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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

Grotesco (22 page)

Tras la clase, Mokku se me acercó y me cogió del brazo.

—Ven conmigo. Les he prometido a los mayores que te llevaría para que te vieran.

Me sacó al pasillo, donde una chica mayor con la piel bronceada y el cabello recogido en una coleta nos esperaba. Tenía los ojos estrechos y la boca grande, y su rostro vulgar emanaba confianza.

—Tú eres Yuriko, ¿no es así? Soy Nakanishi, la presidenta del equipo de animadoras. Quiero que te unas a nuestro equipo.

—No sé nada de animadoras.

Nunca antes había pensado en ingresar en un club, y lo cierto era que tampoco me interesaba mucho. En primer lugar, no tenía dinero y, además, no me gustaba hacer cosas en grupo.

—No te costará mucho aprender. Además, serás el atractivo principal. A los alumnos del instituto y de la universidad les vas a encantar.

—No sé, no estoy segura.

—Tienes unas piernas largas y bonitas. Eres una auténtica belleza. ¡Tienes que exhibirte a todo el mundo!

Las palabras de Johnson retumbaron en mi cabeza: Yuriko es perfecta, es perfecta incluso ahí abajo.

Mokku me insistió hablando por detrás de Nakanishi.

—La presidenta de las animadoras te ha escogido y te ha invitado a unirte al equipo. No puedes negarte.

Como tardaba en reaccionar, hizo un mohín. El brillo de labios rosa relucía en su boca. Como todavía me resistía a responder, Mokku rió por lo bajo.

—Quizá Yuriko es retrasada o algo así —dijo.

Nakanishi le propinó un empujón.

—¡Mokku, te estás pasando!

—¡Pero es que es tan guapa…! ¡No sería justo que además fuera inteligente!

—Dale tiempo —repuso Nakanishi para intentar calmarla—. Ha sido tan repentino que seguramente esté confundida. De todos modos, en octubre habrá muchos partidos y estaremos muy ocupadas.

La presidenta de las animadoras se fue con Mokku. Cuando las otras alumnas vieron a Nakanishi en el pasillo, empezaron a llamarla con voces chillonas y agudas; le hablaban con gran respeto, intentando darle la mejor impresión. Yo odiaba esas cosas, y valoré la posibilidad de pedirle a Johnson que un médico me escribiera un justificante para evitar entrar en el equipo. No obstante, luego, pensé en lo mucho que a Johnson le gustaría verme con mi uniforme.

Justo en ese momento sentí un nubarrón oscuro cerniéndose sobre mí: era Kijima.

—¿Por qué me has tirado de vuelta la carta sin haberla leído?

6

E
l rostro de Kijima era hermoso. Tenía unos rasgos muy delicados para ser un chico. Sus ojos eran finos como una cuchilla afilada, y el puente de la nariz estrecho. Su atractivo dejaba una sensación tanto de exceso como de defecto, porque no cabía duda de que a Kijima le faltaban algunas cosas, mientras que le sobraban otras. Tal vez era una combinación de orgullo y timidez. En cualquier caso, ese desequilibrio hacía que pareciera patético e insolente a la vez.

—¿Qué? ¿No vas a responder?

Kijima se mordió el labio con rabia. Momentos antes, cuando me habían rodeado los compañeros de clase, yo había asentido a cada una de sus preguntas con una sonrisa vaga o había respondido con apenas un par de palabras, de forma pasiva y sumisa. Era sólo a Kijima a quien me negaba tozudamente a responder. Supongo que eso le molestaba.

—No contesto a extraños que me hablan de un modo tan impertinente.

Cuando se dio cuenta de que lo estaba rechazando, sus labios dibujaron una sonrisa despectiva.

—Entonces, ¿cómo os gustaría que me dirigiera a vos, majestad? ¿Por qué debería respetar a alguien tan imbécil como tú? Mi padre llevó a casa algunos expedientes y tus notas del examen de ingreso. Debes de ser la persona más estúpida que jamás ha estudiado en el sistema escolar Q. La única razón por la que han admitido a alguien tan idiota como tú es tu aspecto, ¿lo sabías?

—¿Quién me admitió?

—El colegio.

—No, el colegio no me admitió. Fue tu padre, el profesor Kijima.

Mis palabras dieron en el blanco. La figura esbelta de Kijima se tambaleó y dio un paso atrás.

—Tu padre me ha echado el ojo, ¿sabes? ¿Por qué no se lo preguntas cuando vuelvas a casa? Debe de ser muy duro para ti tener a tu propio padre como profesor.

Kijima se metió las manos en los bolsillos y miró al suelo con el ceño fruncido, cambiando el peso de un pie a otro con nerviosismo. Tener una hermana mayor que no se parecía en nada a mí puede que perjudicara mi imagen, pero el caso de Kijima era peor, ya que su propio padre podía perder su prestigio como jefe de estudios y dar pie a los chismorreos y, a raíz de eso, Kijima perdería su posición en la clase. Tanto él como yo nos enfrentábamos a un mismo dilema. Kijima reflexionó un momento y luego levantó la mirada. Cuando al final se le ocurrió una respuesta adecuada, se ruborizó por la sensación de triunfo.

