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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (28 page)

—Y dos retos —añadió Nina, con un deje de tristeza.

—Podemos superarlos —dijo Kari, sin el menor atisbo de duda en la voz—. Vamos.

Cuando pasaron por la abertura, Chase insistió en que se detuvieran para poder curarles las heridas. A Kari le arrancó la manga rasgada y le hizo un torniquete para detener la hemorragia. La herida del hombro de Nina era menos profunda, de modo que le hizo un vendaje improvisado con una de las mangas.

—Es lo único que puedo hacer de momento —dijo a modo de disculpa—. Tendrán que poneros puntos en cuanto salgamos. Y también una inyección. No quiero que ninguno de esos pequeños insectos cabrones os infecte la herida.

Nina se estremeció.

—Dios, ha faltado poco.

—Pues aún nos quedan dos —le recordó Chase.

—Sí, gracias por intentar tranquilizarme. Y estás sudando.

—Bueno, supongo que esto puede considerarse un jaleo.

—Hemos superado el reto de la fuerza —dijo Kari, que flexionó el brazo lentamente e hizo un gesto de dolor—. Así que aún nos queda el reto de la destreza y el de la mente.

—Iba a decir que espero que sean más fáciles que el primero —añadió Chase—, pero… tengo el presentimiento de que no va a ser así.

—Yo también —admitió Kari—. Pero sé que podemos lograrlo. ¿Cuánto tiempo nos queda?

—Cuarenta y seis minutos.

—Muy bien. Veamos en qué consiste el reto de la destreza.

Avanzaron cautelosamente por el nuevo pasillo, que torció varias veces antes de que oyeran algo más aparte de sus pasos. Chase enfocó la linterna hacia delante. El pasillo desembocaba en una sala más grande.

—Agua —dijo el inglés.

—¿Dentro del templo? —preguntó Nina.

—Dijo que era el templo del dios del mar… —Aceleraron el paso—. Es agua, sin duda. Quizá el riachuelo que vimos junto a la aldea atraviesa el templo también.

Al cabo de unos instantes comprobaron que su teoría era correcta. El trío se encontraba en una plataforma que abarcaba el lado largo de una piscina rectangular gigante de agua verde salobre. El techo de la plataforma tenía la misma altura claustrofóbica que el del pasillo, pero el del resto de la sala era mucho más alto.

Chase iluminó el agua con la linterna. Los reflejos de las olas trepaban por la pared. La piscina medía treinta metros de largo, como mínimo, y unos siete de ancho. En un principio a Nina le pareció que había una cuerda que la cruzaba de lado a lado, pero luego se dio cuenta de que era una vigueta de madera, de poco más de dos centímetros de ancho, que se sustentaba en unos postes que sobresalían de la piscina. La viga se encontraba a unos sesenta centímetros por debajo del nivel de la plataforma, y a solo quince sobre la superficie calma del agua.

—Bueno, ¿y ahora qué? —se preguntó Chase.

Kari señaló al otro lado del canal.

—¿Qué es eso?

La linterna iluminó un puñal de oro resplandeciente, que se encontraba, con la punta hacia abajo, en el interior de un hueco poco profundo justo sobre el extremo opuesto de la vigueta. Unos tres metros sobre el puñal había una cornisa que discurría a lo largo de la pared más alejada, pero no parecía que hubiera ninguna forma de llegar hasta allí.

—Bueno, es el reto de la destreza —dijo Nina, que se acercó al borde de la plataforma y se puso en cuclillas para observar de cerca la viga de madera—. Hay que cruzar la barra sin perder el equilibrio para coger el puñal.

Chase descubrió otra cosa interesante, en un extremo de la piscina, junto a la pared de piedra.

—Y entonces eso baja para que los demás puedan cruzar también. —En el extremo alejado había un estrecho puente levadizo, sostenido por cuerdas. Trazó un arco desde el extremo superior con el índice, hasta el borde de la plataforma, donde se encontraban.

Nina observó la piscina con mayor detenimiento. En cada uno de los extremos de la sala vislumbró la parte superior de lo que parecía un acueducto, unos canales por los que fluía el agua.

—¿Por qué no lo cruzamos a nado? —se preguntó en voz alta—. No sé si es muy profunda, pero…

De repente la superficie verde del agua estalló y cobró vida. Un par de mandíbulas se abalanzaron hacia Nina…

Kari la agarró del cuello y tiró de ella hacia atrás justo cuando la boca del caimán se cerraba donde un instante antes había estado ella. El depredador, que medía más de tres metros y medio, se retorcía en el costado de la piscina, intentando dar caza a su presa, pero fue derrotado por la pared vertical de piedra. Al verse impotente, se dejó caer al agua con un bufido maligno.

Nina estaba tan aterrorizada que no podía hablar.

—¿Estás bien? —le preguntó Kari, cuando Chase exclamó:

—¡Joder!

Entonces recuperó la voz.

—¡Oh, Dios mío!

—¡Por eso no se puede cruzar a nado! —dijo Chase—. No me extrañaría que también hubiera pirañas.

