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Authors: Cherie Priest

Tags: #Ciencia ficción, #Fantasía

Boneshaker (49 page)

—No nos adelantemos, señorita Wilkes. Aún no. No oigo más combates ahí arriba.

—Yo tampoco —dijo Briar.

—Ni yo —agregó Zeke—. Puede que estén en otro sitio, o que todos hayan muerto.

—Preferiría que no lo expresaras de ese modo —se quejó su madre—. Me gusta esa gente. La gente de Maynard’s y las criptas ha sido muy buena conmigo, y no tenían por qué serlo. Me ayudaron a buscarte. No sé si habría sobrevivido tanto tiempo sin ellos.

Tras otra puerta sin leyenda alguna, Angeline señaló otro tramo de escaleras. Briar pensó que no le importaría no volver a ver más escaleras en su vida, pero empezó a subir, con Zeke en la retaguardia. Briar cada vez estaba más preocupada por la mujer india y su estómago herido; lo reconocía, era dura, pero no estaba engañando a nadie. Necesitaba un médico, uno de verdad, y de los buenos, y no tenían ninguno a mano.

El único doctor del que Briar había oído hablar dentro de los muros era… bueno, Minnericht. Y tenía la sensación de que, si se topaban con él, no sería de mucha ayuda.

Capítulo 27

Briar se apoyó contra la puerta y trató de escuchar. Al otro lado solo oía silencio, de modo que se detuvo y recargó allí mismo, en las tinieblas, a tientas. Tardó un poco más que de costumbre, pero estaba dispuesta a perder ese tiempo.

Finalmente, dijo:

—Iré yo primero. Echaré un vistazo.

—Puedo ir yo —dijo Angeline.

—Pero mi arma puede disparar más de dos veces, si tiene que hacerlo. Échale un ojo a mi hijo, ¿quieres? —dijo Briar, y empujó el picaporte para que la barrera de madera saliera de su marco con un crujido.

Briar avanzó abriendo el camino con el cañón de su rifle, seguido por su rostro enmascarado, echándose de un lado a otro para contemplar todo lo que la rodeaba a pesar de las limitaciones de su visor. Oía sus propias respiraciones, amplificadas bajo su máscara, y tenía la misma sensación que cuando se la puso por primera vez y se deslizó por la tubería. No creía que llegara a acostumbrarse nunca a ella.

La estancia en la que se encontraba tenía un aspecto muy distinto de la última vez que la había visto. El majestuoso aunque inacabado vestíbulo estaba sembrado de los restos de una batalla contenida en un pequeño espacio pero muy sangrienta. Había cadáveres tendidos por el suelo y sobre las regias filas de sillas; contó once de un rápido vistazo, y vio un enorme orificio en la pared que parecía haber sido practicado por la mismísima Boneshaker.

Y, justo al otro lado del orificio, allí donde el muro había sido arrancado de un bocado y dejaba a la vista sus indecentes entrañas, Briar vio un pie, sobre los escombros, como si su dueño hubiera creado el agujero y ahora descansara en su interior.

No olvidó inspeccionar el resto de la estancia, pero la exploración subsiguiente fue mecánica y apresurada. Sin advertir a su hijo o a la princesa, que seguían en la penumbra de su cubil, corrió hacia el pie y trepó los afilados restos de ladrillos y mampostería hasta que llegó al que allí yacía tendido.

Dejó que el Spencer cayera de su hombro, y apartó la bolsa.

—Swakhammer —dijo, golpeando suavemente su máscara—. Swakhammer.

No respondió.

La máscara parecía intacta, y en su mayor parte también él, hasta que Briar comenzó a introducir los dedos en las grietas de su armadura buscando algo que pudiera estar roto. Encontró sangre, y mucha. Su pierna estaba doblada de manera antinatural, rota en algún lugar por debajo de la rodilla, bajo la pesada bota con puntera de acero.

Estaba quitándole la máscara cuando Zeke se cansó de esperar junto a las escaleras. Fue al borde del muro y preguntó, hacia el agujero:

—¿Hay alguien ahí?

