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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (29 page)

Kari miró abajo. La viga solo sobresalía un trozo lo bastante grande como para que le cupieran ambos pies, si se ponía de lado.

Se apoyó con una mano en la pared. Se sentía muy vulnerable.

—¿Y ahora qué se supone que debo hacer? —preguntó en voz alta.

Entonces oyó un ruido sobre ella. Cayó una cuerda de nudos, con un trozo de madera atado en la punta, de la cornisa que discurría a lo largo de la pared.

Chase y Nina ya se dirigían hacia el puente.

—¡Nos vemos al otro lado! —le dijo Chase mientras Kari tiraba de la cuerda para comprobar que no fuera a romperse o que no era una trampa. Parecía firme. Sirviéndose principalmente del brazo derecho, subió a la cornisa. Solo medía treinta centímetros de ancho, pero en comparación con la otra, parecía ancha como una autopista.

Nina y Chase la esperaban al final de puente levadizo.

—Ha sido un lanzamiento fantástico —dijo Chase mientras Kari se apoyaba en la pared, exhausta—. ¿Era muy grande el objetivo? —Separó las manos unos treinta centímetros mientras Nina le comprobaba el vendaje—. Joder, creo que yo no lo habría logrado. No bromeaban cuando decían que era un reto de destreza.

—Aún nos queda otro —añadió Nina.

—¿El reto de la mente? Creo que esa es tu especialidad, Doc. ¿Estás lista?

Nina sonrió hecha un manojo de nervios.

—¿Acaso tengo alternativa?

—¿Cuánto tiempo nos queda? —le preguntó Kari a Chase, con voz cansada.

—A ver… Treinta y seis minutos. —Los tres miraron hacia el pasillo que conducía al interior del templo. Aunque no era diferente de los otros por los que habían pasado, parecía más intimidatorio.

—Bueno —dijo Nina, fingiendo una actitud desafiante—, espero que mi mente esté a la altura del reto.

Capítulo 15

Avanzaron con cautela por el pasillo por si acaso había más trampas.

Algo inquietaba a Nina, pero no estaba segura de lo que era. No se trataba únicamente del subidón de adrenalina tras haber eludido la muerte por poco. Había algo más, una sensación, la certeza de que había pasado por alto algún hecho vital.

Sin embargo, no había tiempo para pensar en ello. Otra sala apareció más adelante.

—Alto —dijo Chase, que se detuvo en la entrada. Iluminó el interior con la linterna—. Es más pequeña que la última.

En comparación con la de la piscina, esta era minúscula ya que medía solo entre cuatro y cinco metros de ancho. A medida que Chase la iluminaba, Nina vio que las paredes estaban cubiertas de símbolos, en el mismo idioma que los del brazo del sextante y la entrada del templo.

—Parece seguro —dijo—, pero id con cuidado. —Entró en la sala y se detuvo, como si esperara que se activase alguna trampa oculta, y les hizo un gesto a Nina y Kari para que lo siguieran—. Bueno, es el reto de la mente. Todo tuyo, Doc.

—De acuerdo… —dijo y cogió la linterna para examinar las inscripciones de las paredes—. ¡Oh, Dios! ¡Podría tardar varios días en traducir esto!

—Pues solo nos quedan treinta y tres minutos hasta la puesta de sol. Piensa con rapidez.

—Nina, aquí. —Kari estaba en la pared situada frente a la entrada. Había un bloque de piedra, sin ninguna inscripción, que parecía ser una puerta, y al lado había algo que parecía…

—Es una balanza —dijo Nina. Enfocó con la linterna alrededor. En el interior de la piedra había un comedero tallado que contenía un centenar, más o menos, de bolas de plomo del tamaño de una cereza—. Supongo que tenemos que poner el número correcto de bolas en la balanza. Pero ¿cómo averiguamos cuántas debemos usar? —Había una palanca junto a la bandeja de cobre de la balanza; Nina estiró el brazo para tocarla, pero Kari la detuvo.

