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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (18 page)

—¡Quince millones! ¡Le pagaré lo que quiera! ¡Pero solo si mata a Kari Frost ahora mismo!

Capítulo 9

Nina no apartaba la vista del ordenador, horrorizada. Fuera quien fuese el otro hombre, no bromeaba sobre Kari. Y por lo que había visto de Hayyar, su codicia no tardaría en hacerlo sucumbir y aceptar aquel dinero manchado de sangre. Y ella no podía hacer nada por evitarlo. A menos que…

—Dos guardas en la puerta de abajo —dijo Castille mientras Chase y él subían por la cuesta.

—Los veo —contestó Chase—. Tardarán unos cuantos minutos en llegar hasta aquí. De momento, que les den. ¿Y los de arriba?

—Deben de estar al otro lado de la verja. ¿Cuál es la mejor táctica? ¿Algo sutil? Chase levantó el Uzi. —Me gusta la sutileza.

Hayyar no sabía qué hacer; miró a todos los presentes, incluso a Kari, como si esperara consejo.

—¿Quince millones? —preguntó al final—. ¿Por qué? ¿Por qué es tan importante que ella muera?

—¡Veinte millones! —gritó Qobras—. ¡Veinte millones por matarla ahora! No pregunte más, tan solo…

La pantalla se apagó.

La oficina de Hayyar se quedó a oscuras, las luces, el ordenador, todo se apagó. La única luz provenía de las estrechas ventanas con cristales tintados.

El apagón cogió a Hayyar y a sus guardas desprevenidos, y se quedaron desconcertados y perplejos.

Kari se movió…

Nina había visto los interruptores grandes y rojos que había en la parte inferior de los paneles de control cuando conectó la verja. No necesitaba un gran dominio del árabe o poseer grandes conocimientos sobre electricidad para intuir su función.

Los apretó todos. Y se hizo la oscuridad.

Encendió la linterna y salió de la sala ya que, tarde o temprano, alguien investigaría lo sucedido. Mientras corría por el pasillo, le dio la vuelta al cinturón para tener la pistola al alcance de la mano.

La puerta principal era un arco que atravesaba el muro sur. Chase usó el espejo de acero para ver lo que había a la vuelta de la esquina.

—Hay dos tipos en una garita, al fondo, a la izquierda —le dijo a Castille—, a unos cuatro metros y medio. No parece que estén muy alerta.

Castille cogió el rifle.

—¿Aún quieres que seamos sutiles?

Chase asintió, mientras observaba la puerta por el espejo.

—Vamos…

Las luces de la garita se apagaron, al igual que los monitores del circuito cerrado de televisión. Los guardas reaccionaron con confusión.

—¡Me cago en la puta! —exclamó Chase—. ¡Ha desconectado todos los generadores! —Las voces de los guardas resonaron en el pasillo; uno de ellos hablaba por el
walkie-talkie
.

Castille hizo una mueca.

—Se acabaron las sutilezas.

—¿Luchar hasta el final?

—Luchar hasta el final.

Ambos asintieron y echaron a correr por el pasillo al amparo del rugido atronador de los disparos, mientras arrasaban con la garita y los guardas.

Kari se dio la vuelta con la gracia natural de una bailarina, pivotando sobre un pie, y se agachó. Al mismo tiempo, con la otra pierna le dio una patada en el tobillo al guarda, desde detrás. El hombre cayó y se dio un fuerte golpe en la cabeza contra el mármol.

Kari se levantó de un salto y levantó las rodillas en el aire para pasar las manos esposadas por debajo de los pies.

Tras golpear el suelo con los tacones, levantó las manos por delante. En algún lugar, fuera, oyó los disparos de armas automáticas.

Chase.

A pesar de la tenue luz, vio que Hayyar aún se encontraba sentado al escritorio, de cara a la pantalla de plasma apagada. El otro guarda manoseaba su MP-5.

El hombre que estaba a sus pies tenía una pistola, pero aún la llevaba en la funda. La puerta estaba muy lejos.

Lo que significaba…

Se subió de un salto al escritorio de Hayyar y se deslizó por el brillante tablero mientras el iraní se volvía. Le dio una patada con ambos pies en la cara y siguió deslizándose hasta que acabó sentada en su regazo. La silla giró a causa del impacto y el respaldo alto los dejó fuera del campo de visión del guarda por un instante.

Kari aprovechó ese momento para arrebatarle el revólver a Hayyar.

Tan solo necesitó un único disparo para darle en la frente al guarda, que cayó al instante, muerto.

El otro guarda empezaba a recuperarse y sacó la pistola mientras se volvía hacia ella.

Kari saltó de nuevo y usó a Hayyar como trampolín humano para impulsarse en el aire. La silla y su ocupante cayeron con estrépito. Ella hizo un salto mortal perfecto justo en el instante en que una bala atravesaba la pared que tenía detrás.

Todavía estaba en el aire, boca abajo, cuando apretó el gatillo. La bala explotó en el pecho del guarda, que empezó a desangrarse cuando Kari tocó el suelo.

