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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

Grotesco (48 page)

Me puse en pie enfadada, empujando mi silla hacia atrás. Las camareras nos miraron y dejaron de hacer lo que estaban haciendo. Mitsuru y yo nos observamos unos instantes con odio hasta que ella desvió la mirada. Empujé la cuenta hacia ella.

—Me voy, gracias por el café.

Mitsuru empujó de nuevo la cuenta hacia mí.

—Pagamos a medias.

—He tenido que sentarme aquí y escuchar lo que querías decirme; no vamos a pagar a medias. Dices que tengo un complejo respecto a Yuriko, y ¿tengo que oírlo precisamente hoy, el día del juicio? Estoy aquí en calidad de familiar afligida de la víctima. ¿Quién te da derecho a insultarme de ese modo? Pido una compensación por daños y perjuicios.

—¿Crees que te voy a pagar una indemnización?

—Bueno, tu familia es rica, ¿no? ¿Cuántos cabarets tiene tu madre? Y alquilabais ese lujoso apartamento en Minato sólo para hacer ostentación de vuestras riquezas, ¿verdad? Luego, tu madre compró aquel otro apartamento con un moderno interfono en aquella zona exclusiva junto al río. Todo cuanto yo tengo es un empleo miserable.

Mitsuru se dispuso a responder con un evidente placer.

—Vaya, has elegido un momento muy conveniente para lamentarte por tu miserable trabajo. Sencillamente increíble. Esto me trae a la memoria que siempre alardeabas diciendo que te convertirías en una gran traductora de alemán. Pero tus notas en clase de inglés eran pésimas, ¿verdad? ¡No era lo que se esperaba de una mestiza! Y, para tu información, mi familia no es rica. Vendimos nuestra casa y nuestros negocios, y todo ese dinero y el que conseguimos de la venta de nuestros dos coches y de nuestra segunda residencia en Kiyosato fue a parar a las arcas de la organización religiosa.

A regañadientes, dejé unas monedas sobre la mesa. Mitsuru las contó una por una.

—Vendré también a la próxima vista —continuó—. Creo que será muy bueno para mi rehabilitación.

«Haz lo que te venga en gana», quise decir, pero lo pensé mejor. Di media vuelta y salí de la cafetería caminando a paso ligero y, mientras lo hacía, oí el ruido de las zapatillas de lona de Mitsuru detrás de mí.

—¡Espera! Casi se me olvida la parte más importante. Tengo unas cartas del profesor Kijima.

Mitsuru rebuscó en su bolso, sacó un sobre y lo agitó frente a mi cara.

—¿Cuándo recibiste esas cartas del profesor Kijima?

—Mientras estaba en la cárcel. Me llegaron unas cuantas. Él estaba muy preocupado por mí, así que nos carteábamos.

Mitsuru no cabía en sí de gozo. Yo no había sabido nada del profesor Kijima durante mucho tiempo, había dado por supuesto que estaba muerto. Y durante todo ese tiempo había estado escribiéndole cartas a Mitsuru.

—Qué amable por su parte.

—Me dijo que le dolía terriblemente que una de sus estudiantes se hubiera visto involucrada en un escándalo semejante… Del mismo modo que yo me preocupaba de mis pacientes.

—¿Tus pacientes andan por ahí sueltos matando a gente?

—Todavía me estoy recuperando, ¿sabes? Sólo estoy a medio camino para reintegrarme en la sociedad, y tu crueldad no se agradece.

Mitsuru dejó escapar un profundo suspiro. Yo ya había tenido bastante y quería marcharme de allí. Aun así, si quería hablar de crueldad, debía examinar la forma en que había utilizado el proceso de Yuriko y Kazue para montar su propia reunión de antiguas alumnas.

—También escribió sobre ti, de modo que pensé que te gustaría verlas. Te las presto, pero no olvides devolvérmelas en la próxima vista.