—Tengo el presentimiento de que solo tenemos una oportunidad —dijo y señaló el techo. Suspendida sobre ellas había una reja metálica cubierta con pinchos de treinta centímetros, lista para empalar a todo aquel que se encontrara en la sala cuando cayera. Nina apartó la mano de la palanca rápidamente.

Iluminó las paredes con la linterna hasta que vio unos símbolos grandes grabados en la puerta cerrada. Estaban dispuestos en tres hileras, una sobre la otra, con grupos de seis símbolos diferentes en la superior, y cinco en las otras dos. Nina reconoció de inmediato el primer símbolo. Grupos de pequeñas marcas como apostrofes…

—Son números —exclamó—. Es una especie de problema matemático. La solución nos dirá el número de bolas que hay que poner en el platillo.

—¿Eso es todo? —preguntó Chase, con un deje de decepción—. Joder, hasta yo podría solucionarlo. A ver… en la de arriba, hay tres de esos puntitos, cinco V boca abajo, siete L inclinadas, dos flechas de lado con una línea debajo, cuatro N del revés y una más con una raya al lado. Eso son 357.241. Está tirado.

—Te equivocas —dijo Nina, con una sonrisa—. El orden numérico es inverso al nuestro: el primer símbolo, el punto, es el número más pequeño, cada uno representa una unidad. De modo que la primera hilera da un total de 142.753. Es el mismo símbolo que aparece en el mapa del río del brazo del sextante, y sé que estoy en lo cierto porque, de lo contrario, nunca habríamos encontrado este templo.

—Muy bien, doña sabelotodo —admitió Chase con una sonrisa—. Entonces los otros números son… 87.527 y 34.164. ¿Ahora qué hacemos? ¿Los restamos? Eso da un total de…

—Veintiún mil sesenta y dos —respondieron Nina y Kari al unísono casi de inmediato.

Chase lanzó un silbido, impresionado.

—Vale, no necesitamos calculadora. Pero ahí no hay veintiuna mil bolas.

—¿Y si es una combinación de operadores? —sugirió Kari—. ¿Restamos el primer y el segundo número y lo dividimos por el tercero?

—Es demasiado complicado —dijo Nina, sin dejar de mirar las cifras—. No hay ningún símbolo que sugiera que hay que realizar distintas operaciones. Además… —frunció el ceño mientras hacía los cálculos pertinentes—, el resultado sería una fracción, y no creo que la respuesta adecuada sea poner una coma sesenta y dos bolas en la balanza.

Chase se estremeció.

—Joder, me mareo solo de pensar en hacer todos esos cálculos mentalmente.

—El primer número más el tercero dividido por el segundo da dos coma dos —sugirió Kari—. Dudo que calcularan el resultado con tanta precisión. Quizá lo redondearon a dos…

—¡Aún es demasiado complicado! —gritó Nina—. Y demasiado arbitrario. ¿El primero más el tercero dividido por el segundo? ¡Es como hacer un crucigrama sin tener en cuenta las definiciones verticales! —Iluminó las demás paredes—. Tiene que haber una pista en otra parte, en los demás textos. Solo tengo que encontrarla.

—Tic tac, Doc —dijo Chase, que señaló el reloj—. Veintinueve minutos.

Nina se arrodilló frente a una de las paredes y enfocó los símbolos. Al cabo de un minuto, dio un resoplido de frustración.

—Estos textos tratan sobre la fundación de la ciudad y la historia de su gente. No veo nada relacionado con el rompecabezas.

—¿No dice nada sobre el pueblo que vino aquí desde la Atlántida? —preguntó Kari.

—Que yo vea, no. —Nina se dirigió a la pared opuesta para leer el otro texto—. Esto es más de lo mismo. Parece casi un libro de contabilidad, un registro de la tribu año a año. Cuántos niños nacieron, cuántos animales tenían… Debe de haber información de un par de siglos. ¡Pero no hay nada relacionado con el reto! —Señaló los símbolos de la puerta con rabia.

