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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (17 page)

Nina lo pensó un instante.

—No, gracias. Es mi amuleto de la suerte.

El inglés enarcó una ceja.

—Teniendo en cuenta todo por lo que has pasado hoy, tienes un concepto muy raro de la suerte.

—Bueno, aún estoy viva, ¿no?

—Tienes razón. —Nina guardó el colgante bajo el traje de neopreno y se subió la cremallera hasta el cuello. Chase esbozó una sonrisa—. En marcha.

El temor de Nina se transformó en asco cuando se arrodilló para examinar el conducto.

—¡Oh, Dios mío! ¡Esto apesta!

—¿Qué esperabas? ¡Es una alcantarilla!

Se le revolvió el estómago.

—Me estoy mareando. Dios, no creo que pueda hacerlo…

—Eh, escucha —dijo Chase, y la tomó del brazo—, sé que puedes. Eres arqueóloga, ¿no? Estoy convencido de que debes de haber hurgado entre la porquería y otros sitios más asquerosos, ¿verdad?

—Bueno, sí, pero…

—La tubería no es muy larga. Mide unos cincuenta metros y luego está el hueco de acceso, que tiene una escalera, por lo que podrás subir fácilmente. Puedes hacerlo.

—Pero ¿y si hay alguien ahí arriba? ¿Y si…?

—Nina. —Le apretó el brazo—. Me han ordenado que cuide de ti. Si creyera que ibas a correr peligro, no te dejaría ir.

—Pero me has dado una pistola.

—Sí, bueno… Nunca se puede estar seguro del todo, ¿no? —Nina no se tranquilizó—. Mira, cuando hayas desconectado la verja, Hugo y yo entraremos en menos de cinco minutos. Es un plan sencillo: entramos, le damos un puñetazo en la cara a Hayyar, rescatamos a Kari y ya está.

—Solucionas todo a puñetazos, ¿no? —preguntó Nina.

—Si funciona… Además, estaré siempre en contacto por radio. Y tenemos los planos del edificio, te diré exactamente hacia dónde debes ir. Cuando lo hayas hecho, solo debes permanecer escondida y estarás a salvo. Confía en mí.

Nina se recogió el pelo en una cola y, muy a su pesar y con una mirada de asco no disimulada, se metió en la asquerosa tubería.

—No tengo elección, ¿no?

—Es… mejor que nada —dijo Chase, que encendió su radio—. Ten, te ayudaré a entrar. Probemos la radio. —Le levantó los pies y le dio un empujoncito.

La radio de Chase hizo ruido.

—Ni se te ocurra tocarme el culo.

—No se me había pasado por la cabeza —dijo Chase, que enarcó una ceja sin quitarle el ojo de encima a su trasero enfundado en el traje de neopreno, mientras Nina avanzaba. Le empujó los pies y Nina desapareció en la oscuridad.

Con la linterna en una mano, se fue arrastrando por el conducto. Era muy estrecho pero, aunque justo, cabía. Se detuvo un instante para iluminar la tubería. Solo había oscuridad.

—Seguro que Lara Croft nunca ha tenido que arrastrarse por ninguna cloaca —murmuró antes de iniciar el laborioso ascenso.

Kari vio que la irritación de Hayyar aumentaba mientras esperaba que Qobras lo llamara. No cesaba de tamborilear con los dedos en el escritorio. Daba la sensación de que no era un hombre acostumbrado a esperar por nada.

—Failak —le dijo ella—, tengo que ir al baño. Por favor.

—Otra vez no —murmuró su guarda, pero Hayyar señaló la puerta con desdén. Kari se puso en pie y le dedicó un gruñido triunfal al guarda—. No pienso quitarle las esposas —le dijo mientras salían de la sala.

—¿Cómo va? —preguntó Chase, entre interferencias.

—Ah, muy bien —gruñó Nina—. Me muero de ganas de narrar todo esto en un artículo para el
International Journal of Archaeology
.

