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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (53 page)

A la izquierda de Chase se oyeron más MP-7 cuando otro grupo de guardas salió del edificio de seguridad. Estaban mejor armados que sus difuntos colegas, y también tenían más lugares en los que ponerse a cubierto, tras las paredes a ambos lados de los escalones.

El segundo equipo de Starkman estaba a unos treinta metros de ellos, en un claro, y aún tenían que cruzar la carretera. Se habían dividido en dos grupos de tres, uno se había tirado al suelo para cubrir al otro mientras este se dirigía al edificio más cercano.

Las fuerzas de seguridad contraatacaron e intentaron alcanzar a los hombres que corrían antes de que pudieran ponerse a cubierto. Uno de los guardas asomó demasiado la cabeza por la pared y le estalló el cráneo al recibir los impactos de una ráfaga del 45. El hombre cayó, tras una cortina de sangre.

Pero los demás seguían disparando.

Uno de los hombres de Starkman cayó, con el pecho ensangrentado. Sus compañeros no se detuvieron hasta que alcanzaron el edificio y se pusieron a cubierto.

Los guardas dispararon entonces a los hombres que estaban tumbados en el suelo. Los terrones saltaban por el aire a causa de los impactos de bala. Chase vio una línea de polvo que avanzaba hacia un hombre, como una serpiente tras su presa, pero no tenía forma de advertirlo.

De pronto la tierra se tiñó de sangre.

Los guardas cambiaron de objetivo e intentaron abatir al otro hombre tumbado en el suelo…

Un par de granadas surcaron el aire, lanzadas con precisión por el equipo que se había puesto a cubierto en el edificio. Explotaron a la altura de la cabeza sobre las escaleras y arrasaron a los guardas con una lluvia letal de metralla. Todas las ventanas en un radio de diez metros estallaron tras la doble explosión.

—¡Puertas principales! —gritó Chase, que se precipitó hacia la entrada. Starkman y los demás lo siguieron, y se dispersaron para cubrirse unos a otros.

Chase alcanzó las puertas, se pegó a la pared a un lado y echó un vistazo al interior. La recepción en forma de herradura estaba desguarnecida ya que los guardas que trabajaban en ella yacían muertos a sus pies. No veía a nadie más, ni civiles, ni fuerzas de seguridad.

Starkman tomó posición al otro lado de las puertas. Chase entró en el vestíbulo, apoyado por otro de los hombres del estadounidense. Tras el mostrador estaba la entrada al pasillo central con el techo de cristal; a un lado había unas escaleras, que subían y bajaban.

Se abrió una puerta y Chase levantó el subfusil. Apareció una joven rubia, que se quedó helada de miedo al verlo.

—Hola —dijo Chase, que le hizo un gesto con la mano a Starkman para que no disparara—. ¿Habla inglés?

La mujer asintió, con los ojos abiertos de par en par.

—Muy bien. Salga del edificio. Va a haber tiros. Bueno, más bien habrá una explosión, pero bueno… —Vio una alarma antiincendios en una pared cercana—. ¿Hay alguien más ahí dentro?

La mujer asintió de nuevo, demasiado asustada para hablar.

—¡Bueno, pues dígales que salgan… y que corran cuanto puedan! —Con la culata de su UMP rompió el cristal de la alarma, que empezó a sonar. Chase se estremeció por todo aquel escándalo que les impediría oír claramente a los guardas que se acercaran, pero cuanto antes desalojaran a los civiles del edificio, mejor.

Porque dentro de cinco minutos, no iba a haber edificio.

Cruzó la puerta, sin dejar de apuntar a la gente que salía, por si alguno iba armado, y abrió de una patada la siguiente. Era una sala de seguridad y estaba vacía.

Pero sabía que había más guardas en alguna otra parte del edificio…

Starkman y los demás hombres de su grupo entraron en el vestíbulo mientras los civiles salían.

—¡Poned las cargas ahí!

Chase gritó para hacerse oír por encima del estruendo de la alarma y señaló la puerta por la que habían salido los empleados de Frost.

—¡Aseguraos de que todos los civiles hayan salido!

—¡Esto va a complicarse! —se quejó Starkman. La gente del piso superior bajaba por las escaleras—. Si hay guardas mezclados con los trabajadores…

—¡Pues apunta! ¿Es que no os acordáis los yanquis de cómo se hace eso? —Chase le lanzó una sonrisa sarcástica a Starkman antes de ponerse a cubierto tras el mostrador para observar la escalera y el pasillo central mientras los empleados del laboratorio cruzaban el vestíbulo. Científicos, técnicos…

¡Y guardas! Abriéndose paso entre la multitud, aparecieron varios MP-7…

Chase esperó que los civiles tuvieran el sentido común de agachar la cabeza. Hizo tres disparos al aire, a propósito, antes de agacharse. La gente gritó. Los MP-7 atronaron en el vestíbulo y acribillaron el caro mostrador de mármol de la recepción, que recibió el impacto de varias ráfagas de balas antiblindaje.

