Read En busca de la Atlántida Online

Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (41 page)

En el interior de la sala del altar, Chase estaba a punto de ayudar a Kari a descender por el conducto cuando un géiser de agua entró en erupción bajo ellos y los tiró de espaldas. Les cayó encima una lluvia de escombros, que impactaron como un mazazo en sus trajes.

—¡Oh, Dios mío! —gritó Kari. Era la primera vez que Chase la veía al borde del ataque de pánico—. ¿Qué ha sido eso? ¿Qué ha ocurrido?

—Kari. ¡Kari! —La agarró por los brazos para intentar calmarla—. ¡Estamos bien, estamos bien! Déjeme comprobar su traje.

Se ayudaron mutuamente para ponerse en pie y examinaron el revestimiento de los trajes de inmersión. Ambos tenían algunos desperfectos, pero nada que pareciera que fuera a poner en peligro su integridad. Sin embargo, Chase se dio cuenta de que eso no importaba mucho.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Kari de nuevo.

Chase miró hacia el hueco.

—Han volado el túnel. Estamos atrapados.

Los hombres de Starkman habían obligado a los pasajeros del
Evenor
a reunirse en el helipuerto. Tras un rápido recuento de cabezas, Nina descubrió que había ocho bajas.

El otro barco se aproximó y la tripulación lanzó cabos para amarrar ambas embarcaciones. Los parachoques que colgaban en el costado de las cubiertas crujieron y chirriaron al entrar en contacto.

Un hombre alto subió a bordo del
Evenor
, acompañado por dos guardas armados. Cruzó la cubierta de popa e hizo un gesto a los hombres para que le llevaran a Nina. El capitán Matthews protestó, pero las armas que le mostraron lo hicieron callar.

Nina ya sabía frente a quien se encontraba. Había visto esos rasgos duros y angulosos antes.

—Doctora Wilde —dijo el hombre—. Por fin nos conocemos. Me llamo Giovanni Qobras.

Capítulo 21

—Ya sé quién es —dijo Nina, intentando disimular el miedo que la atenazaba—. ¿Qué quiere?

—¿Que qué quiero? —La pregunta dibujó un atisbo de sonrisa en el semblante circunspecto de Qobras—. Quiero lo mismo que todos, doctora Wilde. Quiero paz y seguridad para todo el mundo. Y gracias a usted, puedo conseguirlo. —Posó su intensa mirada en Philby—. Y también gracias a ti, Jack. Hacía tiempo que no nos veíamos. Diez años, ¿verdad?

—Esperaba no tener que volver a verte jamás —dijo Philby, con voz temblorosa.

Nina se volvió hacia él.

—¿Lo conoces, Jonathan?

—Jack, o Jonathan, supongo que es un nombre más digno para un catedrático, me ha ayudado a evitar que nadie encontrara la Atlántida en el pasado —dijo Qobras. Le hizo un gesto a uno de sus hombres, que apartó a Philby del grupo de prisioneros—. Y ahora… Bueno. —Señaló el océano vacío—. La Atlántida se perderá para siempre, porque vamos a destruirla.

—¿Por qué? —preguntó Nina—. ¿Qué secreto puede albergar para que valga la pena destruir el hallazgo arqueológico más importante de la historia? ¿Y las vidas de todas las personas a las que ha matado?

—Si lo supiera, no me haría esa pregunta —contestó Qobras—. Sino que me ayudaría. Pero veo que los Frost la han envenenado, como hicieron con sus padres. Es una pena. Podría haber llegado muy lejos si no hubiera elegido el camino equivocado.

—Un momento, ¿qué les pasó a mis padres? —Pero Qobras se volvió en el instante en que Starkman salió de la superestructura.

—He destruido el disco duro que contenía las grabaciones de la inmersión, Giovanni —le comunicó Starkman—. Lo único que debemos hacer ahora es destruir el templo y ya no quedará rastro alguno.

