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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (15 page)

Nina temblaba de miedo.

—¡Eddie!

—¡Tirad las armas! —gritó Mahyad—. Voy a contar hasta tres. Si no tiráis las armas…

Chase y Castille intercambiaron una mirada fugaz.

—¡Tres! —gritó Chase.

Las dos balas alcanzaron a Mahyad en la frente, separadas por apenas un centímetro.

Le estalló la parte posterior del cráneo y la luz del compartimiento adquirió de inmediato un matiz escarlata cuando la ventana quedó salpicada de sangre. El cadáver cayó de rodillas, luego hacia atrás y golpeó la pared con un ruido seco.

—Solo hablan los aficionados —dijo Chase, que recibió un gesto de asentimiento de su compañero a modo de respuesta, antes de volverse hacia Nina, que no había reaccionado de ningún modo a los disparos. Sencillamente se había quedado allí clavada, lo cual resultaba preocupante—. ¿Doctora Wilde? —Ella lo miró, ausente—. ¡Nina!

Parpadeó.

—¿Qué?

—Nina —repitió—, no dejes de mirarme, ¿de acuerdo? Ten la vista fija en mí y da un paso adelante.

—Vale… —respondió medio atontada, y dio el paso. Empezó a recuperar el color de la cara, pero sin un atisbo de miedo o impacto. Parecía como si estuviera desconcertada—. ¿Por qué tengo que mirarte?

—¿Por qué lo preguntas? ¿Qué le pasa a mi cara?

Dio otro paso.

—Bueno, esto…

Chase hizo un mohín.

—¡Vale, gracias!

—¡Nada! ¡No te pasa nada en la cara! —Agitó las manos para disculparse—. Solo quería saber…, ¿por qué quieres que siga mirándote?

Le cogió las manos y la sacó rápidamente del compartimiento. Pasaron por encima del cadáver del soldado.

—No quería que vieras al tipo ese que le falta media cabeza, ¡eso es todo!

Nina miró al soldado muerto. Una de sus piernas salía al pasillo.

—Claro. ¿En cambio no importa que vea a este tipo que tiene el pecho abierto y que ha muerto delante de mí?

Chase negó con la cabeza.

—Algunas personas nunca están satisfechas…

—¡Cielo santo! —exclamó de pronto, cuando el impacto de todo lo que había sucedido hizo mella en ella—. ¡Le has disparado mientras me apuntaba a la cabeza! ¿Y si te hubiera temblado el dedo? ¡Podrías haberme matado!

Castille salió del compartimiento y le dio a Chase su Wildey antes de quitarle las esposas a Nina.

—De hecho, eso no ocurre casi nunca.

—No si les das en la cabeza —añadió Chase—. Si les disparas en el cuerpo ya es otra historia. Un choque hidrostático, espasmos musculares… Pero con un tiro limpio en la cabeza, casi nunca. No…

¡Bang!

Nina chilló.

—Ah —exclamó Castille, disculpándose, y miró hacia el compartimiento para ver el humo que salía del cañón de la pistola de Mahyad—, resulta que era de los que tiene tembleques. ¿Debería haberle quitado su pistola también,
n'est-ce pas
?

Nina fulminó a Chase con la mirada.

—He dicho «casi» nunca —se quejó, mientras comprobaba su pistola y se la guardaba en la funda, bajo la chaqueta—. Además, para apretar el gatillo de una Wildey hay que hacer mucha más fuerza que con esa pistolita china que tenía… ¿y por qué estamos hablando de esto? ¡Tenemos que salir de aquí!

—¿Cómo? —preguntó Nina, mientras se frotaba las muñecas, doloridas—. ¡Estamos atrapados en medio de Irán! ¿Y qué pasa con Kari?

—Estoy en ello. —Chase miró al soldado muerto—. ¿Es el tipo que tenía todas nuestras cosas?

Castille asintió y le arrancó una cartera.

—Toma.

Chase hurgó en ella y sacó un teléfono móvil.

