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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (58 page)

Chase lo observó mientras se precipitaba. Aún sobrevolaban el mar, pero solo tardarían unos minutos en aterrizar.

El A380 dio otro bandazo cuando el piloto automático compensó el cambio causado por la pérdida del contenedor. Otra caja metálica chirrió al deslizarse sobre los cojinetes. ¡Había girado e iba a precipitarse sobre Chase!

El inglés no podía huir ni esquivar el contenedor…

Soltó el larguero y se lanzó hacia atrás. Una ráfaga de viento le hizo perder el equilibrio.

La parte posterior de la puerta segaba su ángulo de visión como la hoja de un cuchillo. A la izquierda estaba el estrecho hueco entre el costado del contenedor del virus y la pared de la bodega; a la derecha, el cielo abierto y una muerte segura.

Se golpeó contra el marco de la puerta, empujado por el viento…

Y salió despedido hacia la izquierda.

Agarró una correa y se aferró a ella, cuando el contenedor suelto dio unos cuantos bandazos y cayó por la puerta. El tercer contenedor estaba justo detrás, como el vagón de un tren, pero el A380 dio una sacudida y provocó que se precipitara sobre Chase. Sin embargo, antes de aplastarlo chocó contra el contenedor del virus y se detuvo a menos de dos centímetros de la cara del inglés. Acto seguido, una ráfaga de viento acabó lanzándolo al vacío.

El viento helado lo golpeó de nuevo. Con los ojos entrecerrados, comprobó la situación en la bodega. Nina estaba aferrada al contenedor que había junto a la motocicleta. A través de la puerta, vio una línea oscura en el horizonte. La costa noruega.

Chase se dirigió a la esquina abollada del contenedor del virus. Cada paso que daba era como si le clavaran un pincho en el muslo. Siguió avanzando, agarrándose a las correas de los contenedores de estribor.

Cuando dejó atrás la puerta, el viento disminuyó un poco. Llegó hasta Nina y la Suzuki y gritó:

—¡Desata la moto y enciéndela!

—¿Y si no tiene gasolina? —preguntó ella.

—¡Entonces estamos jodidos! ¡Prepárala, tengo que regresar a la cabina!

—¿Para qué?

—¡Para desactivar el piloto automático! —Se apoyó en los contenedores y llegó cojeando a la sala de la tripulación. Los cuerpos de los dos guardas estaban a un costado debido a los bandazos que había dado el avión, y Kari estaba boca abajo, a los pies de la escalera. Vio su Wildey e intentó agacharse para cogerla, pero una punzada de dolor lo disuadió y decidió que la recuperaría en el camino de vuelta.

Entró en la cabina y miró el visualizador del piloto automático. Tal como se había imaginado, Kari había activado todos los sistemas de emergencia automáticos del avión. El A380 seguía una ruta para aterrizar en la pista principal de Ravnsfjord, guiándose mediante ciertas señales terrestres.

A pesar de que aún se encontraban a varios kilómetros de distancia, ya veía las luces de la pista de aterrizaje. El Airbus sobrevolaba el mar del Norte, pero la costa estaba cerca, y el aeropuerto estaba a solo cinco kilómetros tierra adentro. Comprobó los demás controles. El avión perdía velocidad, los motores empezaban a reducir la potencia a medida que los ordenadores hacían descender el aparato para llevar a cabo un aterrizaje lo más sencillo posible.

Chase miró por la ventana. Ahí estaba el fiordo, una negra hendidura en la costa. Una columna de humo oscuro indicaba el emplazamiento del laboratorio biológico…

Su objetivo.

Usó el vértice central del parabrisas como guía para establecer el curso del A380. En ese instante, se dirigía a las luces de la pista de aterrizaje. Tenía que virar unos cuantos grados a la derecha…

Miró el altímetro. Ocho mil pies y descendiendo. Tenía que bajar más. Mucho más.

Se inclinó sobre el piloto muerto, agarró la palanca de control con una mano mientras desactivaba el piloto automático con la otra.

Sonó un zumbido de advertencia, pero no hizo caso. En lugar de eso, inclinó suavemente la palanca hacia la izquierda y ladeó el avión. Las luces de la pista de aterrizaje se escoraron a la izquierda. Aguantó la palanca hasta que la columna de humo quedó justo enfrente, y luego la devolvió al centro. El A380 se balanceó antes de nivelarse.

De momento todo había salido bien. Ahora venía lo difícil.

Empujó la palanca hacia delante. El morro se hundió y el altímetro descendió a más velocidad. Iba a tener que calcularlo todo a ojo: si se pasaba de alto, lo estamparía contra la ladera rocosa del fiordo…

El avión descendió por debajo de los cuatro mil pies. La costa se aproximaba. Les quedaba poco tiempo.

Empujó un poco más la palanca para acelerar el descenso. Sonó otra alerta.

—Lo sé, lo sé —gruñó al panel de instrumentos. Tres mil pies. Miró el indicador de velocidad de vuelo. Algo menos de cien nudos.

