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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (55 page)

—Seguro que te alegras de no haberme matado, ¿eh? —dijo el tejano, con un hilo de voz. Se irguió y se dejó caer en el asiento—. Vamos, tienes que coger un avión…

Chase abrió la puerta para ponerlo en el asiento del copiloto, pero Starkman negó con la cabeza.

—Déjame… Estoy jodido y dentro de poco tendré compañía. —Miró hacia el laboratorio. Uno de los jeeps que había intentado cortarles el paso se dirigía hacia ellos, y varios vehículos más subían por la carretera que procedía de los edificios de la fundación—. Los detendré.

—¿Cómo?

Starkman logró esbozar una media sonrisa y levantó un bloque de CL-20, con el temporizador en marcha.

—Tú solo preocúpate de estar lejos del puente dentro de veinte segundos. —Resolló y, con las últimas fuerzas que le quedaban, bajó del Ferrari y se tumbó en la carretera a los pies de Chase—. Lucharemos hasta el final, Eddie…

—Lucharemos hasta el final —repitió el inglés mientras subía al Ferrari y encendía el motor. Dio marcha atrás y se alejó del BMW, luego puso primera y pisó el acelerador a fondo.

Ir en el asiento del copiloto no tenía ni punto de comparación con la experiencia de controlar 483 caballos. La aceleración era tan brutal que le pareció que iba a los mandos de un caza a punto de despegar. Cuando se acordó de cambiar de marcha ya había alcanzado los cien kilómetros por hora y el motor aullaba como un alma en pena tras él.

Metió tercera, ciento treinta; la palanca de cambios se deslizaba suavemente por la refulgente H de cromo…

Por el retrovisor vio que el jeep casi había llegado a Starkman y que varios vehículos más se aproximaban al puente.

Chase estaba a punto de llegar al final, pero le quedaba muy poco tiempo antes de que detonara el explosivo. Solo unos instantes.

Ciento sesenta kilómetros por hora y acelerando, pero le faltaban unos segundos para llegar a tierra firme…

La imagen del retrovisor desapareció con un fogonazo. Al cabo de un instante se oyó un gran estruendo, como un rayo, seguido de inmediato por un retumbo más bajo y siniestro.

De pronto, la calzada del puente se convirtió en una ladera…

¡Se derrumbaba!

La bomba de Starkman había estallado en el centro del arco y las dos mitades de la estructura se precipitaron al río. ¡Lo único que podía hacer Chase era pisar el acelerador a fondo y esperar que el Ferrari alcanzara el final del puente antes de que se hundiera por completo!

El pavimento se había deformado de tal modo que ahora conducía cuesta arriba. La velocidad del coche decrecía de forma alarmante y se estaban empezando a abrir unas grietas inmensas en el asfalto.

—Oh, mierda…

Todo se inclinó y la carretera se desintegró bajo él…

El Ferrari saltó por el aire en el instante en que el puente se hundía en el fiordo, y aterrizó en tierra firme. Los tubos de escape fueron arrancados de cuajo cuando los bajos chocaron contra la carretera, y el motor aulló de un modo estridente.

Chase tuvo que esforzarse para no perder el control del coche, que patinó bruscamente. Pisó el freno. El sistema antibloqueo hizo que el Ferrari se estremeciera, pero siguió derrapando de lado. Los neumáticos chirriaban, a punto de estallar.

El inglés dio un volantazo y el coche se precipitó hacia un muro.

Soltó el pie del freno y pisó el acelerador…

Con un chirrido, el Ferrari se detuvo envuelto en una nube de humo acre, a tan solo treinta centímetros del muro de contención del aeródromo. Chase tosió mientras la neblina se disipaba. A través del limpiaparabrisas roto vio otra nube, una línea fantasmal de polvo que señalaba el lugar donde había estado el puente. Las fuerzas de seguridad que lo perseguían habían desaparecido, engullidas por el río, junto con su jefe.

Starkman.

Chase permaneció inmóvil para darle las gracias en silencio a su ex camarada.

Luego miró hacia la pista. A lo lejos, vio la descomunal silueta del A380, en contraste con el telón de fondo oscuro que formaban las colinas de alrededor. Estaba a punto de girar.

Y despegar.

Metió la primera marcha del maltrecho Ferrari y salió disparado con un chirrido de neumáticos.

Capítulo 29

El A380 redujo la velocidad a medida que se aproximaba al final de la pista de rodaje, y se preparó para dar media vuelta y enfilar la pista de despegue, que medía dos kilómetros.

Chase no apartaba la mirada del avión mientras aceleraba y cambiaba las marchas del Ferrari. El fuerte viento lo obligaba a entrecerrar los ojos y hacía que se le saltaran las lágrimas, pero lo único que tenía que hacer era seguir avanzando en línea recta.

Nunca había estado a bordo de un A380, apenas sabía nada de su disposición interna, salvo que tenía dos pisos. Pero eso era en la versión de transporte de pasajeros, y ese era de carga, lo que significaba que aún iba más a ciegas. Tendría que apañárselas cuando estuviera a bordo.