—¡Aquí está! Espero haberme acordado de recargarle la batería.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Nina.

Chase sonrió.

—Voy a llamar a un amigo.

Capítulo 8

Kari caminaba de un lado a otro de la habitación. Desde el helicóptero había visto que la casa de Hayyar no era una simple casa de campo. Encaramada a lo alto de un peñasco de los montes Zagros, era una mezcla de palacio y fortaleza, accesible solo por aire y por una carretera sinuosa.

Y como cualquier fortaleza que se precie, tenía sus propias mazmorras.

Aunque en este caso no eran celdas medievales húmedas y oscuras. Kari dedujo por el recargado estilo arquitectónico del edificio que había sido construido unas tres décadas antes, financiado por alguien con mucho dinero, poco gusto y un ego irrefrenable. De modo que todo apuntaba hacia el antiguo sha de Irán. Una especie de refugio, un Camp David fortificado con muros altos y un diseño ridículamente ostentoso.

Fuera cual fuese su propósito original, ahora pertenecía a Hayyar, y Kari tenía la sensación de que ella y Yuri Volgan no eran, ni mucho menos, los primeros ocupantes de las mazmorras.

Volgan, que se encontraba en la celda de al lado, no era de gran ayuda. La traición de Hayyar lo había trastornado y la simple mención de Qobras lo aterrorizaba.

Pensó de nuevo en Hayyar que, al secuestrarla, se había enzarzado en un juego muy peligroso; a buen seguro no era consciente de hasta qué punto. Su padre movería cielo y tierra para rescatarla sana y salva… pero no permitiría que todo acabara así en cuanto la hubiera recuperado.

Y ella tampoco.

Se preguntó cuándo tendrían noticias de Hayyar. Debía de estar intentando ponerse en contacto con Qobras y su padre para transmitirles sus exigencias económicas.

Tenía que aprovechar ese tiempo para intentar huir.

—Disculpe —le dijo al guarda sentado fuera, junto a la puerta—. Necesito ayuda.

El hombre frunció el ceño.

—¿Qué?

—Tengo que… ya sabe. —Movió las caderas, con las manos esposadas a la espalda—. Ir a cierto sitio.

—¿Y?

—Y esperaba que pudiera llevarme. —El guarda se acercó a la puerta y la miró de pies a cabeza. Kari le lanzó una mirada inocente y de súplica—. Por favor.

El guarda, corpulento y barbudo, le dedicó una sonrisita.

—Déjeme adivinarlo. Me pedirá que le quite el abrigo, y luego que la ayude a bajarse esos ajustados pantalones de cuero, y yo me excitaré y me pondré caliente porque soy un iraní reprimido que tiene frente así a una atractiva rubia, y entonces me pedirá que le quite las esposas, y lo haré porque pienso con la polla, y entonces me dará una patada de artes marciales para dejarme fuera de combate y huir. ¿Estoy en lo cierto?

Kari lo fulminó con la mirada.

—También podría haber dicho que no y ya está.

El guarda se rió y se sentó de nuevo.

—No me pagan tanto dinero para ser un idiota. Aunque ha sido un buen intento.

Hecha una furia, Kari se puso de espaldas a él. Ahora solo podía pensar en lo que haría cuando tuviera que ir de verdad al lavabo.

Chase y Castille llevaban en brazos a Hafez, a quien le habían vendado la pierna de forma provisional, y salieron del tren.

Nina no tenía ni idea de adonde iban, ni de qué pensaba hacer Chase cuando llegaran allí. Había mantenido la conversación telefónica en farsi, y con las prisas para abandonar el tren antes de que llegaran las fuerzas iraníes, no se había mostrado muy comunicativo.

El terreno era menos abrupto que la zona donde se habían reunido con Hayyar; aun así avanzaban lentamente, en especial con un herido a cuestas. Por suerte, también había más vegetación y cuando Nina oyó el primer zumbido de un helicóptero ya estaban a cubierto en un bosque, a casi un kilómetro de la vía férrea.

