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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (32 page)

—Bueno, supongo que esto es el final —dijo Starkman, que miró hacia los prisioneros—. Lo siento, Eddie, pero tengo órdenes.

—Métete tu falsa compasión por el culo, gilipollas hipócrita —le espetó Chase—. Debería haber dejado que esos cabrones de Al Qaeda te mataran en Afganistán.

—El mundo se alegrará de que no lo hicieras. Adiós, Eddie. —Starkman les hizo un gesto a sus hombres, que obligaron a Nina y a Kari a arrodillarse junto a Chase.

Nina sintió el cañón frío y duro de un arma en la nuca. Cerró los ojos…

Y oyó un zumbido.

¡Chas!

El hombre que había tras ella dio un grito ahogado antes de caer al suelo. Nina abrió los ojos y vio una lluvia de flechas y lanzas. Uno de los hombres que había detrás de Philby recibió un flechazo en la pierna. Hizo una mueca, estiró la mano para arrancársela… Pero de pronto abrió los ojos, como si se le fueran a salir de las órbitas. Le empezaron a temblar los dedos, se le cortó la respiración y cayó al suelo.

¡Lo habían envenenado!

Starkman se volvió y una flecha le alcanzó en el pecho. Pero no atravesó el chaleco de kevlar.

—¡Abrid fuego! —gritó mientras corría para ponerse a cubierto en la cabaña más próxima y disparó su UMP-40 hacia los árboles.

Los hombres que cubrían a Nina y Kari retrocedieron con Starkman y dispararon hacia la selva. Kari agarró a la doctora del brazo.

—¡Vamos!

Ambas echaron a correr. Un comando que había tras ellas se volvió para dispararles, pero uno de los indios le lanzó unas boleadoras. Dos de las piedras impactaron en el arma y erró el tiro, mientras que la tercera le dio en la cara y le partió los dientes.

Chase vio una oportunidad y la aprovechó; cuando el gigante que había tras él se movió, le clavó el codo en la entrepierna.

Falló. El hombre profirió un alarido de dolor, pero había recibido el impacto en la zona superior del muslo. Chase alzó la vista y vio que el hombre lo miraba fijamente, hecho una furia. Bajó el fusil…

El inglés se lanzó a las piernas del mercenario para tirarlo. El hombre se tambaleó, cayó sobre él y le golpeó con las rodillas en el pecho. Casi sin aliento, Chase cogió el UMP-40 de su adversario…

Recibió un puñetazo en la cara. Chase oyó el crujido de su nariz cuando se le rompió. Le sorprendió la ausencia de dolor, pero sabía por experiencia que no tardaría en llegar.

El puño retrocedió para golpearlo de nuevo. Chase soltó el subfusil y le agarró las manos a su adversario para intentar amortiguar el golpe. Las cerró con fuerza para intentar aplastarle los dedos…

Kari y Nina corrieron hacia Castille y los demás prisioneros.

—¡Métete en la cabaña! —gritó Kari, en el momento en que una flecha les pasó rozando por la cabeza.

—¡No, tenemos que ayudarlos! —respondió Nina. Uno de los indios muertos estaba tirado en mitad de su camino. Le arrancó el cuchillo—. ¡Vamos!

Starkman disparó de nuevo hacia los árboles mientras berreaba por el
walkie-talkie
.

—¡Helicóptero uno! ¡Fuego a discreción en los árboles! ¡Ahora!

Uno de los hombre que estaba cerca de los prisioneros fue alcanzado por una lanza por detrás; la afilada punta de obsidiana penetró en su cráneo. Sin dejar de disparar, se desplomó sobre la pared de una cabaña y la destrozó.

El hombre se zafó de Chase con un rugido, y le dio un rodillazo en las costillas. Chase intentó gritar, pero no le quedaba aire en los pulmones.

Aprovechando que los guardas se habían distraído, Castille y Di Salvo ya estaban en pie cuando llegaron Kari y Nina. La doctora agarró a Philby y le cortó la cuerda con la que le habían atado las manos, mientras Kari se afanaba en deshacer los nudos de Castille.

—¡Nuestras armas! —exclamó el belga y señaló las mochilas.

Cayó otro de los hombres de Starkman, con una flecha envenenada en el cuello.

Una furibunda racha de viento azotó la aldea cuando el helicóptero la sobrevoló. Se desató una lluvia de casquillos cuando el cañón rotatorio de seis tubos abrió fuego contra los árboles.

Philby ya era libre.

—¡Kari! —gritó Nina, que le lanzó su cuchillo. Kari lo cogió al vuelo y cortó las cuerdas de Di Salvo, mientras Castille se precipitaba hacia los fusiles.

—¡Métete en la cabaña, al suelo! —Logró meter a Philby en el interior de la endeble estructura en el mismo instante en que una flecha atravesaba la madera.

Uno de los miembros de la Hermandad se lanzó contra otra cabaña para esquivar una flecha, y al hacerlo se dio cuenta de que sus prisioneros se habían escapado.

