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Authors: Cherie Priest

Tags: #Ciencia ficción, #Fantasía

Boneshaker (47 page)

Allí encontró el origen del olor a humo: una chimenea de ladrillos con leños incandescentes que derramaban una luz anaranjada por toda la habitación. Había un escritorio negro en mitad del suelo, sobre una alfombra oriental con dragones tejidos en las esquinas. Tras el escritorio había una pesada silla de cuero con un asiento acolchado, y delante había otras dos sillas. Zeke nunca había estado antes en el despacho de nadie, y no sabía para qué podía servir; pero estaba en una habitación agradable, y cálida. Si tuviera una cama, sería un lugar estupendo para vivir.

Dado que nadie lo estaba mirando, rodeó el escritorio y abrió el cajón superior. Dentro encontró documentos escritos en un idioma que no entendió. En el segundo cajón, algo más profundo, y con un cerrojo que no estaba echado, dio con algo más interesante.

Primero creyó que era su imaginación, que hacía que aquella bolsa le resultara familiar. Quería creer que la había visto antes, al hombro de su madre, pero no podía estar seguro tras echarle tan solo un vistazo, de modo que la abrió y metió las manos en el interior. Encontró munición, anteojos y una máscara. No había visto ninguna de esas cosas antes. Y entonces encontró la insignia con las iniciales «MW» algo gastadas y la bolsita de tabaco de su madre, que nadie había usado en días, y supo que nada de lo que había en la bolsa le pertenecía al doctor.

La sacó del cajón; cuando se agachó para cerrarlo, vio un rifle bajo el escritorio, donde no podía ser visto salvo desde detrás de la silla de alto respaldo donde probablemente Zeke no debería sentarse.

También cogió el rifle.

La habitación estaba vacía y silenciosa, a excepción del incansable chisporroteo de la chimenea. Zeke lo dejó todo como estaba y salió de nuevo al pasillo con sus nuevos tesoros.

Encontró otra puerta de camino, pero no pudo abrirla. La golpeó con el bastón de Rudy, pero cuando el picaporte se rompió tan solo cayó, y fuera lo que fuera lo que mantenía la puerta cerrada al otro lado, se mantuvo firme. Golpeó con su cuerpo la puerta un par de veces, hasta hacerse daño en el hombro. La puerta no se movió. Pero había otras puertas que abrir, y podía volver a esta más tarde si resultaba necesario.

En la siguiente que encontró abierta había un dormitorio vacío. Y ni siquiera consiguió abrir la siguiente. Zeke golpeó el picaporte hasta romperlo en pedazos con el bastón. El cerrojo opuso bastante resistencia, pero Zeke siguió insistiendo, y medio minuto después el marco se astilló y la puerta se abrió con violencia.

Capítulo 26

Briar soñaba con terremotos y máquinas tan enormes que se desplazaban por debajo de las ciudades. En algún lugar, justo en el límite del mundo que percibía su sentido del oído, detectó el sonido de disparos y algo más… o quizá nada más, porque, fuera lo que fuera, no sonó de nuevo. En algún otro lugar el mundo era mullido y las luces tenues, y la cama era lo bastante amplia para acomodar a una familia de cuatro.

Olía a polvo y a queroseno, y a viejas flores secas dejadas en un florero junto a la palangana.

Levi estaba allí.

—Nunca se lo dijiste, ¿verdad? —preguntó.

Desde la cama, Briar respondió, sin abrir los ojos de tanto que le pesaban:

—Nunca le dije nada. Pero lo haré, en cuanto pueda.

—¿De verdad? —No parecía convencido; sonreía irónicamente.

Llevaba el grueso delantal de lino que a veces se ponía para trabajar en el laboratorio, y también un ligero abrigo que le llegaba hasta las rodillas. Tenía las botas desabrochadas, como solía; parecía que nunca se acordaba de abrochar los cordones. Rodeaba su frente una estructura de varios anteojos superpuestos, que marcaban en rojo una huella en su frente que nunca llegaba a desaparecer del todo.

Briar estaba demasiado cansada para protestar cuando Levi fue a sentarse al borde de la cama. Tenía exactamente el mismo aspecto que Briar recordaba, y estaba sonriendo, como si todo fuera bien y nunca nada hubiera ido mal. Le dijo:

—De verdad. Voy a decírselo, cueste lo que cueste. Estoy cansada de guardar tantos secretos. Ya no puedo más. No puedo.

—¿No? —Levi trató de coger su mano, pero ella no se lo permitió.

