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Authors: Andy McDermott

Tags: #Intriga, #Histórico

En busca de la Atlántida (21 page)

—Huy, ni hablar —dijo Nina, que se detuvo en la puerta de la tienda de Christian Lacroix, en la rue de Faubourg St-Honoré—. Mi tarjeta de crédito entraría en combustion espontánea con tan solo mirar los precios. Soy más de T. J. Maxx.

—Gracias a Dios —exclamó Chase, con una sonrisa burlona—. No hay nada más aburrido que estar plantado como un pasmarote mientras las mujeres os probáis ropa. A menos que sean bikinis. —Nina le lanzó una mirada que no hizo acentuar la sonrisa de Chase.

—Tranquila —le dijo Kari—. A partir de ahora, tienes crédito ilimitado. La Fundación Frost costeará todo lo que necesites. O quieras, da igual.

—¿En serio? —preguntó Nina.

Kari asintió.

—Por supuesto. Bueno, dentro de un límite razonable. Si quieres comprarte un Lamborghini, ¡mejor que lo preguntes antes! Pero por lo demás, tú misma. Date un capricho.

—Gracias —respondió Nina, que no podía evitar sentirse algo incómoda ante tanta generosidad. No era algo a lo que estuviera acostumbrada. De modo que decidió contenerse, por mucho que comprara Kari.

Al cabo de una hora, se quedó estupefacta al comprobar que la factura ascendía a casi mil euros. Sin duda, no eran precios de T. J. Maxx. Aun así, era menos de una cuarta parte de lo que se había gastado Kari.

—Ve con cuidado, Doc —le advirtió Chase—. ¡Como te acostumbres a gastar tanto, tendrás problemas cuando regreses a Nueva York y te fundas el dinero del alquiler en zapatos! —Lo dijo en broma, pero Nina se dio cuenta de que tenía algo de razón.

—No lo creo —replicó Kari—. Cuando encontremos la Atlántida, el dinero se convertirá en la última de tus preocupaciones. Nosotros cuidaremos de ti.

—¿De verdad? Gracias —dijo Nina.

Kari le sonrió.

—Siempre nos preocupamos por los nuestros.

A Nina le entraron ganas de preguntarle a qué se refería, pero Kari ya estaba parando un taxi.

La siguiente parada era un restaurante llamado L'Opéra. Estaba lleno de parisinos adinerados que disfrutaban del almuerzo, tradicionalmente más largo que el anglosajón.

A Nina le pareció que no había ninguna mesa libre, pero enseguida descubrió que para las hijas de los filántropos multimillonarios siempre había una mesa.

—Odio las multitudes —dijo Kari con un suspiro, tras hablar con el maître en un francés perfecto y desencadenar un frenesí de actividad entre el personal—. Siempre me recuerdan que hay demasiada gente en el planeta. Los recursos de los que disponemos no son sostenibles para una población de casi siete mil millones de personas.

Nina asintió.

—Es una pena que no se pueda hacer mucho al respecto.

—Ya veremos. La Fundación Frost hace todo lo que puede.

Mientras esperaban a que regresara el maître, Chase examinó la carta e hizo una mueca.

—Me va más la comida rápida —objetó—. Creo que no voy a pedir nada y luego ya compraré una hamburguesa por ahí.

—Primero te quejas de que la
Mona Lisa
es «un poco pequeña y está sucia», ¿y ahora esto? No te interesa nada la cultura, Eddie —le dijo Nina, entre risas—. No irás a quedarte ahí sentado y emborracharte, ¿verdad?

—Mientras esté de servicio, no. Además, puedo vigilar mejor la entrada desde la barra —respondió Chase—. Me aseguraré de que nadie intente arruinaros la comida.

—Crees… ¿que podría haber problemas?

Chase le dedicó una sonrisa tranquilizadora que, al mismo tiempo, parecía de mal augurio.

—Solo habrá problemas si alguien intenta hacer algo. Disfrutad de la comida, que yo me encargaré de la seguridad. —Tras echar un último vistazo a los demás clientes, se dirigió a la barra y se sentó en un taburete desde el que podía ver todo el restaurante.