Mitsuru me dio el abultado sobre. Lo último que quería era un paquete de cartas que no me interesaba leer, así que intenté devolvérselas, pero ella ya se alejaba caminando, tambaleándose ligeramente. La observé marcharse, intentando encontrar algo en ella que se pareciera a la chica que había sido en el pasado. La Mitsuru que había sido buena jugando a tenis, la Mitsuru cuyos pies eran tan ágiles en nuestros ejercicios de danza rítmica. Entonces le había tenido cierto miedo por su habilidad física y su mente brillante. Se me antojaba algo parecido a un monstruo.

Pero la Mitsuru que veía ahora era torpe, desmañada, incluso en los movimientos más mínimos. Preocupada porque la siguiera algún guardia, estaba tan ocupada echando vistazos a su alrededor que a punto estuvo de chocar contra una persona que estaba justo delante de ella. A cualquiera que hubiera conocido a Mitsuru en el pasado le costaría reconocerla en la idiota en que se había convertido. Esa Yuriko vacía había renacido como un monstruo por completo diferente.

Recuerdo que, cuando estábamos en el instituto, solía pensar que tanto ella como yo éramos lagos de montaña creados por fuentes subterráneas. Si la fuente de Mitsuru se encontraba muy profunda bajo tierra, la mía también. Teníamos sensibilidades complementarias y nuestra forma de pensar era exactamente la misma. Pero ahora esas fuentes habían desaparecido y éramos dos lagos separados, solitarios y alejados. Es más, el lago de Mitsuru se había secado, dejando a la vista la tierra agrietada del fondo. Ojalá no hubiera vuelto a verla nunca.

Oí que alguien me llamaba.

—¿Es usted la hermana mayor de la señorita Hirata?

Guardé rápidamente las cartas de Kijima en mi bolsillo y alcé la vista. Un hombre con aspecto familiar estaba delante de mí. Rondaba los cuarenta y llevaba un traje caro de color marrón, una barba que empezaba a encanecer y era voluminoso como un cantante de ópera, una «personalidad mundana», que sin duda se alimentaba con comida deliciosa.

—Lamento molestarla —dijo—, pero ¿podría hablar un momento con usted?

Yo intentaba recordar dónde lo había visto antes, pero no lograba ubicarlo. Mientras lo miraba con la cabeza ladeada, el hombre comenzó a presentarse.

—Veo que no se acuerda. Soy Tamura, el abogado de Zhang. No esperaba encontrarla ahora. Había pensado llamarla más tarde, esta noche.

Tamura me llevó a una esquina del pasillo visiblemente molesto. Estábamos al lado de la cafetería. La hora del almuerzo había terminado y estaban cerrando. Los empleados trasladaban las mesas de un lado para otro, cargaban botellas de cerveza, como si estuvieran montando una especie de función privada. En las salas de los pisos superiores se estaba decidiendo el destino de alguna persona mientras que en el sótano daban gritos de alegría. Era fácil para ellos. Me alegré de no ser yo la acusada.

—Señor, no sé cuál es su opinión, pero yo estoy segura de que Zhang mató a Kazue.

Tamura se ajustó el nudo de la corbata amarillo mostaza mientras pensaba qué decir.

—Entiendo perfectamente cómo debe de sentirse usted como miembro de la familia, pero tengo que decirle que creo que es inocente.

—En absoluto. El examen fisonómico evidencia que Zhang es un asesino. No hay lugar a dudas.

Tamura parecía turbado. No se atrevía a refutar mi prueba. Supongo que se había dado cuenta de que debía dejar decir a la familia lo que le viniera en gana. Aunque yo no era ninguna idiota sentimental que tuviera compasión de la víctima; sólo intentaba buscar una explicación a las cosas desde la perspectiva científica de la fisonomía.

Quería dejar eso claro, pero entonces Tamura añadió en un susurro:

—De hecho, lo que quería preguntarle es si usted había tenido contacto últimamente con Yuriko o con Kazue. No hay ninguna prueba de esto en la investigación, pero parece una coincidencia inverosímil, ¿no le parece? Me refiero al hecho de que su hermana pequeña y su antigua compañera de clase fueran asesinadas de la misma forma con menos de un año de diferencia. Es demasiado raro para tratarse de una casualidad. Así que me preguntaba si usted sabría algo al respecto.