—Es Jeremiah.

—¿Está bien? —preguntó Zeke.

—No —gruñó ella. Logró quitarle el casco, pero seguía pegado a su rostro por medio de varios muelles y tubos. Se desprendió, pero no fue muy lejos.

—¿Swakhammer? ¿Jeremiah?

Había sangre dentro de la máscara; manaba de su nariz y, lo que resultaba más preocupante, de uno de sus oídos.

—¿Está muerto? —quiso saber Zeke.

—Los muertos no sangran —dijo Briar—. Pero está muy mal. Cielos, Swakhammer. ¿Qué te ha pasado? ¿Me oyes? Eh. —Abofeteó suavemente su rostro, en ambas mejillas—. Oye, ¿qué te ha pasado?

—Se interpuso en mi camino.

La voz filtrada y enmascarada de Minnericht resonó como el martillo de Dios, produciendo un sonoro eco en toda la estancia llena de almas muertas y muros partidos en dos. Briar sintió un repentino temor, y quiso gritarle a Zeke, reñirlo por abandonar la relativa seguridad de su escondrijo. Estaba ahí mismo, de pie, junto al orificio en el muro, tan vulnerable como podía llegar a estarlo cualquiera.

Briar miró a Swakhammer, cuyas pupilas se agitaban bajo sus párpados cerrados, manchados de sangre seca. Aún estaba vivo, pero no por mucho. Ella alzó la vista y dijo, en voz lo bastante alta para que pudieran oírla en todo el vestíbulo:

—No eres Leviticus Blue. Pero podrías haber sido su hermano —añadió con tanta apatía como pudo conjurar—. Tienes su mismo sentido de la oportunidad, eso está claro.

Donde se encontraba, en el interior de la madriguera practicada en el muro, sabía que no contaba con demasiada cobertura, pero el doctor, desde donde estaba, no podía ver qué estaba haciendo, al menos no claramente. Aprovechó esa pequeña ventaja para menear ligeramente a su amigo, por si llevaba algo útil encima. Había echado el Spencer a un lado. Aunque podía alcanzarlo fácilmente, nunca lograría empuñarlo, apuntarlo y dispararlo antes de que Minnericht tuviera tiempo de hacer algo mucho peor.

Había un enorme revólver tendido junto a las costillas de Swakhammer, pero no estaba cargado.

—Nunca dije ser Leviticus Blue.

Briar gruñó mientras trataba de levantar a Swakhammer lo bastante para mirar debajo de él.

—Sí lo hiciste.

—Me dijiste que lo eras —dijo Zeke.

—Shh, Zeke —lo hizo callar su madre. Quería decirle algo más a su hijo, pero se encaró con el doctor de nuevo antes de que pudiera responder.

—Todo el mundo sabe que eso es lo que querías que pensaran estos infelices. Querías que te tuvieran miedo, pero no lo conseguirías solo con tu nombre. Puede que seas cruel como una serpiente, pero no das tanto miedo como ellas.

—Cállate, mujer. Yo he convertido este lugar en lo que es hoy —dijo, enojado y a la defensiva, probablemente dolido por la diminuta herida sufrida en su orgullo.

Briar confió en que estuviera resentido; en que se pareciera tanto a Levi como daba a entender.

—No pienso callarme —dijo—, y no me harás callar, Joe Foster, por mucho que lo intentes. Y supongo que lo intentarás. Eres el tipo de hombre a quien le gusta hacer daño a las mujeres, y tengo entendido que no soy la primera.

—Me da igual lo que tengas entendido o quién te lo haya hecho entender —ladró Minnericht—. Pero quiero saber, y quiero que me lo digas ahora mismo, dónde has oído ese nombre.

Briar se puso en pie y se irguió. En lugar de responder a sus exigencias, dijo:

—Y yo quiero saber quién demonios te crees que eres, arrastrándonos a tu pequeña guerra, hijo de perra. —Tomó prestada la expresión que había usado Angeline.