Un camarero acompañó a Nina y Kari hasta la mesa. Cuando se sentaron, Nina miró a Chase.

—¿Crees que corremos peligro de verdad? —le preguntó a Kari.

—Siempre existe esa posibilidad —contestó—. Estoy casi segura de que Qobras y su gente ya han descubierto que hemos abandonado Irán. Por eso debemos trabajar con la máxima celeridad; cuanto más tardemos, mayor es el riesgo de que nos encuentre.

—¿Y de que intente matarme de nuevo?

—No permitiremos que eso ocurra —respondió con rotundidad Kari, que adoptó un semblante más relajado—. Nina, nunca te he dado las gracias como es debido.

—¿Por qué?

—¡Me salvaste la vida! En la fortaleza de Hayyar, cuando disparaste al helicóptero. Fue una decisión muy inteligente y valiente.

Nina se sonrojó.

—Ah, bueno… ¡de hecho me aterraba la posibilidad de dispararle al helicóptero y que estallara!

Kari se rió de nuevo.

—¡Eso solo ocurre en las películas! No, de verdad, fuiste muy valiente, y te estoy muy agradecida por ello. —Le apretó la mano suavemente—. Si alguna vez necesitas algo, lo que sea, pídemelo.

Algo abrumada, Nina no supo cómo reaccionar.

—Gracias —logró decir al final.

Kari le sujetó la mano un instante más antes de soltársela.

—Por ti, lo que sea.

—Bueno, esto, y… ¿Hugo y Eddie reciben el mismo trato? —preguntó, sonrojada de nuevo al verse colmada de tantas atenciones.

Kari esbozó una sonrisa jovial.

—No exactamente. ¡A fin de cuentas, les pagamos para que cuiden de nosotros!

—Por lo que dijo Eddie, parece que no necesitas que nadie cuide de ti. ¿Lograste escapar de Hayyar tú sola?

—¡Me ayudaste de nuevo! Cuando cortaste la electricidad —añadió al ver la expresión de desconcierto de Nina—. Hizo que se distrajeran un instante y… Bueno, sé algo de autodefensa. Además, otro motivo por el que me alegro de que cortaras la electricidad en ese momento es que creo que Hayyar estaba a punto de aceptar la oferta de Qobras y pegarme un tiro.

—¿Ese era Qobras? —Nina recordó la cara del hombre que había visto en la pantalla de la videoconferencia.

—¿Lo viste?

—Sí, había un ordenador en el sótano, y lo vi en la pantalla.

Kari se puso seria.

—Pues ahora ya sabes a quién nos enfrentamos y lo despiadado que es. Le ofreció cinco millones de dólares a Hayyar por matar al ruso, a Yuri, ahí mismo. Es un hombre peligrosísimo, un psicópata… y hará lo que sea con tal de evitar que encontremos la Atlántida. No volveré a subestimarlo. Pero, de momento, estamos a salvo. Tenemos el artefacto y, lo que es más importante, te tenemos a ti. Encontraremos la Atlántida, lo sé. Y ahora —preguntó—, ¿ya sabes qué te apetece?

Cuando regresaron al hotel esa tarde, Nina estaba exhausta. No sabía hasta qué punto era cansancio después de visitar París, o si se trataba de una reacción retardada a todo lo que le había sucedido en Irán. Lo único que sabía era que tenía que echarse una siesta antes de que llegara el experto en lenguas arcaicas de Frost.

A pesar de que estaba tumbada en una cama enorme y cómoda, se encontraba inquieta. Una parte de su cerebro aún estaba intentando procesar todos los acontecimientos aterradores y violentos de los que había sido testigo, o formado parte, desde la llamada de Starkman. Su vida académica de Nueva York parecía casi otro mundo.

Incluso a pesar del estado de duermevela en el que se encontraba, no podía quitarse de la cabeza el misterioso artefacto. El rompecabezas la acechaba incluso en sueños. Había algo en aquella pieza… Volvía a tener la extraña sensación de recuerdo que había sentido cuando lo cogió en la granja por primera vez.

