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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

Grotesco (51 page)

—Hagamos una reunión de clase —sugerí.

—¿De qué estás hablando?

La sala ya estaba casi vacía y el eco de la voz de Mitsuru resonaba en las paredes. Apenas podría creer lo que veía cuando Takashi Kijima echó a andar hacia nosotras. Vestía con un suéter llamativo y unos tejanos para aparentar que era más joven; bajo el brazo llevaba una cartera de marca, lo que le confería el aspecto de un mafioso trasnochado. Imaginé que dentro había un billetero lleno, un móvil y una cajita con tarjetas de visita, junto con varias otras cosas. Por desgracia, su joven acompañante no parecía nada interesado en acercarse a nosotras. Se había quedado sentado, con la vista al frente, en la misma posición que había mantenido durante todo el proceso.

—Eres Mitsuru, ¿verdad?

Su voz era grave, acorde con su cuerpo, con un sonido nasal que resultaba desagradable, y que daba fe de demasiados cigarrillos, demasiado alcohol y demasiadas juergas. La piel de su cara era grisácea, con los poros muy dilatados. Imaginé que, si le pasaba el dedo por la mejilla, arrastraría una gruesa capa de grasa.

—Y tú eres Kijima-kun, ¿verdad? Ha pasado mucho tiempo —dijo ella.

—Has pasado por una etapa difícil, Mitsuru. Leí lo que te sucedió en los periódicos y no podía creerlo. No obstante, ahora se te ve bien. Ya lo has superado, ¿no?

Mientras hablaba, Kijima señalaba hacia la tribuna del juez con un aire de familiaridad. No era sólo su físico, sino que su forma de hablar también era redonda y blanda. Como una mujer.

El rostro de Mitsuru se ensombreció.

—Muchas gracias por preocuparte. Lamento mucho haber causado tantas penurias a mis compañeros del sistema escolar Q, pero ahora ya ha pasado todo.

—Te felicito.

Kijima hizo una profunda reverencia y vi que Mitsuru reprimía las lágrimas. Era igual que una escena de una película de mafiosos. Pero a mí no me interesaba en absoluto y me volví para mirar al chico. La voz sollozante de Mitsuru había llamado su atención y estaba mirando hacia nosotros. Tenía una cara fascinante. ¿Por qué me resultaba tan familiar?

—Me has reconocido enseguida, ¿verdad, Mitsuru? La mayoría de la gente no tiene ni idea de quién soy porque he engordado mucho. El otro día me encontré con un antiguo compañero de clase en Ginza, pero él pasó por mi lado sin reconocerme. Era aquel tipo que estaba tan locamente enamorado de Yuriko que se arrodilló delante de mí para rogarme que le arreglara una cita. ¡Y pensar que Yuriko ha acabado asesinada a manos de un extraño! Aunque a veces pienso que tal vez ése fuera el sueño que ella había anhelado durante mucho tiempo.

—¿Un sueño que anheló durante mucho tiempo? —espetó Mitsuru.

—Yuriko siempre me decía que algún día alguno de sus clientes la mataría. Eso la asustaba pero, a la vez, parecía estar esperando que ocurriera. Era una mujer audaz y complicada.

Mitsuru empezó a tamborilear sus dedos contra los dientes con una mirada turbada: tac, tac, tac. Supongo que no podía aceptar lo que Kijima acababa de decir. Gracias al padre de Takashi Kijima, Mitsuru se había reintegrado en la sociedad.

Fruncí los labios y repuse:

—No puedo decir que no esté de acuerdo con que era un sueño que anheló durante mucho tiempo, pero no hay razón para que tú debas estar aquí hablando de ello.

Takashi sonrió con amargura. Desprecio a las personas que sonríen para esconder algo. Como mi supervisor en la oficina del distrito.

—Tú eres la hermana mayor de Yuriko, ¿no? Mi más sincero pésame. —Kijima me saludó educadamente, igual que había hecho con Mitsuru—. Entiendo lo que debes de estar pasando, pero ¿me equivoco al suponer que tú también creías que Yuriko acabaría así algún día, una vez que tomó ese camino? Creo que tú y yo somos los únicos que la comprendimos de verdad.

