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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (38 page)

—Listo para empezar,
Evenor
—dijo Trulli al final.

—Solo necesito confirmación.

—¡Adelante! —gritó Nina, lo que provocó risas generalizadas.

La bomba entró en funcionamiento.

Como si de la mayor aspiradora del mundo se tratara, el
Sharkdozer
empezó a succionar el cieno con sus fauces. La diferencia de presión creada por la bomba no era enorme, pero bastaba de sobra para atraer las capas de sedimentos hasta la tubería y el módulo separado de la nave nodriza para escupirlos cien metros más lejos. La corriente actual arrastraba la nube de partículas en suspensión y las alejaba del templo. Nina se dio cuenta entonces de la suma importancia de una técnica que, en un principio, le había parecido excesivamente rebuscada; si hubieran excavado los sedimentos in situ, se habrían quedado sin visibilidad al cabo de unos pocos segundos.

Pasaron diez minutos más con una lentitud desesperante. El
Atragon
proporcionaba una imagen óptima del
Sharkdozer
mientras este barría de un lado a otro el muro y, a cada pasada, eliminaba una capa de sedimentos. Entonces…

—¡Creo que he encontrado algo! —exclamó el australiano. Dirigió la videocámara al lugar concreto. El cieno en suspensión enturbió la imagen, lo que no evitó que a Nina le diera un vuelco el corazón cuando vio lo que habían encontrado—. Parece una entrada.

En la pantalla había un pasillo que desaparecía en la oscuridad. Resultaba difícil calcular el tamaño, pero si el templo se había construido del mismo modo que la réplica brasileña, la abertura debía de medir poco más de un metro y veinte centímetros.

—Usaré la aspiradora secundaria para limpiarlo —dijo Trulli—. Solo necesito unos minutos. —El
Sharkdozer
extendió uno de los brazos, pero en lugar de usar la gran pala para abrir paso, desplegó un estrecho tubo metálico que se introdujo en el hueco y succionó los sedimentos.

Chase se inclinó sobre el hombro de Nina para examinar el monitor tridimensional y casi le rozó la mejilla con la suya.

—Si este templo tiene la misma disposición que el de Brasil, ese pasillo podría conducir directamente a la sala del altar. Había un hueco al fondo, pero lo habían llenado con rocas.

Nina le dirigió una mirada acusatoria.

—¿Que había un hueco? ¿Por qué no me lo dijiste?

—¡No tuve tiempo! Como estaba a punto de palmarla…

—Un escondite para los sacerdotes —dijo Kari pensativamente—. Una salida secreta.

Trulli prosiguió varios minutos con la limpieza antes de retirar el brazo.

—He limpiado todo lo que he podido. ¡Jimbo, empieza a calentar a
Mighty Jack
!

Mientras Trulli apartaba el
Sharkdozer
, Baillard acercó su sumergible y lo detuvo junto a la depresión del muro norte. Una vez en posición, anunció:


Evenor
, voy a soltar el VCR… ahora.

Todas las miradas se centraron en el monitor tridimensional del
Atragon
, que pasó del monocromo fantasmal del sistema LIDAR a una imagen en vídeo a todo color cuando el
Mighty Jack
abandonó la jaula y enfiló hacia el templo. El pequeño robot no estaba equipado con el sistema de imagen láser de su nave nodriza, pero tenía cámaras estereoscópicas. Al entrar en la abertura, los estrechos límites del pasillo transmitieron una vertiginosa sensación de velocidad.

—Dios, es como atacar la Estrella de la Muerte —observó Chase.

El
Mighty Jack
siguió avanzando por el conducto. Aún quedaban algunos terrones de sedimentos, pero Trulli se había empleado a conciencia, por lo que el VCR podía pasar sin problemas. La tensión de la sala de control aumentaba mientras el robot seguía su camino hasta que encontró…

Una pared.

—¡No! —exclamó Nina, decepcionada—. ¡No tiene salida!

El VCR se volvió a la izquierda, luego a la derecha pero solo había piedra maciza.

—¿Qué quiere que haga? —preguntó Baillard.

Nina estuvo a punto de decirle que hiciera retroceder al robot cuando Chase la interrumpió y se acercó a ella para hablar por su micrófono.

—Jim, soy Eddie. ¿Ese bicho puede subir?

—Sí, claro. Pero…

—Pues hazlo.

Tras unos momentos de duda, el VCR se alzó con gran cautela hacia el techo…

Y siguió ascendiendo.

—¡Uauh! —exclamó Baillard, que hizo rotar a
Mighty Jackpara
examinar las paredes laterales mientras el robot subía—. ¿Cómo lo has sabido?

—Ha sido un presentimiento —respondió Chase, que le lanzó una sonrisa a Nina—. Pero ve con cuidado, podría haber trampas.

Nina le dio unas palmaditas para apartarlo del micrófono.

—Eddie, dudo mucho que alguien se haya encargado del mantenimiento de este templo durante los últimos once mil años.