—¿Adonde vamos? —preguntó ella—. ¿Quién es ese amigo al que has llamado? ¿Y cómo va a encontrarnos? ¡Estamos en mitad de la nada!

A pesar del dolor, Hafez esbozó una sonrisa.

—Eddie tiene muchos amigos —dijo—. En todo el mundo.

Nina miró a Chase.

—¿Incluso en Irán, donde en teoría no habías estado antes?

—Eh, soy un tipo con muchos amigos —replicó y se encogió de hombros.

—Su reputación lo precede —añadió Castille.

—No me cabe duda. Pero ya que me habéis admitido en vuestra sociedad de la admiración mutua, ¿por qué no me contáis cuál es vuestro plan?

—Bueno —exclamó Chase—, lo primero que debemos hacer es salir de aquí. Hay una carretera a un kilómetro y medio en dirección al sur y va a venir alguien a recogernos.

Nina observó el paisaje desconocido.

—¿Cómo va a encontrarnos tu amigo? ¡Ni tan siquiera sabe dónde estamos!

—Le he descrito el entorno. No le costará nada encontrarlo en un mapa.

—¿De verdad?

—Es fácil; son cosas básicas. Luego… iremos a buscar a la señorita Erost.

—¿Sabes dónde está? —preguntó Castille.

—Hayyar tiene una cabañita a unos cincuenta kilómetros de aquí. Nos pasaremos a saludarlo.

—He oído hablar de ella —le advirtió Hafez—. No es un lugar en el que se pueda entrar fácilmente.

—Hemos entrado en sitios peores —añadió Castille con alegría—. Como esa vez en el Congo…

—Hugo —lo interrumpió Chase, y le hizo un gesto con un dedo. El belga gruñó algo parecido a un «ah, vale» y se calló.

—Déjame adivinarlo —dijo Nina—. ¿Otro país en el que se supone que nunca has estado oficialmente?

Chase enarcó una ceja en un gesto de complicidad.

—Por ahí van los tiros.

Siguieron avanzando por el bosque. Al final, la vegetación empezó a ralear y apareció una pista de tierra algo más adelante.

—¿Es aquí? —preguntó Nina.

Chase analizó la zona.

—Debería serlo. Tenemos que buscar un arroyo que baja de… —Señaló una colina cercana—. Que baja de ahí. Ese es el lugar donde dijo que vendría a buscarnos mi amiga.

—Conque amiga, ¿eh? —exclamó Nina.

—¿Qué pasa, doctora? —preguntó Chase—. ¿Celosa?

—Huy, muchísimo —replicó ella, y se dio unas palmaditas en el corazón en un gesto cómico. Castille y Hafez se rieron entre dientes. Chase gruñó y echó a andar por la pista.

Al cabo de unos minutos, vieron un vehículo, una vieja camioneta destartalada. Chase les ordenó que se pusieran a cubierto entre los árboles.

—Esperad aquí —les dijo.

Nina lo siguió con la mirada cuando se adentró en el bosque, moviéndose con una rapidez y agilidad que contrastaban de un modo casi cómico con su fuerte complexión. A medida que se aproximaba a la camioneta se fue agachando, hasta el punto que casi llegó a perderlo de vista. Se detuvo a diez metros de su objetivo, entonces, en una rápida maniobra, desapareció tras el vehículo.

Nina reparó en que Castille había sacado su arma y que incluso Hafez había cogido uno de los rifles del tren.

—Por si acaso —le dijo el belga para tranquilizarla.

No vieron movimiento alguno. Esperaron con preocupación mientras iban pasando los segundos… entonces apareció Chase y les hizo un gesto con la mano.

—Es seguro —dijo Castille, que guardó el arma.

—¿Y si alguien lo estuviera encañonando? —preguntó Nina.

—No habría abierto el pulgar.

—Os encantan todos estos truquitos y códigos secretos, ¿verdad? —preguntó Nina, con una sonrisa.

—Nos ayudan a seguir con vida. —Ayudó a Hafez a levantarse, Nina le echó una mano y se dirigieron hacia la camioneta.