De hecho, primero tendría que apañárselas para subir a bordo. Intentar impedir el despegue de ese avión con un Ferrari sería como intentar detener un tanque con una caja de cartón. El gigantesco aparato se desharía del coche sin el menor esfuerzo.

Y no podía disparar contra el avión ya que corría el riesgo de matar a Nina si empezaba a arder o tenía un accidente.

Aunque si de ese modo lograba evitar que se liberara el virus, tal vez sería un sacrificio necesario, que también acabaría con él…

Había rebasado los doscientos veinticinco kilómetros por hora; apenas podía ver el cuentakilómetros por culpa de las lágrimas. El A380 era una mancha borrosa que empezaba a dar la vuelta.

Hiciera lo que hiciese, tenía que decidirse rápido…

—¡Señorita Frost! —La voz del piloto resonó por el intercomunicador—. ¡Hay un coche en la pista!

Kari se acercó a las ventanillas de babor.

—¿Qué? —exclamó. Nina miró fuera y vio la pista que se perdía en la distancia mientras el avión daba la vuelta; ¡y a lo lejos, un Ferrari descapotable escarlata que se dirigía hacia ellos!

El coche avanzaba a una velocidad increíble, y su único ocupante empezaba a tomar forma. Incluso desde tan lejos, reconoció la calva en cuanto la vio.

—¡Oh, Dios mío! ¡Es Eddie!

Kari reaccionó sorprendida y regresó al intercomunicador.

—Aquí Kari Frost. Bajo ningún concepto deben interrumpir el despegue. Haga lo que haga, este avión debe emprender el vuelo. Es una orden. —Regresó a la ventanilla—. ¿Qué demonios hace?

—Intentar detenerte —dijo Nina.

Kari apretó la mandíbula y adoptó un semblante adusto.

—Pues no lo conseguirá. —Fue hasta la escalera y les gritó a los guardas—: ¡Coged las armas y abrid la escotilla! Alguien intenta evitar que despeguemos…

Nina se dio cuenta de que Kari estaba de espaldas a ella, y que solo tenía la mano apoyada en la barandilla.

Ni tan siquiera tuvo tiempo de pensarlo racionalmente. Actuó impulsada por el instinto: se precipitó sobre Kari con ambos brazos estirados, como un ariete, y la empujó escalera abajo.

Cogida por sorpresa, Kari no pudo agarrarse a ningún lado. Gritó mientras rodaba por los escalones metálicos, golpeándose brazos y piernas contra los bordes, y se dio un fuerte golpe contra el suelo que la hizo sangrar y la dejó aturdida.

Nina la miró, asombrada por lo que acababa de hacer, hasta que el instinto se apoderó de nuevo de ella. O peleaba o huía…

¡Huyó!

Fue corriendo hasta la puerta que había en la parte posterior de la cabina, rezando para que no estuviera cerrada. Y tuvo suerte. Sin pensárselo, entró en la bodega superior, un túnel abovedado de costillas metálicas desnudas que albergaba una hilera de contenedores que entrechocaban con los cables que los mantenían en su sitio. Unas luces LED blancas dispuestas a lo largo del techo arrojaban una luz fantasmagórica.

La puerta no tenía cierre. Echó un vistazo alrededor en busca de alguna forma de atrancarla.

El contenedor más cercano se encontraba a pocos metros, sujeto por unas gruesas correas que estaban atadas a unas agarraderas del suelo. Tiró de lo que le pareció que era la palanca para soltarlo. Se oyó un crujido fuerte y la correa se aflojó. La ató a la pared y luego al pomo de la puerta, bien tensa. No impediría que se abriera la puerta, pero le pondría las cosas mucho más difíciles a todo aquel que intentara pasar por el estrecho hueco.

Retrocedió y escudriñó la bodega.

El virus…

Para liberarlo en pleno vuelo, fuera cual fuese el contenedor en el que se encontraba, tenía que haber algún sistema de tuberías en la bodega del Airbus que lo conectara con el exterior. Si encontraba el contenedor, quizá podría sabotearlo.

Oyó pasos en la cabina: alguien subía la escalera.

Nina se dirigió a la bodega.

El A380 estaba a punto de girar del todo y Chase estaba casi al final de la pista. Se frotó los ojos para poder ver bien el avión. El tren de aterrizaje estaba formado por cinco patas. Una en el morro y las otras cuatro distribuidas bajo las alas y el fuselaje para proporcionar el máximo de estabilidad.

Cuando el tren de aterrizaje se retrajera en la panza del avión, debería haber alguna escotilla que le permitiera entrar en el fuselaje si lograba subirse a una de las patas.

Quizá había alguna escotilla de acceso, se recordó a sí mismo.

Tenía que aprovechar la oportunidad. Era ahora o nunca. Los cuatro motores del A380 rugían con más fuerza.

