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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (52 page)

—Esto —dijo Frost, y señaló una vitrina de cristal con un cierre hermético de goma—, es lo que el descubrimiento del verdadero ADN atlante me ha permitido crear. Es una de las variantes que habían creado los ordenadores, pero hasta ahora no había forma de saber que era la correcta.

Nina miró en el interior de la vitrina, donde había una hilera de cilindros de cristal y acero llenos de un líquido incoloro.

Estaba segura de que no era agua.

—¿Qué es? —preguntó con un deje de inquietud.

—Eso —respondió Frost— es lo que yo llamo el Tridente. El arma más poderosa de Poseidón. Cada uno de esos cilindros contiene un virus creado genéticamente en suspensión.

Nina se apartó del cristal.

—¿Qué?

—No es peligroso —le dijo Kari para tranquilizarla—. Como mínimo para nosotros.

—¿A qué te refieres con nosotros?

—A que somos inmunes —añadió Frost—, o más bien, a que el virus resulta inofensivo para nosotros. Ha sido creado para que no pueda atacar a los portadores de la secuencia genética única que contiene el ADN atlante, aunque la secuencia haya mutado. Pero para todo aquel que no posea esa secuencia de ADN… es cien por cien letal.

Nina se sintió como si le faltara el aire.

—Oh, Dios mío —exclamó con voz entrecortada—. ¿Estáis locos? No, no me respondáis, ¡estáis locos!

—No, Nina, escucha, por favor —le imploró Kari—. Sé que es difícil de aceptar, pero en el fondo, si eres capaz de ver más allá de las constricciones sociales, sabes que tenemos razón. El mundo es un caos, y no hace más que empeorar; la única forma de evitar una situación irreversible es que restauremos el gobierno de la élite atlante.

—¡Creer que un genocidio es algo malo no es una constricción social! —le espetó Nina—. ¿Me estás diciendo en serio que pensáis eliminar al ochenta y cuatro por ciento de la raza humana? ¡Eso son casi cinco mil quinientos millones de personas!

—Es necesario —dijo Frost—. Si no lo hacemos, la humanidad se ahogará en sus propios desechos. Los ineptos nos superarán en una proporción de varios centenares a uno, y consumirán todos los recursos hasta que se exterminen. De este modo, aquellos que sean aptos para gobernar podrán reconstruir el mundo para que sea el lugar que siempre debería haber sido. La Fundación Frost unirá a los supervivientes de todo el mundo.

Nina retrocedió lentamente.

—Y vosotros estaréis al frente, ¿no? Os habéis vuelto locos. ¡Estamos hablando de seres humanos, no de desechos! ¿Y cuándo planeáis poner en marcha vuestro pequeño apocalipsis?

Frost le lanzó una sonrisa forzada.

—No estoy planeando nada, doctora Wilde. Ya lo estoy haciendo.

Nina volvió a sentir que le faltaba el aire.

—¿Qué?

—En la pista al otro lado del fiordo hay un avión de carga, un Airbus 380. Despegará dentro de quince minutos; primero se dirigirá a París y luego a Washington. Durante el vuelo, liberará el virus Tridente sobre Europa, luego en la corriente del Atlántico norte y, para acabar, en la costa occidental de Estados Unidos. Según nuestros cálculos, dentro de un mes el virus habrá alcanzado todas las zonas pobladas del planeta. Y todo aquel que no tenga el genoma atlante, quedará infectado.

—¿Y luego qué? —susurró Nina.

—Y luego… —Frost se acercó a la cámara y activó un panel de control. Las ventanas negras se despolarizaron y se hicieron transparentes—. Esto es lo que ocurre.

Sin atreverse casi a mirar, Nina se acercó. Era una celda blanca y antiséptica, desnuda salvo por un inodoro de acero inoxidable y un camastro en el que yacía…

Se llevó las manos a la boca, horrorizada.