—¿Cómo demonios ha llegado ese bicho ahí? —gritó Nina, que temblaba de pies a cabeza—. ¡Estamos en un puto templo de más de cinco mil años!

Chase examinó la piscina con cautela, observando cómo se calmaba el agua.

—Del mismo modo por el que aún funcionan las trampas: gracias a esos cabrones de ahí fuera.

—Nina, no pasa nada, no pasa nada —le dijo Kari, intentando consolarla—. Señor Chase, ¿ve algo más?

Con los pies a una distancia prudente del borde, Chase se inclinó sobre la piscina e iluminó el techo con la linterna.

—Ahí arriba hay algo, sobre la viga, pero no veo qué es. Parece un hueco en la pared.

—¿Puede alcanzarlo?

—No, está demasiado alto… Ah, ya lo entiendo. Para verlo bien, hay que cruzar la piscina, hasta el puñal.

Kari soltó un bufido.

—Muy bien. Entonces supongo que voy a tener que ir a cogerlo.

—¿Tú? —exclamó Nina—. ¡Pero si estás herida!

—¿Está segura? —preguntó Chase—. Es una viga estrecha, pero creo que podría cruzarla…

A modo de respuesta, Kari hizo la vertical, sosteniéndose con el brazo sano y, de un salto, volvió a ponerse en pie.

—Muy bien —dijo Chase, que asintió—. Entonces vaya a por la daga…

Nina miró hacia la piscina, preocupada.

—Kari, ¿estás segura? Si uno de esos bichos te ve…

—No tenemos otra alternativa —dijo Kari, mientras se acercaba al extremo de la viga—. ¿Cuánto tiempo nos queda?

—Cuarenta y un minutos —respondió Chase.

—Entonces es mejor que me dé prisa. —Bajó con cuidado de la plataforma a la vigueta de madera, que crujió y se dobló un poco. Chase sostenía la linterna para iluminar el camino. Kari se serenó, estiró los brazos lentamente para mantener el equilibro y reprimió un gemido al sentir una punzada de dolor—. Bueno, ahí voy.

Dio el primer paso. La viga crujió más fuerte. Todos se asustaron al comprobar que también tembló ya que los postes que la sostenían se balancearon en el agua y provocaron ondas.

No fueron las únicas que vieron; aparecieron más cerca del acueducto, en el lado por donde salía el agua. Los ojos siniestros de un caimán asomaron en la superficie, el resto de su cuerpo largo apenas era visible bajo el agua llena de algas.

—Kari… —la advirtió Nina.

—Lo veo —respondió la hija de Frost, que volvió a centrarse en la viga, mientras avanzaba paso a paso, con sumo cuidado. Se encontraba a medio camino entre los dos postes de apoyo, y la viga se combaba de un modo alarmante, estaba a pocos centímetros del agua.

El caimán se movió, su cola ondulante iba de lado a lado mientras avanzaba hacia ella.

Kari no le hizo caso, estaba concentrada únicamente en mantener el equilibrio. Casi había alcanzado el siguiente poste de apoyo. La viga ya no estaba tan combada, pero seguía balanceándose como antes. Tuvo que esforzarse para no perder la vertical.

El ruido de unas salpicaduras hizo que Nina volviera la mirada y viera a un segundo caimán, en el otro extremo de la sala. Era incluso mayor que el primero, y parecía que no le preocupaba demasiado que lo vieran, ya que flotaba en la superficie como un tronco.

Un tronco con dientes. Abrió lentamente la boca y lanzó un bufido maligno.

Kari aumentó el ritmo. Ya había alcanzado la mitad de la viga, que volvía a combarse con su peso. A cada paso que daba, oscilaba un poco más.

Podía ver claramente el puñal. La punta descansaba en una tacita metálica que parecía estar conectada con algo que había tras el hueco poco profundo. ¿Otra trampa?

También había una cornisa muy estrecha al final, sobre la viga, tan pequeña que no la había visto hasta entonces. Medía menos de un metro de largo y apenas un centímetro de ancho, lo suficiente para tener un punto de apoyo. Estaba claro que los constructores del puente la habían puesto ahí por algún motivo, que de momento a Kari se le escapaba, aunque tenía el presentimiento de que no le gustaría la respuesta cuando la hallara…

La viga tembló.

La extraña cornisa la había distraído solo un instante, pero bastó para que perdiera el equilibrio. Intentó enderezarse desesperadamente, pero ya había desplazado el peso demasiado. Dentro de un segundo caería al agua, entre las mandíbulas de los caimanes…

Kari se lanzó hacia delante y se agarró a la viga al aterrizar de cara. Se golpeó contra la estrecha barra de madera como si le hubieran dado con una porra. Se aferró con las rodilla para intentar evitar caer al agua.

—¡Kari! —gritó Nina.

Chase se quitó la chaqueta, dispuesto a salvarla.

—¡Mierda, no va a conseguirlo!

Los caimanes, atraídos por el ruido, se dirigieron hacia Kari.

—¡Quédese ahí! —gritó ella. Aún tenía las rodillas en el agua, pero logró aferrarse con las botas a la vigueta para seguir avanzando.

