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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (47 page)

—¿El último rey? —murmuró Philby—. ¿Qué les sucedió a sus sucesores? Aunque no tuviera herederos, siempre había alguien en la línea de sucesión al trono…

—Derne la linterna —le ordenó Nina a Starkman, y casi se la arrancó de las manos mientras se agachaba para leer las demás inscripciones.

—De nada —dijo él con sarcasmo. Nina no le hizo caso y se centró en las arcaicas letras.

—Se estaban extinguiendo —añadió y siguió leyendo—. Creyeron que podrían levantar un nuevo imperio desde aquí, gobernar las tierras alrededor del Himalaya y usar la cordillera como fortaleza natural. Pero se equivocaron.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Qobras.

—¿Qué le ocurre a todos los imperios? —contestó Nina—. Que crecen más allá de lo sostenible, los embarga la apatía y la decadencia. Y asumámoslo, no eligieron el granero del mundo para establecerse. Supongo que pensaron que podrían lograr que los pueblos que conquistaran les ofrecerían como tributo todo aquello que necesitaran para su subsistencia, pero no fue así.

Casi se echó a reír mientras seguía leyendo.

—¿Este lugar? ¿El último emplazamiento del gran imperio atlante? Lo abandonaron. Los monarcas que vemos aquí fueron el único motivo por el que se quedó alguien. En cuanto murieron, los demás se largaron y sellaron el lugar. De hecho, no me sorprendería que fueran los mismos súbditos los que los mataron para acelerar el proceso.

—¿Adonde fueron? —preguntó Starkman.

—Supongo que hicieron lo que su jefe siempre ha creído que hicieron, se introdujeron en otras sociedades. Salvo que… —Nina soltó una risa sardónica— esta vez no las conquistaron, sino que fueron asimilados del mismo modo en que ocurre en la actualidad, como inmigrantes, refugiados. Se incorporaron a la base de sus nuevas sociedades.

—No puede ser cierto —gruñó Qobras.

—Es una interpretación bastante fiel del texto —confirmó Philby—. Quienquiera que lo escribió, sabía que su sociedad estaba extinguiéndose y que la única forma de sobrevivir consistía en integrarse en las demás culturas de la región.

—Pues vaya con su teoría de la conspiración —dijo Nina, que no se molestó en ocultar su desdén—. Esa Hermandad suya se ha pasado miles de años luchando contra algo que ni tan siquiera existió.

—¡Existe! —exclamó Qobras—. Los atlantes jamás habrían aceptado subyugarse a un pueblo al que consideraran inferior. Así es como piensan, está en sus genes. Seguro que intentaron hacerse con el poder de nuevo; tal vez tardaron generaciones, pero estoy convencido de que intentaron recuperar el poder.

—¿Qué pruebas tiene? —gritó Nina, que se puso en pie e intentó golpearle con la linterna como si fuera una espada—. Kristian Frost está intentando hallar a los descendientes de los atlantes a partir del ADN, y quiere encontrar la Atlántida, la mayor leyenda de la historia de la humanidad… ¡pero eso no significa que quiera conquistar el mundo!

Qobras retrocedió y la deslumbró con su linterna.

—No sabe lo que Kristian Frost es capaz de hacer.

—¡No puede ser peor que usted!

Qobras entrecerró los ojos.

—No tiene ni idea…

La discusión fue interrumpida por la radio de Starkman.

—Ya han traído la bomba —anunció tras responder a la llamada.

—Diles que la preparen para la detonación de inmediato —le ordenó Qobras.

—Vámonos. —Todos se dirigieron hacia la entrada del templo, pero levantó una mano para detener a Nina.

—Usted no.

—¿Qué?

—Se queda aquí. Me parece el lugar más adecuado.

Las palabras de Qobras le oprimieron el pecho como si de una prensa se tratara.

—Un momento, no… ¿va a limitarse a dejarme aquí? ¿Va a dejarme aquí hasta que explote la puta bomba?

Starkman se llevó una mano a la pistola.

—Podríamos pegarle un tiro en la cabeza, si lo prefiere.

—No tendrá tiempo para sentir dolor —dijo Qobras—. Se desintegrará al instante.

—¡Vaya, eso me hace mucho más feliz! ¡Puede dejarme aquí!

—Adiós, doctora Wilde. —Qobras le lanzó una barra de luz a los pies y salió del templo. Los demás le siguieron. Philby tenía una expresión de dolor y pena, como si estuviera a punto de decir algo, pero se fue sin abrir la boca.

A Nina le entraron ganas de salir corriendo tras ellos, de liarse a puñetazos y patadas mientras escalaban el muro, de cortar las cuerdas y obligarlos a quedarse con ella… pero no fue capaz. Su cuerpo se negó a cooperar, admitió la derrota aunque su cabeza exigiera que siguiera luchando. Se dejó caer sobre el sarcófago del rey y resbaló hasta el suelo lleno de polvo.

Los hombres escalaron el muro y la dejaron sumida en la oscuridad.

¿Eso era todo? ¿Era así como iba a morir? ¿Atrapada en una tumba con el último gobernante de la Atlántida?