—Tenemos mariposas y otros insectos disecados por toda la casa, puesto que mi padre es biólogo. No me extrañaría que quisiera añadirte a su colección: eres un raro ejemplar.

—Supongo que él se niega a añadirte a ti a su colección, ¿me equivoco? No mereces la más mínima atención.

Había metido el dedo en la llaga. Su hermosa cara se tornó carmesí y luego empalideció de ira.

—Eso es lo que opina todo el mundo. Creen que soy un estudiante pésimo.

—Por supuesto, así es como funcionan los cotilleos.

—Así que eres una cotilla.

—¿Acaso no lo eres tú? Porque has sido tú quien ha corrido para ver a mi hermana y luego ha vuelto con los demás para reírse de mí.

Parecía que a Kijima se le atragantaran las palabras. Por naturaleza, no era la clase de persona que atacaba primero, como mi hermana, pero por alguna razón me había sentido atraída por él. ¿Por qué? Muy sencillo: me odiaba, me odiaba tanto como mi hermana y, por tanto, yo también lo odiaba a él. Eso era nuevo para mí, porque en Kijima no había deseo alguno y, sólo en ese aspecto, él fue el único hombre diferente que conocí. Quizá fuera homosexual, algo que se me ocurrió mucho más tarde.

—¿Por qué me arrojaste de vuelta la nota sin leerla? ¿Pensabas que te había escrito una carta de amor? ¿Crees que todos los hombres están locamente enamorados de ti?

—Para nada. —Me encogí de hombros del mismo modo que le había visto hacer a Johnson—. De inmediato he sabido que habías escrito algo sobre las notas del examen de ingreso.

—¿Cómo lo sabías?

Ladeé la cabeza.

—Porque te odio —dije entre dientes.

Iba a ser divertido ir a ese colegio. Dejé a Kijima donde estaba —se quedó inmóvil como una piedra— y me dirigí al vestíbulo a paso rápido. Mientras caminaba por el pasillo veía aparecer caras curiosas que luego se escondían de repente. En cada puerta de cada aula frente a la que pasaba se abarrotaban los rostros embobados de los alumnos de la escuela.

—¡Yo también te odio!

Kijima empezó a correr detrás de mí, podía oírlo jadear como un demonio. Molesta, me negué a responder.

—Tengo una pregunta más para ti. ¿Qué es lo que buscas? Aquí, me refiero. ¿Estás aquí porque quieres estudiar? ¿Para ingresar en algún club? ¿O quizá por las dos cosas?

Me detuve de golpe y me volví para mirarlo a los ojos.

—Veamos… supongo que es por el sexo.

Kijima me miró sin dar crédito.

—Así que… ¿te gusta?

—Me encanta.

Me observó de arriba abajo. Parecía que acabara de encontrarse con una especie animal rara.

—Si se trata de eso, vas a necesitar ayuda. Yo podría echarte una mano.

«¿Qué?» La forma como lo miré lo decía todo. Vi que llevaba una camiseta debajo de la camisa blanca; los pantalones grises del uniforme, ajustados. No le faltaba de nada y, aun así, destilaba una impresión de desaliño.

—Seré tu mánager. Tu agente, mejor dicho.

No era mala idea, pensé. Los hermosos ojos de Kijima destellaron.

—Ya se te han acercado las del equipo de animadoras, y también recibirás invitaciones de otros clubes. Llamas tanto la atención, se nota que deseas ser una estrella. Me apuesto lo que quieras a que aún no sabes cuál es el mejor club para ti. Yo podría preguntarlo y averiguar las relaciones que puedes establecer en cada club. —Kijima volvió la vista atrás, en dirección al grupo de chicos que se habían apiñado en la esquina del pasillo para observarnos conversar—. Sólo tienes que echar un vistazo, ahí hay uno del club de patinaje sobre hielo, otro del club de baile, otro del club de vela y otro del club de golf. Todos quieren tener a una criatura exótica como tú para poder exhibirla, y no sólo a los chicos del colegio y del instituto, sino también a los de otros colegios. Quieren que todo el mundo sepa que la escuela Q es famosa por sus bellezas. Tienen el cerebro y el dinero; lo único que les falta es la belleza.

Interrumpí el discursito de Kijima:

—Entonces, ¿en qué club debería entrar, según tú?

—Pues, si lo que quieres es sexo, necesitas un club apropiado para tal fin. Las animadoras son las más llamativas, así que creo que ése sería el más adecuado. Mira…, Nakanishi ha venido a reclutarte personalmente; no puedes permitirte rechazarla.

No ofrecí resistencia alguna; mi destino, de todas formas, era ser un juguete en manos de los demás. Sin embargo, sentía curiosidad por saber por qué Kijima estaba tan interesado en ayudarme.

—Antes me has dicho que me ayudarías, pero ¿qué ganas tú con eso?

