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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (59 page)

—¿Estás bien?

—Me duele todo el cuerpo, pero no creo que me haya roto nada. ¿Qué ha pasado con el avión?

Chase intentó levantar una mano para señalar, pero no tenía fuerzas. En lugar de eso, hizo un gesto con la cabeza hacia el fiordo, al este. Una densa columna de humo negro se alzaba hacia el cielo.

—Ha tenido un aterrizaje algo brusco.

—¿Y el virus?

—Se ha freído junto con todo lo demás.

Nina miró hacia la nube oscura con tristeza.

—Kari…

Llegaron a la orilla rocosa y Nina ayudó a Chase a salir del agua.

—Oh, Dios mío —exclamó cuando le vio la pierna. Le tapó la herida con la mano para intentar detener la hemorragia—. Tiene que verte un médico.

—Vale —dijo Chase, entre dientes—. Hay una clínica en la cima del acantilado, en la central de la compañía. Es una pena que pertenezca al tipo que acabamos de cargarnos. No creo que se alegren mucho de vernos…

Casi a modo de respuesta, una roca que había junto a Chase se hizo añicos. El estallido de un rifle resonó por todo el fiordo.

—¡No es una broma! —gritó Nina, que buscó al francotirador. En la orilla de enfrente vio las siluetas de varios hombres, recortadas sobre el cielo, que los apuntaban.

Otra bala impactó cerca de ellos, y las esquirlas de roca que saltaron les alcanzaron en la cara.

—¡Ponte a cubierto! —le ordenó Chase.

—¡No pienso abandonarte! —replicó Nina. Se agachó para arrastrarlo con ella.

—¡Nina, no!

—¡No pienso abandonarte! —repitió. Lo cogió de las axilas y lo arrastró por las rocas.

De repente algo le rozó el pelo y una piedra que había tras ella se partió en dos.

—No hay nada que hacer —gruñó Chase. Miraron a las figuras que aparecieron en la cima del acantilado y vieron un destello de luz reflejado en una mira telescópica.

Nina se agachó, abrazó a Chase y apretó la mejilla contra su cara.

—Eddie…

Más disparos, pero no de los rifles del otro lado del fiordo.

Disparos de ametralladoras, procedentes de algún lugar sobre ellos. De pronto se levantó una cortina de polvo y piedras en el acantilado más alejado. Uno de los hombres cayó por el borde y gritó hasta que chocó contra unas rocas.

—¿Qué demonios pasa? —preguntó Chase.

Obtuvo la respuesta al cabo de un segundo, cuando aparecieron tres helicópteros con los colores del ejército noruego. Se fijó en que había tiradores en las cabinas. Dos de los helicópteros cruzaron el fiordo para rodear a los hombres de Frost, mientras que el tercero se dirigió al agua y se volvió hacia Nina y Chase.

—¿De dónde han salido? —preguntó Nina con voz entrecortada.

—Alguien debe de haber llamado a los bomberos. Seguramente los noruegos querían saber por qué se había ido a tomar por saco la mitad de la propiedad de Kristian Frost. —Una voz resonó por los altavoces del helicóptero—. ¿Hablas noruego? —preguntó Chase.

—Ni una palabra.

—Yo tampoco. —A pesar del dolor, Chase levantó las manos todo lo que pudo—. Es mejor que levantes las manos. Me imagino que no te haría mucha gracia que, después de todo por lo que has pasado, un noruego de gatillo fácil te pegara un tiro.

—Pues no mucha. —Levantó una mano y con la otra ayudó a Chase. Aún no había apartado la mejilla de la suya—. Ah, por cierto, Eddie.

—¿Qué?

Lo besó.

—Gracias por salvarme la vida. De nuevo.

Él le devolvió el beso.

—Gracias a ti por salvarme la mía. Aunque… —esbozó una sonrisa desdentada— no estamos iguales en lo de salvar la vida.

Nina sonrió.

—Hmmf, qué poco agradecido eres.

Se besaron de nuevo mientras el helicóptero se detenía y varios hombres empezaron a descender de él.

Epílogo

Nueva York

Nina abrió la puerta del apartamento y entró cansinamente. Todo estaba tal como lo había dejado varias semanas atrás. Dejó el montón de cartas en la encimera de la cocina y llenó el hervidor. Necesitaba un café bien fuerte. No quería ni imaginarse en qué estado debía de encontrarse el contenido de la nevera después de tanto tiempo. Quizá lo mejor sería que la tirara sin abrirla y comprara una nueva.

