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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (36 page)

Kari condujo el grupo a la superestructura y hasta el puente del mando, donde los recibió el capitán Leo Matthews, un canadiense alto ataviado con un uniforme blanco inmaculado. Una vez hechas las presentaciones, los informó acerca de la situación.

—Alcanzaremos el objetivo dentro de unas tres horas. ¿Está segura de que quiere sumergir ambos submarinos en el primer descenso, señora? —le preguntó a Kari—. Tal vez sería mejor enviar al
Atragon
para que inspeccionara el lecho marino antes.

Kari negó con la cabeza.

—Me temo que el tiempo es un factor decisivo. Qobras ya tiene un barco en alta mar; está buscando en el lugar equivocado, pero a estas alturas ya debe de saber que hemos zarpado. Tarde o temprano empezará a investigar, y sospecho que será más bien temprano.

—¿Le preocupa que nos ataquen?

—No sería la primera vez —señaló Chase.

Matthews sonrió.

—Bueno, tal vez el
Evenor
no sea un barco de guerra, pero… digamos que podemos cuidar de nosotros mismos. —Se volvió hacia Kari—. Su padre ha enviado, esto, un equipo especial. Estamos dispuestos para cualquier contingencia, señora.

—Gracias, capitán.

Matthews ordenó a uno de sus hombres que acompañara a los recién llegados a sus camarotes. A pesar de que se lo ofrecieron a Nina, puesto que era ella quien merecía el título, al final fue Kari quien se quedó con el camarote de Científico Jefe, bajo el puente de mando, mientras que Nina ocupó uno junto al de Chase, en la cubierta inferior.

—Excelente —exclamó mientras asomaba la cabeza por la puerta del camarote de Nina—. Tengo una habitación para mí solo. Esta vez no voy a tener que compartirla con Hugo.

—¿Ronca?

—Hace algo mucho peor. —Para alivio de Nina, no entró en detalles—. No es tan lujoso como el
Nereida
, pero les costará mucho más hacerlo volar por los aires.

—No lo digas ni en broma.

—No bromeaba. —Chase entró en el camarote—. Como dijo Kari, Qobras debe de saber que estamos aquí. Ya sé que cree que toda la tripulación es fiel, pero todo el mundo tiene un precio.

—¿Crees que Qobras tiene un espía a bordo? —Nina se sentó en la cama, preocupada.

—Me apostaría lo que fuera. Además… —Se calló.

—¿Qué?

Se sentó junto a ella y bajó la voz.

—En Brasil Starkman nos encontró muy rápido. Esos helicópteros no pudieron seguirnos río arriba ya que avanzábamos muy lentamente y se habrían quedado sin combustible. Lo que significa que, cuando partieron, ya sabían dónde estábamos. O nos habían puesto un localizador en el barco, lo cual es posible… o alguien de a bordo les dijo nuestra posición.

A pesar del calor que hacía en el camarote, Nina se estremeció.

—¿Quién?

—No pudo ser ese capullo abraza árboles; nadie le dijo por qué íbamos ahí. No me gusta hablar mal de los muertos, pero tengo al capitán Pérez y a Julio en mi lista.

—Pero los mataron cuando estalló el
Nereida
. Tú mismo viste los cuerpos.

—Quizá Starkman los mató para no dejar cabos sueltos. De modo que es una posibilidad que hay que tener en cuenta. En cuanto a Kari, estoy casi convencido de que no está intentando vender a su propio padre… —Sonrió ante su exceso de celo—. Y tú, bueno, eres intachable.

Nina sonrió.

—Me alegro de que pienses eso.

—El problema es que eso no deja muchos sospechosos. Está Agnaldo, el profesor… y, bueno, Hugo y yo.

—No puede haber sido Jonathan —dijo Nina de inmediato—. Lo conozco desde hace años. Jamás me haría daño.