Se oyeron más disparos, el martillo más grave de los UMP cuando Starkman y sus hombres contraatacaron. Más gritos y cesaron los tiros. Chase asomó la cabeza y sintió alivio al ver que solo habían caído los guardas.

—¡Tenías razón! —gritó Starkman—. ¡Eso de apuntar funciona!

Chase sonrió y le hizo un gesto a la gente que estaba en la escalera para que se dirigiera hacia la puerta.

—¡Que salga todo el mundo! Jason, diles a tus hombres que pongan unas cuantas cargas más en las columnas de apoyo del aparcamiento. ¡Podemos derruir el edificio entero!

—¿Y tú qué harás? —preguntó Starkman.

Chase señaló el pasillo central con la cabeza.

—Frost debe de tener el virus en la zona de contención; ¡tenemos que derribar la parte del edificio que da a la ladera para asegurarnos de que no pueda salir nunca!

—Me parece una buena idea. Yo te cubro. Aristides, Lime, conmigo; ¡los demás, poned las cargas en el aparcamiento y luego salid!

Chase echó un vistazo al pasillo. Se acercaban más personas que intentaban huir del edificio.

—¡Vamos!

Echó a correr por el pasillo, seguido de Starkman y los demás. Los hombres y las mujeres que corrían en dirección contraria reaccionaron con miedo, como cabía esperar, al ver a cuatro hombres armados y con corazas que avanzaban hacia ellos, e intentaron apartarse de su camino, pegándose a las paredes.

—¡Salgan del edificio! —gritó Chase—. ¡Vamos!

—¡Tenemos compañía! —gritó Starkman, que señaló hacia delante. Chase vio dos hombres uniformados, agachados tras el puesto de seguridad, al fondo del pasillo, apuntando.

Se lanzó a un lado en el instante en que una ráfaga de balas cruzó el pasillo, y echó al suelo a un trabajador que se había quedado paralizado por el miedo y la indecisión.

—¡Mierda! —exclamó Chase. Los civiles seguían corriendo por el pasillo y no lo dejaban apuntar, aunque a los guardas no les preocupaban demasiado las bajas que pudieran causar entre los trabajadores.

A pocos metros de él una mujer recibió un disparo en el hombro que le causó una herida muy aparatosa y le manchó la cara de sangre mientras caía.

No había elección.

Levantó el UMP y disparó contra el puesto de seguridad, intentando no alcanzar a ninguno de los civiles aterrorizados. Los guardas se agacharon de inmediato.

—¡Cubridme! —gritó Chase. Un hombre intentó pasar junto a él, pero lo agarró y señaló a la mujer herida—. ¡Sáquela de aquí! —Aterrado, el hombre asintió y arrastró a la mujer por el pasillo.

Chase disparó otra ráfaga para entretener a los guardas, luego echó a correr por el pasillo pegado a una pared para que Starkman tuviera suficiente ángulo de disparo. Se lanzó sobre un hombre que estaba agachado junto a una puerta. Las pesadas puertas de la primera cámara estanca ya no quedaban muy lejos.

Los disparos que oía tras él pasaron de tres armas a dos, y luego a una, mientras los demás recargaban. Los hombres de Frost aprovecharían la oportunidad para asomarse y contraatacar. En ese preciso instante, uno de los hombres se puso en pie tras el mostrador, con el MP-7 listo…

Sin embargo, se empotró contra la pared envuelto en una cortina de sangre cuando Chase vació el cargador en él.

El inglés se tiró y ya había sacado el cargador gastado antes de tocar el suelo.

El segundo guarda se puso en pie.

Como mínimo necesitaba tres segundos para recargar…

El guarda lo vio y lo apuntó con su MP-7…

La cabeza le cayó hacia atrás cuando Starkman lo alcanzó en la frente con un único disparo de su UMP.

Chase se volvió y vio que los demás corrían hacia él. Recargó el subfusil y se puso en pie.

—Buen disparo.

—Sí, muy bueno —dijo otra voz.

Chase se dio la vuelta.

¡Frost!

Disparó a la figura que había al otro lado de las puertas al mismo tiempo que Starkman, ambos con sus UMP en modo automático, y descargaron una salvaje ráfaga contra el cristal.

Tink. Tink.

Las balas aplastadas cayeron al suelo, junto a la puerta. El blindaje de aluminio transparente no tenía ni un rasguño.

—¡Hijo de puta! —murmuró Starkman.

Frost dio un paso al frente. Su voz sonó por un altavoz que había sobre el lector de huellas dactilares.

—Señor Chase. Debo admitir que me sorprende verlo.

—Me debe ciertos atrasos —dijo Chase, que buscaba una forma de abrir la puerta. Quizá había alguna forma de abrirla desde el puesto de seguridad…

—No se moleste —dijo Frost—. Esta sección del laboratorio está sellada. No puede entrar de ninguna manera.

—Tal vez no podamos entrar, pero voy a asegurarme de que usted tampoco salga —replicó Starkman. Abrió uno de los paquetes que llevaba sujeto al cinturón y sacó el contenido—. CL-20. Un kilo. Vamos a sepultarlo bajo los escombros de este complejo, tal como intentó hacer con nosotros en el Tíbet.