Oyó por los auriculares un ruido que parecía una risa contenida.

—Lo estás haciendo muy bien. ¿Ves el final?

Enfocó la linterna hacia delante.

—Creo que… ¡sí! ¡Lo veo! Y también oigo algo. —Aguzó el oído. Era una especie de murmullo… ¡como el del agua al bajar por una tubería! ¡Oh, mierda!

Se encogió y reprimió un grito mientras varios litros de agua helada caían por el desagüe y sobre ella.

—¡Oh, Dios, oh! ¡Qué asco!

La respuesta jovial de Chase no la ayudó a ponerse de mejor humor.

—Como mínimo se han acordado de tirar de la cadena.

—¿Ya te sientes mejor? —preguntó Hayyar en tono burlón cuando Kari regresó a la sala circular.

—Los modales de mi ayudante dejan bastante que desear —le espetó—. Espero no haberme perdido la llamada de Qobras.

—No, pero llamará en cualquier momento. Has vuelto a tiempo. —Hizo un gesto y el guarda le dio un empujón para que se sentara en un diván. Volgan le lanzó una mirada suplicante, pero no abrió la boca.

—Recuerda la oferta de mi padre —dijo ella—. Sea cual sea la cantidad que te ofrezca Qobras, el señor Frost puede…

Sonó una señal de aviso en el ordenador. Hayyar chasqueó los dedos en un gesto dirigido al guarda, que le dio un golpe con la mano en el hombro a Kari. Se calló y observó a Hayyar mientras se volvía hacia la pantalla.

Era la primera vez que veía a Qobras en «vivo», ya que hasta entonces solo había visto fotos, todas muy antiguas. Tenía el pelo negro veteado con canas, más arrugas, pero la misma mirada intensa de siempre.

Y aterradora.

—Señor Hayyar —dijo Qobras. Aquel tono de voz revelaba bien a las claras que no le gustaba tener que tratar con el iraní.

—Señor Qobras —respondió Hayyar, con una falsa sonrisa—. Estoy encantado de hablar por fin con usted.

—Tiene algo para mí —le espetó Qobras con impaciencia.

—¡En realidad, son dos cosas! La primera es esta baratija. —Hayyar mostró el artefacto atlante a la cámara—. Creo que le robaron este objeto…

—Destrúyalo —lo interrumpió Qobras—. Fúndalo. Le pagaré quince millones de dólares cuando reciba la grabación de su destrucción.

—¿Que lo destruya? —preguntó el iraní, asombrado—. Sí, puedo hacerlo, tengo todo lo necesario para manejar metales preciosos, pero… —Negó con la cabeza, incrédulo—. ¿Está seguro?

—Fúndalo. Por completo. Puede quedarse el oro y cualquier otro metal que extraiga, pero quiero que lo destruya. Ya ha causado suficientes problemas.

Hayyar dejó el objeto en el escritorio, sin salir de su asombro.

—Destruirlo. Muy bien. Por… ¿quince millones de dólares, ha dicho? —La imagen ampliada de Qobras asintió.

Kari los observaba, horrorizada. Si destruían aquel artefacto, perderían para siempre la única pista que podía ayudarlos a encontrar la Atlántida…

Nina salió de la tubería, con gran alivio.

La sala en la que se encontraba era rectangular, debía de medir unos dos metros por dos y medio, y estaba llena de cañerías. Además, había un palmo de agua sucia.

—Estoy dentro —dijo por el micrófono de los auriculares, mientras iluminaba las paredes. Había una escalera sucia que conducía al piso superior.

—Muy bien —respondió Chase, con la voz distorsionada por las interferencias—. Sube por la escalera. Ten cuidado y…

—¿Sí?

—No resbales.

—Gracias por el consejo. —Con el traje pringado de agua y fango, Nina empezó a subir por la escalera. Empujó con cautela la tapa metálica que había arriba y, para su gran alivio, se movió. La apartó a un lado y salió—. Estoy arriba.

