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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (35 page)

—¿Cómo?

—Creemos que el hecho de encontrar la Atlántida nos ayudará a seguir el rastro de la diáspora. Ya hemos comprobado que los atlantes intentaron reproducir su civilización en Brasil, y creemos que hicieron lo mismo en otros lugares. El mapa del templo mostraba que habían llegado muy lejos, hasta Asia. Queremos encontrar todos esos emplazamientos, seguir su camino. Quizá incluso…

—¿Encontrar a sus descendientes?

—Los indios querían saber si yo era una de los «antepasados». Es obvio que existe una especie de recuerdo racial, de unas historias que han pasado de generación en generación.

—Entonces supongo que, como mínimo, sabemos que los atlantes eran rubios —dijo Nina, que esbozó una media sonrisa. Kari se la devolvió—. ¿Cómo encaja Qobras en todo esto?

Kari torció el gesto.

—Por lo que hemos podido descubrir, cree que los descendientes atlantes constituyen una amenaza.

—¿Es cierto?

—Dímelo tú, que eres uno de ellos.

No supo qué responder.

—¿Qué problema tiene con ellos… con nosotros? —preguntó—. ¿Sabe lo del marcador de ADN?

—Estoy casi convencida. Hace un año descubrimos que había infiltrado un topo en nuestro instituto de investigación genética, aunque mi padre cree que lleva mucho más tiempo espiándonos. Ahora está claro que Qobras hará lo que sea con tal de evitar que encontremos la Atlántida… y cuanto más nos acerquemos, más desesperado estará.

Nina tomó aire, nerviosa.

—Estoy empezando a pensar que habría sido mejor que me aficionara a los ovnis o al Bigfoot más que a la Atlántida.

—Pues yo me alegro de que no lo hicieras. —Kari le apretó las manos en un gesto tranquilizador—. Sin ti, nunca habríamos llegado tan lejos. Y ahora que sabemos lo que está en juego, haremos todo lo que esté a nuestro alcance para protegerte.

Nina miró el mapa.

—Me alegra oírlo. Aunque estás dando por sentado que vamos a encontrar la Atlántida.

—Si hay algo ahí abajo, el radar lo encontrará.

—Pero ¿cómo vamos a llegar hasta ahí? Sabe Dios a qué profundidad estarán los restos. Y no es que sea muy fácil ponerse a excavar en esas condiciones. Ya es lo bastante difícil en aguas poco profundas, así que no quiero ni imaginar los problemas que tendremos a cientos de metros.

Kari le lanzó una sonrisa de complicidad.

—Aún no has visto nuestros submarinos. Son bastante impresionantes.

—¿Submarinos? ¿En plural?

—Starkman tenía razón cuando dijo que la búsqueda de la Atlántida era algo más que una mera afición para mi padre. Más que su negocio, incluso que el trabajo de la Fundación, es lo más importante de su vida.

—¿Más que tú?

—Para mí es igual de importante. —Nina estuvo a punto de decirle que no se refería a eso, pero antes de que pudiera hacerlo, Kari le soltó las manos—. Aún tardarán un poco en llegar los primeros resultados del radar, así que… —Señaló las ventanas. El hotel daba al puerto de Gibraltar, junto al Peñón—. ¿Hacemos algo?

Nina negó con la cabeza.

—No… no lo sé, Kari. Me siento un poco abrumada por todo esto.

—Ah. Bueno… —dijo, con un deje de decepción—. Si cambias de opinión…

—Gracias.

Kari salió de la habitación. Nina se quedó, mirando la carta de navegación.

No por primera vez, se preguntó: ¿dónde demonios me he metido?