—Fantástico —replicó Qobras. Estaba a punto de decir algo más, cuando alguien lo llamó de pronto. Uno de sus hombres saltó al
Evenor
y se dirigió hacia el helipuerto.

—¡Señor! —exclamó el hombre con la voz entrecortada y aspecto preocupado—. ¡Algo ha salido mal ahí abajo!

—¿Qué ha sucedido? —inquirió Qobras.

—El
Zeus
ha destruido el sumergible Frost —Trulli se abalanzó sobre Qobras, entre gritos e insultos, hasta que dos guardias lo hicieron retroceder a punta de pistola— y ha detonado una de las cargas de demolición. Pero… nuestros hidrófonos han detectado una implosión.

—¿No puede haber sido del submarino Frost?

—No, señor. El Frost ascendía a la superficie, pero la detonación tuvo lugar en el lecho marino. Uno de los submarinistas debe de haberlo destruido.

Qobras se volvió hacia Philby para exigirle una explicación.

—Kari, perdón, la señorita Frost y Chase estaban en el templo —dijo el profesor, casi tartamudeando a causa de los nervios—. Debe de haber sido Castille.

—¡Bravo, Hugo! —exclamó Nina, con tristeza. Starkman la fulminó con el único ojo.

Las arrugas que surcaban la frente de Qobras se hicieron más profundas.

—¡Necesitábamos el
Zeus
para poner los explosivos! ¿Cuánto tardaremos en conseguir otro submarino?

—Al menos cinco días, señor.

—Es demasiado tiempo. Frost puede mandar a más gente, y mejor equipada, antes. Y esta vez, estará preparada para enfrentarse a nosotros.

—¿Y si usamos su otro submarino? —preguntó Starkman, que señaló hacia la proa del
Evenor
, al
Sharkdozer
.

—Solo sé pilotarlo yo —les soltó Trulli en tono desafiante—. Y si creéis, panda de cabrones, que voy a ayudaros después de haber matado a mi colega, podéis iros a tomar por culo.

Starkman se enfureció y levantó el arma, pero Qobras negó con la cabeza.

—Encárgate de que traigan el resto de cargas de demolición a este barco —ordenó tras meditarlo unos segundos—. Que pongan dos tercios bajo la línea de flotación de proa, y las demás en popa.

—¿Qué va a hacer? —preguntó Nina.

—Como no puedo destruir el templo con explosivos —dijo Qobras, que se volvió hacia la doctora—, tengo que recurrir a otro método. Dejar caer tres mil toneladas de acero sobre el templo me parece una alternativa eficaz.

Sin hacer caso de los hombres armados que lo rodeaban, el capitán Matthews dio un paso adelante.

—¿Y qué ocurre con mi tripulación? ¿Qué va a hacer con nosotros?

Qobras lo miró con desdén.

—Creo que existe una tradición marinera según la cual el capitán debe hundirse con su barco. En este caso, la haré extensiva al resto de su tripulación también. —Miró de nuevo a Nina—. Y a sus pasajeros.

—Hijo de puta —le espetó Matthews.

—¿Va a ahogarnos? —preguntó Nina, horrorizada.

Qobras negó con la cabeza.

—No, no. No soy un hombre cruel, ni un sádico demente, a pesar de lo que sus amiguitos, los Frost, le hayan contado de mí. Cuando el barco se hunda, ya estarán muertos.

Chase comprobó la reserva de aire. Los trajes se habían diseñado para realizar largas inmersiones, pero aun así tenían un límite. Le quedaba alrededor de una hora de margen.

Una hora. Una vez pasado ese tiempo, Kari y él pasarían a ser residentes permanentes del antiguo templo…

A Kari se le había pasado lo mismo por la cabeza.

—Tiene que haber otra salida —dijo y señaló la escalera—. El agua no puede haber inundado la sala principal a través del pasillo secreto, porque si no esta sala también estaría inundada.

—Pero eso no significa que podamos atravesarla —le recordó Chase mientras bajaba los escalones.

—Aun así, tenemos que intentarlo.

