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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

Grotesco (25 page)

De pronto, Johnson se abalanzó sobre mí y empezó a estrangularme.

—¡Para! —grité al tiempo que intentaba deshacerme de su pesado cuerpo.

Pero él me inmovilizó los brazos y las piernas, acercó la boca a mi oído y exclamó:

—¡Al profesor Kijima le gusta Yuriko!

—Es posible.

—Haría cualquier cosa para liarse con una chica como tú. Un idiota de primer nivel.

—Tienes razón, pero ahora ya es tarde. El profesor Kijima nos ha echado del colegio.

—¿Cómo? —Johnson me soltó repentinamente al oír eso.

—Nos pillaron, a mí y a su hijo, y estamos expulsados. Al parecer, el profesor Kijima va a dimitir.

—¿No has deshonrado a Masami y a mí, Yuriko?

Johnson enrojeció, y no sólo a causa del bourbon: estaba furioso. Me quedé allí tumbada, esperando que hiciera lo que le viniera en gana. Si quería matarme, pues que me matase. ¿Por qué los hombres que anhelan tanto la carne son incapaces de ver el alma de las personas? Johnson estaba fuera de sí. Arrojó la botella de bourbon sobre la cama y vi cómo las sábanas absorbían el líquido, que dejaba una mancha marrón cada vez más grande. Y no sólo en las sábanas…, sin duda también estaría penetrando en el colchón. Yo tenía miedo de que Masami me regañara e intenté coger la botella, pero ésta cayó al suelo con un sonido sordo.

—Sólo eres una fulana sin corazón. Una putilla barata. ¡Me pones enfermo!

Se abalanzó de nuevo sobre mí y comenzó a escupirme insultos en voz baja. ¿Acaso se trataba de un juego nuevo para él? No lo sé. Yo simplemente me quedé boca arriba, mirando el techo. No sentía nada. Desde que a los quince años me convertí en una mujer vieja, no he sentido nada, y desde aquella noche en la que tenía diecisiete años, he sido frígida.

De repente, alguien llamó con fuerza a la puerta.

—Yuriko-chan, ¿estás bien? ¿Quién está contigo ahí dentro?

Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de golpe y Masami entró con un palo de golf en la mano. Gritó al verme desnuda en la cama con un hombre sentado a horcajadas sobre mí, pero cuando se dio cuenta de que el hombre era su propio marido, se desplomó de rodillas en el suelo.

—¿Qué estás haciendo?

—¡Exactamente lo que parece, cariño!

Johnson y Masami se quedaron de pie junto a la cama gritándose insultos el uno al otro, mientras yo permanecía boca arriba mirando al techo, desnuda.

Acababa de empezar mi último año —ya llevaba dos y medio viviendo en casa de los Johnson— cuando me notificaron que me habían expulsado del colegio. A Kijima le sucedió lo mismo. El padre asumió la responsabilidad por la conducta inapropiada de su hijo y dimitió de su puesto como profesor. Oí que luego trabajaba como conserje en una residencia para los trabajadores de una empresa en Karuizawa. Me imagino que pasa el tiempo coleccionando toda clase de insectos raros, aunque lo cierto es que no lo sé porque nunca más lo he vuelto a ver.

Después de que nos echaron, Kijima y yo nos encontramos en la misma cafetería de Shibuya. Cuando entré, él me hizo un gesto para que me acercara al rincón oscuro en el que estaba. Siempre tenía un cigarrillo en una mano y un diario deportivo en la otra; no parecía en absoluto un estudiante de bachillerato sino más bien un tipo joven y duro que hubiera perdido a su pandilla. Kijima dobló el periódico con un chasquido y me clavó la mirada.

—Me van a cambiar de colegio. Hoy en día es importante acabar los estudios. Y tú, ¿qué tal? ¿Qué te ha dicho Johnson?

—Me ha dicho que haga lo que quiera.