Pasó un día antes de que el radar empezara a proporcionar resultados, y Nina empezaba a agobiarse. Chase le había dejado claro que no iba a salir sola del hotel; y aunque disfrutaba de la compañía de ambos guardaespaldas, a pesar de las bromitas de Chase, su mera presencia le hacía ser más consciente de la amenaza a la que se enfrentaba. Kari intentó convencerla para que saliera, pero Nina aún no había digerido todo lo que le había contado. Quizá a Kari le dolía su negativa, pero necesitaba tiempo para pensar. Y tenía que hacerlo a solas.

Al final llegaron los resultados del radar y, aunque no había puesto sus pensamientos en orden, ahora tenía algo en lo que centrarse.

—Ahí está —dijo Kristian Frost por videoconferencia. Un segundo monitor LCD conectado al portátil mostraba un duplicado de la imagen captada por el radar, que estaban examinando todos los miembros de la expedición. En la pantalla, un cursor trazó un círculo rojo alrededor de una sección concreta.

A Nina se le cortó la respiración por la sorpresa, mientras miraba con mayor detenimiento la zona que había marcado Frost. La imagen era en gris. Cada variación de tono se correspondía con los distintos reflejos de la señal del radar al penetrar en el agua y bajo el lecho marino.

En la imagen se podían ver una serie de círculos concéntricos, cada vez más pequeños. Y en el centro…

—¿A qué escala está? —preguntó—. ¿Qué tamaño tiene?

—Un milímetro son cinco metros —respondió Kari, que le dio una regla. Nina midió el diámetro central.

—Ciento veinticinco milímetros de diámetro, más o menos… eso son seiscientos veinticinco metros. Y las proporciones de los anillos a medida que se hacen más grandes… —Miró a Kari; sus reservas se habían esfumado debido a la emoción—. Encajan con lo que escribió Platón. La única diferencia es el tamaño, pero…

Acercó la regla al objeto que se encontraba en el centro del círculo más pequeño, un rectángulo de color blanco y negro, en lugar de las sombras de gris que predominaban en el resto de la imagen.

—Ciento veinte metros de largo y sesenta de ancho —exclamó—. ¡El mismo tamaño que el templo de Brasil!

—¿Existe la posibilidad de que esos círculos fueran algún tipo de formación natural? —preguntó Philby—. ¿Un volcán que se derrumbó, o el cráter de un meteorito?

—Son demasiado regulares —replicó Nina—. Fueron hechos por el hombre, tienen que serlo. ¿A qué profundidad están?

Frost tenía la respuesta.

—El lecho marino está a doscientos cuarenta metros bajo la superficie, y hay aproximadamente —miró a un lado para comprobar algo en otra pantalla—… cinco metros de sedimentos.

—Eso es mucho —dijo Chase, antes de volverse hacia Kari—. Por suerte tienen submarinos, ya que esa profundidad está cerca del límite para bajar con un equipo de submarinismo. Solo podríamos permanecer unos cuantos minutos bajo el agua.

—De hecho, tenemos un nuevo equipo de submarinismo que nos ayudará en ese aspecto —contestó la hija de Frost—. Ya se lo enseñaré cuando estemos en el barco.

—¿Qué hacemos con los sedimentos? —preguntó Nina.

Kari sonrió.

—Ya te lo dije, espera a ver nuestros sumergibles. Hemos fabricado algo especial. Será nuestra primera oportunidad de usarlos en un entorno real.

Philby se acercó a la pantalla.

—Si no me equivoco, cuanto más claro se ve algo en la imagen, más fuerte es la señal del radar, ¿verdad?

—No del todo. Las zonas blancas son más bien sombras, zonas que el radar no ha podido barrer. Los objetos negros, en cambio, son reflejos nítidos —explicó Kari.

—Eso significa que debe de haber muchos objetos sólidos ahí abajo. —Philby señaló un punto al este—. Fíjense en esto, por ejemplo. Me parece casi una fotografía aérea de unas ruinas. Todo parece amontonado, como si los muros se hubieran derrumbado, pero aún tiene un perfil bastante regular.

