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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

Grotesco (32 page)

—Kazue está avergonzada. Me ha pedido que te llame, y eso es lo que he hecho.

—Esto es muy raro. Soy yo quien ha recibido las cartas, y ¿ahora se supone que debo devolverlas? ¿Por qué las quiere?

—Mira, Kazue está muy deprimida a raíz de todo este asunto. Si no se las devuelves, dice que se va a cortar las venas o algo así. Quizá se atiborre a somníferos, no lo sé, así que devuélveselas en cuanto puedas.

—¡Vale! —respondió Takashi como si ya estuviera harto—. Se las daré mañana mismo.

—No, eso no —me apresuré a responder levantando la voz—. Envíaselas a casa.

—¿Por correo?

Noté que empezaba a sospechar algo.

—Sí, por correo está bien. Escribe en un sobre la dirección y el apellido, es todo lo que te pido. No pongas nada más, ¿de acuerdo? Y, si es posible, envíalas por certificado urgente.

Tan pronto como acabé la frase, colgué el auricular de golpe. Eso tendría que valer. Estaba segura de que cuando Kazue recibiera las cartas se sentiría horrorizada. Y, con un poco de suerte, su padre las descubriría y se armaría la de san Quintín. Por otro lado, y con un poquito más de suerte, me las arreglaría para saber en qué estaban metidos Takashi y Yuriko. De repente, la escuela volvía a ser divertida.

Kazue faltó al colegio varios días seguidos. La mañana del cuarto día apareció inesperadamente y se quedó de pie en la puerta, a modo de barrera, mientras inspeccionaba el aula con ojos sombríos. Ya no tenía el cabello rizado y tampoco se había pegado los Elizabeth Eyelids en los ojos. La deprimente y gris Kazue que conocíamos había regresado, excepto por el hecho de que llevaba la bufanda increíblemente llamativa, de rayas negras y amarillas alrededor del cuello. La bufanda que había tejido para Takashi se arremolinaba en torno a su cuello como una enorme serpiente famélica. Cuando las demás compañeras entraron en clase y vieron a Kazue, la mayoría apartaron la mirada confundidas como si hubieran visto algo que no debían ver. No obstante, Kazue, ajena a su comportamiento, se acercó como si nada a una de las chicas del equipo de patinaje sobre hielo a la que anteriormente había dejado sus apuntes.

—Kazue, ¿qué te ha pasado?

Ella la miró como si estuviera aturdida y avergonzada.

—¡No puedes desaparecer sin más antes de los exámenes!

—Lo siento.

—Al menos, podrías dejarme tus apuntes de inglés y literatura clásica.

Kazue asintió con timidez una y otra vez mientras dejaba caer su mochila sobre el pupitre que tenía delante. La alumna que se sentaba allí obviamente la miró furiosa. Era una veterana muy preocupada por su aspecto y conocida porque era buena haciendo galletas y pasteles. Estaba leyendo un libro de cocina cuando Kazue la interrumpió.

—Oye, no se puede ir por ahí tirando tus cosas sobre el pupitre de los demás, ¿sabes? Estoy pensando qué galletas preparar. Muestra un poco de consideración.

—Lo siento.

Kazue se inclinó una y otra vez a modo de disculpa. El aura inusual que unos días antes rodeaba su cuerpo había desaparecido. En vez de eso, ahora parecía angulosa y fea, como un fruto del que se ha exprimido todo el jugo.

—¡Mira esto, me has manchado el libro de barro! ¿Cómo puedes ser tan torpe?