Respiró hondo, cogió la barra de luz, la partió y arrojó una luz verdosa. No sabía qué hacer, de modo que se volvió y contempló de nuevo el texto grabado en el ataúd.

De modo que así era como acababa la historia de la Atlántida. No eran las olas las que borraban de la faz de la tierra a una gran potencia, sino que esta desaparecía en la mundana ignominia, se extinguía por culpa de la decadencia y la corrupción, como todos los imperios de la historia.

En cierto sentido, era bueno que así fuera. La leyenda seguiría siendo eso, una historia asombrosa, el mayor misterio de la humanidad.

Sin embargo, eso no hacía que se sintiera mejor.

Nina oyó ruido al otro lado del muro, el traqueteo de los hombres de Qobras mientras abrían la caja y preparaban la bomba. Se preguntó cuánto tiempo le quedaba de vida. ¿Quince minutos? ¿Diez?

Oyó voces fuera. Alzó la cabeza. De pronto su tono había cambiado: confusión mezclada con preocupación.

Con la barra de luz en la mano, bajó los escalones a toda prisa hasta el muro y se esforzó para oír lo que decían. Qobras exigía respuestas y Starkman hablaba por radio.

Y no recibía ninguna respuesta.

Entonces Qobras dio una orden a gritos que la dejó helada.

—¡Activad el temporizador!

Ruidos de pasos que desaparecieron mientras avanzaban rápidamente por el camino hacia el túnel.

—Oh, mierda… —De repente las ansias de supervivencia se apoderaron de ella; recorrió el muro en busca de alguna salida.

No había ninguna. Era un círculo de metal, de oro y hierro, que rodeaba el templo.

El templo…

¡Quizá había algún pasillo secreto de huida como el del templo de Poseidón! Subió de nuevo los escalones y entró en el mausoleo con un leve atisbo de esperanza en el corazón.

Sin embargo, la alegría le duró poco. Las paredes interiores y el suelo parecían macizos, el único lugar posible en el que podía esconderse algo era dentro de los ataúdes, y no tardó en comprobar que le faltaba fuerza para abrir las pesadas tapas de piedra.

Pasaron varios minutos, sin que pudiera hacer nada, y el temporizador seguía con la cuenta atrás…

De pronto, se puso en pie de un salto al oír un ruido. No era la bomba, sino… ¡disparos!

El sonido lejano de armas automáticas. Lejano… pero cada vez menos.

¿Qué estaba sucediendo? Bajó los escalones y se puso a escuchar junto al muro. Oyó más disparos en la enorme sala y una explosión. ¿Una granada? Al cabo de unos instantes sonó otra explosión, que acalló de inmediato un grito.

Una luz roja inundó de repente la cueva. Bengalas. Regresó corriendo a lo alto de los escalones para intentar ver por encima del muro.

Un grupo de gente, Qobras y sus hombres, aunque eran menos que antes, corrían en dirección al muro y disparaban hacia otro grupo mucho mayor que se estaba desplegando entre ellos y los edificios de alrededor. Los recién llegados avanzaban entre fogonazos. Uno de los hombres que corría cayó.

Dispararon otras armas, unas detonaciones más fuertes seguidas de unas explosiones por delante de Qobras y su equipo. ¡Los atacantes estaban usando lanzagranadas! Los escombros volaron en todas direcciones. Nina se agachó.

Qobras había intentado llegar a la bomba. Pero los granaderos le habían cortado el paso.

Los atacantes tenían una potencia de fuego muy superior a la del grupo de la Hermandad. Entraron en combate más armas, nuevas notas que se unieron a la sinfonía de destrucción. Los fogonazos y el estruendo ensordecedor de las granadas de iluminación aturdieron a los hombres de Qobras. Las ametralladoras abrieron fuego y acribillaron las antiguas construcciones tras las que se habían escondido los hombres. Explotaron más granadas, seguidas de un gran estrépito causado por el derrumbamiento de uno de los edificios. Los gritos resonaron por toda la cueva.

Nina oyó la voz de Starkman entre el fragor de la batalla.

—¡Alto el fuego! ¡Alto el fuego! —Las armas se fueron callando poco a poco.

¡Se estaban rindiendo!

Nina oyó que los demás hombres se dirigían hacia el templo.

—¡Eh! —gritó y bajó corriendo los escalones, de dos en dos—. ¡Eh! ¡Estoy aquí! ¿Me oís? ¡Sacadme de aquí!

Más voces y luego, con un sonido metálico, vio un gancho que se aferró a la almena del muro y que tembló cuando alguien empezó a escalar.

De repente, tras la luz de una linterna, asomó una cara familiar. Un rostro medio calvo, con los dientes separados, que en ese momento le pareció lo más bonito que había visto jamás.

—Eh, Doc —dijo Chase, que le lanzó una sonrisa de alegría no disimulada—. ¿Me has echado de menos?

Capítulo 25

—¿Estás bien? —le preguntó mientras la ayudaba a bajar del muro.

—Estoy bien, gracias. Y me alegro de que tú también lo estés, ¡creía que habías muerto!

—Se necesita algo más que un barco hundido para matarme. —Su mirada de triunfo desapareció de inmediato.