—Es la Atlántida —dijo Nina—. Tiene que serlo. Se ajusta demasiado a la descripción de Platón como para ser otracosa. Los tres anillos de agua alrededor de la ciudadela, el canal que fluye hacia el sur… —Señaló un rectángulo oscuro—. Y esto… es el templo de Poseidón, el original. ¡No puede ser otra cosa!

—¿Cómo es posible que haya acabado a tal profundidad? —se preguntó Chase—. Doscientos cincuenta metros es mucho.

—Un gran movimiento de las placas tectónicas o el derrumbe de una caldera volcánica subsuperficial podría causar fácilmente que parte de la plataforma continental se hundiera en un período muy corto de tiempo. También podría provocar grandes tsunamis, lo que explicaría el hundimiento catastrófico de la isla que describió Platón, y con el tiempo, esta se sumergiría aún más. También hay que tener en cuenta que el nivel del mar ha aumentado desde el final de la última edad de hielo, hace unos diez mil años, después del hundimiento de la Atlántida. La combinación de ambos hechos da como resultado algo que nadie podría encontrar jamás, a menos que supiera dónde buscarlo exactamente.

—Algo que tú has hecho. —Kari le regaló una sonrisa radiante—. Dios mío, Nina, ¡lo has logrado! ¡Has encontrado algo que la gente consideraba una leyenda!

—Sí, es cierto, eso creían, ¿verdad? —dijo Nina, que le lanzó una mirada penetrante a Philby.

—Sí, sí —carraspeó el doctor—, obviamente, estaba equivocado. —Le tendió una mano—. Felicidades, doctora Wilde.

—Gracias, profesor —contestó ella y se la estrechó. Acto seguido Philby se le acercó y la abrazó.

—Bien hecho, Nina —la felicitó—. Has hecho un trabajo extraordinario. —Ella sonrió, llena de orgullo.

—Bueno, no quiero interrumpir esta orgía arqueológica —terció Chase—, pero aún tenemos que llegar hasta el lugar en cuestión, que está a doscientos cincuenta metros de profundidad, ¿recuerdan?

—De eso me encargo yo —dijo Frost—. Le diré al capitán del
Evenor
que zarpe cuanto antes. Ya ha hecho todos los preparativos, así que podéis atraparlo mañana con el helicóptero. —Sonrió—. Una vez más, doctora Wilde, debo felicitarla. Ha realizado otro descubrimiento increíble. Desearía estar ahí para verlo por mí mismo.

—Yo también,
far
—dijo Kari.

—La próxima vez que hablemos… —Frost sonrió de nuevo, de oreja a oreja—, habréis encontrado la Atlántida. Estoy convencido. Adiós… y buena suerte. —La pantalla se apagó.

—Lo mismo pienso yo —exclamó Kari—. ¡Felicidades, Nina! —Se acercó al minibar y cogió una botella de champán Bollinger—. ¡Deberíamos celebrarlo!

—¿Del minibar? —Chase se rió—. ¡Joder, le va a costar más esa botella que toda la expedición!

—Creo que vale la pena. Toma, Nina. —Le pasó la botella—. Mereces hacer los honores.

—¡Y no has ganado un gran premio de fórmula uno, así que no la agites! —añadió Chase—. No quiero que eches a perder ni una gota.

Nina quitó el precinto mientras Castille repartía las copas. Giró el tapón.

—Nunca me ha gustado esta parte. Me da miedo sacarle un ojo a alguien.

—¿Como a Jason Starkman? —preguntó Chase con una sonrisa cruel.

—No me hace gracia… ¡aaah! —El tapón saltó y Chase acerco la copa rápidamente para que no cayera la espuma—. Gracias.

—De nada. Sigue hasta llenarla. Es tuya.

—¿Intentas emborracharme?

—¡Sí, seguro que no hay quien te pare cuando estás borracha! Toma. —Le cogió la botella, se la cambió por la copa llena y sirvió a los demás.

—Por Nina —dijo Kari, que alzó la copa. Los demás se unieron al brindis al unísono.