Cuando se puso en pie, pudo ver a Minnericht claramente, igual que él la veía a ella. La pistola de tres cañones que sostenía en la mano era sin duda terrorífica. No apuntaba a Briar, sino a Zeke, que, para ser justos, había cerrado la boca como le había ordenado su madre, aunque Briar no sabía si lo había hecho en respuesta a sus órdenes o al enorme revólver que lo apuntaba, y le importaba poco.

Esperaba que la amenazara a ella, pero Minnericht era demasiado listo para eso, y más cruel de lo que parecía. No importaba. También ella podía ser lista y cruel.

—¿Tú has convertido este lugar en lo que es hoy? —dijo—. Desde luego te comportas como si eso fuera cierto, pero es una sarta de mentiras, ¿verdad? Todo es una gran mentira para que la gente crea que eres el más listo y el que más dinero tiene. Pero no es así. Si fueras la mitad de listo de lo que finges ser, no habrías tenido que robar los inventos de Levi, o acumular los desechos del concurso de minería. Lo he visto todo allí atrás, en tu almacén. ¿Crees que no sé de dónde han salido?

—¡Cállate! —rugió el otro.

Pero Briar estaba decidida a mantener la atención de Minnericht sobre ella, en lugar de sobre Zeke, o sobre la mujer delgada y poco distinguida que en ese preciso instante salía a hurtadillas del hueco de la escalera para sorprenderlo. Briar siguió hablando, en voz aún más alta:

—Si fueras la mitad del hombre que finges ser, no me necesitarías para confirmar tus mentiras, y no tendrías que atraer a niños, como haces. Levi estaba loco y era una mala persona, pero era demasiado inteligente para que tú recojas sus juguetes y eches a correr con ellos. Necesitas a Huey porque es inteligente; y has intentado convencer a mi hijo para que se quede contándole un montón de mentiras. Pero si realmente hubieras hecho de este lugar lo que es, no tendrías que hacer nada de eso.

Minnericht desplazó el arma; ahora el cañón triple apuntaba entre los pechos de Briar, que nunca había sido más feliz.

—Si dices una sola palabra más… —empezó Minnericht.

—¿Qué harás? —gritó Briar. Pronunció las siguientes palabras de corrido, frenética, desesperadamente, sin parar para respirar, tratando de mantenerlo enojado, porque Angeline casi había llegado hasta él—: Apuesto a que ni siquiera sabes cómo funciona eso. Probablemente no lo inventaste tú. Todas tus ideas las robaste de Levi; fue él quien lo diseñó y construyó todo. Tú solo sabes lo suficiente para aparentar ser un rey, y lo único que puedes hacer es rezar a Dios para que nadie se dé cuenta de lo inútil y débil que eres en realidad.

Minnericht ya no gruñó, ni rugió; tan solo gritó:

—¿Por qué estás aquí? ¿Por qué habéis venido? ¡Nunca deberíais haber aparecido! Esto no era asunto vuestro. ¡Deberíais haberos quedado en casa, en ese pequeño y asqueroso agujero de las Afueras, os ofrecí algo más, a los dos, mucho más de lo que merecéis, y no tenía por qué hacerlo! ¡No os debía nada, a ninguno de los dos!

Briar replicó a gritos, igual que él:

—¡Claro que no! Porque no eres mi marido, y no eres su padre, y esta no era nuestra lucha, ni nuestro problema. Pero no lo averiguaste a tiempo, Joe Foster.

—¡Deja de usar ese nombre! ¡No quiero ese nombre, odio ese nombre, y no quiero oírlo! ¿Dónde lo has oído?

Angeline estaba allí para responder a esa pregunta.

Antes de que Briar pudiera parpadear siquiera, la mujer estaba encima de él, con la agilidad de un gato montés, y uno muy letal. Tenía uno de sus cuchillos en la mano, y al instante siguiente el filo estaba bajo la barbilla de Minnericht, en ese mínimo resquicio en que su piel se unía a su máscara.