—Muy bien —replicó Chase, que enarcó una ceja—, confío en Agnaldo y, joder, a Hugo le confiaría hasta mi vida. Lo que nos deja… vaya, hay que joderse. He sido yo desde el principio, ¿no? Mierda.

Nina se rió.

—Creo que podemos descartarte.

—Eso espero. No me gustaría tener que darme una paliza. —Sonrió de nuevo y negó con la cabeza—. No lo sé. Cualquiera de los tripulantes del
Nereida
podría haber escondido un teléfono por satélite entre sus objetos personales. Solo registré lo que subimos a bordo en Tefé. Y en cuanto a este barco… —Lanzó un suspiro—. La única solución es mantenerse alerta y estar atentos a cualquier cosa rara.

—¿Qué harás si descubres a alguien? —le preguntó Nina.

Chase se puso en pie.

—Echar a ese cabrón por la borda. —Estaba claro que no bromeaba.

Nina dedicó un rato a familiarizarse con el
Evenor
, y al final se dirigió a la cubierta de proa para ver los dos sumergibles. Kari ya estaba allí, hablando con dos jóvenes cuyos pantalones cortos desaliñados y estridentes camisas hawaianas desabrochadas sobrepasaban lo que podría definirse como estilo informal playero, y les confería un aspecto de vagabundos de playa.

—Nina —dijo Kari—, te presento a los pilotos de nuestros sumergibles. Y también sus diseñadores.

—Jim Baillard —dijo el más alto, canadiense como Matthews, pero con una forma de hablar más pausada. Nina le estrechó la mano, que tintineó con el ruido de las conchas que colgaban de su pulsera—. Así que cree que ha encontrado la Atlántida, ¿eh? Genial.

—¿Quiere desenterrarla? Nosotros lo haremos —añadió el bajito, más rechoncho. Un australiano muy bronceado con el pelo rubio y de punta—. Matt Trulli. Si está bajo el agua, lo encontraremos.

—Un placer conoceros —dijo Nina, que miró los sumergibles—. ¿Así que estos son los submarinos? No son como yo esperaba. —Parecían más bien excavadoras u otro tipo de maquinaria industrial, en lugar de submarinos.

—Creía que tendrían una gran burbuja delante, ¿verdad? —preguntó Trulli, entusiasmado—. ¿Para qué quiere eso? Una grieta y ¡chof! Bueno, quizá quiera una si lo único que va a hacer es tomar fotos de peces o presumir de haber visto el
Titanic
, pero estas bellezas las hemos construido para trabajar. Ya verá lo resistentes que son.

—No se le puede hacer un agujero a un casco concebido para soportar una gran presión —añadió Baillard, que retomó el hilo de su compañero, como si fueran la misma persona. Señaló la gran esfera metálica de color naranja y blanco que había en la parte frontal del submarino más pequeño, donde destacaba el nombre
Atragon
pintado con una elegante caligrafía—. Si se hace de una sola pieza es mucho más resistente y se puede descender a mayores profundidades.

—¿Y cómo veis el exterior? —Nina vio un ojo de buey en el costado de la esfera, pero solo medía unos pocos centímetros de diámetro.

—Usamos un sistema de imagen virtual LIDAR, es como un radar pero usa unos láseres azul y verde. La armada de Estados Unidos lo diseñó como sistema de comunicaciones para transmitir órdenes a los misiles de los submarinos. Funciona con una longitud de onda que no está bloqueada por el agua del mar.

—Dos láseres —añadió Trulli—, uno para cada ojo. ¡Un sistema estereoscópico de verdad! Los láseres hacen veinte barridos por segundo, y toda la luz que se refleja, la vemos en la gran pantalla, en una imagen tridimensional. Así, no consumimos las baterías con unos focos que tienen un alcance máximo de seis metros. ¡Nosotros podemos ver más allá de un kilómetro y medio de distancia!

