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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (49 page)

—Porque es el bueno, Eddie —respondió Starkman. Su ojo relució a la luz de la linterna.

—Asesinar a gente inocente, volar cosas, hundir barcos… Sí, es todo un samaritano.

—Es por un bien mayor, créeme. Me conoces…

—Te conocía —lo interrumpió Chase—. Creía que te conocía. ¿Pero ahora? No tengo ni puta idea de qué coño te pasa por la cabeza.

—Deberías saber que no aceptaría un trabajo si no creyera en lo que hago. Eso ha sido así desde que te conocí, y no ha cambiado.

—De modo que crees en lo que haces —se vio obligado a admitir Chase. El tejano siempre había sido consecuente en ese aspecto, como mínimo—. Pero eso no significa que esté bien.

—Hay cosas de las que no estoy orgulloso, sin duda. Pero la alternativa es peor, y consiste en dejar que tu amiguito Frost se salga con la suya.

—Ya tengo lo que quiero, señor Starkman —terció Frost.

—¿Y por qué lo quieres? —preguntó Qobras, en tono desafiante—. Ya has encontrado el último emplazamiento de la Atlántida, y tienes una muestra de ADN atlante puro. ¿Pero con qué fin vas a usarlo?

Frost lo miró y esbozó una sonrisa.

—Estoy tentado de dejar que te vayas a la tumba sin contarte la verdad. Pero… —La sonrisa desapareció, y adoptó un semblante pétreo—. Vamos a reconstruir el mundo para que sea tal como debería ser, con una élite gobernante de atlantes de pura raza, que eliminará a la escoria de la humanidad.

La incredulidad de Qobras se convirtió en horror.

—Dios mío… estás más loco de lo que creía. Tu objetivo nunca fue conseguir una muestra de ADN puro para identificar a los demás que son como tú, ¡la querías para inmunizaros! ¡Estás utilizando tu laboratorio para crear un arma biológica!

—Un momento, ¿qué? —exclamó Chase, que miró a ambos hombres con preocupación—. ¿Un arma biológica? ¿Es eso cierto?

—No es de su incumbencia, señor Chase —replicó Frost, que no le quitaba los ojos de encima a Qobras—. Pero ahora, Giovanni, ahora que sabes la verdad, ahora que sabes que la Hermandad ha fracasado… todo se ha acabado.

Sacó la pistola y disparó.

Había mentido a Nina. Estaba cargada.

El estampido de la pistola resonó más allá de los edificios que los rodeaban, en el momento en que la cabeza de Qobras estalló y manchó de sangre a los hombres que había detrás. Philby gritó e intentó alejarse, hasta que uno de los guardas le dio una patada.

—¡Joder! —exclamó Chase, horrorizado.

—Levántalo —ordenó Frost a uno de sus hombres, y señaló a Philby. El profesor chilló, aterrorizado, cuando lo pusieron en pie—. ¡Cállese! —le espetó Frost—. Se viene con nosotros. Apártalo de los demás.

Se llevaron a Philby a un lado, mientras los demás guardas, que reaccionaron a un gesto con la cabeza de Schenk, levantaron los MP-7 y adoptaron posición de disparo.

—¡Un momento, alto, alto! —protestó Chase, que se interpuso entre Starkman y el guarda más cercano—. ¿Qué demonios piensa hacer? ¡No puede ejecutarlos!

—De hecho, señor Chase —respondió Frost—, sí que puedo. Es más, ahora que tengo lo que quería… —adoptó un semblante más pétreo que antes—, he decidido poner fin a nuestra relación contractual. —Dio una orden en noruego… y los guardas apuntaron a Chase.

—¿Qué cojones es esto, jefe? —preguntó, al mismo tiempo que levantaba las manos con cautela. Schenk le cogió la Wildey y le dio un empujón para que se pusiera entre los prisioneros.

—Esto es el final —dijo Frost, que miró a Schenk—. Pon en marcha de nuevo el temporizador.

—Solo quedan cinco minutos —le advirtió Schenk—. ¿Tendremos tiempo de abandonar la cueva?

—Lo tendremos, si corremos.

—Un momento —dijo Chase—, después de todo por lo que ha pasado para encontrar esto… ¿va a volarlo?

Frost se encogió de hombros.

—Ya no lo necesito. Estas muestras de ADN valen mucho más que cualquier tesoro antiguo. Pon en marcha el temporizador —le ordenó a Schenk de nuevo. El alemán asintió y se dirigió hacia el artefacto.

—Te lo dije —le murmuró Starkman a Chase.

—Entonces, ¿piensa dejarnos aquí con la bomba? —preguntó el inglés.

Frost dio un soplido de desdén.

—No, voy a matarlo para que no pueda detener el temporizador. ¡Listos!

Cada arma apuntó a su objetivo. Chase vio que las dos últimas lo apuntaban a él.

¡Mierda!

Necesitaba un plan, y rápido.

Pero no tenía arma, ni nadie que lo cubriera.

A menos que…

Retrocedió, como si se acobardara ante las armas, y chocó contra Starkman, que seguía arrodillado.

