Read En busca de la Atlántida Online

Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (16 page)

—No, y no me llames así.

—Como quieras, doctora Wilde.

—Mucho mejor.

—Ya sé que no estáis casados… pero haríais buena pareja —dijo Shala con una sonrisa, que dejó a ambos callados mientras Castille y Hafez estallaban en carcajadas.

Kari alzó la vista cuando llegó otro guarda, armado con una ametralladora MP-5.

—Hayyar quiere verlos.

El hombre barbudo le lanzó una sonrisa a Kari entre los barrotes.

—Si tiene suerte, quizá Hayyar la deje ir al lavabo. ¡Estoy convencido de que le encantaría echarle una mano con la ropa!

Ella no se dignó a responder y esperó, impasible, a que abrieran la puerta.

Shala detuvo la camioneta a un lado de la carretera.

—Ahí está —dijo y señaló la casa.

Chase estiró el cuello para verla.

—¡Vaya! No es lo que esperaba.

Nina miró hacia el mismo punto. En lo alto de un peñasco se alzaba un edificio de lo más extraño.

—Cielos, ¿quién diseñó eso? ¿Walt Disney?

—Fue construido por orden del sha —respondió Shala—. Era uno de sus palacios de verano, pero solo se alojó en él unas cuantas veces antes de la revolución. Luego los ulemas lo usaron como refugio, hasta que Hayyar se lo compró al gobierno.

—Parece de dibujos animados —añadió Nina. El edificio era una parodia de un palacio persa, y la parte más alta estaba abarrotada de alminares y cúpulas—. Supongo que el sha no tenía muy buen gusto.

—Pues yo iba a decir que me gustaba —comentó Chase—, pero ya no lo diré. —Escudriñó la fortaleza con los prismáticos—. ¿Cómo podemos llegar hasta ahí?

—Desde el exterior solo se puede mediante la carretera de acceso o en helicóptero —respondió Shala. Castille lanzó un gruñido al oír la última palabra.

—¿No ha y teleférico? —preguntó Chase.

—No.

—Qué pena. Siempre he querido recrear
El desafío de las águilas
.

—Supongo que la carretera de acceso está vigilada —preguntó Castille.

Shala asintió.

—Sí. Hay una verja abajo, varias cámaras de vigilancia a lo largo de la carretera, y otra verja arriba. Hace tiempo que espiamos a Hayyar; acostumbra a haber cuatro hombres de guardia. También tiene una valla electrificada.

Chase miró hacia las colinas de alrededor.

—Supongo que no podemos volar un cable de alta tensión y cortarles la electricidad, ¿no?

—¡Ya estás otra vez! Y no, la fortaleza tiene sus propios generadores.

—Lo imaginaba. —Bajó los prismáticos, pensativo—. Dijiste que desde fuera solo hay esas dos formas de entrar. ¿Hay otra forma desde dentro?

—Sí, la hay. —Shala miró hacia atrás—. Nina, ¿podrías pasarme la mochila azul? —Nina obedeció y la cogió de entre otros fardos que había en la parte trasera de la camioneta. Shala hurgó en el interior y sacó varios planos—. Mi padre los consiguió antes de la revolución. Tenía la intención de usarlos para entrar en la fortaleza y asesinar al sha, pero por desgracia la revolución se le adelantó.

Nina frunció el ceño, confundida.

—¿No se supone que la revolución fue para librarse del sha?

—Fueron revolucionarios distintos —dijo Chase, enigmáticamente.

—Decidió quedárselos en caso de que el ayatolá se alojara aquí, pero nunca lo hizo. Tal vez os sirvan de algo. —Tamborileó con los dedos en una esquina de los planos—. Hay una galería que conduce hasta el sótano de servicio de la fortaleza. La construyeron para tener acceso a las alcantarillas que van a dar al río.

Nina frunció la nariz.

—Puaj. ¿Lo echan todo directamente al río?

—Se están cagando en la gente, literalmente —dijo Chase—. ¿Podemos acceder a esta galería desde la alcantarilla?