Enseguida me vino a la mente el diario de Yuriko, pero preferí no decirle nada. Que lo encontrara él por su cuenta.

—Pues no lo sé. Aunque, de todas formas, hacía algún tiempo que no veía a ninguna de las dos. ¿No cree que ambas simplemente tuvieron mala suerte? Desde el punto de vista fisonómico, Zhang está entre una «personalidad calculadora» y una «personalidad mundana», es decir, alguien que se siente atraído por las prostitutas. Las mató a las dos, también a Kazue. No hay duda de que…

Nervioso, Tamura me interrumpió.

—Sí, sí, entiendo. Está bien. El caso de Zhang está ahora en proceso de deliberación, y creo que sería mejor que no hablara de él con usted.

—¿Por qué? Soy pariente de la víctima. ¡Han asesinado a mi única hermana! Mi preciosa hermana.

—Lo comprendo, de verdad.

—¿Qué es lo que comprende? Dígame.

La frente de Tamura empezó a perlarse de sudor. Mientras rebuscaba en los bolsillos un pañuelo, cambió de tema.

—Creo que he visto a una de los miembros de esa secta por aquí hace un rato. ¿No era también una antigua compañera de clase de usted? Sin duda usted estudió en…, bueno, ¿cómo lo diría?, una clase de instituto bastante «particular».

—Sí, hoy hemos celebrado una reunión virtual de clase.

—Sí, supongo que puede verse de ese modo. Discúlpeme —dijo entonces Tamura, y se apresuró a entrar en la cafetería.

Yo tenía más cosas que decir, pensé, mientras observaba su espalda musculada. En primer lugar, sobre su comentario acerca de mi instituto «particular». Cuanto más pensaba en ello, más me enojaba. Y, luego, sobre las palabras que Mitsuru me había dicho antes, que también empezaron a darme vueltas en la cabeza.

Cuando más tarde regresé a mi apartamento en el complejo de viviendas del gobierno, noté que hacía frío en el piso. El tatami era viejo, manchado aquí y allá donde había caído sopa de miso. Aún se podía oler. Encendí la calefacción de queroseno y eché un vistazo a la sala, vieja y pequeña. Cuando la galería estaba abarrotada con macetas de bonsáis del abuelo, éramos pobres pero felices. Yuriko todavía estaba en Berna, yo acababa de entrar en el Instituto Q para Chicas y me dedicaba con entusiasmo a cuidar de mi abuelo, mi verdadera sangre. Supongo que el abuelo me gustaba tanto porque era un artista de la estafa. Aun así, era tan tímido, incluso más que yo. Sí, era extraño. No se parecía en nada a mí. Por lo visto, aquella «reunión de clase» me había deprimido.

¿Las cartas? Cuando anocheció, las saqué y les eché un vistazo de mala gana. Aquí están. El trazo de la caligrafía es poco firme —las escribió la mano temblorosa de un viejo—, de modo que es difícil leerlas y, como esperaba, son aleccionadoras. Pero si queréis leerlas, adelante. No me importa.

Saludos cordiales, querida Mitsuru:

¿Estás bien? Los inviernos en Shinano Oiwake son especialmente duros. El suelo de mi jardín se ha helado formando pequeños pilares de hielo. No tardará mucho en congelarse todo, cuando el pleno invierno se instale. Tengo sesenta y siete años ahora, y yo también estoy entrando en el invierno de mi vida.

Todavía me encargo de la residencia de la empresa de seguros de incendios N. Nada ha cambiado mucho. Ahora que he superado la edad de jubilación, temo dejar de ser útil, pero el director de la empresa me ha pedido amablemente que me quede. Es un graduado del sistema escolar Q.