Demasiado rápido, pero no podía hacer nada al respecto. Si reducía demasiado la velocidad, corrían el peligro de entrar en pérdida.

Dos mil pies. La costa se acercaba rápidamente. El avión aún apuntaba a las ruinas humeantes del laboratorio. Acercó la mano al panel del piloto automático y apretó repetidamente el botón de «cancelar», con la esperanza de que estuviera borrando todas las órdenes que había introducido Kari. Si el avión intentaba seguir el rumbo anterior y realizar un aterrizaje de emergencia en Ravnsfjord, todo se habría acabado.

Mil pies. Una sirena inundó la cabina, acompañada de una voz femenina sintética. «Atención. Alarma de proximidad a tierra. Atención. Alarma de proximidad…»— ¡Ya lo sé! —Seiscientos pies, quinientos…

Soltó la palanca. El horizonte artificial regresó lentamente a la posición central. Cuatrocientos, trescientos setenta…

Trescientos cincuenta. Nivelado. El lado sur del fiordo se encontraba a unos trescientos pies sobre el nivel del mar. Miró adelante. Si el A380 mantenía el curso y la altitud, pasaría justo por encima del fiordo y los restos del laboratorio y chocaría contra la montaña que se alzaba detrás.

Si había calculado bien la altura. Si no…

Activó el piloto automático sin apartar demasiado la mano de la palanca de control, por si acaso los ordenadores intentaban hacer ascender el avión, o redirigirlo a la pista de aterrizaje. Pero no fue así. Después de borrar todas las instrucciones, el piloto automático mantuvo el Airbus en rumbo y a una velocidad fija.

Se volvió y se agarró la pierna con una mano, sin hacer caso del dolor. Empezaba a notar que la sensación provocada por la pérdida de sangre acechaba su conciencia, mientras que la debilidad y los mareos lo rodeaban como una manada de chacales, a la espera de saltarle encima. No tenía mucho tiempo. Se dirigió cojeando a la sala de la tripulación…

Y se detuvo, horrorizado.

¡Kari había desaparecido!

Había un reguero de sangre que conducía hasta la puerta de la bodega.

Cogió la pistola con gran dolor y echó a caminar hacia la puerta, a trompicones.

—¡Nina!

Nina le había quitado todas las correas a la Suzuki, que se aguantaba en su propio pie. Las llaves estaban en una bolsa de plástico pegada al depósito de gasolina; Nina la abrió, sacó las llaves y el viento esparció los documentos que había en el interior.

Su experiencia con las motos era limitada, pero logró ponerla en marcha sin demasiados problemas. Sin embargo, el indicador de gasolina señalaba que el depósito estaba casi vacío. Le habían quitado el combustible para el viaje. Miró alrededor para ver si Chase ya había acabado en la cabina…

¡Y vio a Kari, que se dirigía hacia ella!

Se lanzó sobre Nina y ambas cayeron al suelo. La doctora intentó quitarse a Kari de encima, pero solo logró que le diera un codazo en la sien. Aturdida, alzó la vista.

Kari la agarró del cuello con ambas manos. La cara de la noruega estaba crispada por el dolor y la ira, enmarcada por una melena rubia alborotada por el viento.

—¡Zorra! —gritó, con los dientes manchados de sangre—. ¡Te lo he dado todo y me has traicionado!

Nina no podía respirar. Intentó apartarle las manos, pero parecían de acero, imposibles de mover. La hija de Frost apretó con más fuerza, le clavó los dedos en la tráquea. A Nina se le nubló la vista y empezó a oír un zumbido más fuerte incluso que el estruendo del viento.

En el otro extremo de la bodega, Chase vio que Kari estaba sobre Nina, estrangulándola, pero estaban demasiado cerca una de la otra para intentar disparar…

La inconsciencia empezaba a hacer mella en Nina, que sabía que el siguiente paso era la muerte. Lo único que podía ver era la cara enfurecida de la noruega. Hizo un último y débil intento por apartarle las manos…

Cuando tocó algo frío y duro con los dedos.

Algo afilado.

El colgante…

Reunió sus últimas fuerzas, agarró el artefacto de oricalco y le hizo un corte en la muñeca derecha.

Kari gritó. Se echó hacia atrás. La herida le sangraba a borbotones y miró a Nina, con incredulidad…

La doctora le dio un puñetazo en la cara. Kari cayó hacia atrás, y quedó aturdida en el suelo.

—¡Buen puñetazo! —gritó Chase mientras avanzaba cojeando hacia Nina.

—Se me ha ocurrido que debía intentar hacer las cosas a tu manera —dijo, entre jadeos.

—¡Móntate en la moto! —Por la puerta de carga vio la costa, que se alejaba tras ellos. El avión estaba a tres kilómetros del laboratorio biológico, y el A380 recorrería esa distancia en menos de un minuto.

Chase se montó en la Suzuki. Respiraba con dificultad a causa del dolor. Nina se subió detrás. Entonces se dio cuenta de que estaban a punto de cometer una locura. Apenas tenían posibilidades de sobrevivir…

Pero incluso una pequeña posibilidad era mejor que ninguna. Nina lo agarró por detrás.