—Sí, pero hay un problema…

Castille se dio una palmada en la frente.

—Ah, claro.

—La tubería de la alcantarilla —dijo Shala— es… bastante pequeña. Tú no cabrías, Eddie. Y me temo que tú tampoco, Hugo.

—No es necesario que te disculpes —contestó Castille—. ¿Arrastrarme por un conducto lleno de
merde
? Ya he pasado por eso… Y la camiseta me quedó hecha un asco.

—De modo que es demasiado pequeña para mí y para Hugo, ¿no? —dijo Chase—. Hafez no está en condiciones de intentarlo, y no podemos enviarte a ti y al bebé… —Lentamente esbozó una sonrisa maliciosa—. Doctora Wilde…

—¿Sí? —Nina tardó un instante en comprender por qué sonreía. Todos la miraban, expectantes—. ¡No!

Kari pudo comprobar que los pisos superiores de la fortaleza eran tan ostentosos y recargados como su exterior mientras los llevaban a ella y a Volgan a ver a Hayyar. El tráfico de antiguos tesoros persas había sido muy rentable y parecía que el iraní había invertido una buena parte de los beneficios en adornos de oro. A diferencia de su propia familia, en este caso riqueza no denotaba buen gusto.

El despacho de Hayyar era una estancia circular situada en la torre más alta. El eco de sus tacones en el suelo de mármol pulido resonaba en el espacio abierto. El traficante iraní estaba sentado a un enorme escritorio semicircular, que tenía el tablero de mármol y molduras de oro. Tras él había un televisor gigante de plasma colgado de la pared, y Kari reparó en la videocámara situada en la parte inferior de la pantalla.

—¡Señorita Frost! ¡Yuri! —exclamó Hayyar con un claro falso entusiasmo—. ¡Me alegro mucho de verlos!

—No me haga perder el tiempo, Hayyar —le espetó Kari—. Dígame lo que quiere.

Hayyar se hizo el ofendido.

—Muy bien. Estoy a punto de tener una videoconferencia con su padre y quería que estuviera presente para demostrarle… mis intenciones. Es un hombre muy ocupado, por cierto. Estaba empezando a ponerme impaciente.

—Tiene muchos asuntos entre manos.

—Mmm, no me cabe la menor duda. Me ha costado casi tanto ponerme en contacto con él como con su rival, el señor Qobras.

—¿Has hablado con Qobras? —preguntó Volgan.

—Aún no en persona, pero lo haré dentro de poco. Al fin y al cabo, tratándose de algo tan importante como esto… —estiró el brazo y cogió el artefacto atlante del lecho de terciopelo sobre el escritorio. Los reflejos centelleantes que desprendía iluminaron la cara del iraní—, sabía que querría hablar conmigo.

—Sea cual sea la cantidad que le ofrezca Qobras, mi padre le pagará más —dijo Kari.

—No me cabe la menor duda, pero me temo que el objeto y Yuri no se venden por separado. Y, al parecer, Qobras tiene muchas ganas de verlo.

—Por favor, señorita Frost —le suplicó Volgan—, tiene que ayudarme. ¡Qobras me matará! —Miró con ojos desorbitados el artefacto que reposaba en las manos de Hayyar—. ¡Puedo decirle más cosas sobre el objeto y sobre Qobras! He trabajado para él durante doce años, conozco sus secretos…

Hayyar chasqueó los dedos y uno de los guardas le asestó un culatazo a Volgan con su arma. Con las manos aún esposadas a la espalda, el ruso cayó como un saco de patatas sobre el escritorio de mármol.

—Basta —ordenó Hayyar. Un sonido de aviso del ordenador captó su atención y sonrió—. Señorita Frost, me está llamando su padre. ¿Le importaría ponerse ante la cámara? —Su guarda le dio un empujón—. Gracias. Y sacad a este de aquí en medio. —El otro tipo se llevó a Volgan a rastras por el suelo.

