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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (27 page)

—Os la dejan usar —le dijo el brasileño a Chase.

—Muy bien. Ahora, en cuanto a los explosivos…

—Se nos acaba el tiempo —dijo Kari. Se acercó al anciano y le tendió una mano. Algo desconcertado, el hombre depositó la barra de metal en la palma de la mano—. Muy bien. Nina, señor Chase, vámonos.

—Hasta pronto —dijo Castille mientras acompañaban al trío a la entrada—. Por favor.

El oscuro pasillo medía menos de un metro ochenta de alto. Nina y Chase pasaban fácilmente, pero Kari casi tocaba con la cabeza en el techo, por lo que tuvo que agacharla para no rozar el musgo y las enredaderas. La temperatura y la humedad descendían rápidamente a medida que avanzaban.

Nina vio algo en una pared gracias a la linterna de Chase.

—Eddie, espera. Ilumina aquí.

La luz les mostró una larga línea de símbolos grabados en la piedra. Le resultaban familiares.

—Es la misma lengua del artefacto —confirmó Nina—. Dice… creo que es una descripción sobre la construcción del templo. —Se acercó más. Entre los caracteres glozel y olmeca había algo nuevo: grupos de líneas y cabríos—. Creo que son números. Podrían ser fechas o quizá…

—Lo siento, Nina, pero no tenemos tiempo —le recordó Kari—. Tendrán que esperar a que volvamos. —Desilusionada, Nina los siguió.

Al cabo de unos diez metros, el pasillo torcía a la izquierda. Desconfiado, Chase iluminó las paredes y el techo.

—¿Qué ocurre, señor Chase? —preguntó Kari.

—No sé usted, pero esta cosa de los «tres retos» me da muy malas vibraciones. Solo quiero comprobar que no haya alguna trampa.

—Eddie —dijo Nina con un suspiro—, ya te he dicho que aunque hubiera alguna, habría dejado de funcionar hace siglos.

—¿Ah, sí? —Chase dirigió la linterna hacia la entrada—. ¿Y si nuestros amigos, los de las plumas, las han arreglado? De lo contrario, esto no sería un reto, ¿verdad?

—Ah. —A Nina se le hizo un nudo en el estómago cuando se dio cuenta de que tal vez tenía razón—. Entonces… seamos precavidos.

El pasillo parecía seguro, por lo que se pusieron en marcha de nuevo. Enseguida llegó otro giro.

—¿Creéis que es el reto de la fuerza? —preguntó Chase cuando se detuvieron ante la entrada de una pequeña sala.

Era un poco más ancha que el pasillo, alrededor de dos metros y medio. En la pared de la derecha había un bloque de piedra rectangular que cruzaba la sala a la altura de la rodilla, como un banco. A los pies de la piedra había otro pasillo, de algo más de un metro de ancho. En el otro extremo del banco, había una rama gruesa envuelta en una enredadera, que desaparecía por un agujero de la pared, y que tenía una rama más pequeña en la punta que le daba forma de «T». Aparte de eso, la sala estaba vacía.

Chase alzó una mano para que ambas mujeres se quedaran quietas mientras él avanzaba con cuidado. Enfocó el pasillo estrecho.

—¿Qué ve? —preguntó Kari.

—Una pequeña carrera de obstáculos. El pasillo mide unos seis metros de largo, pero hay unas barras que cuelgan del techo, por lo que hay que retorcerse para pasar entre ellas. —Hizo una mueca—. Barras con pinchos. Supongo que no son para bailar.

—¿Y la cosa de madera? —preguntó Nina, señalando el banco.

—¿Eso? ¡En mi gimnasio hay algo así! —Chase asintió para que se acercaran y se sentó en el banco, bajo la barra—. Supongo que hay que levantarla como si hicieras pesas, y si eres lo bastante fuerte, abre una salida. —Vio que había una hendidura en el techo que encajaba con la forma del banco, pero no le encontró ningún sentido.