Las ruedas del Ferrari chirriaron de nuevo cuando viró bruscamente y se situó en un costado de la pista. No para apartarse de la trayectoria del avión, sino para poder ejecutar la maniobra de cambio de sentido sin perder demasiada velocidad, para situarse bajo el aparato.

La pistola lanzagarfios estaba en el asiento del copiloto, a su lado.

Solo tendría una oportunidad, literalmente; si fallaba, había muchas probabilidades de que muriera cuando el Ferrari quedara atrapado tras el chorro de los motores. Si sobrevivía a eso, moriría al cabo de poco a manos de los hombres de Frost, o por el virus.

Aunque lo lograra, había muchas posibilidades de que muriera. Pero tenía que intentarlo.

El calor le abrasó la cara al pasar junto a los motores del ala izquierda. El Ferrari estuvo a punto de dar un trompo y tuvo que levantar el pie del acelerador; si cometía un error ahora, no podría alcanzarlo de nuevo.

Se abrió la escotilla del morro del avión. Se asomó alguien con un arma en las manos: era uno de los hombres de Frost, que lo buscaba.

Los neumáticos chirriaron por la falta de agarre…

Estaba justo detrás del fuselaje, por lo que enderezó el coche y lo situó entre los dos pares de patas del tren de aterrizaje de la panza del A380.

El motor del coche aulló y el avión empezó a acelerar.

A pesar de su tamaño colosal, el Airbus arrancó con una asombrosa rapidez. El aire ardiente azotó a Chase como un huracán mientras el Ferrari aceleraba bajo la cola del avión. El inmenso fuselaje inundó todo su campo de visión, un martillo gigante que podía machacarlo en cualquier instante.

Se encontraba entre las patas del tren de aterrizaje trasero; aún ganaba en velocidad al avión, pero no sería por mucho tiempo.

Agarró la pistola lanzagarfios.

Ahora se encontraba a la altura del tren delantero, y tenía que pisar el acelerador a fondo para no quedarse atrás. Giró un poco el volante para acercarse al tren izquierdo; las cuatro ruedas gigantes eran una mancha borrosa.

Un disparo.

Las ruedas se encontraban a menos de treinta centímetros del costado del Ferrari.

Cuando el avión empezó a ganar distancia, Chase apuntó con la pistola al tren de aterrizaje.

Una oportunidad…

¡Fuego!

El garfio salió disparado, se introdujo en el compartimiento del tren de aterrizaje y golpeó la pared interior. Si caía, se acababa todo…

¡Se agarró!

El garfio había atravesado el mamparo metálico.

Solo tenía que aguantar unos segundos. Apretó el interruptor para recoger el cable, metió la pistola por el volante y le dio varias vueltas. Entonces soltó el volante y tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para ponerse en pie, no caer (ya que el aire soplaba a ciento cincuenta kilómetros por hora) y agarrarse al cable mientras se tensaba.

El Ferrari dio una sacudida y empezó a alejarse del tren de aterrizaje.

Chase saltó por encima de la puerta y empezó a trepar por el cable. El polvo y la grava que levantaban las ruedas del avión le impactaron en la cara. Tan solo tenía que recorrer un par de metros, pero el cable ya estaba bastante tenso.

Rozó la pista de despegue con los pies y estuvo a punto de soltarse. La sangre le corría por los dedos debido a los cortes que se había hecho en las manos.

El tren de aterrizaje estaba a tan solo treinta centímetros, solo tenía que hacer un esfuerzo más para alcanzar la pata…

El cable dio un latigazo. El Ferrari derrapó de costado, arrastrado tras el avión como un juguete. Chase sintió una fuerte sacudida. El garfio estaba cediendo…

Se lanzó a la desesperada al tren de aterrizaje, y se aferró a la pata de metal con los dedos empapados en sangre, en el mismo instante en el que se partió el cable.

El Ferrari salió despedido, fuera de control. El cable se soltó y el garfio, convertido en un arma mortal, le pasó a pocos centímetros de la cara. Miró hacia atrás instintivamente, justo a tiempo para ver cómo el Airbus aplastaba el deportivo. Los restos del coche volaron en todas direcciones.

El impacto sacudió incluso el inmenso avión. Chase se esforzó para agarrarse y dio varias patadas al vacío en un intento frenético de encontrar un apoyo antes de correr la misma suerte que el F430.

Al final puso el pie en una barra metálica y se levantó. Si resultaba que se había equivocado y no había escotilla de acceso, moriría aplastado cuando el tren de aterrizaje se replegara.

Alzó la vista y no vio nada salvo las paredes metálicas y cables eléctricos e hidráulicos.

Mierda…

El Airbus seguía ganando velocidad, con un estruendo ensordecedor. De pronto el tren de aterrizaje empezó a replegarse. Chase se retorció, desesperado, mientras subían las costillas metálicas del fuselaje, unas cuchillas que estaban a punto de cortarlo en pedazos…

¡Una escotilla!

Un panel de acceso, de apenas sesenta centímetros de ancho, con un tirador en forma de anilla en la base. Tiró del asa.

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