Y así fue cómo empecé a vivir vendiendo mi cuerpo, sin nadie que se preocupara por mí. Igual que ahora. Nada ha cambiado.

CUARTA PARTE
Un mundo sin amor
1

P
or favor, escuchad también mi versión de los hechos. No puedo dejar que todas las mentiras que escribió Yuriko queden sin respuesta. No sería justo, ¿verdad? ¿No estáis de acuerdo? El diario de mi hermana es tan obsceno que no puedo soportarlo. Después de todo, tengo un trabajo respetable en la oficina del distrito, y debéis dejar que intente explicarme.

Estoy segura de que alguien que se hizo pasar por Yuriko escribió ese diario. Yo sé que ella no poseía la inteligencia necesaria para estructurar sus pensamientos y escribir cualquier tipo de redacción más o menos larga. Siempre descuidaba sus tareas escolares. Por ejemplo, tengo un ensayo que escribió cuando estaba en cuarto curso. Dejadme que os lo muestre.

Ayer fui con mi hermana a comprar un pececito rojo, pero la tienda de peces estaba cerrada el domingo, así que no pude comprar un pececito rojo y me puse tan triste que lloré.

Eso era todo cuanto podía hacer en cuarto curso. Pero fijaos en la caligrafía, parece la de un adulto, ¿no? Supongo que creéis que yo escribí eso y que intento hacerlo pasar como si fuera de Yuriko. Pero no es el caso. Lo encontré el otro día en el fondo del armario de mi abuelo, cuando estaba limpiando el apartamento. Yo solía corregir cada una de las desastrosas redacciones de Yuriko reescribiendo cada palabra, intentando ocultar el hecho de que mi hermana pequeña no era muy lista y tenía la moral corrompida. ¿Lo entendéis ahora?

Bueno, ¿queréis que os cuente más cosas de Kazue cuando estábamos en el instituto? Quiero decir que, puesto que Yuriko ha escrito sobre ella en su diario, creo que yo también debería hacerlo. Cuando el sistema escolar Q aceptó a mi hermana en el primer ciclo de secundaria, incluso las chicas del instituto enloquecieron. Supongo que todo aquel alboroto era normal, pero a mí (como su hermana mayor que era) me creó muchos problemas. Lo recuerdo perfectamente.

Mitsuru fue la primera en preguntarme por ella. Se acercó a mi pupitre durante la pausa del almuerzo con un libro enorme. Yo acababa de terminar el almuerzo: rábanos en vinagre con tofu frito. Era lo que le había preparado para cenar al abuelo la noche anterior. ¿Que cómo puedo acordarme de detalles tan nimios? Pues lo recuerdo porque, por descuido, derramé los rábanos sobre mis apuntes de inglés. Mitsuru me miró con compasión mientras yo me apresuraba a secar el cuaderno con un pañuelo.

—He oído que han admitido a tu hermana pequeña en el primer ciclo de secundaria.

—Eso dicen —repuse sin alzar la vista.

Ella ladeó la cabeza, sorprendida por mi respuesta gélida. Abrió mucho los ojos y me miró impaciente. Mitsuru era igual que una ardilla. A mí me caía fenomenal, pero, al mismo tiempo, sus ojos de roedor me parecían a veces ridículos.

—¿«Eso dicen»? ¿Qué clase de respuesta es ésa? ¿Es que no te preocupa lo más mínimo? Es tu hermana.

Mitsuru me sonrió con calidez, mostrándome sus prominentes incisivos. Dejé de secar el cuaderno y repuse:

—No; de hecho, no me preocupa en absoluto.

Ella volvió a abrir los ojos desmesuradamente.

—¿Por qué? Me han dicho que es muy guapa.

—¿Quién te lo ha dicho? —espeté—. Y, de todas formas, ¿a quién le importa?

—Se lo he oído decir al profesor Kijima. Al parecer, tiene a tu hermana en su grupo.