Kari cogió la linterna y enfocó el pasillo estrecho. Parecía que no tenía salida, pero había algo en el otro extremo, un agujero cuadrado.

—O que una persona tiene que aguantar el peso mientras la otra se mete por ahí y activa el mecanismo. El anciano dijo que se necesitaban dos personas para superar los retos.

—Entonces, ¿por qué no comprobamos qué hay en el otro extremo antes de que nadie levante el peso? —sugirió Nina.

—Porque eso sería muy fácil. —Chase intentó levantar la barra, que se movió un poco antes de oponer resistencia—. Bueno, ¿qué hacemos? Levanto esto y vemos lo que ocurre, o…

Kari volvió a mirar hacia el pasillo.

—Tenemos que pasar por aquí de todos modos, así que quizá sea una buena idea llegar hasta el otro extremo antes… ¿Tú qué opinas, Nina?

—¿Yo? —Hecha un manojo de nervios, observó los pinchos de cinco centímetros que sobresalían del laberinto de barras metálicas. Había suficiente espacio entre ellas para que pasara incluso Chase, pero a todos les costaría evitar los pinchos. Alzó la vista y vio que cada barra desaparecía en un agujero del techo de unos doce centímetros de ancho. Pero, curiosamente, los agujeros del suelo eran mucho más ajustados—. No tengo ni idea.

—Cincuenta y tres minutos, Doc —dijo Chase, que levantó el brazo del reloj.

Nina, que no soportaba que la pusieran entre la espada y la pared, miró al final del pasillo. El hueco de la pared era lo bastante grande para meterse dentro; quizá había una palanca para abrir una puerta.

—Bueno, pues entonces… iremos al otro extremo. Cuando estemos allí, levanta la barra y veremos lo que ocurre.

—De acuerdo. Y, Nina…

—¿Sí?

—No te hagas ni un arañazo. Usted tampoco, jefa. Las vacunas del tétano duelen mucho.

—Lo intentaremos —dijo Nina, que esbozó una sonrisa.

Kari pasó primera. Se puso de lado y pasó sin problemas entre las barras. Nina la siguió con más torpeza. Adoptaron una rutina sin decir nada: primero Kari iluminaba el suelo, daba unos pasos y, luego, cogía la linterna con la otra mano para que Nina pudiera ver por dónde tenía que ir.

—No paréis de hablar —dijo Chase—. Quiero saber dónde estáis.

—Nos quedan unos cuatro metros —respondió Kari mientras avanzaba—. Aún no veo una salida, pero creo que el hueco…

Clunk.

Algo se movió bajo su pie.

—¿Qué ha sido eso? —Nina tragó saliva. Empezó a salir polvo entre los huecos de los bloques—. Oh, mierda.

—¡Muévete! —gritó Kari, que la agarró de la muñeca y echó a correr por el pasillo entre las barras de pinchos mientras el techo empezaba a bajar con un estruendo horrible; los bloques descendían al unísono.

A pesar de la tenue luz, Chase vio que el techo se le venía encima. De pronto, se cerró una puerta y selló la entrada. Ahora entendía el objetivo del hueco que había sobre el banco de piedra: permitía que el techo bajara hasta el suelo sin dejar ningún hueco para esconderse…

¡No tenía forma de evitar morir aplastado!

Capítulo 14

—¡OH, Dios mío! —gritó Nina mientras Kari tiraba de ella y serpenteaba entre las barras.

Uno de los pinchos rasgó la manga de Nina, que gritó y, llevada por el instinto, se apartó de la causa del dolor; pero se clavó otro, que la hirió en el hombro izquierdo.

Tras ellas, Chase intentaba levantar la barra por todos los medios, sin saber qué otra cosa podía hacer. Pesaba mucho, pero era soportable, como si intentara levantar noventa kilos.

El techo aminoró la marcha, pero no se detuvo.