La señorita Libro de Cocina armó un gran alboroto mientras limpiaba su libro. Probablemente Kazue había dejado la mochila en el andén de la estación de camino al colegio, o sobre la acera, y la base se había ensuciado. Algunas compañeras que oyeron lo que la chica decía la miraron boquiabiertas, pero el resto fingió no oír nada. Kazue le entregó los apuntes y luego, focalizando todas las miradas de desprecio de las demás alumnas, regresó sobre sus pasos hasta el pupitre. Se volvió para mirarme y buscar apoyo. Instintivamente aparté la mirada, pero no antes de que pudiera notar lo que estaba pensando: «Ayúdame. ¡Sácame de aquí!» De repente recordé aquella noche nevada en las montañas cuando Yuriko me perseguía, ese impulso abrumador de usar toda mi fuerza para protegerme de algo horrible. La sensación excitante que siguió al momento en que me aparté de ella. Ahora quería hacer lo mismo con Kazue, y a duras penas lograba contener las ganas.

La primera clase de matemáticas terminó sin que Kazue torturara al profesor con su interminable batería de preguntas.

—Oye, ¿puedo preguntarte algo?

Tan pronto como acabaron las clases, antes de que pudiera escabullirme, oí la patética voz de Kazue detrás de mí. Yo ya estaba bajando la escalera en dirección al segundo piso.

—¿Qué? ¿De qué se trata?

Me volví y la miré directamente a los ojos; ella apartó la mirada con una expresión de dolor.

—Es sobre Takashi.

—Ah, ¿has recibido respuesta?

—Sí, la recibí —respondió de mala gana—. Hace cuatro días.

—¡Eso es genial! ¿Qué te dijo?

Simulé estar entusiasmada mientras esperaba llena de regocijo su respuesta. Iba a ser tan bueno. Pero Kazue frunció los labios y no dijo nada. Supongo que estaba buscando una buena excusa.

—Venga, ¿qué te ha dicho? —pregunté, impaciente.

—Me ha escrito diciéndome que quiere salir conmigo.

¡Valiente mentirosa! La miré sorprendida. Pero ella sólo parecía turbada mientras sus consumidas mejillas se ruborizaban.

—Esto es lo que me escribió: «Hace algún tiempo que me gustas. Gracias por alabar las clases de mi padre, eso me alegra mucho. Si no te importa que sea más joven que tú, me gustaría que siguiéramos carteándonos. Por favor, no tengas reparos en preguntarme sobre mis aficiones o lo que sea.»

—¡Estás de broma!

Estuve a punto de creerla. Quiero decir que Takashi me había dicho que mandaría las cartas de vuelta, pero no había forma de saberlo con seguridad. Y, además, le había interesado aquel poema patético, así que quizá sí que le había escrito una carta. Aunque también cabía la posibilidad de que fuera lo bastante desalmado como para burlarse de Kazue.

Me di cuenta de que mi plan había fracasado y empecé a desesperarme.

—¿Podría ver su carta?

Kazue observó mi mano extendida y luego me miró con preocupación, negando frenéticamente con la cabeza.

—No es posible, Takashi me pidió que no se la mostrara a nadie. Lo siento, pero no puedo.

—Entonces, ¿por qué llevas esa bufanda? Pensaba que se la ibas a regalar a él.

Kazue se llevó la mano rápidamente al cuello. Con hilo mediano, densamente tejida, cada franja de color de unos diez centímetros, alternando rayas amarillas y negras. La observé implacablemente para ver su reacción. «Venga, ¿qué excusa me vas a poner ahora?»

—Pensé en usarla como recuerdo.

«¡Ja! ¡Te pillé!» Era una pequeña victoria.

—Me la merezco. He tenido que esperarlo, ¿no? He tenido que esperar su respuesta, así que me he ganado quedarme con el regalo.

Cuando intenté tocar la bufanda con mi mano, ella me la apartó de un manotazo.

—¡No! ¡Tienes las manos sucias!

Su tono era de amenaza. Me quedé helada y la miré. Unos segundos después empezó a ruborizarse.

—Lo siento, lo siento de verdad. No quería decir eso.

—No te preocupes. Ha sido culpa mía.

Giré sobre mis talones y me alejé como si estuviera enojada, esperando que ella me siguiera.