Mitsuru me puso el libro delante. Era un libro de biología escrito por Takakuni Kijima. Además de estar al cargo del primer ciclo de secundaria, Takakuni Kijima era nuestro profesor de biología, un hombre nervioso que escribía en la pizarra con letras tan perfectamente cuadradas que se habría dicho que las medía con la regla. Yo no soportaba su aspecto: siempre tan pulcro, tan perfecto. Lo odiaba.

—Y yo lo respeto profundamente —dijo Mitsuru, sin esperar siquiera a lo que yo tenía que decir—. Es brillante y se preocupa de verdad por los alumnos. Creo que es un gran profesor, y fue él quien nos llevó de excursión en el colegio para pasar una noche fuera.

—¿Qué ha dicho de mi hermana?

—Me ha preguntado si la hermana mayor de una alumna nueva del primer ciclo de secundaria iba a mi clase. Cuando le he dicho que no sabía de quién hablaba, me ha respondido que era raro. Y, luego, cuando le he preguntado más detalles, he acabado figurándome que hablaba de ti. Ha sido toda una sorpresa.

—¿Por qué? ¿Por qué ha sido una sorpresa?

—Porque ni siquiera sabía que tuvieras una hermana pequeña.

Mitsuru era demasiado inteligente para admitir que su sorpresa se debía a que tuviera una hermana pequeña que se pareciera tan poco a mí, una hermana tan increíblemente hermosa que parecía un monstruo. Justo en ese momento oímos un alboroto en el vestíbulo. Una multitud de alumnos corría gritando por el pasillo en dirección a nuestra clase. Eran todos del primer ciclo de secundaria. Incluso había algunos chicos entre ellos que se quedaban rezagados en la cola; parecían algo avergonzados.

—Pero ¿qué está pasando?

Cuando me volví hacia la puerta, la muchedumbre se calló de inmediato. Una chica grande con el pelo rizado y teñido de color caoba se abrió paso y entró en la clase. Sin duda era la cabecilla. Por su actitud altiva y confiada, resultaba evidente que era una de las veteranas, y las veteranas de mi clase se dirigieron a ella con familiaridad.

—Mokku, ¿qué estás haciendo aquí?

Ella no respondió y caminó con seguridad hasta plantarse delante de mi pupitre.

—¿Eres la hermana mayor de Yuriko?

—Sí, así es.

No quería que entrara polvo en mi fiambrera así que cerré la tapa. Mitsuru, incómoda, agarró el libro de biología y lo apretó contra su pecho. Mokku bajó la vista hacia la mancha que se había extendido sobre mi cuaderno de inglés.

—¿Qué has almorzado hoy?

—Rábanos en vinagre con tofu frito —respondió la alumna que estaba a mi lado.

Formaba parte del club de danza moderna y era una bruja redomada. Todos los días miraba mi comida de reojo y se reía por lo bajo, arrugando la cara para formar una sonrisa de suficiencia. Mokku no le prestó atención; no le interesaba en absoluto. En vez de eso, reparó en mi pelo.

—¿De verdad sois hermanas Yuriko y tú?

—Sí, lo somos.

—Lo siento, pero no te creo.

—Me da igual que me creas o no.

No tenía interés alguno en hablar con alguien tan impertinente. Me levanté y le clavé la mirada. Ella pareció acobardarse y retrocedió unos pasos. Oí cómo su gordo trasero chocaba contra el pupitre de la compañera que se sentaba delante de mí.

La clase entera nos estaba mirando. Mitsuru, que era tan baja que apenas le llegaba a Mokku a la altura del hombro, la agarró del brazo y le advirtió con un tono cortante:

—Deja de meter las narices en los asuntos de los demás y vuelve a tu clase.

Mokku se volvió entonces hacia el pasillo, con Mitsuru todavía agarrándola. Luego, se encogió de hombros con teatralidad y salió de la clase a grandes zancadas. Oí suspirar a los alumnos que estaban detrás de ella porque la situación no había cumplido sus expectativas.

