Hablaba con alegría mientras extendía el uniforme sobre la mesa. Luego hizo un ovillo con él y lo metió de nuevo en la bolsa de deporte. Kazue era demasiado torpe para hacer algo con gracia.
—Oh, debo darme prisa. Si llego tarde tendré que pulir las cuchillas de los patines de las mayores. ¡Hasta luego!
Kazue cogió la bolsa donde llevaba el uniforme y los patines y salió trastabillando de la clase. Yo me quedé un rato sentada sola. Era otoño y anochecía pronto. Ya había oscurecido sin que me diera cuenta. Me empezó a doler el coxis. En el borde del pupitre sobre el que estaba sentada había una línea de garabatos. Alguien había escrito con rotulador: «Amor…, amor… ¡Amo a Junji!» «Amor…, amor… ¡Amo a Takashi!» «Amor…, amor… Amo a Kijima…» Sin darme cuenta, esas frases me llevaron a imaginar otras que se podrían escribir, porque me acordé de la pasión que había percibido entre Mitsuru y Kijima. Dejé escapar un largo suspiro.
Jamás en mi vida me he enamorado de un hombre. Sí, soy un ser humano que ha vivido tranquilamente sin sentir nunca un arrebato de pasión. Y no me arrepiento de ello. En el fondo,
Kazue no era tan diferente de mí. ¿Por qué ella no era capaz de darse cuenta de eso?
Eran más de las nueve. Acababa de salir del baño y me dirigía hacia el salón para ver la tele cuando se abrió la puerta de la calle y entró mi abuelo. Había estado bebiendo. Estaba rojo como un tomate y jadeaba.
—Llegas tarde; ya he cenado.
Le señalé los platos donde le había dejado algo de comida en la mesita del té: caballa con miso, judías hervidas y pepinillos en vinagre. Lo había preparado él mismo antes de salir. Suspiró profundamente sin decir nada. Llevaba un traje bastante llamativo que nunca antes le había visto, con anchas rayas blancas y negras sobre un fondo verde brillante. Su camisa de manga corta era de color amarillo pálido, y llevaba una corbata vaquera con un broche extraño. El abuelo tenía unas manos pequeñas para ser un hombre. Cuando se aflojó el nudo de la corbata se rió solo, como si acabara de recordar algo. Era evidente que había ido al Blue River.
—Abuelo, ¿has ido al bar de la madre de Mitsuru?
—Ajá.
—¿Estaba la madre de Mitsuru?
—Ajá.
La reserva de mi abuelo era rara, puesto que solía ser muy locuaz.
—Y, ¿qué tal ha ido?
—¡Qué mujer tan maravillosa! —masculló como respuesta, más para sí que para mí.
Luego se volvió para mirar el bonsái que había dejado fuera y salió a la galería, sin ganas de continuar la conversación conmigo. Nunca dejaba el bonsái fuera por la noche, de modo que su conducta me pareció especialmente desconcertante.
Aquella noche tuve un sueño extraño. Mi abuelo y yo estábamos flotando en un mar antiguo. Allí también estaba mi madre muerta y mi padre, que vivía con una mujer turca. Algunos de nosotros estábamos sentados en las rocas negras diseminadas sobre el lecho marino, mientras que otros descansaban directamente sobre la arena. Yo llevaba una falda plisada que de pequeña me encantaba. Recuerdo pasar la mano por los pliegues y pensar en la melancolía que me embargaba. Mi abuelo llevaba el mismo traje elegante con el que había ido al Blue River, su corbata flotando en el agua. Mis padres iban vestidos de estar por casa, y tenían el mismo aspecto que cuando yo era pequeña.
El mar empezó a llenarse de plancton, como si de copos de nieve arremolinándose se tratara. Cuando levanté la vista para mirar la superficie del agua, pude ver que el cielo sobre nosotros estaba despejado y era brillante pero, aun así, por alguna razón, mi familia y yo estábamos viviendo en el lecho oscuro del océano. Fue un sueño desconcertante y sereno a la vez. Y qué decir de que no viera a Yuriko por ninguna parte: sin ella me sentía relajada y en paz, aunque podía sentir la tensión mientras esperaba, ya que me preguntaba cuándo aparecería.
