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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (24 page)

—Aunque no hubiera cocodrilos, no recomendaría bañarse. Es probable que haya pirañas y también está ese pequeño cabrón que se te mete por la polla si te pones a mear en el agua.

—No pensaba hacerlo.

—Ya lo sé, tienes demasiada clase, supongo. —Chase apagó la linterna y se tiró un estruendoso pedo—. Ah, ya estoy mucho mejor. Tenía ganas desde que nos hemos tomado el primer plato.

—¡Cielos! —exclamó Nina, con cara de asco.

—¡Es mejor que vaya a comprobar que no se ha escapado nada! —Le dio la linterna y regresó a la cabina principal.

Nina dio un resoplido.

—Cielos, ¿pero qué le pasa?

—Es su forma de ser —dijo Castille, apoyado en la barandilla.

—Pues preferiría que se comportara de otro modo. ¿Por qué tiene que ser tan… ordinario?

Para su sorpresa, Castille casi suspiró.

—Me temo que se trata de un mecanismo de defensa. Intenta no intimar mucho con sus clientes. Sobre todo cuando son… bueno… —Le hizo un gesto con la cabeza—. Mujeres atractivas. Pero no ha sido siempre así. Cuando lo conocí, en el SAS, siempre era… ¿Cómo se dice?

—¿Educado?

—Caballeroso.

—¿Entonces qué ocurrió? —preguntó Nina.

Castille puso cara de pena.

—No soy yo quien debería decirlo.

—¡Pues has empezado tú! ¿Qué pasó?

—Ah, no debería decir nada… Prométeme que no le dirás que te lo he contado. —Nina asintió—. En una ocasión… se enamoró de una mujer a la que debía proteger.

—¿Y qué sucedió? —Nina creía que ya lo sabía—. ¿Acaso… murió?

Castille dio un gruñido.

—¡Claro que no! Edward no es tan incompetente. No, se casó con ella.

—¿Ha estado casado? —No se le había pasado por la cabeza esa posibilidad.

—Sí, pero… no duró mucho. Eran muy diferentes y ella no lo trató bien. Y luego, ella, ah… —Miró hacia el camarote y bajó la voz—. Tuvo una aventura. Con… Jason Starkman.

—¡¿Qué?! —exclamó Nina—. ¿Me estás diciendo que es el mismo tipo que intentó…?

Castille asintió.

—Los tres trabajábamos en operaciones conjuntas de la OTAN. Jason era su amigo, seguramente su mejor amigo por entonces. Luego se esfumó y empezó a trabajar para Qobras, por un motivo incomprensible, y luego Edward se enteró de todo… No fue una buena época para él. Creía que lo habían traicionado todos aquellos en los que confiaba.

—Salvo tú.

—Ah, si Edward no confiaba en mí, ¿quién iba a evitar que se metiera en líos? —El ambiente de intimidad se acabó; estaba claro que Castille no pensaba regresar al tema.

Nina miró de nuevo hacia el río, esta vez consciente de que la estaban observando, y la idea le dio escalofríos. Tras acabar el vino, volvió a la seguridad del camarote.

Capítulo 12

El Nereida levó anclas poco después del amanecer y reemprendió su sinuosa travesía río arriba. Sin embargo el barco se deslizaba tan suavemente que Nina no se despertó hasta que el aroma del desayuno se coló en su lujoso camarote.

Después de lavarse y vestirse, subió al puente, donde Kari, Chase y Pérez examinaban una fotografía en el portátil. Julio gobernaba la embarcación por los meandros del río.

—Buenos días —dijo Chase.

—Hola. ¿Qué hacéis?

—Nos han enviado las últimas fotografías aéreas de la zona de búsqueda —dijo Kari, que volvió el portátil hacia Nina. En la pantalla los recodos del río parecían aún más pronunciados, como si fueran los garabatos de un niño. En algunos tramos, los cambios de dirección del Tefé eran tan bruscos que creaba una especie de islas circulares rodeadas por un foso natural—. Hay cuatro zonas que son el emplazamiento más probable de la ciudad, basándonos en el terreno.