—No lo sé, las sirenas pueden ser muy cabronas…

Nina sonrió y volvió a centrar la atención en la pantalla. Baillard enfocó la cámara hacia arriba, tanto como dio de sí, para, observar el conducto, que iba tomando forma.

—Veo algo —anunció. Apareció una línea oscura en la pared y la imagen se distorsionó…

De repente la imagen se giró y una de las paredes de piedra inundó la pantalla.

—¡Jim! —gritó Nina—. ¿Qué ha pasado? ¿Has chocado con algo?

—Un segundo… —El robot se volvió lentamente, pero la imagen aún temblaba. Solo se veían paredes—. Bueno, creo que
Mighty Jack
solo puede llegar hasta aquí.

—¿A qué te refieres? —preguntó Kari—. ¿Está atascado o algo así? ¿Hemos perdido el VCR?

Baillard casi se rió.

—Nada de eso. Lo que ocurre es que… bueno,
Mighty Jack fue
concebido como robot acuático, así que tendrá que buscar otra forma de explorar a partir de este punto.

—¿Por qué? —preguntó Nina.

—Porque se ha acabado el agua.
Mighty Jack
está flotando en la superficie. Hay aire en el interior del templo.

Capítulo 20

Los sumergibles regresaron a la superficie. Subieron el
Sharkdozer
a bordo del
Evenor
, pero dejaron el
Atragon
en el agua y le conectaron un cable para que recargara las baterías.

Estaban preparando una segunda inmersión. Y esta vez, no iban a dejar la exploración del templo en manos de los robots.

—Ojalá pudiera ir con vosotros —dijo Nina. Kari, Chase y Castille estaban acabando de prepararse para iniciar el descenso.

—Seguro que te arrepientes de no haber traído tu certificado de natación, ¿verdad? —bromeó Chase, mientras un miembro de la tripulación lo ayudaba a ponerse el casco.

Los tres submarinistas llevaban unos trajes especiales, un dispositivo a medio camino entre los equipos de submarinismo tradicionales y las escafandras casi robóticas, semejantes a una armadura, utilizadas para las inmersiones largas y a gran profundidad. Los submarinistas llevaban las extremidades enfundadas en neopreno, pero la cabeza y el tronco estaban protegidos por una unidad rígida conectada con una serie de aros herméticos a los muslos y los brazos.

A una profundidad de doscientos cincuenta metros, próxima a los límites del submarinismo, el cuerpo de un submarinista estaba sometido a una presión de veinticinco atmósferas, lo que exigía un suministro de aire a la misma presión para que los pulmones pudieran expandirse a pesar de la fuerza aplastante que debían soportar. Sin embargo, el hecho de respirar un gastan presurizado tenía un gran inconveniente: el gas comprimido que entraba en el torrente sanguíneo se expandía a medida que el submarinista ascendía y la presión exterior se reducía. Se formaban burbujas de nitrógeno en los vasos sanguíneos, que causaban un dolor atroz, daños en los tejidos e incluso la muerte…

Era la enfermedad de la descompresión. La enfermedad del buzo.

No obstante, los trajes que llevaban les permitían evitar todas estas dificultades. Puesto que el tronco se mantenía dentro de un armazón que podía soportar la presión externa, los submarinistas respiraban aire a solo una atmósfera y, al mismo tiempo, tenían gran libertad de movimiento en brazos y piernas, de modo que gozaban de una mayor maniobrabilidad bajo el agua que si llevaran una pesada escafandra. No dejaba de ser una solución intermedia —no podían girar ni doblar la cintura, y el hecho de que las extremidades estuvieran sometidas a la presión de las profundidades aún limitaba la duración de la inmersión—, pero reducía enormemente el riesgo de padecer la enfermedad del buzo.

—Nos podrás ver por vídeo —prometió Kari.

—No es lo mismo. Este descubrimiento es algo que hay que vivir en persona.

—Tranquila —le dijo Castille—. Te traeremos una Nereida de oro.

—¡No! ¡Por favor, dejadlo todo tal como lo encontréis! Y ya que estamos… —se volvió hacia Chase—, ¿es necesario que lleves explosivos?

—Si el conducto está bloqueado más adelante, tendremos que abrirnos paso. ¡Tranquila, no volaré el templo! Sé lo que hago.

—Eso espero. —Le dio un golpecito en el casco—. ¿Cómo se siente uno ahí dentro?

—Apretado. Por suerte no soy claustrofóbico.

—Qué afortunado —suspiró Castille. Miró el armazón amarillo que le cubría el tronco—. Me siento como si estuviera atrapado dentro de una pastilla de jabón gigante.

—O de un corsé —añadió Kari, que se puso una mano en la cintura del traje. Mientras que las unidades de Chase y Castille eran de un diseño genérico, se los habían ajustado moviendo los aros de sellado por las extremidades, el suyo estaba hecho a medida y se le ajustaba como un guante, por lo que aún resaltaba sus formas femeninas bajo aquel montón de acero y policarbonato—. ¡Así es como debían de sentirse las mujeres victorianas!