—¡Vamos!

Kari se incorporó y vio lo que estaban a punto de hacer.

Chase dio todo el gas. La rueda trasera empezó a girar y el ruido del motor se convirtió en un chillido cuando la moto salió disparada del palé, hacia la puerta abierta.

Kari intentó agarrar a Nina, pero era demasiado tarde.

Cuando la Suzuki llegó a la puerta de carga, ya había alcanzado los ciento diez kilómetros por hora y seguía acelerando.

Chase giró el manillar y la moto saltó al vacío.

El hecho de saltar por la cola del avión había contrarrestado un poco su velocidad, pero no lo suficiente. Ahora sobrevolaban tierra firme, ¡y caían muy rápido!

Chase había calculado mal e iban a morir.

—¡Cierra los ojos! —gritó.

En ese instante, el acantilado del lado norte de Ravnsfjord pasó por debajo de ellos. ¡Iban a caer en el fiordo!

Chase miró hacia abajo. Se precipitaban hacia el agua a una velocidad aterradora…

—¡Salta!

Kari regresó a la cabina a trompicones. Sangraba profusamente por las diversas heridas. Si reactivaba el piloto automático, los ordenadores podrían lograr que el A380 realizara un aterrizaje de emergencia.

Pero en cuanto entró, se dio cuenta de que era demasiado tarde.

Vio pasar fugazmente su casa a la derecha. Debajo estaban las ruinas del laboratorio biológico, y justo enfrente se alzaba la ladera de la montaña y las caras ventanas del despacho de su padre…

Gritó.

Frost se quedó paralizado al ver que el avión sobrevolaba el fiordo y se dirigía hacia él. Recuperó la capacidad de movimiento, el impulso de huir venció a cualquier otro pensamiento, pero no tenía ni adonde ir, ni tiempo…

Chase se apoyó en la pierna sana para saltar de la motocicleta. Nina hizo lo mismo. Juntos cayeron al agua…

El Airbus se empotró contra la montaña a más de ciento sesenta kilómetros por hora.

Las quinientas toneladas de metal, compuestos y queroseno poseían una fuerza muy superior a la que la zona de contención reforzada podía soportar. Los cuatro motores gigantescos se desprendieron tras el impacto y atravesaron las paredes de hormigón y acero como si fueran bombas. Tras ellos, el combustible empezó a arder cuando las alas se desintegraron. Una oleada de fuego líquido barrió todo el complejo e incineró todo lo que halló a su paso.

El infierno alcanzó hasta el último rincón de la zona de contención. El laboratorio en el que se había desarrollado y almacenado el virus estalló y las llamas lo consumieron todo y por fin acabaron con la vida torturada de Jonathan Philby. Entonces la montaña se derrumbó para recuperar el espacio que le habían robado y selló el virus bajo millones de toneladas de rocas para siempre.

Chase sabía que al caer desde cierta altura, el agua se vuelve tan dura como el hormigón.

A menos que algo rompa la superficie antes.

La pesada motocicleta impactó en el mar y levantó una columna de agua. Al cabo de un instante, cayeron Nina y él.

Daba igual que algo hubiera roto antes la superficie, Chase se sintió como si se hubiera lanzado de un edificio. Un dolor insoportable recorrió todo su cuerpo cuando se le dobló la pierna herida. Además el agua estaba fría, casi helada.

Sintió una nueva punzada de dolor al chocar contra otra cosa. No era agua, sino algo sólido.

La moto…

Había impactado de costado y la resistencia del agua había frenado su descenso. ¡Y ahora, Chase había caído justo encima!

Más dolor, tan intenso que casi perdió el conocimiento.

Casi. A pesar del sufrimiento, logró centrarse en su objetivo: mantenerse con vida. Estaba bajo el agua. Tenía que nadar, alcanzar la superficie, respirar.

La pierna herida le dolía cada vez más y no podía moverla, mientras que la otra se le había quedado atrapada en la moto.

Se le había enganchado la ropa. Pataleó para intentar soltarse. Pero fue en vano. No podía apoyarse en nada. La motocicleta se hundía, como un ancla que lo arrastraba al fondo del fiordo.

El pánico empezó a apoderarse de él, a pesar de su vasta experiencia. Se revolvió frenéticamente, sin hacer caso del dolor, pero no logró soltarse.

¡Iba a ahogarse!

Después de todo por lo que había pasado, todo a lo que había sobrevivido, iba a acabar así…

Alguien lo agarró.

¡Nina!

Chase sintió sus manos en la pierna, tirando de los tejanos, que se desgarraron. La motocicleta se hundió en la fría oscuridad, mientras Nina nadaba con todas sus fuerzas y tiraba de él.

Llegaron a la superficie y Chase respiró hondo, inspirando el aire frío.

—¡Oh, Dios! —exclamó entre jadeos—. ¡Creía que me moría!

—Solo quería devolverte un favor —dijo Nina. Lo agarró por detrás y echó a nadar hacia la orilla más cercana del fiordo—. ¡Cielos, no puedo creer que lo hayamos logrado!

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