—¡Lo estoy aguantando! —gritó—. ¡No os detengáis!

Nina chilló de dolor cuando Kari intentó tirar de ella y provocó que el pincho hurgara aún más en la carne. Kari la soltó de inmediato e intentó volverse para ayudarla, pero como el techo había bajado tanto, se había agachado y le costaba maniobrar.

—¡Sigue tú! —gritó Nina, señalando el final del pasillo. Las lágrimas le corrían por la cara.

—¡No pienso dejarte aquí! —Le cogió la mano—. ¡Vamos! ¡Puedes hacerlo!

Nina profirió un gemido lacerante y logró quitarse el pincho. La sangre le tiñó la camisa.

—¡Oh, Dios mío!

—¡Vamos! —Kari la guió entre las barras. Estaban a mitad del pasillo, solo faltaban tres metros, pero aún tenían que salvar más obstáculos.

El techo no paraba de descender y caía una lluvia de polvo y arena. Los bloques de piedra casi habían llegado a la altura de la cabeza de Nina, por lo que Kari tuvo que agacharse aún más.

Chase aguantaba la barra, con los brazos estirados al máximo. Como mínimo le parecía que podía aguantar ese peso casi indefinidamente…

Se oyó otro «clunk», el ruido de algo grande y pesado que se movía tras la pared. Un mecanismo…

¡Bang!

De pronto aumentó la presión que tenían que aguantar los brazos de Chase.

—¡Joder! —exclamó, cogido por sorpresa. Como mínimo se habían añadido veinte kilos más al peso que ya aguantaba. Se le doblaron los codos… y el techo empezó a bajar más rápido—. ¡Mierda! —Tensó los músculos y enderezó los brazos de nuevo.

Los bloques de piedra que descendían del techo, lo hacían más lentamente. El pasillo solo medía un metro y medio de alto y seguía bajando.

—¡Sigue avanzando! —gritó Kari. Solo le quedaban unos dos metros, pero cada paso que daba era más corto ya que le costaba mantener el equilibrio en esa posición antinatural.

Chase oyó el traqueteo del mecanismo de nuevo. Apretó los dientes.

—¡Cuidado! —dijo entrecortadamente en el momento en que caía otro peso, mayor incluso que el anterior. Profirió un gruñido mientras intentaba apuntalar los brazos. Ahora debía de estar aguantando más de ciento treinta kilos, y tan solo el impacto del último peso al caer casi había hecho que se le escapara la barra de las manos.

Como cayera otro más, el reto se habría acabado.

El techo dio una fuerte sacudida antes de volver a aminorar el ritmo, pero golpeó en la cabeza a Kari, que se tambaleó, chocó contra una de las barras y se clavó uno de los pinchos en el bíceps izquierdo. Reprimió un grito e intentó apartar el brazo, pero el techo seguía descendiendo y provocaba que la púa se le hundiera aún más en la carne.

—¡Nina! —gritó a pesar del dolor—. ¡Estoy atrapada! ¡Tendrás que llegar al final!

Nina miró al final del pasillo. Solo faltaban menos de dos metros, pero Kari bloqueaba la ruta más fácil entre las barras.

—¡No puedo hacerlo!

—¡Sí que puedes! ¡Tienes que conseguirlo! ¡Ve, Nina! —Kari le soltó la mano.

Chase, que tenía la cara empapada en sudor, oyó el mecanismo de nuevo. Estaba a punto de caer otro peso.

—¡No podré soportarlo más!

Nina se puso en marcha.

Inclinada, con la cabeza que le rozaba en el techo, se apretujó contra una pared y pasó por el primer hueco. Uno de los pinchos le desgarró la camisa, pero había pasado.

Menos de metro y medio.

Chase se preparó para encajar el impacto de la siguiente piedra, consciente de que no podría aguantarla.

Nina se contorsionó para pasar entre dos barras, pero el techo estaba ya tan bajo, que no podía caminar erguida. Se puso a gatear y otro pincho le hizo un corte en el muslo.