—¡Espera! Lo que te he dicho no está bien. Perdóname.

Kazue vino detrás de mí pero yo seguí caminando, negándome a volverme. De hecho, no sabía qué hacer a continuación. Estaba perpleja. ¿Cuál era la verdad? ¿Kazue había recibido una respuesta de Takashi o se lo estaba inventando? En el patio del colegio se oía a las alumnas reírse mientras salían de la escuela animadas porque habían acabado las clases. Aun así, podía distinguir el ruido de Kazue siguiéndome: sus pasos, su respiración forzada, el roce de la mochila cuando le golpeaba la falda corta.

—Perdóname, espera. Eres la única persona con la que puedo hablar —dijo.

Me pareció oírla gimotear. Me detuve y ella me alcanzó.

Tenía el rostro contraído y cubierto de lágrimas, y sollozaba como una niña a la que ha abandonado su madre.

—Lo siento, por favor, perdóname —me rogó.

—¿Por qué me has contestado de ese modo? ¡Yo no te he hecho nada malo!

—Lo sé, es sólo que a veces dices las cosas de un modo tan brusco que me pongo muy nerviosa. Además, no lo he dicho en serio.

—Bueno, vosotros dos habéis congeniado, ¿no? Eso era lo que yo había predicho, ¿verdad?

Kazue me dirigió una mirada vacía. Al final, su rostro adoptó una expresión tan extraña que habría sido difícil asegurar que no se había vuelto loca.

—¡Exacto! ¡Congeniamos de verdad! ¡Ja, ja, ja!

—¿Así que vais a salir juntos?

Ella asintió y luego dejó escapar un grito. Por la ventana del pasillo vio entonces a Yuriko y a Takashi, que salían por la puerta del colegio. Me apresuré a abrir la ventana.

—¡Eh, espera! ¿Qué estás haciendo? —me gritó Kazue. Se había quedado lívida y parecía que iba a echar a correr en cualquier momento.

Le agarré la bufanda del cuello y se la arranqué.

—¡Para, para! —me suplicó mientras yo la inmovilizaba contra la pared del pasillo con todas mis fuerzas.

—¡Takashiii!

Él y Yuriko se volvieron al unísono y alzaron la mirada hacia mí. Saqué la bufanda por la ventana y la agité con fuerza. Takashi, que llevaba una trenca de lana negra, me miró con recelo. Cogió a Yuriko del brazo y la acompañó fuera de las puertas del colegio. Ella llevaba un elegante abrigo azul marino sobre los hombros, y me fulminó con una mirada de reproche. «¡Menuda puta loca de hermana que tengo!»

—Lo que acabas de hacer ha sido cruel. —Kazue se agachó en el pasillo sollozando.

Las alumnas que pasaban por nuestro lado nos miraban con curiosidad y luego seguían caminando entre susurros. Le devolví la bufanda y se la escondió a la espalda como si se avergonzara de ella.

—Por lo que parece, todavía está con Yuriko. ¿Me has mentido?

—¡No! Me ha respondido de verdad.

—¿Te dijo algo del poema?

—Me dijo que era un buen poema. Te lo juro.

—¿Y sobre la carta en la que te presentabas?

—Le gustó que fuera directa y sincera.

—¡Eso suena a la opinión de un profesor sobre una de tus redacciones!

Estaba enfadada y me puse a gritar. ¿No os parece normal? Dado que Kazue carecía de imaginación, lo único que había podido inventar había sido una historia patética. Ojalá se le hubiera ocurrido una mentira más creativa.

—¿Qué te ha dicho tu padre? —pregunté con frialdad.

Kazue se tranquilizó repentinamente. Sí, así es. A partir de ese día empezó el declive de Kazue.