Angeline usó su peso para echarle la cabeza hacia atrás y agrandar el resquicio, dejando a la vista la nuez de Minnericht y su garganta. Mientras lo hacía, Briar jadeó y Zeke saltó por encima de los escombros hacia el refugio que ofrecía el agujero en la pared, junto a su madre.

—Esto es por Sarah Joy Foster, cuya vida tomaste hace veinte años.

Y de un corte, rápido y profundo, desgarró la piel y la carne que el cuchillo encontró en su camino.

Minnericht disparó dos de los tres cañones de su arma, pero no apuntó bien a causa del
shock
y la pérdida de equilibrio. Se tambaleó, tropezó y estuvo a punto de caer de bruces en el suelo de mármol que estaba manchado con su propia sangre, que manaba de dos fabulosos borbotones que surgían de ambos lados de su cuello, porque Angeline le había rebanado la garganta de oreja a oreja. Lo cabalgaba como un caballo salvaje mientras su víctima se sacudía, tratando de respirar, buscando con las manos a su asesina, o cualquier cosa a la que agarrarse. Pero estaba sangrando demasiado, y demasiado rápido.

Su sufrimiento no iba a durar mucho, y quería aprovechar al máximo el tiempo que le quedaba. Trató de girar el arma en sus manos, de apuntarla hacia atrás, por encima de su hombro, pero era demasiado pesada. Había perdido gran cantidad de sangre, y se encontraba débil. Cayó de rodillas, y, por fin, Angeline lo soltó.

Después le dio una patada a su arma, para apartarla de su alcance, y lo miró mientras Minnericht escupía sangre y su espléndido abrigo rojo se teñía aún más de escarlata.

Briar se dio la vuelta. No le importaba la muerte de Minnericht; le importaba Swakhammer, que no sangraba tan profusamente como el otro, pero cuya vida se estaba desvaneciendo de igual modo. Puede que ya fuera demasiado tarde.

Zeke dio un par de pasos hacia atrás. Hasta que lo hizo, Briar no se fijó en que prácticamente había estado escondiéndose tras ella.

Zeke abrió la boca para decir algo, y después la cerró cuando un repentino alboroto hizo que su madre empuñara y apuntara el Spencer.

—Abajo —dijo, y Zeke obedeció.

Angeline fue hacia el agujero en el muro, escaló los escombros caídos y empuñó su arma justo a tiempo para apuntar a Lucy O’Gunning en el mismo instante en que tomaba el recodo y accedía a la estancia en la que acababa de terminar una batalla.

Lucy había encontrado o arreglado su ballesta, y estaba anexa a su brazo, lista para disparar. La apuntó a Angeline antes de comprender quién era. Después, la bajó y dijo:

—Señorita Angeline, ¿qué…? —Por fin, vio a Briar, y casi se echó a reír cuando siguió hablando—: ¡Vaya, menuda pareja! Una cosa está clara: no hay muchas mujeres entre estos muros, pero desde luego no me gustaría buscarle las cosquillas a las que tenemos.

—Eso también te incluye a ti, Lucy —dijo Briar—. Pero no cantes victoria aún. —Señaló a Swakhammer, a quien Lucy no podía ver a causa del montón de escombros y maderas—. Tenemos un problema, y es enorme, y muy pesado.

—¡Es Jeremiah! —exclamó Lucy cuando miró más allá del montón de escombros.

—Lucy, se está muriendo. Hay que sacarlo de aquí, y llevarlo a un lugar seguro.

—Y no sé si eso lo salvará —dijo Angeline—. Está muy malherido.

—Ya lo veo —dijo Lucy, algo bruscamente—. Tendremos que llevarlo a… —Pareció pensárselo, como si antes o después tuviera que ocurrírsele una buena idea. Y así fue—: A las minas.

—Bien pensado —dijo Angeline aprobatoriamente—. Será más sencillo bajarlo que subirlo, y si podemos meterlo en un carro, podremos llevarlo de vuelta a las criptas sin demasiados problemas.

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