Nina examinó la imagen. El verde intenso de la bóveda que cubría la selva era más irregular en la nueva fotografía de alta resolución y mostraba algunos atisbos del mundo ensombrecido que se escondía debajo. Aumentó la imagen de una de las cuatro secciones hasta que se pixeló. Apareció una mancha gris entre los árboles.

—¿Podrían ser… ruinas lo que se ve ahí?

—Es posible —respondió Chase—. O podría ser una roca. En esta selva podrías esconder un portaaviones bajo los árboles y no lo verías desde el aire. La única forma de comprobarlo es ponerse las botas y saltar al barro.

Kari abrió un mapa en la pantalla.

—El capitán Pérez cree que podremos llegar con el
Nereida
hasta un punto situado a cinco kilómetros de la zona de búsqueda antes de que el río sea demasiado estrecho para seguir navegando.

—Eso es mucho más cerca de lo que creíamos —comentó Nina mientras examinaba el mapa—. ¿Cuánto tardaremos en llegar hasta ahí?

Pérez miró el panel de control.

—En este momento navegamos a una velocidad de doce nudos, pero no creo que podamos mantenerla durante mucho más. Dentro de quince kilómetros enfilaremos un afluente con meandros mucho más cerrados y tendremos que aminorar. Pero ayer seguimos un buen ritmo, así que… Si el río no nos lo impide, podríamos alcanzar nuestro destino dentro de cuatro horas.

—Mucho antes de que anochezca —dijo Nina—. ¿Cuál es el plan cuando lleguemos allí?

—Eso depende de ti —respondió Kari.

—¿De mí?

—Es tu expedición.

Nina negó con la cabeza.

—¡Ni hablar, Kari, es tu expedición! Yo solo soy, no sé, una asesora.

Kari sonrió.

—¡Entonces asesórame! ¿Qué deberíamos hacer cuando lleguemos? ¿Esperamos a mañana para tener un día entero para iniciar la exploración…?

Chase aplaudió.

—¡Me parece una idea fantástica! Julio cocina hoy otra vez, ¿verdad?

—¿O cogemos la Zodiac y empezamos a buscar la ciudad en cuanto lleguemos?

Todas las miradas se posaron en Nina.

—Esto… bueno… ¿cogemos la Zodiac? —propuso al final.

—Joder, ya estamos —se quejó Chase, en broma.

—De acuerdo —dijo Kari—. En tal caso, es mejor que nos vayamos preparando. No quiero perder tiempo. —Cerró el portátil y abandonó el puente.

—Eres una adicta al trabajo —le dijo Chase a Nina cuando Kari se fue—. ¡Podríamos haber disfrutado de otra agradable noche en el barco si no tuvierais tanta prisa por encontrar ese lugar! Hace diez mil años que está ahí, y mañana seguirá en el mismo sitio.

—Oh, admítelo —replicó ella—. ¡Tienes tanta curiosidad como yo!

—Bueno, quizá sí. Pero —adoptó un tono más serio— tienes que prometerme una cosa.

—¿Qué?

—Si encontramos ese lugar, y creo que lo conseguiremos… Está claro que eres consciente de lo que haces…

—Gracias.

—Entonces, quiero que me prometas que mantendrás la calma, ¿de acuerdo?

—¿A qué te refieres?

—Me refiero a que no quiero que te vuelvas medio loca, que eches a correr y te caigas en un foso o que te dé por tocar una roca gigante que empiece a rodar y te aplaste, o algo por el estilo.

—Has visto muchas películas —se burló Nina—. Como has dicho, esa ciudad lleva ahí más de diez mil años. Aunque esté llena de trampas, lo cual es muy improbable, los mecanismos no funcionarían después de tanto tiempo. Todas las partes móviles se habrán podrido o roto.