—¿Jason? Necesitamos un fogonazo de inspiración…

Starkman cambió de postura y levantó las manos, disimuladamente, por el costado de Chase.

Estiró el meñique y tiró de algo.

Frost tomó aire, a punto de dar la orden de fuego…

Starkman tiró una de las granadas de iluminación que llevaba Chase en el cinturón y se quedó con el pasador colgando del dedo. Ambos se taparon los oídos mientras el cilindro de metal oscuro rodaba por el suelo tras ellos…

El ruido metálico que hizo la granada al chocar contra el suelo llamó la atención de los hombres de Frost, que miraron involuntariamente…

Tras el fogonazo provocado por el polvo de aluminio y el perclorato potásico tuvo lugar una detonación ensordecedora, que aturdió a todos aquellos que la estaban mirando, como si les hubieran golpeado en la cabeza. Aunque la explosión fue mucho menor que la de una granada convencional, derribó a dos de los guardas más cercanos.

—¡Ya! —gritó Chase, que abrió los ojos.

Gracias a los años de entrenamiento y experiencia supo lo que tenía que hacer en una fracción de segundo. La granada pilló desprevenido a Frost y a los hombres que rodeaban a los prisioneros, cegados y desorientados momentáneamente. Pero los hombres de Frost que se encontraban más lejos, quedaron menos afectados. Y habían empezado a reaccionar.

Le dio un puñetazo al guarda que tenía más cerca, y sintió cómo le hundía la nariz. Tras él, Starkman se puso en pie y le asestó un golpe en la garganta a otro hombre.

Chase le arrebató el MP-7 al guarda al que acababa de noquear y descargó una ráfaga de disparos. La munición excepcional de 4,6 milímetros del MP-7 estaba concebida para penetrar corazas; en disparos a bocajarro atravesaba a todas sus víctimas.

Eliminó a cuatro hombres de Frost de golpe, que cayeron fulminados. De los agujeros de sus corazas empezaron a manar regueros de sangre. Los hombres que se encontraban más lejos se pusieron a cubierto ya que no podían contraatacar sin poner en peligro la vida de sus compañeros.

Tras él estalló otra racha de disparos cuando Starkman abrió fuego contra los guardas que estaban al otro lado del círculo. Cayeron tres hombres y se rompió el cordón.

Chase vio que un par de prisioneros había logrado taparse las orejas y estaba disparando a sus captores. Los demás estaban tan aturdidos como los hombres de Frost.

No podía hacer nada por ellos. Lo único que importaba en ese instante era la supervivencia individual.

Se dio la vuelta y vio que Frost se tambaleaba y se llevaba las manos a la cabeza. Si lo eliminaba, pondría fin a su plan de inmediato…

El joven rubio, Rucker, surgió de la nada y tiró a Frost al suelo mientras Chase levantaba el arma. El inglés disparó pero el cargador del MP-7 se quedó vacío tras dos disparos que impactaron en la espalda de Rucker. Las balas no habían alcanzado a Frost.

Y ahora que su jefe estaba en el suelo, los demás hombres podían abrir fuego…

Chase reparó en el templo de Poseidón, que se alzaba tras el mausoleo. Era el tercero que veía y los dos primeros tenían un interior idéntico.

Le hundió el codo en la cara a uno de los guardas que quedaban y echó a correr.

—¡Al templo! —gritó.

No tuvo tiempo para ver quién lo seguía, ni para preocuparse por ello. A un lado, cerca del muro de oro, Schenk se agachó junto a la bomba. Pero en ese instante Chase no podía hacer nada para evitar que volviera a poner en marcha el temporizador; ¡los guardas le estaban disparando!

Las balas pasaron silbando junto a él, mientras corría como un poseso hacia el templo de Poseidón.

Capítulo 26

Chase recorrió a toda prisa el muro que rodeaba el mausoleo y lo aprovechó para ponerse a cubierto, aunque solo fuera temporalmente. Los hombres de Frost no tardarían mucho en alcanzarlo.

Oyó pasos tras él. Lo seguían Starkman y dos de sus hombres.

La luz de la linterna que le colgaba del pecho se movía frenéticamente sobre la pared del templo. La entrada debía de estar enfrente…

De pronto oyó el ruido de las balas al impactar en el muro de oro. Alguien gritó y cayó al suelo.

No miró atrás. La entrada estaba justo delante, un recuadro oscuro en la pared. Starkman ya casi había alcanzado a Chase. Ese cabrón siempre había sido muy rápido…

La voz de Frost resonó sobre los disparos. Gritó a sus hombres:

—¡Matadlos! ¡Matadlos!

Otra ráfaga de MP-7, seguida de gritos. ¡Estaban fusilando a los prisioneros!

El rectángulo negro se hizo más grande, y la luz de la linterna le mostró el túnel que había en el interior del templo.

Una de las balas le pasó tan cerca que sintió la onda de calor, ¡pero ya estaba dentro!

—¡Esos cabrones! —exclamó Starkman tras él, entre jadeos—. ¡Han matado a mis hombres!

—¡Como si tú no hubieras hecho lo mismo con los suyos! —le espetó Chase. Estaban a punto de llegar a la primera esquina.