Nina hizo una pausa.

—Gracias… pero creo que deberíamos recordar a la gente que ha resultado herida o que… no ha llegado tan lejos como nosotros. Hafez, Agualdo, Julio, Hamilton, el capitán Pérez…

Los demás repitieron los nombres con solemnidad antes de tomar un sorbo.

—Es muy considerado por tu parte —dijo Philby.

—Me pareció lo más apropiado. Espero que lo que encontremos valga la pena.

—La valdrá —le aseguró Kari—. La valdrá.

Capítulo 19

Golfo de Cádiz

—¡Ahí está! —dijo Kari, que señaló un poco más adelante, a través del parabrisas del helicóptero. Ante ellos se extendía el azul intenso del golfo de Cádiz, en cuya superficie centelleaban los rayos del sol. Estaban a noventa millas de la costa portuguesa, a cien de Gibraltar, y su destino se adentraba en el Atlántico a una velocidad constante de doce nudos. El RV
Evenor
destacaba en el azul infinito como un destello blanco, una embarcación de reconocimiento oceanográfico de ochenta metros de eslora, lo último en cuanto a exploración submarina. Tal como hacía con todos sus otros asuntos, Kristian Frost no había reparado en gastos.

—¡Ah, por fin! —dijo Castille. El belga se había mostrado muy nervioso durante todo el viaje, para diversión de los demás pasajeros—. Qué ganas tengo de volver a poner los pies en tierra firme —dijo—. En cubierta firme. O en cubierta mecida por las olas. ¡Me da igual mientras no sea un helicóptero!

—¿Tienes idea de lo difícil que es hacer aterrizar un helicóptero en un barco en marcha? —le preguntó Chase con malicia.

Castille lo fulminó con la mirada, se sacó una manzana verde del bolsillo y le dio un buen mordisco.

—Eso no será un problema, señor —le aseguró el piloto mientras el Bell 407 iniciaba el descenso—. He hecho esta maniobra cien veces.

—Es la ciento uno la que me preocupa —murmuró Castille mientras daba buena cuenta de la manzana. Incluso Philby se unió al jolgorio general.

Nina miró por encima del hombro de Kari mientras se aproximaban al
Evenor
. El barco de investigación tenía un diseño ultramoderno y, según los ojos inexpertos de Nina, algo extraño. El casco era normal, pero la superestructura parecía inestable ya que se trataba de un bloque alto y estrecho, metido en la sección central del barco, rematado con un mástil de radar.

El motivo de ese diseño tan fuera de lo corriente se hizo obvio cuando se aproximaron. En la popa, por encima de las hélices y el timón, sobresalía una plataforma para helicópteros, mientras que gran parte de la zona de cubierta de proa la ocupaban las grúas y cabestrantes que sostenían los dos sumergibles del
Evenor
. La gente tenía que apretujarse entre las máquinas.

—Solo tiene un año —dijo Kari cuando estaban a punto de aterrizar—. Tres mil doscientas toneladas métricas, cinco oficiales, diecinueve personas de tripulación y con capacidad para alojar hasta treinta científicos durante dos meses. La niña de los ojos de mi padre.

—Después de ti, espero —dijo Nina.

—Mmm… a veces hasta yo me lo pregunto —replicó Kari, en broma.

Tal como había prometido el piloto, el aterrizaje fue rápido y sin percances. Castille casi saltó de la cabina cuando el personal del barco fijó el aparato a la plataforma.

—¡Por fin a salvo! —exclamó.

—No levante los brazos de alegría —le dijo Nina, señalando las aspas del rotor, que aún giraban—. ¡Recuerde lo que le pasó a Hayyar!

—Como mínimo aquí abajo estarás a salvo de los helicópteros —le dijo Chase, mientras miraba al agua. El mar estaba en calma, las suaves olas eran el escondite perfecto para lo que ocultaban varios metros más abajo.

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