—Se me ha ocurrido una cosa —dijo Chase—. Esto es un reto de la mente, ¿no? Bueno, ¿y si resulta que es una especie de rompecabezas de pensamiento lateral?

—¿A qué se refiere? —preguntó Kari.

—Obviamente esto es una puerta, ¿verdad? —Chase se acercó hasta la puerta de piedra—. Ni tan siquiera hemos pensado en abrirla.

—¡Inténtalo! —le dijo Nina.

Chase estiró los brazos, la empujó, pero no se movió. Lo intentó por un lado, luego por el otro. Nada. Por si acaso, y para no descartar ninguna posibilidad, intentó levantarla, y luego abrirla hacia dentro desde un lado. No se movió lo más mínimo.

—¡Mierda! —exclamó y dio un paso atrás—, creía que funcionaría.

—No eres el primero —dijo Nina, que se acercó a la puerta—. ¡Mira! Acabo de darme cuenta de que la puerta no es exactamente del mismo color que el resto de la sala. Se ha tallado a partir de una roca diferente. Y, además, está llena de marcas alrededor, de cincel y palancas. Pero ninguna en la puerta en sí. Esto significa que es más reciente; ¡los indios la han cambiado! Alguien no quiso solucionar el rompecabezas y optó por un método más expeditivo.

—¿Los nazis? —se preguntó Kari.

—Parece algo típico de ellos —dijo Chase—. Debieron de convencer a los indios de que los dejaran entrar con algo más que una linterna.

Kari asintió.

—Seguramente a punta de pistola.

—Cierto. El problema es que nosotros no tenemos ninguna palanca, así que vamos a tener que seguir el método difícil.

Nina se dirigió de nuevo a los grabados de la pared lateral.

—Creo que aún podemos solucionarlo. Hay algo raro en estos números. Mirad. —Deslizó los dedos sobre las líneas de símbolos—. ¿Lo veis? Están dispuestos en grupos de ocho, como máximo. Nunca nueve o diez. Ocho aquí, ocho aquí, ocho aquí…

—¿Crees que trabajaban con un sistema en base ocho? —preguntó Kari.

—Tal vez. No serían la única civilización antigua que lo hizo.

—¿Qué has averiguado? ¿Qué es todo ese rollo del ocho? —preguntó Chase.

—Creo que hemos juzgado de forma tendenciosa a la gente que construyó este templo —dijo Nina, con un destello de emoción en la mirada—. Hemos dado por sentado que usaban un sistema de numeración en base diez, al igual que nosotros. —Reparó en la mirada inquisitiva de Chase—. Nuestro sistema numérico está basado en los múltiplos de diez. Decenas, centenas, millares…

—Porque tenemos diez dedos, ¿no? Aprobé las matemáticas de secundaria —dijo—. Por los pelos, pero bueno…

—Es un sistema muy común —prosiguió Nina—. Los antiguos griegos ya lo usaban, al igual que los romanos, los egipcios… Es común porque, literalmente, es algo que está ante nosotros. —Alzó los dedos para demostrarlo—. Pero no es el único sistema. Los sumerios usaron una base sesenta.

—¿Sesenta? —exclamó Chase—. ¿A quién demonios se le ocurriría hacer algo así?

Kari sonrió.

—A usted. Cada vez que mira el reloj. Es la base de nuestro sistema horario.

—Ah, vale —admitió Chase, tímidamente.

—Las civilizaciones arcaicas han usado un sinfín de bases diversas —prosiguió Nina—. Los mayas usaron la base veinte, los europeos de la Edad de Bronce, la base ocho… —De repente volvió la cabeza para mirar los símbolos de nuevo—. ¡Base ocho! ¡Claro, tiene que ser esa!

—¿Por qué iba a alguien a usar la ocho? —preguntó Chase. A modo de respuesta, Kari levantó las manos abiertas, pero con los pulgares escondidos—. Ah, ya lo entiendo, cuando contaban no tenían en cuenta los pulgares.