Cuando llegaron junto a Chase vieron que estaba hablando con alguien que estaba dentro del vehículo.

—¡Amigos —les dijo—, me gustaría presentaros a una amiga mía muy buena que va a echarnos una mano para salir de aquí! ¡Esta es Shala Yazid!

Bajó de la camioneta una chica joven, de unos veinticinco años. Era muy atractiva… y estaba muy embarazada.

—Cielos —exclamó Castille, incapaz de reprimir una sonrisita—. No era lo que esperaba. ¿Hay algo que no nos hayas contado de tu última visita, Edward?

—Seguro que recuerdas a Hugo Castille —dijo Chase, algo molesto—. Es ese belga estúpido que no tenía modales.

Shala sonrió.

—Claro que lo recuerdo. Aunque llevabas… —Se tocó el labio superior—. ¿Bigote?

—Sí, y todos nos alegramos mucho de que se lo haya quitado.


Bonjour
—dijo Castille, con una media reverencia—. ¡Y felicidades! Supongo que eso significa que te has casado desde la última vez que nos vimos.

—Con un hombre maravilloso —respondió ella, con una sonrisa radiante.

Nina tuvo la sensación de que Chase se había quedado desconcertado un instante, antes de recuperarse y presentar a los demás.

—Este es Hafez —dijo—, que no se encuentra en muy buen estado…

—¡Solo es un rasguño! —terció el iraní.

—Y la mujer más importante en mi vida ahora mismo, la doctora Nina Wilde.

Shala miró con alegría a Chase.

—¿Te has casado?

—¡No! —exclamó Nina.

—¡Joder, cuánta prisa te has dado en responder! —le dijo Chase haciéndose el ofendido, antes de dirigirse de nuevo a Shala—. No, soy su guardaespaldas. Y te aseguro que necesita que se las guarden bien.

—¿Y quieres llevarla junto a Failak Hayyar? —preguntó Shala—. Pues va a necesitar más guardaespaldas.

—No quiero llevarla junto a él, acabamos de librarnos de los amigos de ese cabrón, pero ha secuestrado a mi jefa. Así que tenemos que rescatarla.

—Tardaremos una hora en llegar hasta allí. Tal vez algo más. Tengo un escáner de radio en la camioneta; hay mucha actividad policial y militar. ¿Es cosa tuya?

—Hum, sí. —Chase se frotó la nuca—. Digamos que… Me he cargado un tren. O dos.

—¡Oh, Eddie! —Le dio un puñetazo en el brazo—. Eres un hombre maravilloso y te estoy muy agradecida por todo lo que has hecho por mi familia, pero ¿tienes que destruir algo de mi país cada vez que vienes aquí?

—¡Eh, no hubo heridos civiles! —se quejó él—. Seguramente. Estoy convencido de que el otro maquinista logró saltar a tiempo…

Shala negó con la cabeza, enfadada, y miró a Nina.

—¡Destruye todo lo que toca! ¡Tiene diez años menos que yo y se comporta como mi hermano pequeño con sus juguetes!

—Mmm —contestó Nina, que asintió y adoptó un tono malicioso—. ¿Cómo conociste a Eddie? Él dice que nunca había estado en Irán. Oficialmente, se entiende.

—Digamos que mi familia no mantiene muy buenas relaciones con el régimen actual —respondió Shala—. Así que hemos proporcionado ayuda en ciertas operaciones secretas llevadas a cabo por… —sonrió a Chase y Castille— ciertos caballeros.

Chase fingió un ataque de tos.

—¡Secreto! —dijo entre dientes. Castille esbozó una sonrisa avergonzada—. Bueno —dijo Chase con impaciencia—, tenemos que ponernos en marcha. Hugo, la doctora y tú acomodad a Hafez en la parte trasera. ¿Has traído el botiquín? —Shala asintió—. Genial. Lo curaremos de camino. Supongo que no será doctora en Medicina, ¿verdad, doc?

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