—Exacto.
Kijima asintió, caminó hasta la pizarra y escribió al pie de la letra lo que acababa de decir Mitsuru. Kazue me miró desdeñosa, con expresión de deleite, y sacó pecho. Menuda puta. Desde ese momento sentí un profundo odio hacia Kazue, Mitsuru y Kijima.
Después de biología teníamos clase de gimnasia. Ejercicios rítmicos. Debíamos ponernos el equipo y reunimos fuera, pero yo me tomé mi tiempo. Todavía no me había recuperado de la burla que acababa de sufrir. Estaba segura de que Kijima me había humillado a propósito delante de toda la clase sólo porque era la hermana mayor de Yuriko. Mejor dicho, porque era la hermana mayor de la hermosa Yuriko. Era como si la gente no pudiera perdonármelo. Todos, menos Kazue.
La clase de ejercicios rítmicos, como ahora ya sabéis, era una actividad obligatoria para las chicas del sistema escolar Q. Dicen que cuando mueves los brazos y las piernas en diferentes direcciones al mismo tiempo, ejercitas el cerebro; se supone que es el tipo de ejercicio que te alarga la vida. Pero yo nunca practicaba los pasos en casa, de modo que nunca fui buena en eso. Por descontado, si eras la primera en equivocarte, llamabas la atención, así que trataba de aguantar hasta que otras empezaban a fallar y las descalificaban. Estaba haciendo precisamente eso cuando apareció Yuriko con Kijima hijo. Me di cuenta de que nos estaban mirando.
Hacía algún tiempo que no veía a mi hermana y, entretanto, se había vuelto incluso más bella. Le habían crecido tanto los pechos que parecía que fueran a salir disparados de la blusa blanca del uniforme en cualquier momento, y la minifalda de cuadros escoceses se ceñía a sus caderas altas y redondeadas. Sus piernas, perfectamente torneadas, eran largas y rectas. Y luego estaba su rostro: la piel blanca, los ojos castaños y la expresión suave y hermosa. Parecía como si siempre estuviera a punto de hacer una pregunta. Incluso una muñeca artesanal inmaculada no habría resultado tan adorable.
Me sorprendí tanto al ver cómo había crecido que perdí la concentración y me equivoqué en uno de los pasos. Las que se equivocaban tenían que salir del círculo de bailarinas, y ese día yo salí antes de lo esperado por culpa de Yuriko. La odiaba por haber aparecido de repente, la odiaba más de lo que podía soportar. «¡Lárgate de aquí!», gritaba en mi corazón. Luego oí la risa burlona de mis compañeras de clase.
—¡Mirad a Kazue Sato! ¡Baila como un pulpo!
Kazue seguía la música lo mejor que podía porque no quería perder frente a Mitsuru. Además, tenía que demostrarme que yo estaba equivocada y que el trabajo duro tenía su recompensa. Tenía la cara arrugada por la concentración, mientras que Mitsuru parecía tranquila, relajada, al tiempo que movía los brazos y las piernas ágilmente a derecha e izquierda. Lo hacía con tanta gracia que más que un ejercicio gimnástico parecía ballet. Pero luego Kazue vio a Yuriko y se detuvo en seco, estupefacta. Al fin había visto un monstruo. Cuando observé la expresión perpleja en el rostro de Kazue no pude evitar romper a reír.
—Lo siento por lo de antes —me dijo. Al terminar la clase, había venido corriendo detrás de mí—. ¿Podemos olvidar lo que ha pasado y seguir siendo amigas? —No respondí. No me fiaba del repentino cambio de actitud de Kazue—. Tu hermana pequeña… —Las gotas de sudor caían por su frente, y ni siquiera intentaba secárselas—. ¿Cómo se llama?
—Yuriko.
No sabía si Kazue estaba celosa, impresionada o resentida. Su voz denotaba un entusiasmo extraño.
—Caray, incluso su nombre es bonito, ¿verdad? ¡Me cuesta creer que sea de nuestra misma especie!