Me sentí bien. Desde pequeña, lo que más me ha gustado siempre ha sido atormentar a Yuriko. Cuando la gente ve a una mujer hermosa, esperan que sea perfecta; quieren que siga fuera de su alcance, creen que de esa forma resulta más adorable. De modo que, cuando se dan cuenta de que es ordinaria y tosca, su admiración se convierte en burla y su envidia se vuelve odio. Quizá la única razón por la que nací fue para desbaratar el valor de Yuriko.

—Caray, no puedo creer que él también haya venido.

Las palabras de Mitsuru me hicieron volver en mí.

—¿Quién?

—Takashi Kijima, el hijo del profesor Kijima, que también está en su grupo.

Uno de los chicos se había quedado en el pasillo cuando todos los demás ya se habían ido. Estaba de pie en la puerta de la clase, observándome, y era igual que su padre: la misma cara pequeña y compacta, la misma figura esbelta. Sus facciones eran tan armoniosas que era inevitable considerarlo guapo. Sus ojos afilados se cruzaron con los míos y yo le sostuve la mirada hasta que los apartó.

—Me han dicho que es un chico problemático —señaló Mitsuru.

Todavía sostenía el libro de biología contra el pecho mientras pasaba los dedos por el lomo donde estaba escrito el nombre de Takakuni Kijima. Por su actitud, tuve la impresión de que estaba enamorada. Se me ocurrió decirle alguna maldad, algo que le impactara y la trajera de vuelta a la realidad.

—Bueno, ¿qué podría esperarse de un pervertido?

—¿Cómo sabes que es un pervertido? —me preguntó ella, sorprendida.

—Tengo ojos en la cara.

El hijo de Kijima y yo teníamos algo en común: él era la mancha en el honor de su padre y yo era la mancha en la belleza de Yuriko. Ambos éramos dos ceros a la izquierda. Suponía que el chico había venido a verme porque desconfiaba de la belleza monstruosa de Yuriko. Ahora ya podía despreciarla. No obstante, después de todo, también era un hombre, por lo que creo que no podía evitar sentir cierta compasión por una mujer como Yuriko, una mujer tan bella como estúpida. Yo estaba harta de verme envuelta en esas situaciones difíciles. Debía continuar en ese colegio, y la presencia de Yuriko iba a complicarme la vida. No quería acabar siendo un cero a la izquierda como el hijo de Kijima, así que desde ese momento me propuse encontrar una forma de deshacerme de mi hermana pequeña.

—¡Eh! ¿Qué está pasando aquí? —oí que decía alguien con un tono demasiado amistoso.

Al volverme vi a Kazue Sato, que apoyaba las manos sobre los hombros de Mitsuru, como si fueran muy amigas. Kazue siempre estaba intentando acercarse a Mitsuru, y continuamente intentaba entablar conversación con ella. Ese día llevaba una minifalda ridícula que sólo acentuaba la extrema delgadez de sus piernas; porque Kazue era esquelética, tan flaca que podías notar sus huesos al tocarla. Tenía el cabello fino y sin brillo. Y, encima, estaba lo de aquel estúpido logotipo rojo: podía imaginármela sentada en su habitación lúgubre, patética, con hilo y aguja, cosiendo desaforadamente logotipos de Ralph Lauren en los calcetines.

—Estábamos hablando de su hermana pequeña —dijo Mitsuru, deshaciéndose con cuidado de las manos de Kazue.

Ella empalideció un instante, herida, y luego pareció recomponerse con una mirada de indiferencia fingida.

—¿Qué pasa con su hermana?

—Ha entrado en el primer ciclo de secundaria. Está en la clase del profesor Kijima.

Kazue hizo un mohín. Me acordé de su hermana pequeña —que era su viva imagen—, pero no dije nada.

—¡Eso es genial! Debe de ser muy inteligente.

—No especialmente. Ha entrado por la categoría kikokus-hijo, ya sabes, los hijos de japoneses que se han criado en el extranjero.

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