Valiente impertinencia. Como si él hubiera entendido alguna vez a mi hermana.

—Fue culpa tuya. Fuiste tú quien le mostró el maldito camino en primera instancia. Fuiste tú quien le enseñó a Yuriko todo lo que había que saber acerca de ese negocio, y si no te hubiera conocido, seguramente ahora seguiría viva. Y eso no es todo. También está lo de Kazue. Tú la humillaste.

Iba a por él, aunque no había dicho nada de todo aquello en serio. Sólo quería hostigarlo.

Kijima vaciló.

—Yo no humillé a Kazue ni nada por el estilo. Sólo era que no sabía qué hacer con todas aquellas cartas que me enviaba. Era tan patética… A mí no me gustaba, pero no quería hacerle daño. No era tan insensible.

Cuando Mitsuru vio que Kijima se secaba el sudor de la frente, intentó cambiar de tema.

—No te preocupes por eso. ¿Qué haces ahora? Tu padre te desheredó, ¿no es así?

—Bueno, como dicen, de tal palo, tal astilla. Sigo en el mismo negocio, aunque ahora lo llamamos «servicio de compañía». Facilito que los hombres conozcan mujeres.

Kijima rebuscó en su cartera y sacó un par de tarjetas, una para Mitsuru y otra para mí. Ella la leyó en voz alta:

—«Club de mujeres Mona Lisa. Señoritas con clase te están esperando.» Kijima-kun, has escrito mal la palabra «clase». Y el diseño de la tarjeta parece… anticuado.

—Hay clientes que lo prefieren así. Al estilo tradicional, quiero decir. Por cierto, Mitsuru, ¿cómo anda el viejo?

—Muy bien. Está trabajando en su investigación sobre los insectos y supervisando la residencia de Karuizawa. Sabes que tu madre falleció, ¿verdad?

Mitsuru le comunicó la noticia con delicadeza, como podéis ver.

—¿Cuándo?

—Creo que fue hace tres años. De un cáncer.

—¿Cáncer? Eso es terrible.

Kijima, desanimado, se encogió de hombros, pero como su cuello era tan grueso, el movimiento apenas fue perceptible.

—No hice más que darle disgustos a mi madre. Cumpliré cuarenta el año que viene y sigo haciendo un trabajo del que una madre jamás podría estar orgullosa. No conseguía mirarla a la cara.

—¿Sabes que el profesor Kijima se preocupa por ti?

—Pues no es eso lo que escribió en las cartas, ¿no? —repliqué yo con brusquedad—. En ellas dice que necesita tiempo para reconsiderar la conducta de su hijo. ¡Menudo gilipollas!

Tras oír mi comentario, una mueca nerviosa recorrió el rostro de Mitsuru.

—¿Existen unas cartas? —inquirió Kijima—. Si ha escrito sobre mí, me gustaría leerlas.

Mitsuru abrió su bolso, pero yo la detuve.

—Haz copias. Esas cartas son importantes, no querrás que se pierdan, ¿verdad? Además, no sabéis cuándo volveréis a encontraros, vosotros dos. En la oficina donde trabajo se hacen copias de todo. Confías demasiado en la gente, Mitsuru.

—Supongo que tienes razón.

Takashi Kijima juntó las manos como si fingiera rezar.

—Sólo quiero verlas. Te las devuelvo enseguida.

Mitsuru le entregó el paquete con las cartas a regañadientes, y él se sentó en la sala para ojearlas. Entonces le pregunté por el joven.

—Kijima, ¿quién es el chico? ¿Es tu hijo?

Él levantó la vista de las cartas y en sus ojos vi cierto aire de burla. Me sentí incómoda.

—¿Me estás diciendo que no lo sabes? —repuso.

—No. ¿Quién es?

—Es el hijo de Yuriko.

Horrorizada, me volví para mirarlo. Mi hermana había escrito en su diario que había tenido un hijo con Johnson. Así que ése era el hijo de aquellas dos personas hermosas. En ese momento debía de ser estudiante de bachillerato.

Mitsuru sonrió ligeramente.

—¡Oye, es tu sobrino!

—Exacto.