Hayyar apretó una tecla del ordenador y se dio la vuelta en la silla de cuero rojo para ponerse de cara a la pantalla gigante, en la que apareció la imagen de Kristian Frost en su oficina de Ravnsijord. Frost miró hacia un lado, hacia su pantalla.

—¡Kari!

—Señor Frost —dijo Hayyar antes de que ella pudiera responder—. Me alegro muchísimo de que, por fin, se haya puesto en contacto conmigo. Creía que la vida de su hija sería algo más importante que su agenda de negocios. —Soltó una risa engreída.

Frost lo miró con absoluto desprecio.

—¿Estás bien, Kari? ¿Te ha maltratado ese… hombre?

—Estoy bien, de momento —respondió ella.

—¿Y el artefacto? ¿Y la doctora Wilde?

—La doctora ha sido detenida por el ejército iraní y será juzgarla por tráfico de antigüedades —terció Hayyar—, y seguramente por complicidad en el asesinato de varios soldados. En cuanto al artefacto… ya no es un asunto de su incumbencia.

—¿Cuánto quiere, Hayyar?

El iraní se reclinó en la silla.

—Va directo al grano. Muy bien. Por devolverle a su hija sana y salva quiero diez millones de dólares.

—¿Además de los diez millones que le di por el artefacto? —gruñó Frost.

—Para acelerar los trámites, incluso puede transferirlos a la misma cuenta —dijo Hayyar con aires de suficiencia.

—¿Y el artefacto?

—Tal como le he dicho, ya no está en venta.

—¿Ni tan siquiera por diez millones más?

Se hizo una larga pausa antes de que Hayyar respondiera; la avaricia del traficante amenazaba con dar al traste con sus planes.

—No, ni por esa cantidad —dijo al final, muy a su pesar.

—Quince millones.

Hayyar parpadeó. Se volvió para mirar a Kari.

—¿Aprecia más… este pedazo de metal que a su propia hija?

—Yo habría ofrecido veinte —dijo ella.

En la gran pantalla, el rostro de Frost reflejó una breve mirada de satisfacción antes de recuperar su expresión pétrea.

—Pues que sean veinte millones.

Hayyar estaba anonadado; miró con incredulidad a padre e hija, antes de volver a dirigirse a la cámara.

—¡No! ¡El artefacto no está en venta para usted a ningún precio! Diez millones de dólares por su hija es el único trato que le ofrezco. Tiene que llamarme dentro de una hora para confirmar la transferencia. ¡Una hora! —Se volvió de nuevo y apretó con ira una tecla del ordenador antes de que Frost pudiera abrir la boca.

—Hayyar —dijo Kari con un tono de falsa admiración—, ¡estoy impresionada! Hay pocos hombres capaces de plantarle cara a mi padre de ese modo. Sobre todo para rechazar veinte millones de dólares.

El iraní se levantó y se acercó a la joven.

—¡Veinte millones! —exclamó, antes de carraspear—. ¡Veinte millones de dólares! —repitió—. ¿Por esta… esta cosa? —Señaló el artefacto—. ¿Qué tiene? ¿Por qué es tan importante?

Kari le lanzó una mirada teñida de asombro.

—Es la clave del pasado… y del futuro. —Entonces ladeó la cabeza y lo miró con picardía—. Podrías formar parte de esto, Failak. Véndenoslo y te prometo que mi padre no tomará represalias. Y yo…

—¿Tú qué? —preguntó Hayyar, atrapado entre el recelo y la curiosidad.

—Te perdonaré por completo. Y quizá incluso más que eso. Como te he dicho, hay pocos hombres que tengan el valor de enfrentarse a mi padre. —Cambió de postura, balanceó las calleras y los hombros bajo el abrigo—. Me has impresionado mucho.

La curiosidad pudo más.

—¿De verdad? —Se relamió los labios mientras la miraba fijamente—. Entonces tal vez podríamos…

—Señor —lo interrumpió el guarda de Kari, el mismo que la había desdeñado en las celdas—, Qobras llamará dentro de poco, tiene que prepararse.

Hayyar lo fulminó con la mirada.