—Ya sabes a lo que me refiero —dijo Chase, algo exasperado—. Tan solo quiero que no te hagas daño, ¿de acuerdo?

—Vale, vale, te lo prometo. Si veo una trampa con lanzas, no dejaré que «me dé la luz».

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo.

—Muy bien. —Chase sonrió—. Por cierto, es la peor imitación de Harrison Ford del mundo.

—Ah, pues ya me gustaría ver la tuya —replicó Nina—. Con tu acento cockney.

—¡Cockney! —Chase hizo una mueca de exagerada indignación—. ¡Y un cuerno! ¡No soy de Londres, soy de Yorkshire! Debería tirarte al río por lo que me has dicho. Hum… —La miró pensativamente.

—Ni te atrevas —replicó Nina, mientras se alejaba.

—¡Es hora del baño, Doc!

Nina chilló y huyó, perseguida por Chase, que soltó una carcajada de maníaco.

Los motores del
Nereida
se callaron tras un último rugido.

—Ya no podemos avanzar más —dijo Pérez.

Según el GPS, estaban solo a cinco kilómetros de la zona de búsqueda; un poco más cerca de lo que había predicho el capitán, pero había acertado en lo referente a la navegabilidad del río. No solo eran muy estrechos los meandros para que el Predator pudiera salvarlos, sino que las aguas turbias estaban cada vez más sucias y llenas de desechos. A pesar de los esfuerzos de Pérez, varios árboles que flotaban en el agua habían chocado contra el casco.

Nina observaba la selva por la ventana del puente. Tenía la sensación de que era igual a la que habían visto desde el inicio de la travesía… pero ahora las orillas estaban tan cerca que parecían más altas. Eran más amenazadoras, como si fueran de otro planeta.

—Nos quedan cinco horas hasta la puesta de sol —dijo Chase—. Suficiente tiempo para acostumbrarnos al terreno. Y quién sabe, a lo mejor tenemos suerte y encontramos la ciudad a la primera.

—Eso estaría bien —dijo Nina. Se había pasado casi todo el día recluida en el camarote con el aire acondicionado encendido; el ambiente de fuera le resultaba más húmedo y agobiante que nunca.

—¿Está preparada la Zodiac, señor Chase? —preguntó Kari.

—Todo listo. Solo falta el agua.

Todos regresaron a los camarotes para coger las mochilas y el resto de los pertrechos. Nina decidió llevarse lo imprescindible, productos básicos como agua, comida y repelente de insecto ya que entre Chase, Castille y Di Salvo llevarían todo el equipo de supervivencia necesario para el grupo. Pero antes de coger la mochila se detuvo y se quedó mirando el sextante atlante, que estaba sobre el escritorio. Acarició el colgante que llevaba en el cuello, ensimismada en sus pensamientos.

—Qué demonios —se dijo, cogió la barra de metal y la envolvió en la funda.

Kari llamó a la puerta, que estaba medio abierta.

—¿Puedo entrar?

—¡Hola! Claro.

—¿Lo vas a llevar? —preguntó Kari mientras Nina guardaba el artefacto en la mochila—. Creía que querías dejarlo en la caja fuerte.

—Esa era mi intención, pero… —Se encogió de hombros, en un gesto vacilante—. No lo sé, de pronto me ha parecido que tal vez podría sernos útil. Si tenemos suerte y encontramos algo, quizá pueda comparar algún texto con las inscripciones del artefacto, para asegurarnos de que estamos en el lugar adecuado.

—Creo que lo estamos. Estoy convencida.

De pronto oyeron un silbido.

—¡Eh! ¡Doc! ¿Estás lista? —preguntó Chase desde fuera—. ¡Mueve el culo!

—¡Ya voy! —Ambas mujeres intercambiaron una mirada de condescendencia. Nina se echó la mochila al hombro y salió del camarote. Chase las estaba esperando.

—¿No vas a pasar calor con esa cosa? —preguntó Nina, que le tiró de la manga de la chaqueta de cuero.