Aterrizó con ambos pies junto al escritorio, el abrigo ondeando como si fuera una capa. Lanzó una mirada fría al cadáver de su guarda.

—Tenías razón sobre las artes marciales.

Oyó un ruido tras ella y se volvió. Hayyar se había arrastrado desde la silla hasta la pared, bajo la pantalla de plasma. Mientras alzaba el garfio hasta el zócalo, le dedicó una sonrisa retorcida de triunfo con los labios ensangrentados, y, de pronto, el suelo cedió y se lo tragó. Antes de que ella pudiera reaccionar, la trampilla se cerró de nuevo; tan solo una finísima juntura del mármol revelaba la existencia de aquel dispositivo.

Se precipitó hacia el lugar, y apretó el zócalo con insistencia, pero aunque este se movió, no ocurrió nada. La trampilla tenía algún tipo de cierre retardado para impedir que alguien pudiera seguir a aquel que la usara.

¡El artefacto!

Kari buscó desesperadamente la pieza de oricalco por todo el escritorio.

¡Había desaparecido!

Seguro que se lo había llevado por delante cuando se deslizó sobre la mesa y había caído en el regazo del iraní. ¡Y ahora había utilizado el pasillo secreto del sha para huir con él!

Tras soltar una palabrota en noruego, Kari guardó el revólver en un bolsillo, cogió el MP-5 del guarda muerto, y salió de la sala.

El tobogán trasladó a Hayyar a una pequeña habitación, dos pisos más abajo. Al igual que el resto de la fortaleza, estaba a oscuras, pero cuando se calmó, enseguida recuperó la orientación. Había provisto con sumo cuidado la habitación con todo lo que podría necesitar en caso de emergencia.

Aunque en realidad, pensó mientras buscaba la potente linterna que sabía que estaba ahí, nunca había creído que fuera a utilizarla. ¡Sobre todo para escapar de alguien que, tan solo unos segundos antes, había sido su prisionera! Qobras tenía razón, Kari era mucho más peligrosa de lo que parecía.

Encontró la linterna y la encendió. Todo estaba tal como lo había dejado. Se echó una mochila al hombro rápidamente y guardó en ella la barra de oricalco, antes de elegir un arma.

La discapacidad de Hayyar lo limitaba a pistolas relativamente pequeñas y ligeras, pero eso no significaba que estuviera limitado en potencia de fuego. Eligió una Ingram M11, poco mayor que una pistola normal, pero que podía vomitar seiscientas balas por minuto. Ese modelo, en concreto, tenía una modificación encargada por él mismo: el cargador, que sobresalía por la parte inferior de la empuñadura, acababa en un tambor que le permitía doblar su capacidad. Con solo una mano, prefería retrasar al máximo la recarga del arma.

No fue la única arma que eligió. Se desenroscó el garfio de acero que le cubría el muñón del brazo derecho… y lo cambió con una sierra de veinte centímetros.

Su piloto tenía órdenes muy concretas en caso de emergencia: ir al helipuerto y tener el helicóptero preparado. Hayyar tenía muchos enemigos y nunca se había hecho ilusiones de que la fortaleza fuera inexpugnable. Su opción preferida consistía en huir del peligro y dejar que sus hombres se encargaran de la situación.

Pero si se encontraba con alguno de sus enemigos en el camino, prefería estar preparado.

Nina subió las escaleras y encontró otro pasillo, decorado suntuosamente por alguien obsesionado con el terciopelo rojo. Las altas ventanas que había a ambos extremos arrojaban suficiente luz, por lo que pudo apagar la linterna. Desde la más cercana se veían las montañas; la otra daba al patio del centro de la fortaleza.

Fue desde la segunda donde oyó los disparos. Chase y Castille habían entrado.

También oyó ruido de pasos que se aproximaban hacia ella, seguramente de alguien que se dirigía hacia la sala de los generadores para volver a conectar la electricidad. Se agachó y cruzó la puerta más cercana. Por lo poco que pudo ver antes de cerrarla y sumir la estancia en la oscuridad, vio que se trataba de una biblioteca, ya que las paredes estaban forradas de estanterías con libros de arte y de historia. Estaba claro que a Hayyar le gustaba estar muy bien informado sobre los objetos con los que traficaba.

Con el pulso tembloroso, sacó la pistola de la funda y apuntó a la puerta a medida que retrocedía. Los pasos estaban cada vez más cerca.

Si se abría la puerta, ¿tendría suficiente fuerza de voluntad para apretar el gatillo?

Sin embargo, no llegó a averiguarlo. Los pasos se perdieron por las escaleras que conducían al piso inferior.

Con un suspiro de alivio, Nina encendió la linterna de nuevo. La biblioteca era un buen lugar para esconderse. Era poco probable que los hombres de Hayyar quisieran consultar algún volumen en mitad de una crisis. Tan solo tenía que esperar a que Chase se pusiera de nuevo en contacto con ella…

De pronto Nina se quedó inmóvil, confundida. La habitación parecía más iluminada, como si su linterna tuviera el doble de potencia.