Encendió el hervidor, se dejó caer en el sofá y echó una mirada alrededor. El apartamento le resultaba un lugar íntimamente familiar y, al mismo tiempo, desconocido, un recuerdo olvidado que volvía a cobrar vida.

Le costaba asimilar la normalidad de encontrarse de nuevo en casa. Después de todo lo que había sucedido, había regresado a Nueva York, a casa, como si no hubiera ocurrido nada.

Sin embargo, no era cierto. Había descubierto la Atlántida y la había perdido. Había reescrito la historia de la humanidad, pero no tenía ninguna prueba.

Se llevó las manos al colgante y se corrigió. No tenía ninguna prueba… salvo el conocimiento y la satisfacción de que la historia de la humanidad iba a seguir su curso. Habían logrado poner fin a los demenciales planes de Frost y destruir todas sus investigaciones sobre el virus. Volvió la vista para mirar las luces de Manhattan por la ventana. Se preguntó si los millones, miles de millones de personas condenadas a muerte por Frost serían conscientes alguna vez de lo cerca que habían estado del exterminio.

A buen seguro, no. Cuando primero el gobierno noruego y luego sus aliados de la OTAN se involucraron en lo sucedido, le dejaron muy claro que el verdadero objetivo de la Fundación Frost no debía revelarse jamás.

Nina se estiró en el sofá hasta que hirvió el agua y entonces regresó a la cocina. Cogió una taza y hurgó en los armarios en busca del bote de café. ¿Dónde lo había dejado?

De pronto algo cayó en la encimera, junto a la taza, y ella dio un respingo. Se volvió de inmediato.

Chase estaba en la puerta, vestido con su chaqueta de cuero, más raída que nunca. El también tenía aspecto maltrecho, aunque resultaba atractivo, a su manera. Le sonrió.

—Prueba eso —dijo y señaló las bolsitas de té que acababa de lanzarle—. Te sentarán mejor que el café.

—¡Eddie! —gritó Nina, con una mezcla de sorpresa y alegría. Miró hacia la puerta del apartamento. Todas las cerraduras estaban intactas—. ¿Cómo has entrado?

—Tengo mis trucos —dijo y sonrió de oreja a oreja—. Ven aquí, Doc… Nina —se corrigió enseguida al ver su mirada burlona. Se abrazaron y se besaron.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó al final ella—. Creía que habías regresado a Inglaterra.

—Y así fue. Pero me han ofrecido un trabajo. De hecho, por eso estoy aquí.

Nina enarcó una ceja.

—¿Ah, sí? ¿Entonces no has venido porque querías estar conmigo? —inquirió, haciéndose la ofendida.

—¡No, pero es un extra que hay que tener muy en cuenta! Es broma —añadió y la abrazó de nuevo—. Es cierto que he venido porque quería verte. Lo que sucede es que mi nuevo trabajo… digamos que depende de ti que lo acepte o no.

—¿A qué te refieres?

—Ahora que los mandamases saben que la Atlántida existió de verdad, creen que existe la posibilidad de que también fueran ciertos otros mitos de la antigüedad. Así que quieren encontrarlos y protegerlos para que los personajes como Frost no puedan aprovecharse de ellos. La ONU va a crear una especie de agencia de conservación arqueológica para preservarlos. Y quieren que la persona que se encargue de ello… seas tú.

—¿Yo? —exclamó Nina—. ¿Por qué yo?

—Porque eres quien más sabe sobre la Atlántida de todo el mundo. Sabes qué es lo que hay que buscar. Bueno —dijo y abrió los brazos—, ¿te apuntas?

—¿Y qué papel desempeñas tú en todo esto?

—¿Yo? Bueno, creo que mi misión será cuidar de una estadounidense muy guapa que me salvó la vida en cierta ocasión…

—Así que serás su guardaespaldas, ¿no? —preguntó con una sonrisa.

—De hecho, espero poder hacer más cosas con sus espaldas, y el resto de su cuerpo, aparte de guardarlo.

—No creo que haya ningún problema…

La sonrisa de Chase iba de oreja a oreja.

—Entonces, ¿vas a aceptar el trabajo?

Nina sonrió, le cogió la mano y lo llevó a su dormitorio.

—Consultémoslo con la almohada. Si la Atlantida esperó once mil años, puede esperar un día más.

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