—Eh, si Indiana Jones la lleva… Además, solo sudo cuando me veo en jaleos.

—¿Y te pasa muy a menudo?

—¡Desde que te conocí, mucho más!

La Zodiac estaba cargada y Pérez y Julio la estaban bajando. El agua estaba llena de algas y hojas muertas, por lo que la barca apenas salpicó al caer al río. Chase removió la superficie con un palo y apartó la vegetación para ver el color del agua.

—El consejo del día —le dijo al resto del grupo—: no os lancéis al agua. Y ni se os ocurra bebería.

—Pero ¿qué problema hay? —preguntó Hamilton, que se había enfundado una camiseta de color rojo chillón que destacaba mucho en comparación con los tonos ocre de los demás—. ¡Es agua de lluvia, sin contaminantes humanos!

—Bueno, si quieres mete una pajita y pruébala, pero cuando te entre la cagalera, ya lo limpiarás tú.

Hamilton parecía confuso.

—Pero ¿por qué iba a pasarme eso? No te entiendo.

Chase negó con la cabeza y lanzó un suspiro.

Se subieron a la Zodiac. Chase se sentó en la proa, mientras que Castille manejaba el motor fueraborda. Nina y Kari tomaron asiento una frente a otra, tras el inglés, en los costados hinchados de la barca. Di Salvo, Hamilton y Philby se acomodaron tras ellas. No había asientos, pero los fardos que contenían las tiendas y el resto del equipo —Chase se había preparado para cualquier eventualidad— sirvieron de sustitutos.

Sin embargo, nadie se sentó sobre uno de los fardos. A pesar de que estaba cerrado, saltaba a la vista, por los bultos angulosos, que se trataba de armas.

—¡Muy bien —dijo Chase cuando todos se sentaron—, pasajeros a bordo del
Skylark
! —Le hizo un gesto a Julio, que soltó las amarras. Castille encendió el motor, que hizo un ruido áspero y borboteó. Pasaron lentamente junto a la embarcación madre, luego aceleró el motor e iniciaron la travesía río arriba.

—Joder —murmuró Chase—. Esto es como
Apocalypse Now
. —Ya se encontraban dentro de la zona de destino, buscando algún lugar en el que atracar, pero la densa niebla se lo estaba poniendo difícil. A pesar de que el río apenas medía seis metros de ancho, la niebla era tan espesa que a veces no veían ni los árboles.

La temperatura había bajado mucho. Nina creía que se alegraría al dejar atrás el calor sofocante y bochornoso, pero, sin embargo, se sentía intranquila. Incluso los gritos y chillidos de los pájaros y demás animales se habían ido apagando.

Al parecer Di Salvo y Chase sentían lo mismo; ambos escudriñaban las orillas y su postura sugería que estaban preparados para la acción.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Nina a Chase mientras la barca salvaba otro meandro.

—Creo que podríamos tener compañía. —Ni rastro de sus habituales bromas; estaba concentrado en su trabajo.

—Eddie —dijo Di Salvo, que señaló a la izquierda. Nina siguió la mirada de Chase, pero no vio nada.

—Sí, lo veo —contestó el inglés.

Lo único que veía Nina eran árboles.

—¿Qué?

Chase señaló el lugar.

—Una huella en el barro.

Nina no pudo distinguirla ni tan siquiera con su ayuda.

—Esto es fantástico —dijo Hamilton con su tono habitual, excesivamente alto, que le valió sendas miradas furiosas de Chase y Di Salvo—. ¡Esto es lo que deseaba! Seremos las primeras personas que encontraremos esta tribu, ¿verdad, Agnaldo?

—No, otros lo han hecho antes —replicó Di Salvo en voz baja y con un deje siniestro—. Lo que sucede es que no regresaron para contárselo a nadie.

—Hugo —murmuró Chase, que hizo el gesto de cortarse el cuello. Castille apagó el motor fueraborda de inmediato.

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