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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

Grotesco (49 page)

Mi querida Mitsuru:

En un momento dado necesité replantear mi posición respecto a la educación. Pero cuando al fin llegué a esta conclusión, ya era demasiado mayor y no trabajaba como profesor. Estaba retirado, me había visto obligado a dimitir a causa de la conducta delictiva de mi propio hijo. El arrepentimiento por no haberme dado cuenta de esto antes no ha hecho más que aumentar con el paso de los años, y se hizo más doloroso por lo que te sucedió a ti, querida, y los terribles acontecimientos en los que se vieron involucradas la señorita Hirata y la señorita Sato.

Mientras trabajaba en la residencia también he estado ocupando mi vida con el estudio del comportamiento del Tribolium castaneum Kijima. El Tribolium castaneum es una especie de escarabajo, conocido también como el escarabajo rojo de la harina. Por casualidad, descubrí una especie nueva en el bosque que hay detrás de mi casa, de modo que se me permitió ponerle nombre. Al ser yo quien descubrió la especie que ahora lleva mi nombre es necesario que lleve a cabo un estudio pormenorizado.

El comportamiento de un ser vivo es un asunto fascinante. Si se le facilita la suficiente comida y unas condiciones de vida favorables, el índice de reproducción de un organismo crecerá exponencialmente. Mientras el índice de reproducción individual aumenta, la población de la especie se expande, como bien sabes, querida. Pero si el aumento de la comida no se corresponde con el aumento de la población, se establece una competencia feroz en la misma, hasta el punto de que el número de nacimientos desciende mientras que el de muertes asciende. En última instancia, esto tiene un impacto en el desarrollo, la formación y la fisiología del organismo, que es el fundamento de la fisiología.

En mi investigación sobre el T. Castaneum Kijima, he descubierto una mutación: un escarabajo con unas alas más largas y las patas más cortas que los demás. Sin duda esta mutación fue la consecuencia de una intensificación del sentido individual. Creo que esas modificaciones aparecieron en la estructura del insecto para mejorar su velocidad y su movilidad. Quiero estudiar dicha modificación y verificarla con mis propios ojos, pero dudo que pueda vivir lo suficiente para completar el estudio.

Mi querida Mitsuru:

Me pregunto si tal vez tu religión —o el trabajo de prostituta de la señorita Hirata, o la doble vida de la señorita Sato— no es el resultado de unos cambios en la estructura y el carácter de nuestra especie. ¿Acaso esta intensificación del individuo —este sentido superdesarrollado de la conciencia de uno mismo— no es el resultado de la carga insoportable de permanecer atrapado en la misma comunidad social? Es por el dolor que esto produce que se dan estos cambios en nuestra estructura y en nuestro carácter y, sin duda, las experiencias que se despliegan luego resultan crueles y dolorosas. Tal vez no sea posible para nosotros aprender de esas experiencias dolorosas, y lo más probable es que nos resulte imposible entender los hallazgos que muestran nuestros penosos experimentos en la vida.

Aun siendo tan inteligente como eres, estoy seguro de que no eres capaz de imaginarte qué es lo que intento decir. Permíteme ser más directo.

Cuando por primera vez leí en los periódicos lo que le había ocurrido a la señorita Hirata, me impactó tanto como cuando leí los crímenes que tú misma habías cometido. No, me impactó más aún. Habían pasado más de veinte años desde que expulsaron del colegio a Yuriko y a mi hijo. Recuerdo que la hermana mayor de la señorita Hirata (he olvidado su nombre, pero tú debes de acordarte de ella porque iba a tu clase; era una chica bastante gris) vino a verme y me preguntó qué debería hacer con su hermana, puesto que se dedicaba a la prostitución con la intercesión de mi hijo. En aquel momento, sin pensarlo dos veces, dije: «Eso es intolerable. Tenemos que expulsarlos.»

Para serte completamente sincero, en quien más pensé durante aquellos días, fue en Yuriko, mucho más que en mi hijo, a quien me negaba a perdonar. Fui egoísta, y mi conducta fue totalmente inadecuada para un profesor. Pero, aunque me avergüence, estoy decidido a describir los hechos tal y como ocurrieron. No estoy intentando escribir una confesión, pero me doy cuenta de que la decisión que tomé carecía de cualquier base pedagógica, juiciosa o prudente, y ahora me arrepiento enormemente.