—Si fuera tu agente, me ganaría el respeto de los demás. —Sonrió perversamente—. En menos de medio año pasaré a la sección masculina del colegio, donde la competencia es incluso peor, puesto que tenemos que medir fuerzas con estudiantes que vienen de fuera. Pero yo conseguiré despuntar, ¿sabes por qué? Porque te tendré a ti. Tú serás mi arma secreta. Todos los chicos del instituto querrán estar contigo. Los alumnos de esta escuela, tanto los chicos como las chicas piensan que todo puede comprarse con dinero. Yo podría coordinar la operación, ¿qué te parece?

De hecho, no sonaba tan mal.

—Vale —asentí—, y, ¿cuál sería tu porcentaje?

—Me llevaré el cuarenta por ciento. ¿Es mucho?

—No me importa. Sólo te pongo una condición: nunca debes llamarme a casa.

Kijima bajó la vista hacia mis zapatos recién estrenados.

—Vives con un americano, ¿verdad? Presumo que no es un pariente.

Negué con la cabeza. Kijima se sacó una agenda del bolsillo.

—¿Un amante?

—Algo así.

—No te pareces en nada a tu hermana y no vives con ella. Eres una chica complicada.

Anotó algo en la agenda y luego arrancó la hoja y me la dio.

—Este sitio será nuestro lugar de encuentro: Satin. Está en Shibuya. Pásate por allí todos los días después del colegio.

Y, de este modo, Kijima se convirtió en mi primer proxeneta. Incluso cuando ya había accedido al instituto de los chicos y yo al de las chicas, siguió presentándome a otros estudiantes de bachillerato y también universitarios. Tenía gustos refinados. Una vez me arregló un encuentro en el campo de entrenamiento del equipo de rugby, como invitada especial del presidente y del vicepresidente. Otra, con el profesor que supervisaba el club de vela. Pero no me acostaba sólo con estudiantes del sistema Q: también estaba disponible para otros, antiguos alumnos y profesores de otros colegios. Todos los hombres con los que me cruzaba anhelaban acostarse con la joven y bella estrella del equipo de animadoras. Por su parte, Kijima lo organizaba todo a la perfección, jamás había complicaciones, de modo que seguí trabajando con él hasta que decidí ir por libre.

El día en que Kijima y yo cerramos el trato, compramos unas Coca-Colas en la tienda del colegio y nos sentamos en un banco junto a la piscina, donde brindamos por nuestra alianza. El equipo recién formado de natación sincronizada estaba practicando en la piscina, bajo la dirección de un entrenador ajeno al sistema Q. Kijima reparó en las pinzas para la nariz que llevaban los miembros del equipo y estalló en una carcajada.

—Ese entrenador participó en las Olimpiadas. Cobra cincuenta mil yenes por cada clase, y tiene tres por semana. Increíble. Y no es el único. El entrenador del club de golf es un profesional de primer nivel que jugaba en el Open de Inglaterra. Supongo que piensan que, si se asocian ahora con el sistema escolar Q, luego podrán meter a sus hijos.

—¿Y tu padre? ¿Se beneficia del mismo modo?

—Sí. —Kijima evitó mirarme—. Llegó a un acuerdo extraoficial para dar clases particulares a una chica que estaba en bachillerato. El chófer de su familia venía a recogerlo cada vez. Le pagaban cincuenta mil yenes por sólo dos horas. Usamos ese dinero para irnos de vacaciones a Hawai. Todos los demás estudiantes están al corriente.

Recordé que Kijima había dicho que los alumnos de la escuela Q creían que todo podía comprarse con dinero. Sin duda, como prostituta joven, podía ganar una pasta en ese colegio. Levanté la vista hacia el cielo de septiembre de Tokio, donde todavía persistía el bochorno del verano. Había una neblina gris que parecía atrapada por el calor que desprendía la ciudad.

Kijima se acabó la Coca-Cola y observó las instalaciones deportivas del instituto. Unas chicas con unas bermudas azul marino salían a las pistas. Me palmeó el hombro.

—Voy a enseñarte algo divertido. Ven conmigo.

—¿De qué se trata?

—La clase de gimnasia de tu hermana mayor.

—No, prefiero no ir. No me apetece hablar con ella.

—Venga, sólo para echar un vistazo. Será divertido. Hay un montón de gente famosa en la clase de tu hermana.

Acababan de empezar una clase extraña con ejercicios rítmicos. La profesora estaba de pie en medio del campo mientras las alumnas se movían en círculos a su alrededor, como si fuera un festival de danza veraniega. La maestra levantó una pandereta y comenzó a agitarla con fuerza y, en ese momento, las chicas que bailaban a su alrededor iniciaron unos extraños movimientos ondulantes.

—¡Las piernas en el tercer tiempo, las manos en el cuarto!

Marcaban el paso siguiendo el ritmo de la pandereta y movían los brazos al unísono. Yo no habría dicho que lo que hacían eran ejercicios, pero tampoco era danza. Tenían un aspecto ridículo. Se podría decir que era un baile folclórico al que habían añadido algunos pasos.

—Son ejercicios rítmicos. Ha sido el orgullo del Instituto Q para Chicas desde hace generaciones, así que lo mejor será que te acostumbres, porque dentro de poco tú también estarás haciéndolos. Cualquiera que tenga ambición aprende a hacerlo.

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