Permíteme que empiece felicitándote por haber salido de la cárcel. Ahora finalmente puedo escribirte cartas —y espero que las recibas— sin preocuparme de los ojos entrometidos de los censores. Sin duda has tenido que aguantar mucho y soportarlo con fortaleza. Me apena profundamente tu situación y lo mucho que debes de preocuparte por tu marido y por los hijos que has tenido que dejar que otros eduquen.

Pero, Mitsuru, querida, todavía no has cumplido cuarenta años y tienes todo el futuro por delante. Te has despertado de una pesadilla de control mental, y si a partir de ahora luchas para llevar una vida honrada, sin olvidarte de rezar por las almas de aquellos a los que has dañado y de rogar por su perdón, estoy seguro de que te recuperarás. Si puedo hacer cualquier cosa por ti, por favor, no dudes en pedírmelo.

Querida Mitsuru:

Fuiste la estudiante más brillante que tuve jamás, y ni una sola vez me preocupé por tu futuro. Haber visto cómo se han complicado las cosas para ti me ha obligado a reconsiderar el pasado. Me siento responsable por tu deriva hacia el crimen; mi forma descuidada de enseñar puede dar cuenta de ello. He decidido que debo arrepentirme igual que lo haces tú.

A decir verdad, desde que aquella organización a la que estabas afiliada cometió los crímenes, apenas he tenido un día tranquilo. Y, luego, con las tragedias del año pasado y del anterior, no me han faltado razones para lamentarme una y otra vez. Seguro que sabes que tanto Yuriko como Kazue fueron asesinadas. Dicen que fue obra de un mismo hombre. Pensar en cómo acabaron con su vida de un modo tan cruel y cómo abandonaron sus cuerpos es más doloroso de lo que puedo soportar. Las recuerdo muy bien a las dos.

El caso de Kazue cosechó una atención particular, con titulares del tipo: «Profesional de éxito de día, prostituta de noche.» Era una estudiante tan aplicada cuando entró por primera vez en mi clase…, ¡y que luego se haya convertido en carne de cañón para los voraces medios de comunicación! Pensar en cómo esto debe de martirizar a su familia me hace querer ir corriendo a su casa y arrodillarme frente a su madre para pedirle perdón. Querida Mitsuru, imagino que debe de desconcertarte pensar por qué me siento de esta manera. Pero no puedo evitar creer que, de alguna forma, he fracasado como padre (me refiero a mi hijo mayor) y también como educador.

En el Instituto Q para Chicas propugnábamos el principio educativo de la autosuficiencia y un profundo conocimiento de uno mismo. Aun así, entre las chicas que se han graduado allí, hay datos que confirman que el índice de divorcios, matrimonios fracasados y suicidios es mucho más elevado que el de otros colegios. ¿Qué razón hay para que jóvenes que provienen de entornos privilegiados, que están tan orgullosas de sus logros académicos y que son unas estudiantes sobresalientes sean mucho más infelices que las alumnas de cualquier otra escuela? Más que defender que se debe a que el mundo real es más cruel con ellas, creo que es más acertado decir que nosotros permitimos que se creara un ambiente demasiado utópico. En otras palabras, fracasamos al enseñar a nuestras chicas las estrategias que les permitirían superar las frustraciones del mundo real. Haberme dado cuenta de eso sigue atormentándome, y los demás profesores se sienten igual que yo. Ahora nos percatamos de que era nuestra arrogancia la que nos impedía llegar a comprender el mundo.

Tras vivir en un entorno duro, haciendo el trabajo mundano de ocuparme de una residencia, soy más humilde. Un humano desnudo es impotente frente a la naturaleza. Como científico, me revestí de conocimiento y creí que no se podía vivir sin el estudio de la ciencia, pero ahora me he dado cuenta de que sólo con la ciencia no es suficiente. Supongo que, cuando daba clases en la escuela, todo cuanto enseñaba era el corazón de la ciencia; recordarlo ahora me avergüenza. Me pregunto si hay enseñanzas similares en tu religión…

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