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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (20 page)

Hayyar observó con una mezcla de horror e incredulidad la hemorragia de ambos brazos. Luego bajó la mirada cuando el inglés le hizo girar…

Chase le lanzó un directo demoledor que dio en mitad de la cara aplastada y ensangrentada del traficante. Hayyar se tambaleó y cayó en la cabina justo después de que Chase le cogiera el asa de la mochila y se la arrancara.

El impacto hizo que el helicóptero se balanceara y crujiera de un modo inquietante.

Chase se volvió y echó a correr al ver que Castille se dirigía hacia las escaleras con Kari para ponerse a cubierto.

La primera lengua de fuego se arremolinó sobre el fuselaje del helicóptero cuando este cayó sobre uno de los costados. Las aspas del rotor, o lo que quedaba de ellas, se estrellaron contra el cemento y estallaron, y el par de torsión aplastó el morro contra el helipuerto. Los tanques empezaron a derramar combustible, que cayó sobre el motor en llamas…

Hayyar gritó, pero sus lamentos se extinguieron cuando el helicóptero explotó.

Castille y Kari se lanzaron por la puerta en forma de arco y fueron a parar al fondo de las escaleras. Chase, que los seguía a pocos metros, solo tuvo tiempo de echarse al suelo.

Hubo una breve lluvia de restos de la nave, pero el fuselaje contuvo la explosión. Las piezas más grandes cayeron cerca de él y algunos trozos pequeños de metal le golpearon en la espalda y las piernas, por lo que no pudo reprimir algún grito.

—¡Edward! —gritó Castille, que regresó corriendo junto a él.

—¡Mierda! —exclamó Chase, que se levantó como buenamente pudo y se agarró la pierna—. ¡Me siento como si me hubiera dado una coz un puto caballo!

Nina bajó corriendo las escaleras para comprobar el estado de Kari.

—¿Te encuentras bien?

—¡Sí, estoy bien! —respondió, con una mirada de gratitud. Y dirigiéndose a Chase—: ¿Ha recuperado el artefacto?

—¿Estás bien? —preguntó Nina al mismo tiempo. Ambas sonrieron y se abalanzaron sobre él.

—¿Lo ves? ¡Helicópteros! —dijo Castille, señalando con una mano los restos en llamas—. ¡En cinco minutos ha estado a punto de matarme dos veces! ¡Son unos aparatos del demonio!

—Hugo, cállate —le dijo Chase, cansado, mientras recogía su Wildey, cojeando.

—¿El artefacto? —preguntó Kari.

Le dio la mochila.

—Aquí está. Espero que valga la pena.

—Lo vale —dijo ella, que abrió la bolsa y sacó la barra metálica con sumo cuidado. Las llamas que se reflejaban en su superficie hacían que brillara incluso más—. Esto es —dijo y se lo entregó con gran respeto a Nina—, esto es el camino a la Atlántida.

Nina lo cogió y examinó los símbolos grabados en el metal. Le resultaban familiares y, al mismo tiempo, diferentes y misteriosos. Miró a Kari y dijo:

—No quiero ser una aguafiestas, pero antes de ir a buscar la Atlántida, os recuerdo que aún estamos atrapados en Irán.

—Yo no diría que estamos atrapados —dijo Chase—. Antes vi algo que podría sernos útil…

Los demás hombres de Hayyar estaban muertos o habían decidido que su supervivencia pesaba más que su lealtad a su difunto jefe, y huyeron. El grupo no encontró más resistencia cuando atravesó el patio principal, guiado por Chase.

En la esquina noreste había una serie de puertas grandes y el inglés las abrió.

—El servicio de taxis de Hayyar —exclamó y señaló con una mano las hileras de vehículos caros aparcados en el interior—. No es una colección tan buena como la suya, jefa, pero nos servirá. ¿Cuál prefiere?