Aterrorizada, se volvió.

Hayyar se encontraba a menos de un metro de ella. Acababa de salir de una habitación oculta tras una estantería móvil, con una linterna colgada de un hombro. Parecía casi tan sorprendido como ella, pero no tanto como para no apuntarla con su siniestra ametralladora.

—Doctora Wilde —exclamó, mientras la miraba de pies a cabeza, antes de levantar el cuchillo de sierra y ponérselo en la garganta—. Me alegro de verla de nuevo.

El patio tenía forma rectangular y la puerta principal se encontraba en el centro del muro sur. A ambos lados había unas jardineras grandes de mármol que contenían plantas ornamentales, tres en cada hilera. Chase y Castille se pusieron a cubierto tras una de ellas mientras se orientaban.

—Tras esa puerta debería encontrarse el pasillo que conduce a las celdas —dijo Chase, que señaló hacia delante.

—Tal vez no esté ahí —contestó Castille—. Deberíamos dividirnos para que uno de los dos pueda echar un vistazo en los pisos superiores.

—¿Y qué pasa con sus hombres?

—¡Es un criminal, no un militar! No creo que tenga un ejército privado.

La puerta que había señalado Chase se abrió de repente y aparecieron cinco hombres armados con MP-5 que salieron corriendo al patio.

—¿Qué decías…? —Chase hizo una mueca y abrió fuego con su Uzi. Castille se levantó y disparó una ráfaga con el G3 por encima de las plantas. Dos de los hombres de Hayyar cayeron de inmediato; la pared que había tras ellos quedó salpicada de sangre. Los otros tres se separaron; dos cruzaron el patio para ponerse a cubierto tras la jardinera situada en el extremo opuesto, en diagonal a la de Chase y Castille, y el tercero se lanzó tras la que había delante.

Chase buscó una ruta de huida. Además de la puerta principal, la salida más próxima del patio era a través de unas ventanas cristaleras situadas en la pared occidental, pero para llegar hasta ahí tendría que hacer un sprint de casi doce metros y sin cobertura.

—¡Mierda! ¡Si nos retienen mucho tiempo aquí, los que están en la puerta de abajo tendrán tiempo de subir!

—¿Y si…? —dijo Castille, cuando las flores que había sobre el estallaron en mil pedazos—.
Excusez-moi
—gritó a los hombres de Hayyar—. ¿Y esas otras ventanas?

Chase miró hacia el lugar indicado: a unos tres metros, en la pared sur había dos ventanas, situadas a la altura del pecho. Pero medían menos de sesenta centímetros de ancho.

—Un poco estrechas, ¿no? —Contó los disparos de los hombres de Hayyar y creyó adivinar un cierto patrón. Asomaban, tres rondas de tiros, y se ponían a cubierto mientras su compañero repetía el proceso…

Se detuvo un segundo, y se asomó por su lado, justo en el instante en el que uno de los iraníes se levantaba para dispararlos… Pero al momento se tambaleó y cayó atrás cuando una bala del Uzi de Chase le abrió un agujero en la cara.

—¡Uno menos! Si nos cepillamos a otro podremos cubrirnos mutuamente para llegar a las puertas.

Varias flores inocentes más fueron decapitadas. Castille se pasó una mano por la cara para quitarse los pétalos, cuyo aroma creaba una extraña mezcla con el olor ácido de la pólvora quemada.

—Por suerte no tienen granadas.

—¡Sí, y es una pena que nosotros tampoco las tengamos! Podríamos… —Chase se calló al oír un grito de aviso—. Joder, tenías que tentar la suerte, ¿verdad? ¡Granada!

Ambos hombres dispararon a las ventanas al mismo tiempo que se levantaban y echaban a correr en esa misma dirección, li as ellos, una granada procedente del otro extremo del patio cayó en la tierra mullida de la jardinera.

Chase disparó una ráfaga contra el cristal, que se hizo añicos, y se lanzó de cabeza por la estrecha ventana. Junto a él, Castille hizo lo propio. Dejaron de disparar antes de ser engullidos por la lluvia de cristales y se protegieron la cara con los brazos, antes de que la granada estallara e hiciera volar por los aires un gran pedazo de mármol, tierra y flores. Una mortífera lluvia metálica cayó tras ambos ex soldados, pero por entonces ya habían atravesado las ventanas. Los cristales que quedaban salieron volando tras ellos, como lacerantes trocitos de confeti, y cayeron al suelo.

Chase se sacudió los fragmentos de cristal. La sala en la que se encontraban era una especie de galería, llena de estatuas. Le zumbaban los oídos, pero aparte del golpe que se había dado en los codos y las rodillas al caer al suelo, y de un corte en la nuca, no sentía un gran dolor.

—¿Estás bien?

Castille hizo un gesto de dolor.

—¡He estado mejor! —Levantó el brazo izquierdo. Se había rajado la manga y en el antebrazo tenía un corte lleno de pequeños cristales ensangrentados.

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