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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (40 page)

A solo un metro de la pared de piedra, las luces de su traje engullían los haces de luz más potentes, pero difusos, del
Atragon
. Por lo que no se percató cuando el brillo se volvió más intenso, y a las luces del sumergible de Baillard se le unieron otras…

En el puente de mando del
Evenor
, Matthews observaba con unos prismáticos cómo se les aproximaba el barco. Se encontraba a tres millas y seguía avanzando hacia ellos.

Sin duda, se trataba de un barco de investigación submarina, con una grúa para sumergibles en la cubierta de proa, lo que significaba que, con toda probabilidad, era el de Qobras. De algún modo había averiguado la verdadera ubicación del descubrí miento de Nina Wilde y se había dirigido ahí a toda máquina. Al cabo de pocos minutos rebasaría el límite de las dos millas y él se vería obligado a considerarlo una amenaza.

No obstante, no había señal de que hubieran botado alguna barca, aunque un grupo de hombres a bordo de una Zodiac podía alcanzar el
Evenor
mucho antes que el propio barco. Parecía como si quisieran acercarse al máximo.

En tal caso, iban a llevarse una buena sorpresa. Las armas que les había proporcionado Kristian Frost —un subfusil P-90 para cada miembro de la tripulación, más un par de ametralladoras pesadas y varios lanzacohetes y granadas propulsadas por cohetes— les bastarían de sobra para ahuyentar a todo aquel que intentara abordar el barco.

No había ningún bote…

No habían botado ninguna lancha, ni tenían ninguna preparada para hacerlo.

¿Y si era la grúa para un sumergible… dónde demonios estaba?

Matthews se percató entonces de la importancia de ese hecho, pero ya era demasiado tarde para reaccionar ya que la puerta del puente de mando se abrió de golpe.

En la esfera de control del
Atragon
, Baillard tamborileaba una melodía con los dedos en uno de los paneles de control. En la pantalla tridimensional, podía ver a Castille de espaldas a él, observando la entrada del tiempo hundido.

Ese era uno de los inconvenientes del sistema LID AR, pensó. La falta de color hacía que todo resultara más aburrido cuando no sucedía nada. Alzó la mirada al monitor que mostraba las imágenes de la cámara principal del sumergible. En color no mejoraba mucho la cosa ya que el edificio quedaba oscurecido por culpa del agua, que impedía ver los detalles con claridad…

¿Qué demonios?

Acababa de ver algo por el rabillo del ojo, al otro lado del ojo de buey.

¿Un pez? No, era algo distinto…

De pronto se dio cuenta.

¡La luz había cambiado!

Baillard no había movido los focos exteriores y el submarino estaba detenido…


¡Evenor
! —gritó por radio—.
Evenor
, hay otro sub…

Oyó un ruido de interferencia y luego silencio. Todos los indicadores LED de la consola de comunicaciones pasaron de verde a rojo.


¡Evenor
! ¿Me reciben? ¿Qué sucede?

Obtuvo respuesta al cabo de poco. Algo golpeó la parte superior del casco con un ruido sordo. Un objeto largo y fino cayó frente a la torreta LIDAR.

El cable umbilical. Cortado.

Acto seguido el ojo de buey se inundó de luz cuando el atacante invisible hasta entonces se le acercó.

—¡Mierda! —Agarró los controles, puso los motores en marcha y despegó del lecho marino envuelto en una nube de sedimentos—. ¡Hugo! ¡Me atacan! ¡Sal de ahí!

Algo lo embistió por un costado y Baillard se golpeó contra la pared de acero.

Chase oyó un zumbido que lo hizo estremecer. El repetidor de su traje permitió que también lo oyera Kari, que dio un grito ahogado de sorpresa.

—¿Qué ha sido eso?

De repente, se fue la imagen de todas las pantallas del
Evenor
que mostraban lo que sucedía bajo el agua. En algunas aparecía la advertencia «NO HAY SEÑAL» sobre un fondo azul brillante.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Nina.

—Eso, doctora Wilde —dijo una voz tras ella—, ha sido el final de su expedición.

Nina se volvió.

—¡No!

Starkman la miró fríamente, flanqueado por dos de sus hombres. Los tres iban armados y apuntaban a todos los presentes en la sala.

—¿Les importaría reunirse con el resto de la tripulación en la cubierta de popa?

Castille se volvió al oír el grito por los auriculares ¡y vio un segundo submarino que se abalanzaba sobre el
Atragon
!

El sumergible de Baillard se había alzado apenas unos centímetros del lecho marino cuando el intruso, un submarino más pequeño y convencional, con una gruesa reja de acero que protegía la burbuja de cristal del puente de mando, lo embistió por un costado. El
Atragon
cayó súbitamente, envuelto en una nube de cieno.


Merde
! —exclamó, antes de recuperar la calma—. ¡Edward! Edward, ¿me oyes? ¡Kari!