Las palabras de Kazue eran enardecidas y continuó repitiéndolas una y otra vez, su cuerpo despidiendo el olor acre del sudor. El olor se ajustaba perfectamente a lo que Kazue sentía por Yuriko. Sin pensarlo, bajé la cabeza. Estaba claro que, ahora que había visto al monstruo, el mundo de Kazue había cambiado.
Yuriko se había ido del patio del colegio con Kijima hijo. Ver al menudo y pervertido Kijima acompañando a mi hermana me hizo sospechar que nada bueno podía salir de ello, y yo quería vengarme de aquel pequeño imbécil por haberme humillado. Así que, allí y en ese momento, decidí hacer todo lo posible para que expulsaran a los Kijima y a Yuriko de la escuela.
Algunos días después, cuando salía del colegio, Kazue se me acercó y me entregó un sobre pequeño. Lo abrí cuando llegué al tren. Era una carta escrita en dos hojas de papel infantil en el que había unas violetas dibujadas. La caligrafía de Kazue era bonita pero le faltaba distinción.
Por favor, disculpa la informalidad de esta carta.
Tanto tú como yo somos nuevas en el Instituto Q para Chicas. Has venido a mi casa, has conocido a mis padres y, por tanto, tal vez tú seas la persona que con más probabilidad se convierta en mi amiga. Mi padre me advirtió de que no me relacionara contigo porque tu entorno es muy diferente del mío, pero si nos comunicamos por carta, estoy segura de que no se enterará. ¿Te parece bien que nos carteemos de vez en cuando? Podríamos confiar la una en la otra y hablar sobre los estudios.
Tal vez te he malinterpretado. Aunque eres nueva como yo, siempre pareces tan serena que siento como si llevaras en el colegio mucho tiempo. Por otra parte, siempre estás hablando con Mitsuru, con lo que me resulta muy difícil acercarme a ti y, cuando lo hago, mantienes las distancias.
No sé lo que las otras alumnas del Instituto Q para Chicas piensan (¡sobre todo las veteranas!), y me siento fuera de lugar. Pero no me avergüenzo de mí misma. Desde que estaba en primer curso me propuse entrar en el Instituto Q y, gracias a mi esfuerzo —y sólo a mi esfuerzo—, lo he conseguido. Así que confío en mí misma. ¿Por qué no debería hacerlo? Creo que voy a conseguir lo que me propongo. Las cosas me irán bien, y tendré una vida feliz y exitosa.
Pero, a veces, me siento perdida y no sé con quién hablar. Así que, sin pensarlo dos veces, te he escrito. Hay algo que me preocupa. ¿Podría, por favor, hablarlo contigo?
Un saludo,
KAZUE SATO
Frases como «por favor» o «disculpa la informalidad de esta carta» debía de haberlas sacado de un manual epistolar para adultos. Imaginarme a Kazue allí sentada copiando de un manual me hizo reír. No me interesaba en absoluto hablar de sus problemas, pero sentía curiosidad por averiguar qué asunto la turbaba y quería saber qué se le pasaba por la cabeza. Supongo que no hay nada más interesante que los problemas de los demás.
Aquella noche, mientras le daba vueltas distraídamente a pensamientos como ése, me dediqué a hacer los deberes de inglés. Mi abuelo, que estaba preparando la cena, asomó la cabeza desde la cocina y preguntó:
—¿Es cierto que el bar de la cadena ésa, Blue River, es de la familia de una de tus compañeras de clase?
—Sí, se llama Mitsuru, y su madre trabaja allí.
—Pues menuda sorpresa. Pensaba que éramos los únicos con una hija en el Instituto Q para Chicas que vivíamos en un lugar como éste. El otro día conocí a un tipo que es guardia de seguridad en el Blue River que hay frente a la estación. Se graduó en el mismo colegio que el conserje. Al parecer son buenos amigos y el conserje siempre va a su casa. Me dijo que me pasara por allí para echarles un vistazo a unas plantas que les dan problemas, y así me enteré de que la hija de la mujer que trabaja allí también va al Instituto Q; por lo que dijeron, parecía que iba a tu clase. De modo que he estado pensando que podría ir allí a tomarme algo. Coincidencias como ésta hacen que la vida merezca la pena.