Kazue vino nadando vestida con el uniforme de animadora, el cabello negro azabache flotando detrás de ella y una mirada decidida. Llevaba unas medias color carne, así que supe que iba vestida con su traje de patinadora y no con el uniforme de animadora. Se movía muy concentrada siguiendo la música de los ejercicios rítmicos, pero, al estar bajo el agua, los movimientos eran lentos y lánguidos. Rompí a reír. Me pregunté si Mitsuru también estaría por allí, y eché un vistazo por si la veía. Mitsuru estaba escondida en un barco naufragado, estudiando, mientras Johnson y Masami estaban sentados en la cubierta. Pensé en ir hacia allí cuando, de repente, todo a mi alrededor se tornó oscuro. Una figura gigante proyectaba una sombra sobre la superficie del agua, tapando los rayos del sol. Sorprendida, levanté la vista.
Finalmente había aparecido Yuriko. Yo tenía el tamaño de una niña, pero mi hermana, con las facciones y el cuerpo de un adulto, iba vestida con las prendas ondulantes y blancas de una diosa marina. A través del vestido podía ver sus grandes pechos. Yuriko nadó hacia nosotros con sus piernas y sus brazos largos, con una radiante sonrisa en su cara hermosa. Cuando nos miró, sus ojos me aterrorizaron: no emitían luz. Me escondí a la sombra de una roca, pero Yuriko alargó los brazos exquisitamente formados y empezó a atraerme hacia sí.
Cuando desperté, faltaban cinco minutos para que sonara la alarma. Me quedé tumbada en la cama, pensando en el sueño. Desde que Yuriko había aparecido, tanto Mitsuru, como Kazue como mi abuelo habían cambiado de repente. Amor…, amor… Todo el mundo estaba enredado en el amor: Mitsuru estaba colada por el profesor Kijima, Kazue por el hijo de Kijima, y mi abuelo por la madre de Mitsuru. Por descontado, en lo que respecta al amor, no tengo ni idea de qué clase de reacción química tiene lugar en el corazón, puesto que nunca lo he experimentado. Lo único que sabía era que tenía que hacer algo para no perder las atenciones de mi abuelo y de Mitsuru. ¿Iba a ser capaz de luchar contra Yuriko? Bueno, en el fondo no importaba: no tenía elección.
En la pausa del almuerzo, Kazue se acercó lentamente a mi pupitre con una sonrisa de complicidad. Dejó la fiambrera en una silla vacía y la arrastró en dirección al pupitre con las patas chirriando sobre el suelo.
—¿Te importa si como contigo? —dijo.
Pero ya se había sentado antes de preguntar. Típico de ella. Le dirigí una mirada helada. «¡Perra! ¡Pesadilla recurrente! ¡Boba!» Ese día incluso parecía más repugnante de lo normal, tan repugnante que quería gritarle un insulto tras otro. Había intentado rizarse el pelo. Habitualmente, le caía sin gracia sobre la cabeza, como un casco, pero ese día le sobresalía por los costados como un sombrero de ala ancha. Aún podían verse las marcas donde había sujetado las pinzas de los rulos. Y, para rematarlo, se había hecho algo en sus ojitos somnolientos, de manera que parecía tener doble párpado.
—¿Qué te has puesto?
Kazue se llevó las manos lentamente a los ojos.
—Ah, es Elizabeth Eyelids.
Había usado un producto de belleza que las mujeres japonesas se adherían a los párpados para conseguir el pliegue de más que los hacía parecer occidentales. Una vez, en el baño, yo había visto a una de las alumnas veteranas poniéndoselo en los ojos. Sólo de imaginar a Kazue aplicándose la cola y empujando luego el párpado hacia adentro con aquella pequeña horca de plástico hacía que se me pusiera la carne de gallina. Además, se había acortado la falda radicalmente, de modo que le llegaba hasta la mitad de sus flacos muslos. Se esforzaba tanto por parecer atractiva que el resultado era absolutamente patético.