El túnel se tiñó de naranja con una luz estroboscópica que anunciaba la llegada de sus perseguidores. Los hombres de Frost abrieron fuego y el otro miembro del equipo de Starkman recibió todos los impactos. Chase vio cómo su sombra caía abatida frente a él.

La esquina…

Chase dobló la esquina, seguido de Starkman, mientras otra ráfaga de balas impactaba en la pared. Las esquirlas de piedra volaron en todas direcciones. Chase se tapó los ojos, sacó una granada de mano de la cincha y quitó el pasador, que hizo un ruido metálico.

Contó hasta tres en silencio, y lanzó la granada a los hombres de Frost.

¡Buuum!

Una lluvia de metralla se cernió sobre ellos como un enjambre de abejas, mientras Chase se tiraba al suelo y se llevaba a Starkman por delante. El estruendo de la explosión se desvaneció. No se oían pasos.

Starkman se incorporó y recuperó el MP-7.

—Gracias.

—No me las des aún —gruñó Chase—. Aún no he decidido si voy a dejar que sigas con vida.

—El arma la tengo yo —señaló Starkman.

—Y yo soy el único que sabe salir de este templo. ¡Vamos! —Chase se puso en pie y ayudó a Starkman—. ¡Tenemos cinco minutos antes de que este lugar se vaya a tomar por saco!

—¡La bomba está activada! —dijo Schenk—. ¡He desactivado los controles para que no haya forma de detenerla!

—¡Si quiere seguir con vida, empiece a correr! —le gritó Frost a Philby, mientras se dirigía hacia la entrada de la cueva. Philby dio un grito de miedo y lo siguió.

Recorrieron el túnel, doblaron varías esquinas… y llegaron a la sala donde se encontraba el reto de la fuerza. Hacía tiempo que se habían podrido las barras de madera que había sobre el banco de piedra, pero…

—Mierda —exclamó Chase, al ver las barras verticales de pinchos que, a pesar de estar corroídas, aún obstruían el pasillo, como en Brasil—. ¡Creía que se habrían oxidado por completo!

—¿Qué son? —preguntó Starkman.

—¡Una puta pesadilla! —Sacó la última granada y se acercó a la pared, junto al estrecho pasillo—. ¡Espera!

La granada rodó por el suelo de piedra y estalló en mitad del pasillo. La explosión hizo volar en pedazos las barras y desencadenó un aluvión de fragmentos metálicos.

Chase miró hacia el pasillo, donde solo quedaban unas cuantas barras intactas.

—¡Vamos! ¡A la de tres me sigues, tan rápido como puedas!

—¿Qué pasa si no lo hago?

—¡Que tendrán que recogerte con una espátula! ¡Uno, dos, tres!

Chase echó a correr, esquivando las barras que aún quedaban. Un paso en falso y podía clavarse uno de los pinchos, aunque en ese momento, el tétanos era la menor de las amenazas a las que debía hacer frente.

—Prepárate para…

¡Clunk!

La losa de piedra bajo su pie se movió.

Como mínimo, una parte del antiguo mecanismo aún estaba intacta. Los bloques del techo crujieron y empezaron a descender, entre una lluvia de polvo.

—¿Qué demonios es esto? —gritó Starkman.

—¡Una trampa! ¡Tenemos que llegar al final antes de que nos aplaste!

Se agachó para esquivar los restos de una barra que colgaba como una estalactita, y se quitó la linterna que llevaba en la coraza. Como no había nadie en el banco que pudiera frenarlo, el techo bajaba bastante más deprisa que en Brasil, pero él también podía moverse más rápido.

El final del pasillo estaba a pocos metros, pero las dos últimas barras aún estaban intactas, y el hueco entre ellas era tan estrecho que se habrían enganchado.

Le dio una patada con el tacón a la barra más próxima y la partió en dos. Pero la parte superior se desprendió del techo y le hizo un corte al caer.

No obstante, no había tiempo para el dolor porque el techo seguía descendiendo.

Salvó la última barra y buscó con la linterna la palanca o el dispositivo que debía tirar…

—¡Chase! —gritó Starkman tras él—. ¡Ayúdame!

Chase miró atrás. Starkman, que era más alto que él, se había visto obligado a agacharse, y la funda de la pistola se le había enganchado en una de las barras rotas.

Pero si Chase regresaba a echarle una mano, el techo los aplastaría a los dos al cabo de unos segundos.

—¡Eddie!

El inglés no le hizo caso y siguió buscando un hueco en la pared…

¡Ahí! Un agujero oscuro en la piedra.

Metió la mano en la abertura, con los dedos estirados.

No había nada, solo unas cuantas astillas de madera.

El techo siguió bajando y lo obligó a ponerse de rodillas. El último bloque no tardaría demasiado en llegar al agujero de la pared y aplastarle primero el brazo, y luego el cuerpo entero…

El mecanismo tenía que estar hecho de algo más resistente que madera ya que, de lo contrario, se habría podrido con el paso del tiempo.

Chase intentó meter el brazo más al fondo, clavando los dedos en la piedra.

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