—Claro, hazlo. La madre de Mitsuru me dijo que algún día fueras por allí.
—¿Ah, sí? Tenía miedo de molestar, puesto que soy un carcamal y todo eso.
—No creo que les importe. Mientras seas un cliente, es lo que cuenta, ¿no? Ya le he contado cosas de ti (que te gustan los bonsáis), así que seguro que se alegrará de que vayas.
Yo sólo le estaba siguiendo la corriente al abuelo, pero daba la impresión de que él se lo tomaba en serio. Luego lo oí en la cocina, lavando el arroz y cortando las verduras con alegría.
—Seguro que el Blue River es bastante caro. Allí todas las chicas son jóvenes. Espero que me hagan algo de descuento.
—Seguro que sí —contesté.
Sin embargo, lo que a mí me interesaba era la carta de Kazue. La saqué, la puse sobre el libro de texto de inglés y la volví a leer. Decidí preguntarle sobre ella al día siguiente.
—Leí tu carta. ¿Cuál es el problema del que hablas?
—Vayamos a un lugar donde no nos oiga nadie, ¿vale?
Actuando como si fuera a revelarme información clasificada, Kazue me llevó a una clase vacía.
—Es un poco difícil hablar de esto con otra persona —dijo.
—Pero quieres hablar de ello, ¿no?
—Vale, ahí va, ¿preparada?
Con timidez, Kazue se llevó las manos a las mejillas. Varias veces abrió la boca para hablar pero se contuvo, buscando las palabras adecuadas.
—Vale. Se trata de lo siguiente: me gusta el hijo del profesor Kijima, Takashi, y quiero saber qué hay entre él y Yuriko. Me afectó tanto verlos juntos que no he podido dormir.
—Es guapo, ¿verdad? —Al decir esto, pensé en el cuerpo de reptil de Kijima y en sus ojos penetrantes.
—Me gusta mucho —respondió Kazue—. Es tan guapo y delicado, tan alto, tan guay, y… ¡Es que estoy loca por él! La primera vez que lo vi fue justo antes de las vacaciones de verano. Me lo encontré en la librería que hay frente al colegio y en aquel mismo momento pensé que era muy mono. Me sorprendió muchísimo saber que era el hijo del profesor Kijima. He indagado un poco acerca de su familia, y ahora sé que viven en Den’enchofu, un barrio selecto. El profesor Kijima estudió en el sistema escolar Q, y el hermano pequeño de Kijima está en primaria. También me he enterado de que el profesor Kijima siempre se lleva a la familia de vacaciones en verano y deja que sus hijos lo ayuden a recopilar insectos.
Me quedé sin aliento. ¡Así que ésa era la razón por la que Kazue había perdido en los ejercicios rítmicos contra Mitsuru! Pero eso no era todo. Yo sabía que Kazue era una gimnosperma pero, por lo que me había dicho, ahora intentaba encontrar insectos y animales con los que asociarse. ¿Acaso existía alguna mujer menos consciente de sí misma? ¡Y con Kijima, además, que tenía aquellos ojos tan esquivos! Qué ironía tan deliciosa. Lo único que pude hacer fue no reírme en su cara.
—¿Se trata de eso? ¡Pues seguro que te irá bien!
—¿Crees que podrías preguntárselo a Yuriko por mí? Es decir, como ella es tan guapa y todo eso, seguro que le gusta a Kijima. Y sólo de pensarlo me altero tanto que no puedo ni dormir. Sin embargo, creo que todavía tengo algunas posibilidades. ¡El otro día me sonrió!