Los fríos bloques de piedra le oprimían la cara y los hombros a Kari, lo que provocaba que el pincho se le clavara aún más en el brazo.

Medio metro…

¡Clunk!

—Mierda… —gruñó Chase, con todos los músculos en tensión.

Nina vio que el agujero oscuro de la pared empezaba a desaparecer bajo el último bloque de piedra del techo.

Kari gritó. El dolor del brazo era insoportable.

También gritó Chase cuando sus brazos cedieron al mazazo del impacto del último peso.

El techo se desplomó.

Nina se lanzó hacia el agujero justo cuando el último bloque caía como una guillotina.

Se aferró a algo: una palanca de madera. Tiró de ella.

No ocurrió nada…

Clunk.

Se oyó el crujido de una piedra y el techo se detuvo.

Chase abrió los ojos. Gracias a la lejana luz de la linterna, vio que la barra de madera se encontraba a dos centímetros del cuello… Y encima, a un dedo, se había detenido la fría piedra que había estado a punto de aplastarlo.

Kari estaba inmóvil. Cualquier movimiento le producía un dolor insoportable. Intentó ver lo que le había ocurrido a Nina.

La doctora tenía el brazo derecho dentro del agujero de la pared. Estaba atrapado. El techo había bajado tanto que no podía sacarlo. Un centímetro más y primero le habría aplastado el hueso, y luego le habría amputado el brazo a la altura del codo.

Se oyó de nuevo el chirrido de una piedra, cayó una lluvia de polvo y el techo empezó a subir.

Chase miró hacia el lado. La puerta que cerraba la entrada se abría de nuevo.

Nina sacó el brazo del agujero y miró hacia atrás. El rostro de Kari, tenuemente iluminado por la linterna, estaba crispado por el dolor, pero también reflejaba una sensación casi incrédula de alivio. Nina acudió junto a ella para ayudarla. Kari lanzó un gruñido y se quitó el pincho, pero enseguida empezó a sangrar a borbotones.

—¡Oh, cielos! —exclamó Nina, que le tapó la herida con la mano—. ¡Eddie! ¡Eddie! ¡Kari está herida, necesita ayuda!

—No es la única —respondió el inglés mientras se deslizaba bajo la barra y se incorporaba. Logró ponerse en pie, a pesar de que apenas sentía los brazos—. Necesito luz.

Nina enfocó la linterna hacia el pasillo para que Chase pudiera pasar entre las barras. Cuando estaba a medio camino, el techo ya había regresado a la posición original y el insoportable ruido había cesado.

Se oyó otro «clunk», esta vez procedente del extremo sin salida del pasillo.

Nina enfocó con la linterna en esa dirección y vio que se abría un hueco; uno de los bloques de piedra de la pared giraba hacia atrás para mostrar la oscuridad que reinaba más allá.

—Nina… —dijo Kari, y miró la sangre que tenía en el hombro.

—Olvídate de mí, tu herida es más grave que la mía. ¡Eddie!

Chase, que apenas pasaba entre las barras, cuyos pinchos le desgarraron la chaqueta de cuero, por fin llegó junto a ellas.

—¿Qué ha ocurrido? Déjame ver.

Nina sostuvo la linterna.

—Se ha clavado uno de los pinchos.

—Joder —murmuró Chase, mientras apartaba la tela empapada en sangre para ver mejor—. Es una herida profunda, y el botiquín de primeros auxilios está fuera.

—Olvídese de eso —dijo Kari, que estaba haciendo verdaderos esfuerzos para mantenerse en pie—. No tenemos tiempo, debemos avanzar. ¿Cuánto nos queda?

Chase levantó el brazo para mirar el reloj y soltó un gruñido.

—¿Estás bien? —le preguntó Nina.

—Me siento como si un cabrón me hubiera atropellado con el coche. Nos quedan… cuarenta y nueve minutos.

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