—Tienes razón. Sí. —Respiró hondo y se puso de espaldas a Kari—. Espera con ella allí hasta que vuelva a llamar su padre. Tú —añadió y chasqueó los dedos para avisar al otro guarda—, trae a Yuri aquí.

—Buen intento, zorra —le susurró el guarda a Kari. Ella suspiró. Había valido la pena intentarlo.

Sin embargo, el hecho de que el iraní hubiera rechazado veinte millones de dólares le llevó a preguntarse: ¿cuánto le ofrecía Qobras?

—Tengo un aspecto ridículo —se quejó Nina.

Dejaron a Hafez en la camioneta, que sintió un gran alivio por no tener que moverse y una gran frustración por no poder ayudar, y Shala condujo a los demás hasta un pequeño río que discurría junto al peñasco. La otra orilla se alzaba abruptamente unos nueve metros, y la cima estaba protegida por una verja electrificada que rodeaba toda la fortaleza.

Aunque la corriente era bastante fuerte, el río no era muy profundo, de modo que podían vadearlo. Shala se quitó los zapatos, se cogió el abrigo y Chase y Castille la ayudaron a cruzar; el agua estaba helada pero ni tan siquiera se molestaron en quitarse las botas. Nina, sin embargo, se sintió muy estúpida corriendo con un traje de neopreno.

—No lo sé —le dijo Chase, mientras ayudaba a Shala a sentarse—, creo que tienes muy buen aspecto. Pero claro, siempre me han gustado las mujeres con ropa ajustada.

—Cállate. —El traje de una pieza que había llevado Shala era más adecuado para lucir palmito surfeando que para infiltrarse en una fortaleza: era negro y tenía una franja rosa que iba del cuello hasta el pubis y subía de nuevo por la espalda, con unas rayas igualmente chillonas. El traje parecía nuevo, pero las zapatillas demasiado ajustadas y mugrientas ya eran otro cantar—. ¿Estás seguro de que ninguno de los dos cabe en la tubería?

—Compruébalo tú misma —le dijo Shala. El desagüe, del que caía un hilo de agua, estaba a unos treinta centímetros del suelo. Las esperanzas de Nina de convencer al larguirucho de Castille para que lo intentara en su lugar se fueron al traste cuando vio lo grueso que era el metal. La parte interior apenas debía de medir cuarenta y cinco centímetros de diámetro; demasiado pequeña para el belga, y dudaba que Chase pudiese meter siquiera la cabeza y un hombro.

En realidad, no estaba convencida ni de que fuera a caber ella.

—Sí que cabrás —dijo Chase, como si le hubiera leído el pensamiento—. Quizá el trasero pase justo, pero… —¡Eh!

—Solo bromeaba. —Sonrió y abrió la mochila que habían traído de la camioneta—. Aquí tienes tu equipo. Linterna y un
walkie-talkie
con auriculares; no es que sea Bluetooth, pero podrá avisarnos cuando haya desconectado la corriente de la verja. Pistola…

—Nunca he usado una pistola —dijo Nina cuando Chase sacó una pequeña automática de una funda de lona con cinturón.

—¿Ah, no? Creía que los yanquis aprendían a disparar antes que a caminar. Date la vuelta.

—No estoy muy convencida… —dijo Nina mientras Chase le ataba el cinturón, de modo que la pistola quedaba en la zona lumbar de la espalda.

—Tan solo una precaución; no deberías encontrarte con nadie. —Le enganchó el
walkie-talkie
al cinturón, le dio la vuelta, le ajustó el auricular y le guiñó un ojo—. Pero si aparece algún iraní, piensa en Lara Croft. ¡Bang bang! —Se fijó en el cuello, en el colgante—. ¿Quieres que guarde eso?

Other books

Affinity by Sarah Waters
Neanderthal Man by Pbo, Svante
The Missing Person by Doris Grumbach
Red Templar by Paul Christopher
Dead Hunt by Kenn Crawford
Las Hermanas Penderwick by Jeanne Birdsall
Bitten By Deceit by Madison, Shawntelle


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024