El Halo giró y arrancó varios árboles con el fuego del cañón. La corriente descendente del rotor principal era tan fuerte que las cabañas salieron volando y esparció los escombros en todas direcciones.

El gigantesco soldado se agachó y agarró a Chase del cuello. Le apretó la arteria carótida con fuerza.

El latido de la sangre en los oídos ahogó incluso el ruido del helicóptero. Chase vio que estaba casi sobre ellos, los rotores borrosos tras la sonrisa sádica del hombre que lo estaba estrangulando. Levantó las manos para golpearlo en la cara, pero era demasiado grande y tenía los brazos demasiado largos, por lo que no alcanzó su objetivo.

Se le empezaba a nublar la vista y sentía un martilleo en la cabeza.

No llegaba a la cara del hombre que le aplastaba el pecho, pero sí que alcanzaba su cuerpo…

El aluvión de armas primitivas, pero efectivas, desde el interior de la selva cesó de inmediato cuando el helicóptero abrió fuego. Los gritos de horror de los indios resonaron en la aldea.

Castille cogió uno de los fusiles Colt y, cuando se disponía a disparar, vio que uno de los hombres de Starkman ya lo estaba apuntando con un UMP.

El hombre apretó el gatillo en el instante en que Di Salvo se lanzó frente al belga. Los tres disparos impactaron en la cadera y el muslo del brasileño, que empezó a sangrar a borbotones en cuanto cayó al suelo.

Castille contraatacó. Como el hombre llevaba protecciones antibalas, apuntó a la cabeza. Los tres disparos alcanzaron el objetivo y el cráneo del hombre estalló en una lluvia de masa encefálica y sangre.

Otro de los hombres de Starkman oyó los tiros y se volvió para enfrentarse a su nuevo adversario…

Pero recibió una patada en la cara.

Mientras se tambaleaba, Kari se giró sobre sí misma y le dio otra patada en la ingle que hizo que el hombre saliera despedido y atravesara la pared de una cabaña.

Kari cogió su fusil, se detuvo una fracción de segundo para tomar una decisión… y le disparó en la cabeza.

Chase sintió que perdía el conocimiento, que la vida se le escurría entre las manos. El comando se alzaba sobre él como un demonio; las aspas del helicóptero eran una aureola oscura sobre su cabeza.

Sin apenas fuerzas, estiró un poco más la mano derecha y alcanzó el objeto que anhelaba: el garfio que llevaba a la espalda.

Apretó el gatillo.

Hubo una pequeña explosión de gas y el garfio salió volando, casi en vertical, dejando tras de sí la estela del cable de acero y nailon… Y se enganchó en los rotores del Halo.

El gancho de fibra de carbono se hizo añicos al impactar en las aspas, pero el cable se enredó al instante en el rotor, que empezó a tirar de él.

El comando abrió los ojos, aterrorizado, al darse cuenta de lo que iba a ocurrir; entonces se vio arrastrado hacia arriba con tal fuerza que se le fracturaron varias costillas. Ascendía inexorablemente, como si lo hubieran lanzado con una catapulta, en dirección a los rotores. Su enorme cuerpo reventó, troceado en mil pedazos, que cayeron como una lluvia sangrienta sobre la aldea.

De pronto el helicóptero empezó a dar bandazos, fuera de control. El cable se había enredado en el rotor e incluso las aspas habían sufrido daños…

—¡A cubierto! —gritó Chase.

Kari miró alrededor. Starkman corría hacia el lateral del templo. Sobre ellos, el inmenso helicóptero empezó a girar, y al rugido de sus motores se le unió el chirrido de la maquinaria dañada. Ya solo quedaba uno de los hombres de Starkman, cerca de Chase.

Castille y ella dispararon simultáneamente para abatirlo.

El Halo seguía girando. Un hombre se lanzó de la cabina, gritando, cayó de cabeza sobre la cabaña de los ancianos y se rompió el cuello. Totalmente fuera de control, el helicóptero se dirigía hacia el templo, perdiendo altura.

El piloto del otro Halo vio que se dirigía hacia él, aceleró al máximo, hasta que los rotores no dieron más de sí, e inició un frenético ascenso vertical. Los hombres a los que estaba recogiendo por el agujero del techo del templo, se golpearon contra las paredes y cayeron de nuevo al suelo.

El otro Halo, envuelto en una nube de humo que manaba de sus motores, chocó contra el techo del templo. La estructura curva de piedra, debilitada por el boquete causado por la explosión previa, se vino abajo con el impacto. El aparato atravesó el techo y se precipitó en el interior del templo. Los rotores estallaron en pedazos al chocar contra la piedra, y alcanzaron casi los cien metros de altura antes de volver a caer al suelo.

El inmenso helicóptero se desplomó casi verticalmente ante la estatua de Poseidon, donde explotó.

Una bola de fuego arrasó el templo y las llamas acabaron con la vida de los hombres que aún quedaban en el interior. La gigantesca estatua del dios se balanceó, cayó hacia delante y aplastó los restos del aparato. La piel dorada de Poseidon empezó a fundirse a causa del intenso calor.