No hubo respuesta. El repetidor de radio del sumergible no funcionaba y lo había dejado incomunicado.

El atacante se alzó entre la nube de sedimentos y se volvió bruscamente, con los propulsores a máxima potencia, que provocaron varios remolinos de burbujas. Iluminó con los focos un objeto metálico de color naranja y blanco que se encontraba entre los sedimentos.

Castille pensó que iba a embestir de nuevo al
Atragon
, pero, en lugar de eso, extendió el brazo manipulador, que llevaba algo agarrado entre las pinzas: un paquete cuadrado, que depositó con sumo cuidado junto a la esfera de control…

Baillard sabía que estaba a punto de suceder algo malo cuando vio la sombra del brazo manipulador del otro submarino alrededor del ojo de buey. Al cabo de un segundo, oyó un ruido metálico junto a la esfera presurizada.

El LIDAR no funcionaba, de modo que estaba a ciegas, salvo lo que veía por los diminutos ojos de buey. Mientras con una mano se tapaba el profundo corte que se había hecho en la sien y trataba de no hiperventilar a causa del miedo, con la otra intentó activar los controles de propulsión.

No ocurrió nada. A pesar de que Trulli y él habían concebido unos submarinos robustos, no los habían diseñado para resistir un ataque deliberado. Además, se habían encendido varias luces de alarma del panel de control eléctrico.

Consideró rápidamente las opciones que tenía. Podía reiniciar los circuitos afectados e intentar restablecer el funcionamiento de los propulsores, o desconectar los electroimanes que fijaban las pesadas planchas de acero de lastre a la panza del submarino, un sistema de emergencia que lo devolvería a la superficie en menos de tres minutos.

Si se decantaba por esta última opción abandonaría a su suerte a los tres submarinistas. Pero si no podía verlos, tampoco podía ayudarlos, y el otro submarino aún estaba ahí fuera ya que sus focos arrojaban un rayo de luz amenazador por el ojo de buey del
Atragon
.

Tomó una decisión y tiró de la palanca roja que había junto al asiento.

Castille observó, horrorizado, cómo el
Atragon
se desprendía de las planchas de lastre, que cayeron como bombas en el lecho marino y levantaron otra nube de sedimentos. El estruendo amortiguado de su impacto fue tan fuerte que lo sintió a través del agua.

Liberado del peso, el sumergible salió disparado hacia arriba, con los focos parpadeantes. El cable de fibra óptica serpenteaba tras el submarino, como un látigo.

—¡No! —gritó en vano.

El sumergible enemigo se volvió hacia él. Parecía que había oído su grito. Los reflectores lo observaron como si fueran varios ojos compuestos. El brazo manipulador se dobló hacia atrás y cogió algo fijado al armazón de acero, antes de extenderse de nuevo.

Otro paquete, más grande que el primero.

Castille adivinó de qué se trataba.

¡Una bomba!

Baillard se esforzó en reactivar los sistemas de propulsión del
A tragón
mientras ascendían. Nada de lo que hacía surtió efecto alguno…

De pronto, se quedó paralizado al oír un sonido. El submarino crujía debido al cambio de la presión del agua, pero no fueron esos ruidos los que le llamaron la atención. Fue otra cosa.

Un ruido rítmico, mecánico, procedente del exterior de la esfera. Donde había impactado el brazo del otro sumergible.

Un tictac…

Ni tan siquiera tuvo tiempo de darse cuenta de lo horroroso de la situación antes de que la carga explosiva estallara y abriera una brecha de treinta centímetros en la esfera de acero presurizada. El agua lo embistió con la fuerza arrolladora de un tren y lo mató al instante.

A pesar del casco y del grosor de los muros del templo, Chase oyó el estruendo.

—¡Mierda!

—¿Qué ha sido ese ruido? —preguntó Kari.

—Una explosión.

—¿Está seguro?

—Sin duda —respondió él—. O alguien ha lanzado una bomba de quinientos kilos sobre el
Evenor
, o el submarino acaba de estallar. —Agachó la cabeza y se miró el traje—. Lo que significa… ¡Oh, mierda! ¡Mierda! ¡Corte el cable de comunicación! ¡Rápido!

—¡Pero nos quedaremos incomunicados!

—¡Ya lo estamos! ¡Hágalo!

Kari dejó la cámara y se dirigió rápidamente hacia Chase, mientras sacaba el cuchillo del cinturón. El cable de fibra óptica fijado a la espalda del traje de Chase estaba envuelto en un plástico protector. Kari lo agarró e intentó cortarlo.

—¡Vamos, vamos! —gritó Chase.

—¡Estoy en ello! —Al final logró seccionar el cable, y vio el punto azul que brillaba en el extremo fijado al traje de Chase. Al cabo de un instante, el otro extremo del cable se le escurrió de entre las manos y se perdió por el conducto—. ¿Qué demonios ha ocurrido?