—Esa es la teoría —dijo Nina, mientras estudiaba las inscripciones—. Así que en lugar de hacer uno, diez, cien, los números iban de uno, a ocho, sesenta y cuatro… —Se precipitó hacia la puerta de nuevo—. De modo que la primera columna son las unidades, la segunda los múltiplos de ocho, luego sesenta y cuatro, quinientos doce, cuatro mil noventa y seis y…

—Treinta y dos mil setecientos sesenta y ocho —añadió Kari.

—De acuerdo. Entonces el número sería, a ver… tres unidades, más cinco de ocho, cuarenta, más sesenta y cuatro por siete…

Chase lanzó un suspiro.

—Dejaré que lo averigüéis vosotras.

Kari fue la primera en calcular la respuesta.

—Cincuenta mil seiscientos sesenta y siete.

—Vale —dijo Nina—. Encárgate del segundo y yo hago el tercero. —Los diversos cálculos aritméticos dieron como resultado: 36.695 y 14.452—. ¡Perfecto! Entonces, el primero menos el segundo, menos el tercero es…

Ambas lo calcularon mentalmente. Chase las observó y vio que las dos ponían cara larga a la vez.

—¿Qué? ¿Cuál es la respuesta?

—Es menos cuatrocientos ochenta —dijo Nina, abatida—. No puede ser base ocho.

—¿Y base nueve? —preguntó Kari—. Si la decimal da un resultado demasiado grande y la octal, muy pequeño…

—Aun así la respuesta sería de varios millares. ¡Mierda! —Nina lanzó una mirada inquisitiva a Chase.

—Veinticuatro minutos.

—¡Maldita sea! ¡Se acaba el tiempo! —Le dio una patada a la puerta, hecha una furia—. ¿Qué demonios se nos pasa por alto?

Chase se arrodilló y hurgó entre las bolas de plomo, con la esperanza de que hubiera alguna pista oculta. Pero no halló nada.

—¿Y si hacemos un cálculo aproximado y ponemos unas cuantas bolas en el platillo? Existe la posibilidad de que tengamos suerte.

Nina se tocó el colgante.

—Deberíamos tener muchísima suerte.

—Pues es lo único que tenemos. No podemos rendirnos y ya está… Si damos marcha atrás y pasamos de nuevo por los otros dos retos, los indios nos matarán en cuanto salgamos. Y también a Hugo, Agnaldo y al profesor.

—Si nos equivocamos, moriremos de todos modos —le recordó Kari, señalando los pinchos que pendían sobre ellos.

—Quizá hay otra forma de activar la palanca desde fuera de la sala…

Pero Nina ya no los escuchaba. No paraba de darle vueltas a algo que había dicho Chase.

Volver a pasar por los otros retos…

Eso era lo que la había preocupado, lo que no había podido quitarse de la cabeza. Y ahora ya sabía lo que era…

—¡Hay otra forma de entrar! —exclamó—. ¡Tiene que haberla! Los miembros de la tribu mantienen el templo y las trampas… Tienen que hacerlo, reactivarlas cuando alguien intenta superarlas. Y repararlas. —Señaló la puerta de piedra—. Pero es inconcebible que los que construyeron el templo con el fin de proteger a esta gente, la obligaran a pasar las pruebas cada vez que tuvieran que entrar; un pequeño error, ¡y estarían muertos! De forma que tiene que haber un modo de entrar más fácil.

—¿Una puerta trasera? —preguntó Chase.

—Sí, una entrada secundaria, o incluso una forma de salvar cada reto sin tener que completarlo. —Nina iluminó las paredes de la sala con la linterna—. Quizá hay una palanca, o un bloque suelto, alguna otra forma de abrir la puerta.

Empezaron a buscar en las paredes de la sala, palpando la piedra fría con la punta de los dedos en busca de cualquier cosa que estuviera fuera de lugar. Al cabo de un instante, Chase alzó la voz.

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