4

E
sa noche recibí llamadas telefónicas de varias personas, algo bastante inusual en nuestra casa. La primera llamada sonó cuando mi abuelo y yo estábamos viendo la serie policíaca «How at the sun». El timbre del teléfono hizo que mi abuelo diera un respingo. Se incorporó con torpeza y tropezó con la pata de la mesa
kotatsu
al levantarse. Cuando pensé en ello más tarde me di cuenta de que el abuelo seguramente estaba esperando una llamada de la madre de Mitsuru. No pude evitar reírme por el aspecto que tenía mientras se apresuraba a responder el teléfono.

—Sí, hola —dijo con voz apática, pero pronto se puso tenso y prestó atención. Para ser un artista del timo, mi abuelo era bastante sincero y también tímido—. Gracias por todo lo que ha hecho por mi nieta. ¿Estudiar? Ni soñarlo. Debería, pero está aquí sentada mirando la televisión… ¿Cómo? ¿Que estuvo en su casa? Pues gracias por cuidar de ella… ¿Incluso hizo una llamada internacional? Yo no sabía nada…, no, no me lo dijo. Lamento mucho las molestias.

El abuelo exageró muchísimo mientras parloteaba sobre cosas que no eran asunto suyo y se inclinaba para disculparse con el teléfono en la mano. Mi madre era igual, se humillaba innecesariamente. Sólo con mirarlo me entraban escalofríos. Desde que había empezado a relacionarse con la madre de Mitsuru, yo le había cerrado mi corazón. Al final, nervioso y con la frente perlada de sudor, me pasó el teléfono:

—¡No deberías haberle dicho que estaba viendo la televisión! ¡Tenemos los exámenes finales la semana que viene! —dije.

La que llamaba era la madre de Kazue, la de la cara de pez. Me acordé de la lóbrega casa de Kazue y respondí al teléfono con un saludo seco. De inmediato oí la voz sorda del padre de Kazue. Debía de estar al lado de su mujer, a la expectativa, inquieto y molesto. ¡Excelente! De modo que, al fin y al cabo, mi plan para acabar con aquella patética familia estaba funcionando. Tenía una oportunidad de oro para vengarme del trato tan horrible que me habían dispensado el día que murió mi madre. Por tratarme como si fuera poco más que una doble de Mitsuru, por coaccionarme para que dejara en paz a Kazue, por el coste de la llamada internacional. Ahora tenía la oportunidad de darles su merecido.

—¿Mi hija ha estado comportándose de una forma extraña últimamente? —me preguntó nerviosa la madre de Kazue.

—Pues lo cierto es que me resulta difícil decirlo…, especialmente después de que me pidieron que no me relacionara con ella. No lo sé, la verdad.

—¿Cómo? No tenía ni idea de que nadie te hubiera dicho eso.

La mujer se puso nerviosa y el padre cogió el auricular. Sin andarse con rodeos, habló enérgicamente y con su arrogancia habitual.

—Escucha, lo que quiero saber es si Kazue sigue viendo a ese tal Takashi Kijima. Creí que podría quitárselo de la cabeza, pero al final he perdido los estribos. Le he dicho que sólo es una alumna de segundo año de bachillerato. Es muy joven, y será mejor que no haga nada deshonroso. Pero se ha echado a llorar y no he podido sacarle ni una palabra más. Así que te lo pregunto a ti: ¿se está comportando mi hija de manera indecorosa?

En el momento en que dejó de hablar pude sentir la ira flotando al final de sus palabras. Sospechaba que el padre de Kazue estaba celoso de Takashi. Sin duda quería ser el único hombre que la influenciara, quería controlarla mientras viviera. Las imágenes de Kazue, como si de un demonio negro se tratara, empezaron a surgir en mi imaginación en ese mismo momento, una tras otra.

—No, no está haciendo nada parecido. Las demás chicas escriben cartas de amor, tejen bufandas y se encuentran con chicos a las puertas de la escuela, pero Kazue no hace nada de todo eso. Sinceramente creo que se está equivocando.

La desconfianza de su padre era especialmente punzante porque no tenía intención de dejarse vencer con facilidad.

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