—¿Qué pasa? —preguntó Nina, que se temió lo peor.

Chase tensó los músculos de la mandíbula antes de responder.

—Hugo no sobrevivió.

—Oh… —Le cogió la mano—. Oh, Dios, lo siento…

—Sí. —Permaneció en silencio un instante y luego negó con la cabeza—. Pero Kari está bien. Viene hacia aquí.

—¿Kari está aquí? —preguntó Nina, emocionada.

—Sí, le dije que esperara hasta que acabaran los tiros.

Observó la escena, iluminada por linternas y barras de luz. Los ocho supervivientes del grupo de Qobras —incluido el propio Qobras, Starkman y Philby— estaban arrodillados con las manos enlazadas detrás de la cabeza, rodeados por una docena de hombres vestidos con ropa de combate negra y corazas. Había diez hombres más, como mínimo, patrullando alrededor. No reconoció a ninguno de ellos.

—¿Quiénes son todos esos hombres?

—Miembros de la seguridad de Frost; trabajan para Schenk en Ravnsfjord. La mayoría provienen del ejército. No están al nivel del SAS pero son buenos. No he podido reunir a más en tan poco tiempo. No sabía cuánto tiempo teníamos, por lo que me imaginé que cuanto antes llegáramos, mejor.

—Tienes razón. —Señaló la bomba, un cilindro verde del tamaño y forma de un calentador de agua—. La habían activado.

—Lo sé. Hemos detenido el temporizador cuando aún le faltaban cinco minutos.

—¿Cinco minutos? —Nina se estremeció al pensar lo cerca que había estado de la muerte—. Espero que lo hayáis apagado.

—Está en pausa. Tranquila —añadió Chase, al ver la mirada de preocupación de Nina—, nadie va a toquetearlo y hacer que estalle.

—¿Cómo me encontraste?

Chase sonrió.

—Recibí tu postal, por así decirlo. Por suerte recordaba el nombre de la aldea. De lo contrario, estaríamos jodidos. El Tíbet es muy grande.

—¿Me encontraste tan rápidamente gracias a eso? —Nina era consciente de que la pista que le dio a Matthews era muy imprecisa, pero algo más concreto le habría valido una condena de muerte instantánea al capitán y quizá también a ella—. No tuve tiempo de decirle a nadie la información que contenía la última inscripción de la Atlántida, según la cual los atlantes remontaron el Ganges hasta el Himalaya, y hallaron la Cima Dorada.

—No fue necesario. El viejo de Kari usó sus influencias con el gobierno chino para que pudiéramos entrar en el país, y nos fuimos directamente a Xulaodang en helicóptero. Resulta que la gente de la aldea recordaba la última vez que unos occidentales estuvieron por aquí, en busca de una de sus leyendas. Kari logró que nos indicaran el lugar y aquí estamos. Nos dimos cuenta de que habíamos acertado cuando vimos los helicópteros de Qobras que, por cierto, han quedado reducidos a un millón de pedacitos. —Chase miró a los prisioneros, con el ceño fruncido—. Es una pena que ese cabrón no estuviera en uno de ellos. Habría sido una buena venganza por lo de Hugo.

—¿Qué vas a hacer con ellos?

—Ni idea. Supongo que lo dejaré en manos de Frost…

—¡Nina!

La doctora se dio la vuelta y vio a Kari, corriendo hacia ella, vestida de blanco y con la melena ondeando sobre el cuello de piel de su abrigo. Esquivó a los prisioneros, se abalanzó sobre Nina y la abrazó.

—¡Oh, Dios mío, estás viva, estás bien!

—¡Sí, estoy bien, estoy bien! —contestó Nina—. ¡Y me alegro de que tú también lo estés! Cuando Qobras hundió el
Evenor
, creí que no volvería a verte jamás.

—Pues casi no lo cuento. —Le dio un último achuchón y la soltó—. No lo habría logrado sin Eddie.

—¿Ya no es el «señor Chase»? —preguntó Nina, con picardía.

Kari sonrió, casi con timidez.

—Creo que la relación entre jefe y empleado cambia un poco cuando te salva la vida por sexta vez.

—Sí, me lo podéis agradecer más tarde con un trío. —Chase sonrió y Kari puso los ojos en blanco.

—Veo que algunas cosas no han cambiado —añadió Nina con ironía—. ¿Pero, Kari, puedes creerte esto? ¿Puedes creer lo que hemos encontrado?

—Lo que has encontrado —la corrigió Kari. Dio una orden en noruego a uno de los comandos vestidos de negro, que disparó una bengala que tiñó de rojo los edificios—. Una recreación de la ciudadela de la Atlántida, casi intacta…

Chase miró hacia las ruinas de uno de los edificios.

—Eh, sí. Siento lo del edificio.

Nina le dio una palmadita en el brazo.

—Teniendo en cuenta las circunstancias, te perdono.

—Y otra réplica del templo de Poseidón —añadió Kari—. Es increíble.

—No tan increíble como lo que hay aquí dentro —dijo Nina, que señaló el pequeño templo que se alzaba tras los muros de oro.

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