—Lo sé, solo estaba preparándome para lo peor. Es algo británico. ¿Cuántas barras de luz nos quedan? Las necesitaremos todas.

Kari comprobó la bolsa que llevaba colgada del cinturón.

—Tengo seis.

—Yo también. Bueno, vamos a echar un vistazo.

Se sumergieron en las gélidas aguas.

Castille regresó a la entrada del templo. La nube de cieno que había provocado la explosión aún no se había disuelto, y sabía por propia experiencia que podían pasar horas.

Impertérrito, decidió adentrarse en la nube. Era algo parecido a una niebla marrón muy densa, que casi engullía por completo la luz de su linterna.

No obstante, no le hacía falta ver para saber que el túnel estaba obstruido. El lecho marino estaba cubierto de trozos de roca. Encontró el cable con el que había entrado Chase. Tiró de él pero no cedió lo más mínimo.

Usó los propulsores del traje para regresar a aguas más claras, comprobó las reservas de aire que tenía y meditó sobre sus opciones. Le quedaba una hora. Podía regresar a la superficie fácilmente…

Sin embargo, el hecho de que les hubieran atacado sugería que la situación en la superficie era funesta. El barco de Qobras ya debía de haber alcanzado el
Evenor
. Aparte del cuchillo estaba desarmado y una vez fuera del agua, atrapado en el aparatoso traje de inmersión, no tendría ninguna posibilidad en una pelea.

Eso significaba que lo único que podía hacer era encontrar una forma de ayudar a Chase y Kari a salir del templo.

Si habían sobrevivido.

El ambiente en el helipuerto era muy tenso. Algunos miembros de la tripulación estaban al borde de las lágrimas o del ataque de pánico. Otros murmuraban plegarias. Los hombres de Qobras los rodeaban, con los MP-7 en alto…

—Espere —dijo Nina, que hizo acopio de todo su coraje para ocultar el miedo.

—¿A qué? —preguntó Qobras.

—Le propongo un trato. Deje que la tripulación use los botes salvavidas antes de que hunda el barco y… —Tomó aire—. Y seré su prisionera.

Starkman soltó un bufido desdeñoso y Qobras una carcajada forzada.

—¡Ya es mi prisionera, doctora Wilde! No puede ofrecerme nada, tengo lo que quiero. ¡Sé la ubicación de la Atlántida y voy a destruirla!

—Pero hay algo que no sabe —replicó Nina con una sonrisita—. El emplazamiento del tercer templo de Poseidón.

Qobras adoptó una expresión de sorpresa precavida.

—No hay un tercer templo, doctora Wilde. Está el de Brasil, que ha sido destruido, y el que está bajo nosotros, que correrá la misma suerte dentro de poco. La estela de los atlantes se acaba aquí.

—No, no. —Nina negó con la cabeza—. Existe un tercero. Y tarde o temprano, alguien lo encontrará. ¿Cree que si derruye el templo eliminará todas las pistas? La gente ya sabe dónde está la Atlántida. Se correrá la voz y empezarán a buscarla. Ahí abajo hay una ciudad entera, no solo el templo. Tarde o temprano, alguien encajará todas las piezas y seguirá el rastro. Se descubrirá el secreto que ha intentado ocultar y no podrá hacer nada para evitarlo. A menos que…

—¿A menos que qué? —soltó Qobras en un tono amenazador, pero también intrigado.

—A menos que yo le diga dónde está. Para que pueda destruirlo personalmente.

—Eso es una sarta de mentiras —la interrumpió Starkman—. No sabe nada, solo está intentando ganar tiempo para salvarse.

—Señor Qobras, dígale al Corsario que se calle —le espetó Nina con un tono desafiante a pesar del miedo que sentía. Starkman se enfureció pero no dijo nada—. Hay un tercer templo, una tercera ciudadela. Antes del hundimiento, los atlantes estaban preparándose para crear dos colonias nuevas. Una expedición partió en dirección oeste, a Brasil, la otra… Bueno, sé adonde fueron. Y se lo diré. Si permite que la tripulación se salve.