—Jonathan…

Philby tenía la vista fija en el techo, la mirada perdida y el blanco de los ojos teñido de rojo a causa de los vasos sanguíneos rotos. Empapado en sudor, la piel había adquirido un tono cenizo y apenas movía el pecho cada vez que inspiraba aire trabajosamente.

—Se infectó ayer —dijo Frost, con un deje espeluznantemente impasible—. El virus Tridente ataca el sistema nervioso autónomo y provoca insuficiencia de todos los órganos. Si sigue el curso tal como han predicho las simulaciones, morirá dentro de seis horas.

—Oh, Dios mío… —Nina se dio la vuelta, asqueada—. No puede dejarlo morir así. Por favor, ha demostrado su teoría; dele el antídoto, la vacuna, lo que sea.

—No hay vacuna —dijo Frost—. Eso iría en contra de nuestro objetivo. Cuando se libere el virus, cumplirá con su cometido. La única cura es la muerte.

—Nina —dijo Kari en voz baja—, le hemos dado su merecido. Nos traicionó, y también a ti. Vendió a tus padres a Qobras. E iba a hacer lo mismo contigo. No era tu amigo, tan solo cuidó de ti porque se sentía culpable.

—Nadie merece eso —contestó Nina. Kari se le acercó para ponerle una mano en el hombro, pero la doctora se la apartó, furiosa—. No me toques.

—Nina…

Se volvió hacia ellos, hecha una furia.

—¿Creíais que iba a tomar parte en este… este genocidio? ¡Dios mío! ¡Esto es una locura! ¡Sería el mayor acto de… de maldad de la historia de la humanidad! ¿Qué tipo de persona creéis que soy?

—¡Una de los nuestros! —insistió Kari.

—¡No! ¡No soy como vosotros! ¡No pienso formar parte de esto!

—Es una pena. —Frost la miró con frialdad—. Porque es una situación en que estás con nosotros… o estás en contra de nosotros.

—¡Tiene toda la razón, estoy en contra!

—Entonces morirás. —Frost se llevó la mano a la chaqueta.

Nina tuvo la sensación de que el tiempo se ralentizaba y la acción transcurría a cámara lenta al ver que Frost sacaba una pistola plateada. El cañón refulgente se detuvo frente a ella; el agujero negro de la boca la apuntaba al pecho. Quería volverse y echar a correr, pero el miedo y la incredulidad conspiraron para detenerla y le paralizaron las piernas. Vio cómo se le tensaban los tendones del dorso de la mano a Frost, mientras movía el dedo, a punto de apretar el gatillo…


Far
! ¡No!

Kari empujó a su padre en el momento en que disparó. La bala pasó rozando junto a Nina e impactó en la pared que había tras ella. Intentó gritar, pero solo pudo dar un grito ahogado.

Frost adoptó una expresión de ira contenida a duras penas, mientras Kari le suplicaba en noruego. Al final logró aplacarlo. Un poco.

—Mi hija acaba de salvarte la vida, doctora Wilde —le dijo—. Por ahora.

—Nina, por favor —dijo Kari, atropelladamente—. Sé que estás abrumada por todo lo ocurrido, pero escúchame, por favor. Te conozco, sé que eres una de los nuestros, que piensas como nosotros. ¿Es que no lo ves? Podrás tener lo que quieras, tenerlo todo si te unes a nosotros. Por favor, intenta ser racional.

—¿Que sea racional? —exclamó entrecortadamente—. Estáis planeando exterminar a gran parte de la raza humana, ¿y me pides que sea racional?

—Esto es inútil —dijo Frost—. Debería haber sabido que reaccionaría así cuando se negó a matar a Qobras. Su sociedad le ha lavado el cerebro. Nunca se dejará convencer.

—Puedo hacerla cambiar de opinión —insistió Kari, con un deje de desesperación—. Sé que lo lograré.