—No creo que lleguemos muy lejos con un Ferrari —dijo Castille y señaló el modelo F355 amarillo que se encontraba junto a la puerta—, como mínimo teniendo en cuenta el estado de las carreteras de la zona. Y creo que sería un poco… llamativo.

—Un Hummer tampoco es que pase muy inadvertido —añadió Kari mientras examinaba con desdén un H3 de color verde brillante.

—¿Tienes alguna preferencia, Doc? —le preguntó Chase a Nina.

—Por favor, deja de llamarme así. Me da igual, con tal de que nos permita salir de aquí lo antes posible.

—Bueno, en tal caso —dijo y posó la mirada en un vehículo en concreto—, ya puestos podríamos hacerlo con estilo. Al fin y al cabo, quizá Hayyar tenía mejor gusto de lo que creíamos…

Al cabo de unos minutos, un Range Rover plateado descendía por la sinuosa carretera que bajaba de la fortaleza, y con el rugido de un motor V8 se dirigió hacia las montañas.

Capítulo 10

Francia

Irán ya quedaba muy lejos. Y gracias a Dios, pensó Nina, mientras miraba París desde el balcón del hotel. Tenía una vista fantástica de la ciudad desde la suite del ático. Monumentos como Nôtre-Dame y, más lejos, la torre Eiffel sobresalían iluminados en todo su esplendor y destacaban en el cielo nocturno y límpido como si los hubieran puesto allí para su deleite.

Pero no había tiempo para hacer turismo. Antes tenía que trabajar. Además, tenía la sensación de que no avanzaba.

Alguien llamó a la puerta.

—Adelante —dijo y se alejó del balcón. Entró Kari.

—¿Estás lista, Nina? —preguntó.

—No lo sé… —Lanzó una mirada de resentimiento al artefacto atlante, que estaba rodeado por sus notas bajo una lupa iluminada—. He hecho todo lo que he podido, pero no basta. Aún no he podido traducir algunos de los símbolos. ¿Por qué? ¿Ya me espera tu padre?

Kari asintió y sonrió.

—Pero tranquila. Eres una de las pocas personas de este mundo por la que está dispuesto a esperar.

—Bueno, es un honor, pero eso no hace que esté menos nerviosa.

—No tienes por qué estarlo. Eres la persona que está más cerca de encontrar la Atlántida desde los atenienses.

—¡Sí, y mira todo lo que me ha pasado, lo que nos ha pasado, para llegar hasta aquí! Creo que aún no me he quitado ese olor asqueroso del pelo. —No era de la cloaca de lo que guardaba un peor recuerdo, pero ni tan siquiera quería pensar en los demás.

Kari le olió el pelo.

—Hueles bien —le dijo—. Venga, vamos a contarle a mi padre lo que has averiguado.

Nina cogió el artefacto y Kari la acompañó a la habitación contigua, un salón que ocupaba el centro de la suite. Chase estaba cerca de la puerta, sin chaqueta y con la Wildey en la funda del hombro, a la vista. No vio a Castille, pero sospechaba que debía de estar fuera vigilando el pasillo.

—Hola, Doc —le dijo Chase alegremente. Señaló con la cabeza el portátil de última generación que había en la mesa—. Espero que te hayas maquillado, vas a salir por la tele.

—Oh, ¿vamos a tener una videoconferencia?

—A mi padre le gusta hablar cara a cara, aunque no pueda hacerlo en persona —dijo Kari—. Vamos, siéntate. ¿Quieres algo?

—No, gracias. —Aunque no le habría importado tomarse un trago para calmarse un poco.

Nina se sentó frente al portátil. Kari lo hizo a su lado y apretó una tecla. La pantalla cobró vida y mostró una imagen de Kristian Frost en su despacho.

—¡Doctora Wilde! ¡Me alegro de verla de nuevo!

—¡Y yo de que pueda verme! —dijo Nina—. Ha sido todo un poco más… bueno, violento de lo que esperaba.