—Y como tenemos un campo de visión mucho más amplio que si usáramos una burbuja, podemos trabajar mucho más rápido con los brazos —terció Baillard, que levantó una mano y le dio unas palmaditas a los imponentes manipuladores de acero—. Es un diseño revolucionario.

—¡Tú lo has dicho! —Trulli chocó la mano en alto con su socio—. Es demasiado revolucionario. Tanto que nadie quiso arriesgarse a financiarnos el desarrollo. ¿Pero el padre de Kari? ¡Bam! En cuanto le explicamos lo que teníamos en mente, cerramos el trato.

—Y ahora, no solo podréis poner a prueba vuestro diseño —dijo Kari—, sino que formaréis parte del mayor descubrimiento arqueológico de todos los tiempos.

—Como he dicho —Baillard asintió—, genial.

—Tope —exclamó Trulli. Nina sonrió al verlos chocar las manos en alto de nuevo.

—¿Y qué hacen? —preguntó—. O sea, me imagino que el
Atragon
es como un submarino normal, ¿pero y el otro? —Señaló el sumergible más grande, un gigante amarillo con algo semejante a la boca de una aspiradora enorme, bajo la esfera de la tripulación, y conectada a ella mediante una tubería ancha; en la parte posterior había una segunda tubería flexible de acordeón que parecía un brazo extensible, y que se acoplaba a un segundo compartimiento que, por lo que vio Nina, podía separarse del sumergible. Sin embargo, de la popa colgaba otro brazo extensible como si fuera una cola. Y en el costado de la esfera vio el lema «¡GRANDES TRABAJOS!» pintado al estilo grafiti.

—¿Ese? —dijo Trulli, orgulloso—. Es el
Sbarkdozer
. Ya sabe, como un bulldozer, pero como no hay toros bajo el agua, lo hemos llamado tiburón.

Nina sonrió.

—Creo que lo pillo.

—Es una excavadora submarina autónoma —le dijo Baillard, señalando los dos grandes brazos. En lugar de garras como el submarino pequeño, este tenía unas palas—. Los brazos pueden mover grandes depósitos de roca y la bomba aspiradora —señaló las fauces que había bajo la esfera— elimina el cieno y los sedimentos…

—Y como el módulo de la bomba principal puede separarse del submarino —lo interrumpió Trulli, que señaló el «remolque» de la nave—, podemos alejarlo del lugar de trabajo para que la suciedad no le afecte y le reste visibilidad.

Nina estaba impresionada.

—¿Cuánto tardaréis en limpiar los sedimentos que cubren el yacimiento?

—Si son cinco metros —dijo Baillard—, muy poco. Como mínimo para ver si hay algo debajo.

—De hecho, dragaremos lo imprescindible para ver lo que hay… —Trulli se encogió de hombros—. Depende de lo grande que sea el agujero que quiere que excavemos. ¿Cuánto medirá, sesenta metros de ancho? Si solo hay sedimentos, podríamos limpiar uno de los extremos en un par de horas.

—Luego, si hay algo ahí abajo, o usamos los brazos manipuladores del
Atragon o
enviamos a
Mighty Jack
.

—¿A quién? —preguntó Nina.

Baillard señaló una pequeña jaula sujeta al
Atragon
, en cuyo interior había un objeto cuadrado de azul intenso, que resultó ser una pequeña embarcación.


Mighty Jack
es nuestro VCR, Vehículo de Control Remoto. En esencia, es un robot, un BB-101 de Cameron Systems. Está conectado al
Atragon
mediante un cable de fibra óptica y le hemos acoplado una cámara estereoscópica para poder manejarlo desde el submarino. Incluso tiene su propio brazo.

Nina sonrió al ver la antropomorfización que hizo Baillard del robot.

—¿Y será la primera vez que los uséis?

—Los hemos probado, pero sí, es la primera vez que lo hacemos en una operación de verdad en toda regla —respondió Trulli—. ¡Me muero de ganas por ver lo que encontramos!