Desconcertada, me pasé los dedos por el pelo. Quería atraer su atención, pero el chico —el tema de nuestra conversación— no miraba hacia nosotros. Estaba sentado en silencio, esperando a que Kijima acabara de hablar con Mitsuro y conmigo.

—¿Cómo se llama?

—Yurio. Creo que fue Johnson quien le puso el nombre.

—¿Y qué hace Yurio aquí?

—La muerte de Yuriko supuso un golpe tan duro para Johnson que volvió a Estados Unidos. Quería llevarse a Yurio consigo, pero el chico aún estaba estudiando bachillerato, así que acordamos que yo me ocuparía de él.

Me acerqué a Yurio. Estaba fuera de mí de la felicidad que sentía, la felicidad de tener de nuevo delante a una persona hermosa.

—¿Yurio-chan? Hola.

Él levantó la cabeza para mirarme.

—Hola.

Su voz ya había cambiado. Era grave y profunda, pero al mismo tiempo fuerte y joven. Tenía unos ojos preciosos; parecía atravesarme con la mirada. Mi corazón latía con rapidez.

—Soy la hermana mayor de Yuriko, lo que quiere decir que soy tu tía. No sé nada de ti, pero lo cierto es que somos parientes. ¿Qué te parece si dejamos atrás este suceso terrible e intentamos seguir con nuestra vida?

—Eh…, vale. —Yurio miró a su alrededor en la sala, perplejo—. Perdone, pero ¿adónde ha ido el tío Kijima?

—Está justo ahí, ¿no lo ves?

—Oh. ¿Tío Kijima? ¿Dónde estás?

En ese momento sentí algo muy extraño. Al parecer, Yurio no veía a Kijima, aunque estaba sentado a unos pocos metros de él. Kijima alzó los ojos, llorosos por la lectura de las cartas.

—Estoy aquí, Yurio, tranquilo. —Luego añadió, dirigiéndose a mí—: Yurio es ciego de nacimiento.

¿Cómo debe de ser el mundo para alguien excepcionalmente bello que no puede ver y, por tanto, es incapaz de percibir su propia belleza? Aunque oiga a los demás alabar sus gracias, no puede conocer el concepto de belleza, ¿o sí? ¿O quizá busca una clase de belleza que no tiene nada que ver con la que se percibe con los ojos? Me moría por saber qué forma tenía el mundo para Yurio.

Deseaba tanto que mi sobrino viviera conmigo que apenas podía soportarlo. Si Yurio estuviera conmigo, podría comportarme como quisiera, podría ser feliz, pensaba. Me diréis que soy egoísta. No me importa. Sentía que debía tenerlo. Él estaba completamente libre de la parcialidad implícita en los ojos de los demás. Exacto. Aunque yo me reflejara en sus ojos preciosos, la imagen nunca llegaría a su cerebro y, entonces, tal vez, el significado de lo que yo era podría cambiar. Para Yurio, yo sólo existía como una voz o como un bulto de carne. Nunca vería mi cuerpo ancho y achaparrado ni mi horrible cara.

¿Que no me acepto a mí misma? ¿Es eso lo que pensáis? Reconozco que soy lo bastante fea para tener un complejo de inferioridad con respecto a mi hermana pequeña, Yuriko. Pero si creéis que eso me decepciona, estáis equivocados. Es algo a lo que juego en mi cabeza: me digo que quiero llegar a ser una mujer que nació bella, que es inteligente y mucho mejor estudiante que Yuriko y que, además, odia a los hombres. Lentamente, mi yo imaginario acorta las distancias —aunque sólo sea un poco— entre la realidad y lo que yo creo. La maldad con la que me recubro es sólo para darle más alicientes al juego. ¿Me equivoco? ¿Me estáis diciendo que el cuerpo que contiene mi yo imaginario es un idiota? Si es así, deberíais probar a vivir con una hermana pequeña monstruosamente bella. ¿Podéis imaginaros lo que es, me pregunto, que te nieguen tu propia naturaleza individual incluso antes de haber nacido? Desde la infancia, la forma en cómo las personas reaccionan frente a ti es totalmente diferente de cómo reaccionan frente a los demás. ¿Cómo os sentiríais si tuvierais que vivir eso día tras día?