—De acuerdo —accedió su padre—. Tienes tiempo hasta que lancemos la primera carga del virus. Si entonces aún se niega a cambiar de opinión… tendrás que matarla.

Kari dio un grito ahogado.

—No,
far
, no puedo.

—Sí. —Frost adoptó un semblante serio—. Lo harás. ¿Me entiendes?

Kari agachó la cabeza.

—Sí, far.

—Muy bien. Entonces llévala al avión.

Kari lo miró, confundida.

—¿Al avión?

—El piloto te dirá cuánto falta para el primer ataque con el virus. Supongo que querrás darle hasta el último segundo para que tome la decisión adecuada. —Kari asintió—. De este modo, ambas sabréis cuánto tiempo le queda. Si se niega a cambiar de opinión, mátala y lanza el cuerpo al mar.

Sin dejar de apuntar a Nina, se acercó a un teléfono y marcó un número.

—Seguridad, aquí Frost. Envíen a dos hombres al laboratorio Tridente para que acompañen a mi hija y a la doctora Wilde al aeródromo. La doctora está arrestada, quiero que la esposen. Si intenta escapar, mátenla. —Miró a Kari—. Aunque mi hija les diga que no lo hagan. Acaten mis órdenes. —Colgó el aparato.

—¿Se supone que debo estarle agradecida por eso? —gruñó Nina.

—Deberías estarle agradecida a Kari. Muy agradecida. Gracias a ella sigues con vida.

Se abrió la puerta y entraron dos guardas uniformados, con las armas en las manos. Nina no opuso resistencia alguna salvo una mirada preñada de odio cuando le esposaron las muñecas a la espalda.

—Baja en París y toma uno de los aviones de la compañía para volver a casa —le ordenó Frost a Kari cuando se iban—. ¿Doctora Wilde?

—¿Qué? —le espetó ella.

—Espero que seas sensata y que acompañes a mi hija en el vuelo de regreso.

Nina no dijo nada y la puerta se cerró tras ella.

Chase miró por la ventana de la cabina. Estaban a punto de llegar a Ravnsfjord.

Se fue corriendo a la bodega.

—¡Una última cosa! —le dijo a Starkman mientras enganchaba el cordón de apertura del paracaídas en el raíl del techo—. Algunas de esas personas son civiles. El hecho de que trabajen para Frost no las convierte en objetivos, ¡dispara solo a los que te ataquen!

—Siempre has sido un buen chico, ¿verdad, Eddie? —contestó Starkman.

—No me gusta matar a nadie que no lo merezca.

—¿Y si nos topamos con los abogados de la compañía?

—Es tentador… ¡pero no! ¡Vamos, preparaos todos!

Chase apretó el botón para bajar la rampa posterior del Provider. El avión descendía rápidamente. Una ráfaga de viento gélido se coló en el interior del aparato, junto con el estruendo ensordecedor de los motores. Pasaron por encima de los edificios de oficinas; se aproximaban a la casa de los Frost que, encaramada al peñasco, dominaba todas las instalaciones. Más allá se encontraba el laboratorio biológico.

El avión pasó a tan solo treinta metros de la casa, pero el terreno descendía abruptamente de inmediato. Para funcionar bien, los paracaídas necesitaban de una altura mínima de setenta y cinco metros, condiciones que se daban en la extensión entre la casa y el laboratorio…

—¡Saltad!

Chase se lanzó. El paracaídas salió de la mochila cuando el cordón de apertura se tensó. A una altura tan baja, si el paracaídas no funcionaba a la perfección, se estamparía contra el suelo antes de poder reaccionar.

Se precipitaba hacia la hierba, la nieve y las rocas. Vio que un coche se dirigía hacia el puente por el fiordo…

La deceleración tiró bruscamente de él cuando el paracaídas se abrió y tensó el arnés alrededor del pecho.

Se agarró…

¡Flop!