—Yo también. —Kari miró hacia el horizonte—. Deberíamos alcanzar nuestro destino dentro de dos horas. ¿Cuánto tardaréis en sumergiros?

—Podemos hacer los preparativos previos a la inmersión en marcha. Para todo lo demás… tardaremos una hora —dijo Baillard.

—Ya hemos instalado los monitores en el laboratorio principal —le dijo Trulli a Nina—. Podrá ver lo mismo que nosotros, al mismo tiempo, ¡y en 3-D! No está mal, ¿eh?

—Suena fantástico. —Nina sintió un arrebato de emoción expectante, presentía que estaban a punto de hacer un gran descubrimiento. Sin embargo, también estaba sometida a un gran estrés y tensión. Si al final resultaba que no había nada ahí abajo…

Kari se percató de su desasosiego.

—¿Estás bien?

—Aún no me he acostumbrado a estar en alta mar —murmuró Nina—. Creo que voy a acostarme un rato. ¿Me avisarás cuando lleguemos?

Kari adoptó un semblante inexpresivo.

—No, quería dejar que te perdieras el momento del descubrimiento de la Atlántida.

—No empieces —dijo Nina, y Kari esbozó una sonrisa—. ¡No soporto tener dos amigos sarcásticos!

Nina regresó al camarote y se tumbó un rato en la cama. Intentó no pensar en la ingente cantidad de dinero y recursos humanos que los Frost habían invertido en sus deducciones, pero enseguida se dio cuenta de que no lo conseguiría. De modo que mientras seguía dándole vueltas a la cabeza, se acordó de los «amigos sarcásticos», se levantó y llamó a la puerta de Chase. El inglés la invitó a pasar y ella se sorprendió al ver que estaba en la cama, leyendo un libro; y se sorprendió aún más al ver la cubierta.

—¿Los diálogos de Platón? —le preguntó.

—Sí —respondió Chase, que se incorporó—. ¡No pongas esa cara! Me gusta leer. Novela negra, sobre todo, pero… En fin, que como no parabas de hablar de ellos, se me ha ocurrido ir a las fuentes originales. Por cierto, que el tipo este no dedica mucho tiempo a la Atlántida.

Nina se sentó a su lado.

—Es verdad.

—O sea, en
Timeo
hay ¿qué? ¿Tres párrafos sobre la Atlántida? Lo demás es como si un estudiante fumado se hubiera dedicado a escribir chorradas sobre el significado del universo.

Nina se rió.

—No es la descripción académica habitual… pero sí, tienes razón.

—Y el otro,
Cridas
, tarda unas cinco páginas en empezar a hablar de la Atlántida. Y cuando lo hace… es interesante. —Lo dijo con un tono pensativo que llamó la atención a Nina.

—¿En qué sentido?

—No me refiero únicamente a la descripción del lugar y a la precisión con la que habla del templo. Me refiero a la gente, a los gobernantes. No tiene sentido.

—¿A qué te refieres?

—Me refiero a que, según estas notas, algunos estudiosos piensan que en
Cridas
Platón establece el paradigma de una sociedad perfecta, ¿verdad? Pero no es así. Si lees con atención lo que dice, verás que los atlantes eran de lo peor. Eran unos conquistadores que invadían otros países y esclavizaban a su gente, eran una sociedad totalmente militarizada, los reyes disponían a su antojo de la vida de sus súbditos, no existía la democracia… —Chase pasó las páginas—. Y entonces llegas al final, justo antes de la parte que nunca acabó: «La naturaleza humana se impuso. Y luego, al ser incapaz de soportar su fortuna, se comportaron de un modo impropio, y todo aquel que tenía ojos, se envileció». De modo que Zeus convoca a todos los dioses para castigarlos. Glug, glug, glug. No me parece que fueran una gente tan especial. De hecho, creo que el mundo fue un lugar mejor sin ellos.

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