—Si el submarino ha estallado, el lastre debió de caer en cuanto el sumergible se quedó sin energía. Eso significa que se dirige a la superficie como un puto cohete, y que habría intentado arrastrarme con él. —Se volvió hacia ella—. Gracias. Siento haberle gritado.

—No es necesario que se disculpe, dadas las circunstancias. —Miró hacia el conducto por el que habían subido—. Si el submarino ha quedado destruido, ¿qué vamos a hacer?

—Para empezar, salir de aquí. —Se acercó al hueco—. ¿Hugo? ¿Me oyes? ¿Hugo? ¡Mierda!

—Aún le recibo por la radio —dijo Kari.

—Sí pero se encuentra a metro y medio de mí y no estamos en el agua. Para que Hugo pueda recibirme, la señal tiene que atravesar no sé cuántos metros de piedra y agua. ¡Hugo!

Castille agarró la barra de control y puso en marcha los propulsores de su traje, a máxima potencia. Salió disparado hacia arriba, en una nube de burbujas, mientras el sumergible se lanzaba en picado sobre él. Pasó tan cerca que pudo ver la palabra
Zeus
pintada en la esfera de control, y al piloto tumbado boca abajo en el interior, con la cara ampliada y distorsionada por la burbuja de cristal.

El brazo manipulador se abalanzó sobre el belga, que dio la vuelta y usó las aletas para cambiar de dirección y esquivarlo. Miró atrás y vio que el piloto no había soltado el paquete explosivo, decidido a ponerlo en su sitio antes de encargarse de él.

Solo había un posible objetivo.

La entrada del templo.

—¡Edward! —gritó, a sabiendas de que era imposible que lo oyera—. ¡Sal de ahí! ¡Sal!

Los propulsores de los submarinos escupieron un torbellino de burbujas, y las hélices dieron marcha atrás para detener el sumergible a los pies del muro. El brazo se extendió y se adentró con cuidado en el estrecho pasillo antes de retraerse de nuevo.

La garra metálica resplandeciente estaba vacía.

Castille puso el pulgar en el control de los propulsores. Si llegaba a la entrada lo bastante rápido, tal vez tendría tiempo de quitar los explosivos.

Sin embargo, el piloto del sumergible no iba a ponérselo tan fácil. Con el brazo enhiesto como la cola de un escorpión, la nave se puso en marcha de nuevo para darle caza.

Los focos lo deslumbraron. Vio otro remolino de burbujas procedente del submarino, que no se detenía.

Iba directo hacia él.

—Bueno… —susurró. Soltó la barra de control y se llevó la mano al cinturón.

El sumergible aceleró, bajó el brazo y lo estiró como una lanza.

Castille esperó, inmóvil.

Entonces desenfundó la pistola y disparó a la burbuja de la cabina.

La punta de acero del garfio impactó en el cristal y apenas logró penetrar un centímetro antes de que la fuerza del agua que azotaba al sumergible lo arrancara. Cayó bajo el submarino, seguido del cable.

Castille ya había tirado la pistola, había puesto en marcha de nuevo los propulsores y se había vuelto para alzarse y esquivar el sumergible. El piloto, sobresaltado por el impacto, no pudo reaccionar a tiempo para agarrarlo con el brazo extendido.

Sin embargo, fue lo bastante rápido para virar el submarino de golpe y seguir con la persecución.

Castille sabía que su traje no tenía suficiente potencia para huir del sumergible. Tan solo esperaba no tener que hacerlo.

En el puente de mando, el piloto sonrió despiadadamente al ver el armazón amarillo del traje del belga. Aceleró a toda máquina, preparándose para embestirlo y darse a la fuga…

De repente, la pequeña marca que había dejado el rezón empezó a crecer y no se detuvo. Sus tentáculos se extendieron por la burbuja. El cristal de la burbuja se resquebrajó con un chirrido insoportable. La inmensa presión del océano ahondó en la mella del cristal, la expandió…

Tras un «bang» tan fuerte como un disparo de artillería, el puente de mando del sumergible implosionó. Los pedazos de cristal de siete centímetros de grosor impactaron en el piloto a la velocidad del sonido, y lo redujeron a una mancha roja que tiñó las burbujas de aire como si de una flor enorme y sangrienta se tratara. El morro del submarino se hundió en el lecho marino y levantó un enorme montón de arena.

Castille se volvió. Quizá aún tendría tiempo de llegar a los explosivos…

Pero ya era demasiado tarde.

La bomba estalló en el pasillo. Castille salió despedido por la onda expansiva, como si lo hubiera atropellado un coche, dando vueltas fuera de control, cegado por la inmensa nube de sedimentos.

Sin embargo, a pesar de que no veía nada, se dio cuenta de que las vibraciones atronadoras que lo sacudieron en el agua tras la explosión fueron causadas por las enormes rocas que cayeron en el túnel y lo sellaron para siempre.

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