—Eso me han dicho. ¿Tuvieron muchos problemas para salir de Irán?

—Ninguno grave —respondió Kari—. Gracias a los contactos que el señor Chase tenía en la zona pudimos regresar a Isfahán, y gracias a la influencia efe la Fundación con el gobierno pudimos abandonar el país sin que nos registraran.

—¿Y Hayyar?

—Muerto.

Frost asintió.

—Bien. Es una pena lo de los diez millones de dólares, pero es un pequeño precio que hemos tenido que pagar. —Adoptó una expresión impaciente—. Bueno, doctora Wilde. Cuénteme lo que ha averiguado.

Nina carraspeó.

—Me temo que, por desgracia, no he hallado una ruta directa que nos conduzca a la Atlántida. Pero, sin duda, se trata de un mapa. —Sujetó la barra de metal frente a la cámara del portátil—. La línea que recorre un costado representa un río; la palabra glozel no da lugar a equívocos. Y hay otras marcas que he podido traducir parcialmente. —Echó un vistazo a sus notas—. «Empezar desde la boca norte del río» no sé qué. «Siete, sur, oeste. Seguir el curso hasta la ciudad de», hmm, algo. «Ahí se encuentra…». Me temo que esto es todo lo que tengo de momento. Pero estas marcas que hay a ambos lados, creo que representan el número de afluentes que hay que pasar para alcanzar el destino. Cuatro a la izquierda y siete a la derecha.

Frost estaba muy intrigado.

—Supongo que las palabras que no puede traducir no son glozel.

—No. Parecen más jeroglíficos que letras, como si formaran parte de un sistema lingüístico diferente. Lo frustrante es que parecen familiares, pero no logro situarlas. Podrían ser una variante regional…

—Interesante. Kari, ¿puedes tomar fotos de las marcas y enviármelas, por favor? Quiero observarlas con detenimiento.

—Por supuesto,
far
. —Kari le cogió el artefacto a Nina y encendió un programa de fotografía con la cámara del portátil.

Chase se acercó a ellas.

—¿Quiénes son esos glozelianos, Doc? Estudié historia en el instituto, pero nunca había oído hablar de ellos.

Nina se rió.

—Es normal porque no existen.

El inglés la miró, confuso.

—¿Eh?

—El glozel es, por lo menos hasta el momento, la lengua escrita más antigua de la que se tiene conocimiento —le explicó ella—, una especie de antecesora de varias otras, incluidas la de Vinca-Tordos y la de Biblos. —La expresión de Chase no cambió—. ¡De las que, supongo, tampoco has oído hablar jamás!

—He dicho que estudié historia en el instituto, no que aprobara.

—Tiene el nombre de la ciudad donde se descubrió. Aquí en Francia, de hecho.

Kari acabó de hacer las fotografías, dejó el artefacto en la mesa, y se dirigió a Chase mientras le enviaba los archivos a su padre.

—Las tablas glozel fueron encontradas en una cueva bajo unas tierras de cultivo en 1924 por un hombre llamado Emile Fradin. Puesto que ofrecían indicios de que tenían un origen anterior a cualquier otra lengua conocida hasta entonces, las consideraron falsas; pero cuando las sometieron a nuevas pruebas de datación cincuenta años más tarde, resultó que eran, como mínimo, de diez mil años antes de Cristo.

Chase lanzó un silbido.

—Joder. Qué viejas.

—Hubo una civilización que usaba una lengua escrita compleja en Europa varios milenios antes incluso que los griegos —dijo Nina—, y se extendió lo suficiente como para influir en las lenguas de los fenicios, los griegos, los hebreos… incluso los romanos y los persas.

—Y esa civilización… —Chase observó el artefacto, la luz dorada reflejada iluminaba sus facciones en contrapicado—, ¿se cree que fue la Atlántida?

—Ella sí —dijo Kari—. Y yo también.