—Vale, deberías estar en una habitación con una puerta.

Iluminó la sala con la linterna.

—Sí.

—Abre la puerta con cuidado para asegurarte de que no hay nadie fuera, y luego dirígete a la izquierda. Hay otra puerta al final del pasillo. Tienes que entrar por ahí.

Con el corazón desbocado, Nina abrió un poco la puerta y asomó la cabeza. El pasillo de piedra estaba poco iluminado y, salvo un leve zumbido, en silencio. Miró en la otra dirección. Había unas escaleras que conducían hacia arriba.

—Despejado —susurró.

—De acuerdo, sigue.

Se sacudió las zapatillas para no dejar huellas y salió al pasillo caminando de puntillas.

—Oh, hay un problema.

A pesar de las interferencias, percibió el tono de preocupación en la voz de Chase.

—¿Qué pasa?

—Hay dos puertas. ¿Cuál abro?

—En el plano solo hay una, deben de haber hecho alguna reforma. Pero una de las dos tiene que dar a la sala de generadores. Abre las dos.

Ambas tenían un símbolo de alto voltaje, de modo que no tenía ninguna pista. Tras pensarlo un instante, abrió la más cercana.

Por suerte no era una sala llena de técnicos o una estación de seguridad. De hecho, se parecía más al departamento de informática de la universidad. Vio un servidor, lo que significaba que tal vez Hayyar tenía su propia conexión segura de internet. Había varias cajas negras conectadas al servidor, así como un ordenador, que tenía activado el salvapantallas.

Por curiosidad —la habitación era pequeña y podía tocar el ordenador desde la puerta— movió el ratón. La pantalla se iluminó y aparecieron varias ventanas. La mayoría mostraban una serie de datos incomprensibles, pero reparó en una en concreto de inmediato. Estaba dividida en dos, y cada mitad mostraba lo que parecía una video conferencia.

No reconoció al hombre de rostro serio en uno de los lados, pero el otro…

Hayyar.

—¿Nina? —preguntó Chase—. ¿Qué ocurre?

—Es una sala de ordenadores…

—¡Entonces olvídalo! Ve a la otra, rápido.

La habitación de al lado era su objetivo. Un par de grandes generadores ocupaban casi todo el espacio. Se oía un zumbido incesante. En la pared más próxima a las máquinas había una serie de cajas de fusibles y cortacircuitos.

—Hay otro problema —dijo ella en voz baja—. ¡Todas las etiquetas están en árabe!

—Veo que también está ahí Yuri —dijo Qobras.

—¡Giovanni! —exclamó Volgan en un tono desesperado y se puso en pie. Su guarda levantó el arma como si fuera a golpearlo de nuevo, pero Hayyar negó con la cabeza—. ¡Lo siento mucho! ¡Sé que cometí un error, pero lo siento!

Qobras sacudió la cabeza.

—Yuri… confié en ti. Confié en ti y tú me traicionaste, ¡a mí y a toda la Hermandad! ¿Y por qué? ¿Por dinero? —Negó de nuevo con la cabeza—. La Hermandad se preocupa de las necesidades de los suyos, lo sabes. ¿Pero querías más? ¡Así es como piensan aquellos contra los que luchamos!

—¡Por favor, Giovanni! —suplicó Volgan—. Nunca volveré…

—Yuri. —Esa palabra hizo que Volgan callara de inmediato—. Hayyar, no lo quiero para nada, y estoy seguro de que usted tampoco. Le pagaré cinco millones de dólares si lo mata, ahora mismo.

—¿Cinco millones de dólares? —preguntó el iraní con incredulidad. Qobras asintió.

—¡Giovanni! —gritó Volgan—. ¡No, por favor!

Hayyar permaneció sentado inmóvil durante unos segundos, aparentemente sumido en sus pensamiento… cuando abrió un pequeño cajón del escritorio, sacó un revólver plateado y disparó.

Chase empezó a darle instrucciones.