Algo familiar.

Algo muy próximo.

Nina saltó como un resorte, desvelada. En ese instante se dio cuenta de lo que era y cómo lo sabía. Estaba sentada, con las piernas dobladas contra el pecho, y una mano en el cuello.

Sobre el colgante.

Ese era el recuerdo que la acechaba.

Se levantó de un salto y fue corriendo hasta el escritorio. Cogió el artefacto, que estaba bajo la lupa, y con la otra mano se quitó el colgante por la cabeza. Sostuvo ambas piezas una junto a otra.

¡Ahí estaba la relación! Lo había llevado siempre encima y no se había dado cuenta.

Sonó el teléfono y se sobresaltó. Sin soltar ambas piezas, cogió el auricular como buenamente pudo.

—¡Sí! ¿Diga?

—¿Nina? —Era Kari—. ¿Estás bien?

—¡Sí, sí! ¡Estoy bien! Acabo de despertarme. —Estuvo a punto de contarle a Kari lo que acababa de descubrir, pero la noruega se le adelantó.

—Solo quería decirte que el experto ya ha llegado, así que, cuando estés lista, ¿podrías traer el artefacto?

Nina se miró en el espejo. Tenía el pelo medio alborotado al haber dormido de lado.

—Esto… ¿me das cinco minutos?

—Han sido siete minutos —susurró Chase cuando Nina entró en el salón.

—Cállate —le susurró ella, mientras miraba a los presentes. Kari estaba sentada en un sillón, expectante. Castille estaba apoyado junto a la puerta del pasillo, comiendo una naranja; y en un sofá, bebiendo una taza de café, estaba…

—Hola, Nina —dijo Philby al ponerse en pie.

—¿Qué haces aquí, Jonathan? —preguntó de sopetón, pensando, o esperando, que fuera una broma. De todas las personas a las que Kristian Frost podría haber recurrido, ¿había tenido que elegir al profesor Jonathan Philby?

—Creo que el motivo es ese —dijo Philby, mirando al objeto que Nina traía envuelto en terciopelo—. Ayer por la mañana recibí una llamada de Kristian Frost, nada más y nada menos, que me dijo que lo habías ayudado a encontrar un objeto de lo más extraordinario, pero que tenías alguna dificultad para traducir las inscripciones que tenía grabadas. Me preguntó si estaría dispuesto a ayudarte. No me avisó con demasiada antelación, pero… —Miró a Kari—. ¡Su padre sabe hacer ofertas imposibles de rechazar!

—¿Le puso una cabeza de caballo en la cama? —preguntó Chase.

Philby lo miró, sin comprenderlo.

—No, hizo un donativo muy generoso a la universidad. ¡Y, bueno, me ofreció su avión privado! No es algo que haya tenido el placer de probar antes.

—Bueno, Jonathan —dijo Nina, que lo miró con recelo—, ¿desde cuándo eres un experto en lenguas arcaicas?

—Mira, Nina —respondió Philby—, no es que quiera darme mucho bombo, pero esperaba que hubieras leído mis artículos más recientes para el
International Journal of Archaeology
. Me parece atinado decir que soy una de las cinco máximas autoridades mundiales en la materia y, sin duda, el mayor experto en Occidente. ¡Aunque estoy seguro de que Ribbsley, de Cambridge, no estaría de acuerdo! —Se rió de su propia broma y se calló al darse cuenta de que la ausencia de estudiantes en la sala significaba que nadie más se reía con él—. Bueno —prosiguió—, ¿le echamos un vistazo a lo que has encontrado?

Nina depositó el objeto en la mesa con gran cuidado, mientras Kari ajustaba la lámpara para iluminarlo. Philby abrió los ojos de par en par.

—Oh, vaya, es… es extraordinario. —Miró a Kari—. ¿Puedo cogerlo?

—Por favor.

Philby tomó el artefacto y lo sopesó.