Las compañeras de clase se dieron de codazos entre sí al verla, y no hicieron el más mínimo esfuerzo por ocultar su risa. Me ponía enferma que alguien pudiera pensar que éramos amigas. No me había importado tanto mientras sólo era la fea sabionda, pero esa nueva transformación se debía a Yuriko, lo que lo empeoraba todo.
—Sato, tengo que pedirte un favor.
Dos compañeras de clase que también estaban en el equipo de patinaje sobre hielo se acercaron a Kazue. Ambas eran veteranas, pero una estaba claramente subordinada a la otra. Eran muy amigas. Las dos eran hijas de embajadores en países extranjeros. Al parecer, las diferentes funciones de un embajador conllevaban diferentes niveles de prestigio, según el país, y ellas se trataban con el respeto que se asociaba a los cargos de sus respectivos padres.
—¿De qué se trata? —preguntó Kazue, volviéndose alegremente para mirarlas.
Cuando le vieron los Elizabeth Eyelids se esforzaron por contener una sonrisa. Ella, sin embargo, no se dio cuenta de nada. En vez de eso, enrolló los dedos en sus bucles como si dijera: «¿Qué os parece mi nuevo peinado?» Cuando le miraron el cabello, no pudieron contener la risa por más tiempo. Kazue las observaba con la mirada vacía.
—Ahora que estamos en la mitad del trimestre, el equipo ha designado un comité de repaso, y nosotras estamos al cargo. No me gusta tener que pedírtelo, pero ¿nos prestarías tus apuntes de inglés y literatura clásica? Eres la mejor estudiante del equipo.
—Claro —respondió Kazue sonriendo con orgullo.
—En ese caso, ¿te importaría dejarnos también los apuntes de sociales y geografía? Todas te lo agradecerán mucho.
—Por supuesto.
Y salieron corriendo de la clase. No cabía duda de que en el vestíbulo iban a reírse como locas.
—¡Mira que eres idiota! —exclamé—. Eso del comité de repaso a mitad de trimestre no existe.
Sabía que no era asunto mío, pero no había podido evitarlo. Aunque tampoco es que a ella le afectara: todavía se estaba regocijando por haber oído que decían que era «la mejor estudiante del equipo».
—Nos tenemos que ayudar unas a otras.
—Oh, eso es estupendo. Y, ¿cómo te van a ayudar ellas a ti?
—Yo no sé patinar, así que me enseñarán cómo hacerlo.
—Espera un momento. ¿Te has apuntado al equipo de patinaje y no sabes patinar?
Kazue empezó a desenvolver el paño que cubría la fiambrera con gesto de preocupación. Luego sacó una bola de arroz pegajosa y una rodaja de tomate. Eso era todo. Yo me había llevado la caballa que mi abuelo no se había terminado y estaba disfrutando de mi comida, pero al ver lo poco que tenía ella, me quedé demasiado perpleja para seguir comiendo. Kazue empezó a masticar la bola de arroz como si le pareciera repugnante. Era sólo una bola de arroz ligeramente salada, sin nada dentro.
—No es que no sepa patinar en absoluto. He ido a patinar con mi padre muchas veces al parque Korakuen.
—Y, ¿cómo te fue con tu traje nuevo? ¿Te dejaron patinar?
—No es asunto tuyo.
Kazue se apartó.
—El uniforme y la pista deben de ser caros —insistí—. ¿Tu padre no se queja?
—¿Por qué debería hacerlo? —Kazue frunció la boca, enfadada—. Tenemos dinero.
Con toda probabilidad, no tenían el dinero suficiente. Recordé con amargura la penumbra en casa de Kazue y cómo su padre me había perseguido para que le pagara la llamada internacional que hice.