—Sí, mientras caían del
Titanic
—dijo Chase en broma.

—Esas fueron las eduardianas, no las victorianas —lo corrigió Nina.

—Malditos historiadores, me estropean todos los chistes… —Miró a sus compañeros mientras los miembros de la tripulación cerraban los trajes—. Bueno… ¿todos listos?

—Por supuesto —exclamó Kari con entusiasmo.

—¿Que si estoy listo para enfrentarme al peligro de nuevo? —preguntó Castille, más contenido—. Bueno, si no queda más remedio…

—Vamos, Hugo, si te encanta. —Chase sonrió—. Además, ahí abajo no tendrás que preocuparte por los helicópteros.

—Ya, ¿pero qué es un sumergible, sino un helicóptero submarino?

Chase le dio un manotazo en el casco.

—Sí, sí. ¡Deja de quejarte y métete en el agua!

Los tres submarinistas se agarraron a la jaula de acero y el
Atragon
fue engullido por el océano.

Nina los miró hasta que desaparecieron y se fue corriendo a la sala de control. El traje de Chase llevaba una videocámara incorporada en el hombro derecho que transmitía las imágenes mediante un cable de fibra óptica, mientras que el sumergible enviaba las imágenes a través del cable umbilical.

—Eh, Kari, te veo —dijo Nina, que se puso el auricular y el micrófono. La silueta que aparecía en pantalla la saludó.

—Submarinistas, ¿podéis probar los comunicadores? —preguntó Trulli desde la estación de seguimiento—. ¿Eddie?

—Alto y claro —respondió Chase con voz distorsionada, como si hablaran por teléfono.

—¿Kari?

Apenas pudieron oírla debido a las interferencias.

—Te oigo pero hay muchos parásitos.

—Lo mismo me pasa a mí —dijo Castille.

—¿Qué alcance tienen los transmisores? —preguntó Philby. Los sistemas de comunicación de Chase estaban conectados al sumergible mediante un cable, pero para evitar el riesgo de que los cables se enredaran, Kari y Castille usaban una conexión por radio submarina, y utilizaban a Chase como estación repetidora humana.

—Unos quince metros como máximo —respondió Trulli—. Depende de la salinidad del agua. Si es muy alta, la señal podría alcanzar tan solo dos o tres metros. A esa distancia casi es mejor gritar.

—Chicos —dijo Nina por el micrófono—, no os alejéis mucho unos de los otros, ¿de acuerdo? —Kari levantó un pulgar.

El descenso era más lento que el primero, pero el capitán Matthews había situado el
Evenor
justo encima del templo para que pudieran alcanzar antes su objetivo. La construcción no tardó en aparecer en el monitor LIDAR.

—Bueno, submarinistas —dijo Baillard—. Voy a situarme en el mismo lugar que antes, junto a la excavación.

Nina lo observó todo desde la cámara de Chase. El
Atragon
tenía menos focos que un sumergible convencional, por lo que el templo era apenas una sombra en la negrura casi absoluta del mar. Los propulsores del sumergible levantaron un pequeño remolino de arena al posarse sobre el lecho marino.


Evenor
—comunicó Baillard—, hemos tomado posición y estamos a salvo. ¿Submarinistas? Buena suerte.

Chase soltó el parachoques tubular y saltó al lecho marino. Kari y Castille lo siguieron.

—Bueno, ya estamos. Comprobando radio.

—Le oigo —dijo Kari.

—Te recibo —confirmó Castille. Y añadió, en tono informal—: Siento un picor justo en medio de la espalda. Creo que volveré al barco para rascarme.

—Sí, hombre, ¿quieres perderte la divertida experiencia de recorrer un estrecho conducto de piedra del que, además, no sabes qué encontrarás al final? —Chase dio unos cuantos pasos y levantó una pequeña nube de cieno. A pesar de la sustentación que le proporcionaba el traje, no podía evitar caminar como un pato debido a su escasa flexibilidad. El pecho ancho y plano también ofreció una gran resistencia cuando intentó avanzar.

—Joder, caminando vamos a tardar una eternidad. Probemos los propulsores.

Dio un salto y se situó en posición horizontal. Castille y Kari lo imitaron y cuando lo atraparon, Chase levantó la mano izquierda para coger una barra flexible de control que sobresalía del peto del traje.

—Bueno, no os alejéis —les ordenó—. Si nos pasa algo o alguien tiene problemas de comunicación, regresad de inmediato al submarino y esperad a los demás. Adelante.

Apretó con el pulgar la rueda situada en el extremo de la barra. Los controles de los propulsores acoplados al traje eran sencillos: tres velocidades para avanzar, una para retroceder y si soltaba la rueda se detenían los motores de forma automática. Se puso en marcha a la velocidad más baja y se valió de los pies para ajustar la inclinación. En cuanto comprobó que tenía control absoluto de la situación, aumentó la velocidad hasta el segundo nivel. El cable de fibra óptica que lo unía con el sumergible serpenteaba tras él como el hilo de una araña.

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