Por una ironía del destino, fui yo el primero en asegurarme de que Yuriko fuese admitida en el sistema escolar Q. La señorita Hirata acababa de regresar de Suiza, y las notas de su examen de ingreso no fueron buenas. Sus calificaciones en literatura japonesa y en matemáticas eran especialmente bajas. Los demás profesores pensaban que no cumplía nuestros requisitos mínimos, pero yo me empeñé en que la admitieran a pesar de las reservas. Tenía varias razones para ello. La primera era que la señorita Hirata era tan hermosa que me robó el corazón nada más verla. Yo era el profesor responsable del primer ciclo de secundaria y quería tener una chica guapa cerca a la que poder echarle el ojo. Pero lo que más pesó en mi decisión fue la posibilidad de poder iniciar un estudio biológico sobre lo que ocurre cuando un miembro mutado de la especie se introduce en la población.

Mis razones para admitirla, por tanto, eran dobles, pero mi plan fracasó y me costó el empleo. No debería haber introducido a una criatura tan anormalmente hermosa en un lugar como el Instituto Q. Para hacer más acida la ironía, fue mi propio hijo el proxeneta de la señorita Hirata, y el dinero que ganó explotándola fue aún más humillante para mí. Ahora me atormenta la creencia desconcertante de que mi insensatez al admitir a la señorita Hirata y luego expulsarla fue lo que la llevó a la depravación y, en última instancia, a la muerte.

Cuando decidí expulsar del instituto a la señorita Hirata, llamé a sus tutores, al señor y la señora Johnson, y les hablé de lo ocurrido. La señora Johnson se puso furiosa, mucho más que su marido; recuerdo oírla decir que quería echarla de casa de inmediato. Le animé a hacerlo, porque yo también estaba enfadado con la señorita Hirata. Pero, no importaba lo que hubiera hecho, todavía era menor de edad y no se la podía responsabilizar por sus acciones. Más bien, la culpa debía de ser del entorno en el que había crecido. Aunque me di cuenta de eso, no fui capaz de superar mi ira contra ella.

Y también contra su hermana mayor. Oí que, después de que expulsaron a la señorita Hirata, lejos de alegrarse, se volvió aún más taciturna. No creo que sea una exageración decir que fui responsable de crear el conflicto entre ellas. La hermana mayor ingresó en la escuela a fuerza de trabajo, y sólo mi curiosidad permitió que se admitiera a su hermana pequeña, Yuriko. No se pueden hacer experimentos biológicos con los seres humanos.

El destino de Kazue Sato también pesa gravemente en mi conciencia. Es cierto que la señorita Sato fue blanco de humillaciones mientras fue estudiante del Instituto Q para Chicas. No puedo evitar pensar que la causa de esas humillaciones estaba directamente relacionada con el hecho de que Yuriko Hirata hubiera sido admitida en el sistema escolar Q. Dado que la señorita Sato admiraba a la señorita Hirata y estaba enamorada de mi hijo, la hermana mayor de la señorita Hirata la trataba de manera terrible. Me llegaron rumores de su comportamiento, estoy seguro, pero no hice nada, tan sólo fingir que no me daba cuenta. Para la señorita Sato, la vida en el Instituto Q para Chicas —una vida por la que había luchado larga y duramente— debió de ser una pesadilla terrible. Con la creencia de que la competencia es un aspecto inevitable en la población de una especie, me limité a permanecer a un lado y observar.

El esfuerzo no tiene nada que ver con los cambios en la estructura y la fisonomía que se desarrollan como consecuencia de una intensificación del individuo. De hecho, es inútil. Y la razón es que esos cambios son azarosos. Pero yo, como profesor —no, el sistema educativo en conjunto— empujé a la señorita Sato hacia la inutilidad. Tanto en la universidad como en el trabajo, se dedicó a esforzarse hasta que acabó vencida. De manera fatal, fue entonces cuando los cambios en su estructura tuvieron lugar y, por desgracia, esos cambios dependían por completo del deseo masculino. Que dichos cambios fuesen diametralmente opuestos al lema de nuestro colegio de autosuficiencia y confianza en uno mismo se debe a mi propio egoísmo banal, estoy convencido de ello. Si no hubiera admitido a la señorita Hirata en la escuela, puede que la señorita Sato hubiese acabado sus años de instituto sin padecer bulimia.

