Si yo me convirtiera en prostituta, lo haría por otras razones. Al contrario que Yuriko, a mí no me gusta el sexo. Ni siquiera me gustan los hombres. Son taimados, y sus caras, sus cuerpos y su forma de pensar, groseros. Son egoístas, capaces de hacer cualquier cosa para conseguir lo que quieren, incluso si eso significa herir a las personas que tienen cerca; no les importa nada. Además, sólo se preocupan de las apariencias, no lo que pueda haber bajo la superficie. ¿Creéis que estoy exagerando? Pues no estoy de acuerdo. Todos los hombres que he conocido a mis cuarenta años son más o menos lo mismo. Mi abuelo era un tipo agradable, pero no era especialmente atractivo. Takashi Kijima, por el contrario, era atractivo pero totalmente retorcido.
Ahora, sin embargo, he encontrado una excepción: Yurio. No creo que haya nadie tan atractivo y bueno como él. Cuando pienso en la posibilidad de que se convierte en uno de esos hombres horribles al hacerse mayor, me angustia tanto que me rechinan los dientes. ¿Y si me convirtiera en una prostituta? Entonces tendría el dinero suficiente para asegurarme de que Yurio no se convierte en un hombre repugnante, y ambos viviríamos juntos y felices para siempre. ¿Os parece una buena razón? Es original, en cualquier caso. Me pregunto cómo sería mi vida como prostituta.
Me veo a mí misma caminando por Maruyama-cho con una peluca negra hasta la cintura, sombra de ojos azul y los labios pintados de un rojo vivo. Merodeo por las calles y los callejones. Veo a un hombre de mediana edad delante de un hotel. Parece que quiere algo. Tiene mucho pelo en el cuerpo pero muy poco en la cabeza. Me dirijo a él.
—Soy virgen, ¿sabes? De verdad. Una virgen de cuarenta años. ¿Quieres probarlo conmigo?
El hombre me mira un poco molesto, pero yo sé que siente curiosidad. ¿Ha visto la decisión en mi mirada? De repente, se vuelve con seriedad y yo me veo cruzando el umbral de un hotel del amor por primera vez en mi vida. No hace falta decir que imaginar lo que ocurre después hace galopar mi corazón. Pero mi decisión toma el control. Me he enfrentado al deseo de transformarme a mí misma y transformar el odio que siento por Yurio, que ha empezado a despreciarme. Me cuesta respirar bajo el peso del hombre y, mientras tolero sus caricias, que no albergan ni la más mínima ternura, no dejo de pensar. Kazue se volvió espantosa y mostró su horrible cuerpo a los demás. Se vengó de sí misma y del resto del mundo vendiéndose a los hombres, y ahora yo vendo mi cuerpo por la misma razón. Yuriko estaba equivocada, las mujeres sólo tienen una razón para prostituirse: el odio por los demás, por el resto del mundo. Sin duda, eso es terriblemente triste. No obstante, los hombres tienen la capacidad de contrarrestar esos sentimientos en una mujer. Y si el sexo es la única forma de diluir dichos sentimientos, entonces, tanto hombres como mujeres son patéticos. Botaré mi barca en este mar de odio, mirando hacia una orilla lejana y preguntándome cuándo llegaré a tierra. Delante oigo el estruendo del agua. ¿Mi barca se dirige hacia una cascada? Quizá deba caer por ella antes de llegar al mar del odio. ¿Niágara? ¿Iguazú? ¿Victoria? Mi cuerpo tiembla. Pero si consigo superar la primera caída, el camino desde allí será sorprendentemente agradable, ¿no? Eso era lo que decía Kazue en sus diarios. Así que dejad que me eche el equipaje del odio y la confusión al hombro y zarpe impertérrita. ¿Debo darle nombre a mi valor? Allí, en la otra orilla, Yuriko y Kazue me saludan, me animan, aplauden mi decisión aguerrida. «¡Date prisa!», parecen decir. Me he acordado de lo que escribió Kazue en su diario; yo también quiero permanecer abrazada a un hombre.
—Sé bueno conmigo, por favor.
—Lo haré, pero tú también debes ser buena conmigo.
¿Estaba con Zhang? He aguzado la vista intentando ver.