero los tonos emocionales eran una constante humana en todo el mundo.

Le arrancó la barra de las manos. Nina parpadeó al ver la punta de la lanza a tan solo unos centímetros de la cara. Los indios se aproximaron más y la obligaron a ponerse en pie. La rodeaban, como mínimo, doce hombres. También hicieron levantar a los demás miembros de la expedición. Kari dio un grito ahogado de dolor, todavía no podía enfocar la mirada, y Di Salvo profirió un gruñido agónico cuando los indios lo agarraron del brazo herido.

Nina se dio cuenta de que sabían lo que eran los fusiles. Estaba claro que habían tenido suficiente contacto con el mundo exterior para reconocer las armas modernas. Arramblaron con todos los fusiles y también las pistolas de Chase y Castille antes de quitarles las boleadoras.

Other books

Fire And Ice by Diana Palmer
Damaged Goods by Lauren Gallagher
Batman Arkham Knight by Marv Wolfman
Scorpion [Scorpions 01] by Michael R. Linaker
Zombie Blondes by Brian James
Sensual Danger by Tina Folsom


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024