—Es pesado, pero no es oro puro, el color no parece correcto… un bronce áureo… No, parece más una mezcla de oro y bronce.

—La palabra que estás buscando —terció Nina, sin ambages— es oricalco.

—No nos precipitemos. ¿Habéis hecho un análisis metalúrgico?

—No de la pieza entera —respondió Kari—, pero sí que hemos analizado una pequeña muestra, sí.

—¿Y?

—Y creo que la doctora Wilde tiene razón.

Nina asintió con un gesto ufano.

—Ya veo. —Estaba claro que Philby aún no lo había dicho todo, pero decidió esperar. Le dio la vuelta al objeto—. Una pequeña protuberancia circular en el lado inferior, y en la superficie… ¡ah! —Le lanzó una sonrisa petulante a su amiga—. ¡Nina, estoy decepcionado! ¡Sin duda puedes traducir esto!

—Lo he traducido casi todo —le espetó ella—. Es un mapa con indicaciones para seguir un río hasta una ciudad. No he identificado los demás caracteres, pero estoy segura de que no son glozel.

—Claro que no —dijo Philby—. ¡Pero, vamos! ¿Cómo es posible que no hayas reconocido estas inscripciones olmecas?

Las observó con detenimiento.

—¿Cómo? Eso no es olmeca.

—No pertenece a la variante clásica, pero los parecidos son inconfundibles. ¿Acaso no los ves? —Señaló ciertos caracteres—. Algunos de los símbolos están invertidos o modificados, pero sin lugar a dudas…

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Nina—. ¿Cómo demonios se me ha pasado por alto?

Kari observó el objeto.

—¿Entonces es olmeca?

—¡Ciclos, sí! O sea, tal como ha dicho el profesor Philby, no se trata de la forma clásica de la simbologia, pero es una variante. ¿Más antigua? —Miró a Philby, en busca de una afirmación.

El profesor asintió.

—Estoy casi convencido. Son menos refinadas y quizá tienen alguna influencia glozel en algunos lugares. Es muy extraño. —Se reclinó en el asiento—. ¿Influencias alfabéticas glozel en jeroglíficos protoolmecas? Esto levantará ronchas…

—¿Quién o qué es un olmeca? —preguntó Chase.

—Es una antigua civilización mesoamericana —respondió Nina—. Alcanzaron su momento de máximo esplendor alrededor de 1150 antes de Cristo, principalmente en la costa del golfo de México, pero su influencia se extendió hacia el interior.

Chase se encogió de hombros.

—Ah, vaya con los olmecas.

—Profesor —dijo Kari—, ¿qué dice el resto de la inscripción? Supongo que podrá traducir los símbolos olmecas.

—Puedo intentarlo, aunque quizá no sea del todo preciso; tal como he dicho, los caracteres no son exactamente iguales que las formas tradicionales, pero… Bueno, intentémoslo, ¿de acuerdo? —Se ajustó las gafas y se inclinó hacia delante. Nina hizo lo mismo al otro lado de la mesa.

Ahora que sabía lo que tenía entre manos, se sentía avergonzada de no haber sido capaz de averiguarlo por sí sola.

—Ese primer símbolo… ¿podría ser un caimán?

—Un caimán o un cocodrilo —murmuró Philby.

Castille se unió al grupo.

—¿El río cocodrilo? Eso describiría unos cuantos sitios en los que Edward y yo hemos estado. Una vez, en Sierra Leona…

—La siguiente palabra es una combinación de símbolos —dijo Philby, sin hacerle caso—. Dios… ¿y agua?

—U océano —añadió Nina—. ¡Eh! ¡El dios del océano! ¡Poseidon! —Kari y ella dijeron el nombre al mismo tiempo.

—Empezar desde la boca norte del río del cocodrilo —prosiguió Philby.

—Siete, sur, oeste. El río a siete, sur, oeste, seguramente —dijo Nina—. Seguir el curso hasta la ciudad de Poseidon. Ahí para encontrar… ¿para encontrar qué? —Intentó descifrar los demás símbolos—. Maldita sea. No domino muy bien el olmeca.

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