Más tarde bajamos a la cafetería del sótano y nos sentamos a una mesa. No obstante, a lo único que yo prestaba atención era a Yurio, que se había sentado en una silla a cierta distancia de nosotros, en una postura derecha y rígida. El hermoso hijo de Yuriko. No importaba con cuánta admiración lo observara, él no podía saber que lo estaba mirando. Podía mirar todo cuanto quisiera. Las camareras, los camareros e incluso el hombre de mediana edad que parecía el encargado le lanzaban tímidas miradas al chico de vez en cuando. ¿También a ellos los ponía nerviosos? La cafetería —un lugar pequeño y destartalado— parecía brillar de repente. Ver a todas aquellas personas admirando a Yurio sólo hizo incrementar mi placer. Me deleitaba sintiéndome muy superior a ellos.

El hecho de que Yurio se sentase a cierta distancia de nuestra mesa había sido idea de Mitsuru. Quería hablar de algunos asuntos sobre Takashi y Yuriko, y no deseaba que el chico escuchara la conversación.

—¿Qué hicisteis Yuriko-san y tú después de ser expulsados del colegio? —le preguntó a Takashi.

Takashi Kijima me miró mientras yo observaba a mi sobrino.

—¿Tú lo sabes? —me espetó Mitsuru.

—No. Cuando Yuriko se fue de casa de los Johnson y empezó a vivir por su cuenta, perdimos el contacto. Era bastante duro para mí. Mi padre me llamaba de Suiza todo el tiempo porque estaba preocupado por ella, y luego mi abuelo se enamoró perdidamente de tu madre; seguir en contacto con Yuriko era lo último que se me pasaba por la cabeza.

—Hubo habladurías entre las demás alumnas —declaró Mitsuru—. Decían que Yuriko trabajaba como modelo para la revista
an-an
. Yo estaba impactada. Fui a una librería y hojeé el ejemplar que tenían en la estantería. Incluso ahora lo recuerdo. Era modelo del último grito en ropa surfista, por lo que su cuerpo perfecto quedaba casi por completo al descubierto. El maquillaje que llevaba era tan sorprendente que me quedé sin aliento. Pero, después de ésas, ya no vi más fotos de ella.

Mitsuru intentaba que yo participara de la conversación, pero la sonrisa pronto desapareció de su cara. Sí, no era muy probable que yo hubiera seguido la carrera de mi hermana.

—Yuriko-san apareció en toda clase de revistas —prosiguió—. Así que ¿por qué desapareció de una forma tan repentina? No se encasilló en un aspecto en particular, y nunca apareció en la misma revista dos veces.

Se la conocía como la «modelo fantasma». Puedo imaginarme qué fue lo que ocurrió. Lo más probable es que, con lo lujuriosa que era Yuriko, se acostara con el fotógrafo o con el director de arte o con cualquiera que estuviera cerca. Debió de ganarse una reputación de mujer fácil, la gente de la revista le perdió el respeto y terminaron por no darle más trabajo.

En la ancha cara de Kijima se dibujó una sonrisa; era evidente que estaba recordando aquellos días del pasado.

—Exacto. El problema de Yuriko es que era demasiado guapa. Su rostro era demasiado perfecto para las revistas de la época. Además, emanaba demasiada sexualidad. Si hubiera sido una estudiante del primer ciclo de secundaria, podría haberles servido, pero cuando cumplió dieciocho se había convertido en una belleza tan arrolladora que incluso superaba a Farrah Fawcett. Por aquellos años no se podía hacer mucho con una mujer como ella. Ahora es diferente, ahora hay modelos como Norika Fujiwara. —Kijima hablaba como un verdadero experto en la materia. Sacó un cigarrillo y lo encendió—. Medía un metro setenta, lo cual no es muy adecuado para una modelo de pasarela, y tenía un aspecto demasiado occidental para ser una buena actriz. No había muchas más posibilidades, aparte de perseguir a hombres que estuvieran forrados de pasta. Fue durante el momento álgido de la burbuja económica. Me venían hombres (puesto que yo era su agente) que estaban haciendo su agosto con los activos inmobiliarios y abanicaban un fajo de diez mil yenes frente a mis narices. Todo eso por una o dos horas con Yuriko. Llegaron a pagar hasta trescientos mil yenes.

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