—En tal caso, yo también. —Le sonrió a Nina—. ¿Y cómo vamos a averiguar qué río tenemos que seguir?

—Ese es el problema —admitió Nina a regañadientes—. Que no lo sé. Esta figura de la inscripción principal —señaló el pequeño grupo de siete puntos— parece ser una especie de unidad de distancia. Las palabras que aparecen a continuación significan «sur» y «oeste».

Chase examinó el artefacto con mayor detenimiento.

—Entonces, ¿podría significar siete kilómetros al sudoeste de algún lado, o siete kilómetros al sur y luego hacia el oeste…?

—Exacto. El problema es que no sabemos qué unidades de medida utiliza o en referencia a qué, cuál es el «punto cero».

—La Atlántida, supongo. —Nina lo miró, impresionada—. Eh, que de vez en cuando me gusta usar el cerebro.

—Doctora Wilde —dijo Frost aún en videoconferencia; llamó la atención de los tres—, acabo de observar las marcas. No esperaba que mis conocimientos fueran más vastos que los suyos, y así ha sido. Yo tampoco los reconozco, pero —prosiguió, mientras Nina lo observaba, apesadumbrada—, organizaré un encuentro para que un experto en lenguas arcaicas examine el artefacto.

Nina puso una cara más larga aún.

—Ah, así que ya no me necesita…

Kari se rió.

—¡No seas tonta, Nina! ¡Eres la persona más importante de toda la misión! De hecho, sin ti ni tan siquiera habría misión.

—Kari tiene razón, doctora Wilde —dijo Frost, en tono alentador—. Es usted insustituible.

—¿De verdad? —preguntó con una sonrisa—. Vaya, es la primera vez que me lo dicen.

—Me juego cinco pavos a que adivino otras cosas que sí te han dicho —terció Chase, con una sonrisa de complicidad. Kari y Nina le lanzaron una mirada hostil.

—Nuestro experto podrá descifrar los demás caracteres cuando llegue a París —dijo Frost—. Entonces, cuando sepamos qué río debemos buscar, podremos prepararnos para iniciar la expedición.

—¿No sería más fácil enviarle por correo electrónico unas cuantas fotos? —preguntó Nina.

—Después de la última experiencia, no quiero que nadie vea el artefacto salvo en unas condiciones que podamos controlar por completo. Cuanta menos gente sepa de su existencia, mejor.

—Tiene razón.

Frost sonrió de oreja a oreja.

—No tiene por qué desanimarse, doctora Wilde. ¡Ha hecho un trabajo excelente! Creo que nunca habíamos estado tan cerca de encontrar la Atlántida. ¡Felicidades!

Aquel elogio le levantó el ánimo de inmediato.

—¡Gracias!

—Y puesto que, de momento, no puede hacer nada más, le sugiero que se tome un descanso y disfrute de París. Kari puede enseñarle la ciudad. Hablaremos de nuevo dentro de poco. Adiós. —La pantalla se apagó.

Kari miró la hora.

—Por desgracia ya es un poco tarde para enseñarte la ciudad. Quizá deberíamos irnos a la cama.

—¿De verdad? —preguntó Chase, frotándose los ojos de un modo exagerado. Kari lo fulminó con la mirada de nuevo—. Lo siento, jefa —dijo sin el menor atisbo de arrepentimiento tras su sonrisa.

—¿Has estado antes en París, Nina? —preguntó Kari.

—Sí, pero pocos días. Vine con mis padres; ellos tenían que asistir a un congreso arqueológico y yo solo tenía nueve años, por lo que no pude apreciar la ciudad.

Kari sonrió.

—En tal caso, mañana haremos algo que apreciarás.

Ese algo resultó ser arte, cocina… y compras.

Se pasaron la mañana en el Louvre. Chase hizo de guardaespaldas de Nina y Kari mientras Castille custodiaba el artefacto atlante en el hotel, antes de acudir al centro neurálgico parisino del consumismo.

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