La larga cabeza del caimán más cercano salió del agua, abrió la mandíbula para mostrar sus afilados dientes…

—¡Eh! —rugió Chase, que se acercó a la viga y empezó a dar patadas en el agua—. ¡Aquí! ¡Eh!

El caimán más grande cambió de dirección con un coletazo y se dirigió hacia él. El primero, que aún se deslizaba rápidamente hacia Kari, volvió la cabeza hacia el ruido y se golpeó en la cabeza con el tacón de la bota de la multimillonaria noruega; se oyó un crujido que resonó en toda la sala.

El caimán mordió el aire, agitó la cola y se sumergió de nuevo en el agua. Kari se arrastró desesperadamente por la viga, sin dejar de mirar hacia atrás, al gran reptil, que daba vueltas en siniestros círculos alrededor de ella.

Chase volvió a dar otra patada antes de subir de nuevo a la plataforma, cuando el caimán salió del agua con la inmensa boca abierta. Arañó la pared de piedra con sus fuertes garras, y golpeó la viga con su pesado cuerpo.

Kari estuvo a punto de caer al agua por culpa del impacto. Se aferró a la vigueta con todas las fuerzas, pero el caimán volvió a embestirla una y otra vez para dar caza a Chase, antes de admitir la derrota y sumergirse en la piscina.

El otro reptil se dirigía de nuevo hacia ella, con la boca abierta de par en par. Esta vez había aprendido la lección y apuntaba a las extremidades superiores. Kari siguió avanzando con grandes esfuerzos.

Tocó la fría piedra con los dedos y se agarró a la pequeña cornisa. Se levantó de la viga, puso un pie en el saliente y saltó.

El caimán se abalanzó…

Kari gritó, cogió el puñal y lo hundió entre los ojos amarillos del animal, clavándoselo en el cerebro.

El reptil cayó sobre la viga y luego al agua, sin vida, justo después de que ella recuperara el arma.

De pronto, en la mancha de sangre que se había extendido en el agua, empezaron a aparecer decenas de aletas.

Chase tenía razón.

¡Pirañas!

Kari se apretó contra la pared. Tenía un pie en la viga, que se estremeció cuando el cuerpo del caimán chocó contra ella. La punta del otro tacón estaba en el borde mismo de la cornisa. Esperó a que la vigueta dejara de temblar y luego miró alrededor para comprobar los efectos de haber cogido el puñal. Estaba convencida de haber oído algo al tomar el puñal…

Ocurrieron dos cosas a la vez.

En algún lugar sobre Chase y Nina se oyó un sonoro ruido metálico. Vislumbró un destello de movimiento en la abertura que había visto Chase, pero estaba demasiado oscura para adivinar la causa.

Además, no tuvo tiempo para pensar en ello porque la viga había empezado a moverse, a replegarse tras la pared que había tras ella. Los postes de apoyo se movían con la vigueta, dejando una estela en forma de V en el agua; al parecer, estaba todo montado en una especie de armazón en el fondo de la piscina, y ahora desaparecía a una velocidad alarmante tras la fría pared de piedra que había a sus espaldas.

—¡Eddie, haz algo, páralo! —gritó Nina, que se sentía impotente al ver cómo se alejaba la viga de la plataforma.

—¿Cómo? —preguntó, buscando algo, lo que fuera con tal de detenerlo todo. No podía hacer nada.

Al borde del ataque de pánico, Kari intentó detener la viga con el pie, pero fue todo en vano. A la velocidad a la que se movía, tenía un minuto, quizá menos, antes de que despareciera por completo y ella cayera a la piscina con el otro caimán… y las pirañas que estaban devorando al reptil muerto.

Aún tenía el puñal en una mano, aunque para lo que le servía.

El puñal…

Se dio cuenta de que tenía que haber algo más. Tenía que hacer algo con el puñal, no tan solo cogerlo.

—¡Lánceme la linterna! —gritó.

—¡Se caerá al agua! —exclamó Nina mientras Chase se preparaba.

—¡Se caerá de todos modos dentro de un minuto si no la ayudamos! —le espetó—. ¡Kari! ¿Lista?

—¡Sí!

Le lanzó la linterna. La luz trazó un arco, como una estrella fugaz. Kari estiró el brazo herido y la atrapó. Tras balancearse para mantener el equilibrio, enfocó hacia arriba, al hueco que había al otro lado de la piscina. Resultó ser una hornacina, de unos noventa centímetros de ancho. En su interior brillaba un objeto circular metálico de unos treinta centímetros y hecho de cobre u oro. Parecía un escudo.

Pero no lo era; se trataba de una diana.

Solo quedaba un metro de viga, faltaban tan solo unos segundos para que desapareciera por completo.

Kari se apoyó en ella con ambos pies y echó el brazo derecho hacia atrás para lanzar el puñal. La hoja brilló…

¡Bang! Alcanzó la diana en el centro. El disco metálico cayó hacia atrás y lo perdió de vista.

La viga se detuvo. Se oyó un crujido de madera y el puente levadizo del otro extremo de la sala cayó sobre la plataforma.

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