—A ver, tengo el esquema del cableado. Debería haber tres paneles altos con una hilera de interruptores grandes.

Nina los vio.

—¡Sí!

—En el panel central, apaga el tercer, el cuarto y el sexto interruptor.

Cada uno hizo un escandaloso «¡chung!» cuando Nina los desconectó.

—Muy bien, ¿y ahora qué?

—Ya está. Ya ha acabado. Encuentra algún sitio donde esconderte y nos reuniremos dentro de cinco minutos. —Se cortó la transmisión y la radió permaneció en silencio.

—Espera, Eddie… ¡Eddie!

Kari miró fijamente y con incredulidad el cuerpo de Volgan. Hasta los guardas parecían asombrados por la brusca decisión de matarlo.

—¡Dios mío!

En la pantalla, Qobras reaccionó a sus palabras con una cauta sorpresa.

—¡Hayyar! ¿Quién más hay ahí?

El iraní se apartó del cuerpo sangrante y se volvió hacia la pantalla.

—Tengo a… una rival suya, podría decir. Kari Frost.

Qobras se quedó boquiabierto.

—¿Kari Frost? ¡Déjeme verla!

Chase y Castille enfilaron rápidamente por la cuesta que subía desde el río. El inglés lanzó unas cizallas contra la verja para comprobar que ya no estaba electrificada. No saltaron chispas ni hubo un cortocircuito. Estaba desconectada.

—¡Vamos! —ordenó. Castille usó las cizallas para abrir un agujero en la parte inferior de la verja. Chase la abrió como si fuera una ventana, lo que les dejó el hueco justo para que pasaran los dos.

Una vez en el otro lado, se pusieron en pie y miraron hacia la fortaleza. La escarpada cuesta conducía a la serpenteante carretera de acceso y a la entrada principal del edificio en sí. No había guardas a la vista, pero por lo que había dicho Shala, tenían que estar en algún lado.

Además de su pistola, Castille aún tenía uno de los rifles G3 que le había cogido a los soldados de Mahyad. Chase tenía su Wildey y un Uzi desgastado que le había dado Shala. Comprobó ambas armas. Listas para la acción.

—Vamos —dijo—, ha llegado el momento de convertirnos en héroes.

Echaron a correr.

Nina decidió que la sala del servidor era un buen escondite, y también le permitiría echar otro vistazo al ordenador.

Tardó solo un instante en abrir la ventana de la videoconferencia que el ordenador estaba transmitiendo, y un poco más en subir el volumen. Hayyar y el otro hombre hablaban de…

¡Kari!

No solo eso, sino que ahora ella apareció ante el iraní, empujada por uno de sus hombres.

—¿Qué está haciendo ahí? —preguntó Qobras.

—Tengo ciertos negocios con su padre —respondió Hayyar—. No es asunto suyo.

—¡Claro que es asunto mío! —Qobras casi gritó—. Mátela.

Hayyar se quedó mirando la pantalla, boquiabierto.

—¿Qué?

—¡Que la mate! ¡Ahora!

A Kari se le demudó el semblante. Hayyar aún tenía la pistola en la mano. Si obedecía a Qobras, estaría muerta en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Está loco? —exclamó Hayyar—. ¡Vale diez millones de dólares! ¡Su padre se ha comprometido a pagar el rescate!

—Escúcheme —dijo Qobras, que se inclinó hacia delante hasta que su cara ocupó toda la pantalla—, no tiene ni idea de lo peligrosa que es. ¡Su padre y ella están intentando encontrar lo que la Hermandad ha mantenido oculto con gran esfuerzo durante siglos! Si lo consiguen…

Hayyar hizo un gesto de desdén con las manos.

—¡Me da igual! ¡Lo único que me importa son los diez millones de dólares por devolvérsela a su padre!

Con un deje que rozaba la desesperación, Qobras le ofreció:

—Hayyar, le pagaré doce millones de dólares si la mata.

—Se ha vuelto…

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