Fue un aterrizaje brusco ya que el paracaídas apenas había tenido tiempo de frenarlo a una velocidad soportable. Intentó no hacer caso del dolor y echó un vistazo alrededor. Empezaron a llegar los demás paracaidistas, que aterrizaron con la misma violencia que él. Chase esperaba que los hombres de Starkman supieran lo que hacían. Si alguien se hacía daño en el aterrizaje estaba jodido porque no tenían tiempo ni personal para transportar a heridos.

Tras lanzar a sus ocupantes, el C-123 cambió bruscamente de rumbo y empezó a ganar altura.

Una flecha de humo surcó el fiordo, la estela de un misil antiaéreo Stinger…

¡Y explotó!

Un ala saltó en pedazos, envuelta en una nube de combustible, y el Provider se precipitó en el valle. Chocó contra la pared rocosa y estalló en una bola de fuego estruendosa.

—¡Joder! —gritó Starkman.

—¡Parece que nos dan la bienvenida! —gritó Chase, que ya se había quitado el paracaídas. Cogió su arma, un subfusil UMP-45 Heckler & Koch—. ¡Muy bien! ¡Vamos a freír a Frost!

Capítulo 28

Nina observó horrorizada desde el Mercedes cómo el avión se perdía de vista por un costado del fiordo y explotaba.

—¡Joder!

—Es la gente de Qobras. ¡Tienen que ser ellos! —gritó Kari—. ¡Es su última ofensiva!

—¡Pues bravo por ellos! —Nina se volvió para mirar por el parabrisas trasero. El último paracaidista había tocado tierra—. ¡Espero que vuelen este lugar y a tu padre con él!

¡Plaf!

Nina se quedó estupefacta. ¡Kari le había dado una bofetada! La quemazón que sentía en la mejilla no era muy dolorosa, sino humillante, lo cual no hacía sino empeorarlo todo.

Kari dio una serie de órdenes mientras se aproximaban al puente.

—¡Avise al centro de seguridad y adviértalos que tenemos catorce intrusos que se dirigen al laboratorio biológico! Y usted —añadió, mientras se volvía hacia el conductor—, llévenos al avión, ¡ahora!

—¿Vamos a freír a Frost? —preguntó Starkman con incredulidad mientras corrían hacia el laboratorio—. Le tienes muchas ganas.

—Desde lo del Tíbet —admitió Chase. Hizo un análisis táctico de la situación. Si avanzaban por el terreno despejado, ni ellos ni los hombres de Frost tendrían dónde ponerse a cubierto. Sus oponentes hallarían algo de protección en los edificios, pero sería fácil atacarlos por los flancos.

Habían lanzado el Stinger desde el edificio de seguridad en el extremo noroeste de las instalaciones. Si los hombres de Frost tenían más armamento pesado era lógico que estuviera ahí.

—¡Jason! ¡Seis hombres, cubridnos! —Hizo un gesto brusco con la mano hacia el edificio de seguridad. Starkman asintió y se lo transmitió a los demás.

El grupo de seis hombres se apartó del principal. Chase se dirigió rápidamente a la entrada del laboratorio. Se trataba de un edificio que no tenía muchas salidas, aparte de las puertas principales y la entrada de seguridad. La única forma de entrar era por las salidas de incendios y la rampa que conducía al aparcamiento subterráneo, lo que significaba que el lugar más próximo por el que podían aparecer las fuerzas de Frost era…

Las puertas de cristal oscuro de la entrada principal se abrieron de repente y aparecieron varios guardas uniformados. Hombres armados con MP-7. Dispararon varias ráfagas de munición antiblindaje como la que había usado Chase en el Tíbet.

—¡Fuego! —gritó, se tiró al suelo y cogió su UMP. Starkman y los otros seis hombres hicieron lo propio. Una cascada de polvo se desprendió de la fachada del laboratorio cuando abrieron fuego con sus armas del calibre 45. Las puertas estallaron en pedazos, teñidas de sangre a medida que cayeron los guardas.

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