Cuando la población desciende, las formas de vida individuales aprenden a vivir de manera independiente y aislada. Cuando el sentido individual se intensifica, las formas de vida desarrollan estrategias de supervivencia de grupo, y cambian de tamaño y de estructura. Pero las jóvenes estudiantes sienten que no pueden sobrevivir aisladas. La competencia entre ellas es dura, y la base de dicha competencia está fundada en el rendimiento académico, la personalidad y la seguridad financiera. Pero el factor más importante de todos es la belleza física, que viene determinada totalmente por el nacimiento. Y aquí es donde las cosas se complican de verdad. Algunas chicas pueden ser más guapas que otras en un rasgo determinado de su aspecto, pero en otro se verán superadas. La competencia entre ellas, por tanto, se intensifica. Yo coloqué a la bella Yuriko Hirata en dicha situación. Después de la expulsión de la señorita Hirata y de mi hijo, supe que, incluso entre los chicos, la competencia que ella había inspirado había sido tremenda. No obstante, seguí con los ojos cerrados. Es decir, dejé que las cosas se resolvieran por sí solas. Fui yo quien provocó los acontecimientos que se han desarrollado en los últimos veinte años. ¿Entiendes ahora por qué me siento responsable?

Mi querida Mitsuru:

No creo que ni siquiera una estudiante tan brillante como tú fuera ajena a esa lucha. Quizá te las arreglaste para seguir en los puestos más altos, esforzándote mucho, porque eras guapa y tus notas superaban a las de todas las demás pero, a la sombra de este conflicto, sé que trabajabas incansablemente, ¿verdad? Y el poder que te acuciaba nacía del miedo a perder, ¿no? En el momento en que olvidabas ese miedo era cuando dejabas de conseguir tus objetivos.

Yo tampoco sabía nada de esto. ¡Y me llamaba a mí mismo educador! No sabes cuánto me arrepiento por el hecho de no haber logrado ofrecer a nadie el tipo de educación que podría haberlo salvado de ese «fracaso». Pero todo eso pertenece al pasado lejano. Se han perdido tantas vidas… Y los años en los que deberías haber asentado los fundamentos de tu madurez se han malgastado mientras estabas encerrada en la cárcel. Eso me entristece mucho. Creo que como mínimo debería intentar transmitir mis sentimientos a la hermana mayor de la señorita Hirata, pero lamento decir que no recuerdo su nombre. Sí, exacto, recuerdo que incluso entonces estaba tan embelesado por la belleza de la señorita Hirata que me abrumaban los celos por mi propio hijo. ¡Cómo me avergüenza admitirlo!

Corté toda relación con mi hijo Takashi. No sé dónde está ni qué hace, ni siquiera sé si está vivo o muerto. Sólo por rumores, supe que después de que lo expulsaron siguió dedicándose a lo mismo. Se está ahogando en un veneno dulce (vivir de la explotación de las mujeres es el veneno más siniestro), y me parece bastante improbable que nunca sea capaz de salir de ese lodazal. Por lo que sé, mi esposa siguió en contacto con él secretamente, pero él nunca ha intentado contactar conmigo por lo mucho que me enfadé.

Mi mujer murió de cáncer hace tres años. La familia de mi hijo pequeño se hizo cargo del funeral. Ignoro si Takashi sabe que su madre ha muerto, porque mi hijo pequeño también ha cortado toda relación con él. Aunque no entendió por qué, él tuvo que cambiar asimismo de colegio cuando expulsaron a Takashi y a mí me despidieron del sistema escolar Q.