Starkman apuntó a Matthews en la cabeza.

—O podríamos ejecutarlos uno a uno hasta que nos lo diga.

—Viendo que iban a matarnos de todos modos, no me parece un gran trato —le endilgó Nina.

Qobras se volvió hacia Philby.

—¿Está diciendo la verdad?

—Esto, bueno, podría ser —respondió el catedrático, algo aturullado—. Al parecer las inscripciones finales del templo daban a entender, más o menos, que los atlantes tenían pensado reasentarse en más de un lugar, pero no tuve tiempo de traducirlo todo para afirmarlo con rotundidad. —Miró a Nina con recelo—. Y no sé cómo pudo tenerlo ella, la verdad.

—Soy muy rápida,
Jack
—dijo Nina con desdén.

—¿Puede traducir lo demás? —preguntó Qobras.

Philby negó con la cabeza y lanzó un suspiro.

—Ya no.

—¡Ja! —Nina le hizo una mueca a Starkman—. Seguro que ahora desearía no haber destrozado el disco duro, ¿eh? —Se volvió hacia Qobras—. Bueno, ¿qué me dice? Le he hecho una oferta y aún sigue en pie. Si permite que la tripulación se salve, lo llevaré al lugar donde se encuentra la última colonia de la Atlántida.

—¿Que nos llevará? —exclamó Starkman—. ¿Qué pasa, quiere convertir esto en una mezcla de trabajo y vacaciones?

Nina se cruzó de brazos y miró fijamente a Qobras.

—Me he pasado toda la vida buscando la Atlántida. Si voy a morir por eso, quiero saber por qué. Quiero conocer toda la historia. No creo que sea mucho pedir.

—Es demasiado peligroso, doctora Wilde —la advirtió Matthews—. No puede estar segura de que no vaya a matarnos de todos modos.

—Le estoy ofreciendo un trato de buena fe. Y espero que él lo acepte del mismo modo. ¿Qué le parece, señor Qobras? Me ha dicho que no era un hombre cruel. ¿Pero es un hombre de palabra?

Starkman la fulminó con la mirada, pero Qobras se mantenía impertérrito. Se acercó a Nina y la miró fijamente con sus ojos grises.

—¿Es consciente de que cuando hayamos destruido el último templo, no podremos permitir que siga con vida? ¿Aun así, mantiene el trato para que la tripulación salve la suya?

Tragó saliva antes de responder. Tenía la boca seca.

—Sí.

Por un instante, Qobras pareció impresionarse.

—Es usted una mujer muy valiente, doctora Wilde. Y noble. No me lo habría esperado, teniendo en cuenta su… herencia.

—¿A qué se refiere?

Dio un paso atrás.

—Ya tendremos tiempo de hablar de ello más adelante. Pero permitiré que la tripulación se salve, si accede a mostrarme el emplazamiento del último templo. ¿Trato hecho?

—Trato hecho —respondió Nina.

Qobras asintió.

—Muy bien. ¡Jason! Prepara los botes salvavidas y embarca a la tripulación.

—¿Estás seguro de que es lo más adecuado? —preguntó Starkman.

—Ya lo veremos. Antes regístralos, asegúrate de que no tengan radiotransmisores o bengalas. Quiero estar seguro de que tendremos suficiente tiempo para irnos antes de que vengan a buscarlos. —Señaló al norte—. La costa portuguesa está a ciento cuarenta kilómetros en esa dirección, capitán. Espero que sus hombres tengan suficientes fuerzas para remar. —Matthews lanzó una mirada de odio a Qobras mientras Starkman y los demás hombres se llevaban a la tripulación.

Other books

Everywhere That Tommy Goes by Howard K. Pollack
Crunch Time by Nick Oldham
Brightness Reef by David Brin
Eve's Men by Newton Thornburg
Troubling a Star by Madeleine L'engle
The Secrets We Keep by Stephanie Butland


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024