Un calor que alcanzó las cargas de termita de la sala del altar. Estas explotaron y provocaron que la temperatura subiera, en un abrir y cerrar de ojos, por encima de los mil grados. Los objetos de oro y oricalco que había no se fundieron, sino que se evaporaron, arrasados por la abrasadora ola de fuego.

Castille se volvió al oír la explosión e, instintivamente, se lanzó hacia atrás justo antes de que un trozo de aspa de un metro de largo se clavara entre sus piernas como una jabalina.


Merde
! —gritó—. ¡Helicópteros!

El resto del techo del templo se vino abajo, miles de toneladas de piedra que lo sepultaron todo. La onda expansiva atravesó los demás túneles y salas, y la entrada escupió una nube inmensa de polvo y escombros, como un tren expreso.

La antigua réplica del templo atlante de Poseidón, oculta en la selva durante miles de años, fue destruida para siempre, junto con todos los secretos que contenía.

Nina asomó la cabeza por la cabaña y se protegió los ojos al ver la nube de polvo.

—¡Joder!

Chase se apoyó en la pared del templo para levantarse. Se limpió la sangre de la cara con el dorso de la mano. La nariz rota empezaba a dolerle. Entre el polvo vio a Kari y Castille, que corrían hacia él.

—¿Dónde está Starkman? —les preguntó entrecortadamente.

—¡Por ahí! —señaló Castille. Starkman torció en la esquina del templo en ruinas y lo perdieron de vista.

—¿Nina?

—Está en una de las cabañas —le dijo Kari.

—Derne su fusil.

Kari le entregó el Colt.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Castille.

—¡No pienso permitir que ese cabrón huya! Kari, vigile a Nina. ¿Dónde está Agnaldo?

—Le han disparadó —dijo Castille.

—¡Pues ayúdalo! ¡Idos, los dos! —Chase echó a correr, dolorido, tras Starkman.

El secuaz de Qobras se subió a la base del templo y siguió corriendo, hablando por el
walkie-talkie
.

—¡Helicóptero dos! ¡Aquí Jefe Águila, necesito que me recojáis ahora! —El Halo superviviente sobrevolaba la selva con cautela, a unos cuantos cientos de metros.

Chase dobló la esquina del templo, en pos de Starkman.

¡Ahí estaba!

—No te escaparás —gruñó y subió a la primera grada.

Kari se precipitó hacia los restos de la cabaña donde había visto refugiarse a Nina con Philby. Apartó la piel animal que cubría la puerta.

—¿Estás bien? —preguntó.

—¡Estamos bien! —respondió Nina.

—Habla por ti —murmuró Philby.

Nina no le hizo caso.

—¿Y los demás? ¿Dónde está Eddie?

—Han disparado a Di Salvo —respondió Kari—. Hugo lo está curando. Chase ha salido tras Starkman.

—¿Qué? ¡Vamos, tenemos que ayudarlo! —Salió fuera, vio que Chase ascendía por el lateral de la pirámide y se dirigió tras él.

—¡Es demasiado peligroso! —le advirtió Kari, pero fue en vano—. ¡Nina! ¡Maldita sea! —Corrió hasta las mochilas, cogió otro fusil y la Wildey de Chase y siguió los pasos de la doctora.

El Halo se acercó, evitando la columna de denso humo que salía del templo derruido. Mientras descendía, las cuerdas cayeron entre el follaje.

Starkman aminoró la marcha y gritó por radio:

—¡Vamos, más rápido! ¡Sacadme de aquí! —Agitó los brazos con furia para que el helicóptero se acercara más…

Las piedras oscuras que había a su alrededor se resquebrajaron al recibir impactos de bala.

—¡Jason! —gruñó Chase, sin dejar de disparar.

Starkman subió a la siguiente grada y contraatacó con su UMP. Chase se agachó para esquivar los disparos y le cayó encima una lluvia de polvo y fragmentos de roca. Recorrió varios metros a gatas antes de asomarse de nuevo y disparar otra ráfaga.

Nina oyó los disparos y se puso a cubierto en la grada más baja del lateral del templo. Asomó la cabeza con cautela y vio que Chase se estaba tiroteando con Starkman, que se encontraba en la grada superior y cerca del extremo devastado del templo. El helicóptero se aproximaba, con las cuerdas extendidas.

Chase disparó otra ráfaga y oyó el clic tras la última bala.

¡El cargador estaba vacío!

Starkman sabía contar los disparos tan bien como él. No tardaría mucho en darse cuenta de que se había quedado sin munición. Chase avanzó unos cuantos metros más, asomó la cabeza y se puso a cubierto de inmediato. Tal como esperaba, su breve aparición provocó una ráfaga de disparos. Starkman no tenía miedo de quedarse sin balas.

El viento provocado por el helicóptero le agitó la ropa. A una altura tan baja, la fuerza del Halo podía hacer que un hombre saliera volando fácilmente.

Algo que dificultaba muchísimo afinar la puntería.

Chase se subió a la siguiente grada y se echó contra la pared cuando otra ráfaga de balas impactó en la pirámide. Sin embargo, logró escuchar lo que Starkman decía por radio:

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