Mi esposa quería mucho a Takashi, y la consumía la pena por el vuelco que había dado nuestra vida. Nunca pudo perdonarme. Pero, le gustara o no, ¿acaso nuestro hijo no había presentado a su propia compañera de clase a los clientes y había aceptado el dinero por su intermediación? Lo que hizo Takashi fue vergonzoso y retorcido en mi escala de valores. No creo que sea exagerado decir que lo que hizo mi hijo me llevó a la destrucción.

Según la investigación que hizo el colegio, ¡Takashi ganó varios cientos de miles de yenes! Cogió el dinero que había ganado, su permiso de conducir y se compró un coche de importación. A mis espaldas, llevaba una vida desenfrenada y lujosa, mientras le pagaba a la señorita Hirata casi la mitad del dinero que recaudaba. Su comportamiento fue despreciable, a la misma altura que el de un animal. Se llenó los bolsillos ultrajando el cuerpo y el espíritu de la señorita Hirata. Pero tanto mi mujer como yo nunca sospechamos nada, aunque vivíamos en la misma casa. ¿Cómo pudimos no darnos cuenta? Estoy seguro de que te parece difícil de aceptar pero, mientras estaba en casa, lo mantuvo todo en secreto igual que había hecho siempre. Llevaba una doble vida.

He llegado a la conclusión de que Takashi debe de guardarme rencor, una especie de necesidad de venganza. Yo era su padre, pero al mismo tiempo también era profesor en el colegio al que él acudía. Y mis sentimientos por la señorita Hirata son fáciles de explicar. Si Takashi hubiera compartido de verdad mis sentimientos, ¿habría permitido que se prostituyera de ese modo? Pensar que lo que hacía se puede llamar «negocio» es tan despiadado que me hace temblar de horror. Privarme del amor que sentía por otra persona y del placer de mi imaginación fue otra de sus formas de herirme. Poco a poco me di cuenta del grave error que había cometido al matricular a mi hijo en mi propio colegio. Por ahí empezó todo. Soy responsable, por tanto, de todo cuanto sucedió después.

Supongo que se puede decir que el mío es un destino extraño. Sabía que la señorita Sato le había enviado a mi hijo varias cartas. En aquel momento, le dije a Takashi: «Respóndele con sinceridad.» Le dije eso porque sabía que a él no le interesaba en absoluto esa chica. Me resulta imposible saber si siguió mi consejo o no. Pero el hecho de que la señorita Sato desarrollara un desorden alimentario me lleva a pensar que quizá Takashi tuvo algo que ver. No hay nada que yo pudiera haber hecho por evitarlo, pero siento un profundo arrepentimiento por haber matriculado a Takashi en el colegio.

Querida Mitsuru:

Tengo casi setenta años y aquí estoy, reflexionando sobre mi vida, viendo lo cruel que fue la juventud. No es inusual que las personas jóvenes estén demasiado centradas en sí mismas y que excluyan a los demás. Pero los estudiantes del sistema Q eran mucho peor que el resto. Y no era sólo culpa del sistema Q. Sin duda, la educación japonesa en general debería compartir la responsabilidad. Antes ya he escrito que todo cuanto enseñé a mis alumnos fue a pensar y a sentir científicamente. Pero ahora tengo un asunto bastante peor del que escribir.

No sólo no había enseñado la verdad en el colegio, sino que además me abrumó la preocupación de haber acabado depositando un «peso» de otra clase en el corazón de mis estudiantes. Esto se debía al hecho de que los alenté a creer en un sistema de valores absoluto en el que uno tenía que superar a todos los demás. En pocas palabras, me temo que alenté una forma de control mental. Y ésa es la razón por la que los estudiantes que se esforzaban todo cuanto podían pero no recibían recompensa alguna por sus esfuerzos se vieron obligados a vivir una vida lastrada por ese peso. ¿No fue así para la señorita Sato o incluso para la hermana mayor de la señorita Hirata? Ambas eran diferentes de las demás chicas, pero no te hacían sombra, querida, en lo que respecta al rendimiento académico.

El peso que depositamos en su corazón era impotente contra aquellos que quisieran destruirlas, porque les faltaba la belleza y, no importaba cuánto se esforzaran, no había nada que fuera a cambiar eso.

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