—No hablemos más del equipo. Lo que me interesa es Yuriko. ¿Has hablado con ella?
—La llamé enseguida. Escucha, no tienes nada de qué preocuparte. Yuriko me dijo que Kijima sólo le estaba mostrando la escuela. También dijo que no le parecía que Kijima estuviera saliendo con nadie ahora.
—¡Eso es genial! —Kazue aplaudió de felicidad. La emoción de mentir me pareció mucho más entretenida de lo que había imaginado.
—Ah, una cosa más. Es sólo la opinión de Yuriko, por supuesto, y puede que no tenga ninguna importancia, pero al parecer a Kijima le gustan las actrices mayores.
—¿Quién? ¿Quién?
—Actrices como Reiko Ohara.
Me había lanzado y ya no podía parar. En aquella época, Reiko Ohara era una de las actrices más admiradas, o eso había oído.
—¡Reiko Ohara! —aulló Kazue, y miró a la lejanía con frustración.
«¿Cómo voy a igualar a Reiko Ohara?», parecía estar pensando. Por un momento, me acordé de cómo disfrutaba engatusando a mi hermana con mis mentiras cuando éramos pequeñas, y mi corazón se aceleró. Pero Yuriko nunca me había creído del todo, siempre había una parte en ella que se resistía. Aunque hasta un niño sabe que no es muy listo, ella de alguna forma mantenía cierta desconfianza. Pero Kazue no. Se tragó las mentiras de cabo a rabo.
—¡Oh, no! ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo puedo competir con ella?
Luego me miró esperanzada. Al final había resurgido su narcisismo: rápidamente iba recobrando la confianza.
—Para empezar —afirmé para persuadirla—, eres buena en los estudios, y sabes que a Kijima le gustan las chicas inteligentes. Aunque es verdad que habló de Mitsuru. Quizá esté interesado en ella.
—¿En Mitsuru? —Kazue se volvió para observarla.
Mitsuru estaba sentada leyendo un libro forrado con papel de periódico; no podía estar segura, pero parecía una novela en inglés. Mientras Kazue la escudriñaba, noté el fuego de los celos prendiendo en sus mejillas.
Mitsuru debió de notar que Kazue la observaba, porque se giró y nos miró, aunque no demostró ningún interés en especial. Pensé que era raro que Mitsuru ni siquiera me hubiera comentado la visita de mi abuelo al bar de su madre la noche anterior. Tal vez su madre no le había dicho que él había ido.
—¡Oye, oye! —empezó a incordiarme Kazue—. ¿Te contó tu hermana algo del tipo de chica que le gusta a Kijima?
—Bueno, creo que se puede decir que le gustan las chicas guapas… Al fin y al cabo, es un hombre.
—Las chicas guapas, claro…
Kazue dio algunos bocados más a su bola de arroz y suspiró.
—¡Ojalá me pareciera a Yuriko! Si hubiera nacido con su cara… No puedo ni imaginar cuánto mejoraría mi vida. Se me abriría un mundo completamente nuevo. En serio, tener una cara así, y también cerebro, por supuesto, ¿qué más se puede pedir?
—Yuriko es un monstruo.
—Supongo, pero si yo pudiera llegar a donde ella ha llegado sin tener que estudiar, no me importaría en absoluto ser un monstruo.
Kazue lo decía completamente en serio. Y, al final, se convirtió en un monstruo de pies a cabeza. Claro que en ese momento aún no podía imaginar cómo iban a desarrollarse las cosas. ¿Qué? ¿Pensáis que Kazue se convirtió en lo que se convirtió por lo que le dije entonces? No lo creo. No. Lo que yo creo es que hay algo congénito en cada persona que forma su carácter y eso es lo que determina todo lo demás. Había algo en el interior de Kazue que tenía la culpa de su cambio de apariencia. Estoy segura de ello.
—Comes como un pájaro. Debes de atracarte en el desayuno —le dije con malicia.