Frost lanzó una sonrisa burlona.

—Les deseo suerte. —Les dio la espalda y se alejó.

—¡Frost! —gritó Chase—. ¿Dónde está Nina?

El noruego se detuvo y lo miró.

—La doctora Wilde se encuentra con mi hija. Kari me ha convencido de que la mantuviera con vida ya que espera convencerla y hacerla entrar en razón para que se una a nosotros antes de que liberemos el virus.

—¿Y cuándo ocurrirá eso?

—Depende de lo que tarde el avión en alcanzar los treinta mil pies. —Chase y Starkman se miraron, horrorizados—. Sí, la operación ya está en marcha. Llega tarde, señor Starkman. Qobras no logró detenerme y usted tampoco. Quizá deba reflexionar al respecto… antes de morir. Algo que sucederá indefectiblemente en las próximas veinticuatro horas. —Volvió a lanzarles una sonrisita petulante—. Adiós, caballeros. —Se volvió y desapareció tras unas puertas, que se cerraron con fuerza.

Starkman descargó otra ráfaga contra la puerta, que quedó intacta.

—¡Hijo de puta!

—Si hay algo que no soporto —dijo Chase— es a un cabrón listillo.

—¿Crees que mentía? Me refiero a lo del virus.

—Si el avión aún no ha despegado, aún tenemos una oportunidad. Si ya está volando, estamos jodidos, al igual que el resto del mundo. Sea como sea… —sacó su carga de CL-20— debemos cumplir con nuestro objetivo, y no dejar piedra sobre piedra de este puto lugar.

El Mercedes se detuvo bajo la inmensa ala del Airbus A380. El gigantesco avión de carga las esperaba en la pista de estacionamiento, frente al hangar, con los motores en marcha. Kari le dio un empujón a Nina para que subiera la escalerilla; los dos guardas las siguieron.

El A380 tenía tres pisos; en un modelo convencional, el piso central por el que entraron habría sido el inferior de los dos niveles destinados a los pasajeros, pero las tres cubiertas de la versión de carga se habían destinado para alojar contenedores. Entraron en la sala de la tripulación. Al fondo había una puerta que daba a la bodega. Nina echó un vistazo por ella. La cubierta, que no tenía ventanas, estaba llena en un tercio.

Sabía que en algún lugar entre los contenedores tenía que estar el virus, a la espera de que lo liberaran…

Kari la hizo subir por una escalera que conducía al piso superior. Nina esperaba encontrar otro inmenso espacio de carga, pero se sorprendió al entrar en una lujosa cabina.

—Mi padre instaló una oficina privada —le explicó Kari. Le quitó las esposas—. Siéntate, por favor.

Nina obedeció a regañadientes y miró alrededor. Había ventanillas a ambos lados de la cabina, y una puerta en la parte trasera que, a buen seguro, conducía a la bodega superior. Asimismo, también había un escritorio en forma de L con una pantalla de ordenador y dos teléfonos.

Kari se sentó frente a ella en un sofá de cuero. Los dos guardas se habían quedado en la sala del piso inferior. Nina se preguntó si podría abalanzarse sobre Kari y maniatarla para huir del avión antes de que despegara… pero desechó la idea de inmediato. No tenía la más mínima posibilidad de vencerla en una pelea.

—No sé qué crees que vas a lograr —dijo Nina—. Te equivocas si crees que voy a unirme alegremente a vuestros planes…

—No espero que cambies de opinión en un abrir y cerrar de ojos. Sé que es algo difícil de aceptar. Pero tienes que hacerlo porque va a suceder.

—¡Vives en un engaño! ¡No, estás loca! ¿De verdad crees que quiero tener algo que ver con vosotros?

Kari se ofendió.

—¡Por favor, no seas así, Nina! ¿No lo entiendes? Eres una de los nuestros. ¡Eres una verdadera atlante, lo mejor de la humanidad! ¡Mereces ser una de los gobernantes del mundo! —Se levantó y se dirigió hacia ella. Por un instante Nina creyó que iba a darle otro bofetón, pero se arrodilló ante ella—. ¡No quiero matarte, no quiero! Tan solo di que has cambiado de opinión, ¡ni tan siquiera tienes que decir la verdad! Cuando todo haya cambiado, sé que entonces nos entenderás, que verás que teníamos razón. Pero tienes que decirlo si quieres permanecer con vida.

—¿Me matarías a pesar de que soy una de las mejores, entre las mejores? —preguntó Nina con desdén.

—No puedo desobedecer a mi padre. No lo haré. —Intentó cogerle las manos, pero Nina las apartó—. Solo una palabra, es lo único que pido. ¡Miénteme! ¡Por favor, no me importa!

—Ni hablar —dijo Nina.

El zumbido de los motores aumentó. Las luces parpadearon, el A380 salió de su letargo y se puso en movimiento.

—Lanzaremos la primera descarga del virus unos quince minutos después del despegue —dijo Kari, que regresó al sofá—. Tienes tiempo hasta entonces para cambiar de opinión. Por favor, Nina. No me obligues a matarte.

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