Dudo de que fuera una sonrisa; después de todo, estábamos hablando de Kijima. Seguro que se trataba de una mueca despectiva causada por la estupidez de Kazue. En cualquier caso, esa información era un regalo del cielo. Había estado soñando cómo deshacerme del dúo Kijima, y también de Yuriko. Empecé a urdir mi plan.
—A ver qué me dice Yuriko. Me enteraré de qué relación mantiene con Kijima, y de qué clase de chicas le gustan a él, ¿vale?
Kazue contuvo la respiración, luego asintió y yo, al ver su expresión angustiada, añadí:
—¿Te parece bien si le digo que a ti te gusta Kijima?
Kazue, aterrorizada, movió las manos adelante y atrás:
—¡No, no, no! Por favor, no se lo digas. No quiero que nadie lo sepa. Quizá yo misma se lo diga más adelante.
—De acuerdo.
—Pero aún hay algo más que me gustaría saber, si puedes averiguarlo sin que se note demasiado —dijo Kazue; luego se subió los calcetines azul marino, que se le habían bajado hasta los tobillos—. Pregúntale a tu hermana si él estaría interesado en una chica que tiene un año más que él.
—¿Qué importancia tiene eso? Estamos hablando del hijo del profesor Kijima. Estoy segura de que está más interesado en la inteligencia de una chica que en su edad.
Kazue chasqueó la lengua y abrió los ojos como nunca le había visto hacer.
—Tienes razón. El profesor Kijima también es muy guapo. ¡Me encantan sus clases de biología!
—Vale, entonces llamaré a Yuriko esta noche, a ver qué me cuenta.
Era mentira. Ni siquiera sabía el número de teléfono de Johnson. Pero Kazue bajó la cabeza con una mirada preocupada.
—Por favor, ve con pies de plomo. Yuriko no será de las que les gusta cotillear, ¿verdad?
—Oh, ambas somos muy reservadas, como tumbas, no tienes por qué preocuparte.
—¿De verdad? Es un alivio. —Kazue miró su reloj—. Bueno, debería hacer acto de presencia en la reunión del equipo.
—¿Ya te han dejado patinar?
Ella asintió sin mucha convicción y cogió la bolsa de deporte azul marino que llevaban todas las integrantes del equipo.
—Me han dicho que en cuanto tenga un traje me dejarán patinar. Así que he confeccionado uno.
—¿Puedo verlo?
De mala gana, Kazue sacó el uniforme de patinaje de la bolsa. Era azul marino y dorado, los colores del Instituto Q. El corte y el diseño eran iguales que los de los vestidos de las animadoras.
—Yo misma he puesto las lentejuelas —dijo levantando el vestido hasta la altura del pecho.
—Parece el uniforme de una animadora —dije.
—¿Ah, sí? —Kazue parecía desconcertada—. Crees que lo he hecho parecido al uniforme de las animadoras porque no me dejaron entrar, ¿verdad?
—No, yo no pienso eso, pero quizá otros sí lo pensarán.
El rostro de Kazue se nubló al oír mi respuesta sincera, pero luego masculló, casi como hablando para sí:
—Ahora es demasiado tarde, ya está hecho. Lo hice así sólo porque me gustan los colores del Instituto Q.
Kazue se engañaba muy bien a sí misma, eso hay que reconocérselo. En menos que canta un gallo adaptaba la realidad a sus necesidades, algo que yo detestaba.
—¿Qué clase de chicas crees que le gustan a Kijima? Quiero decir, ¿las chicas de qué club? ¿Y si odia a las chicas del equipo de patinaje sobre hielo? ¿O si es uno de esos chicos frívolos a los que sólo les gustan las animadoras? ¿Qué haré, entonces?
—No te preocupes, las patinadoras son tan atractivas como las animadoras. Seguro que le gustan las patinadoras. ¡Al menos son mejores que las del equipo de baloncesto! Y me apuesto lo que quieras a que las que le gustan son las chicas que son buenas estudiando.
—¿Sí? ¿De verdad lo piensas? Desde que me enamoré de Kijima, estudio incluso con más ahínco.