Briar giró sobre sí misma, dándole la espalda y llevándose la mano al estómago.

—¿Qué quieres? —le preguntó—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Soñando, creo —dijo él—. Igual que tú. ¿Lo ves, amor mío? Nos reunimos aquí, ya que no lo hacemos en ningún otro sitio.

—Entonces, esto es un sueño —dijo Briar, y una sensación amarga, enfermiza, se extendió por su estómago, como un ácido—. Por un minuto pensé que quizá no lo era.

—Puede que fuera la única cosa que hiciste bien —dijo él, sin apartarse ni acercarse a ella. Su peso en el borde de la cama doblaba el colchón y la hacía sentirse como si estuviera cayendo hacia su zona de influencia.

—¿Qué? ¿No decírselo?

—Si lo hubieras hecho, lo habrías perdido mucho antes.

—No lo he perdido —dijo Briar—. Es solo que no puedo encontrarlo.

Levi negó con la cabeza. Briar sintió el movimiento, aunque no pudo verlo.

—Ha encontrado lo que quería, y nunca lo recuperarás. Quería saber qué pasó. Quería un padre.

—Estás muerto —le dijo Briar, como si él no lo supiera.

—Pero a él no lo convencerás de eso.

Briar cerró los ojos con fuerza y hundió la cabeza en la almohada, y su aroma cálido y agradable hizo que quisiera abrazarla con fuerza por siempre.

—No tendré que convencerlo, si se lo demuestro.

—Eres una tonta. Siempre lo has sido.

—Mejor ser tonta y estar viva que…

—¡Madre! —dijo él.

Briar abrió los ojos.

—¿Qué?

—¡Madre!

Lo oyó de nuevo. Briar torció el cuello para apartar la cabeza de la almohada, y la alzó.

—¿De qué estás hablando?

—Madre, soy yo.

Le pareció como si atravesara un túnel, a causa de la velocidad y de la sacudida con la que despertó. La estaban arrastrando de una cálida oscuridad hacia algo más frío, más feroz, e infinitamente menos confortable. Pero había una voz al otro lado, y gateó hacia ella, o cayó, mientras trataba de alcanzarla.

—¿Madre? Mierda. ¿Madre? ¿Madre? Vamos, despierta. Tienes que despertarte, porque no voy a poder cargar contigo, y quiero salir de aquí.

Briar rodó hasta quedar boca arriba y trató de abrir los ojos, y entonces comprendió que ya estaban abiertos, pero que no podía ver. Todo el mundo estaba borroso, aunque una luz parpadeaba a su derecha, y por encima de ella se erigía una sombra bien definida.

La sombra decía, una y otra vez:

—¿Madre?

Y el terremoto de sus sueños rugió de nuevo, o quizá solo era que él la estaba sacudiendo. Las manos de la sombra sostuvieron sus hombros y la agitaron de un lado a otro hasta que le crujió el cuello, y dijo:

—Ay.

—¿Madre?

—Ay —dijo de nuevo—. Para. No sigas con… Para.

Cuanto más clara era su visión, más la acompañaba una sensación de quemazón, y otra de humedad sobre su mejilla. Tocó la herida con la mano, y, cuando la retiró, estaba mojada.

—¿Estoy sangrando? —le preguntó a la sombra. Después, dijo—: Zeke, ¿estoy sangrando?

—No demasiado —dijo él—. No tanto como lo hice yo. Solo estás magullada. Hay sangre por toda la almohada, pero no es nuestra, así que me da lo mismo. Vamos. Levántate. Venga.

Zeke colocó el brazo bajo su madre y la levantó de la cama, que estaba tan blanda como sugería su sueño. La habitación también era la misma, de modo que debía de haber estado despierta al menos a ratos. Pero estaba sola, a excepción del muchacho, que tiraba de ella y la obligaba a ponerse en pie.

Sus rodillas chocaron entre sí. Se puso en pie, apoyándose en Zeke.

—Eh —dijo—. Zeke. Eres tú. Eres tú, ¿verdad? Estaba teniendo un sueño rarísimo.

—Soy yo, vieja loca —dijo Zeke con afecto y un gruñido—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿En qué estabas pensando para venir a este lugar?

—¿Yo? Espera. —Por mucho que hiciera que la herida de su cabeza le doliese aún más, agitó la cabeza y trató de aclararla lo bastante como para protestar—. Espera un momento, estás apropiándote de todas las cosas que iba a decir. —Lentamente al principio, y después de improviso, comprendió—. Tú. Eres tú, niño estúpido. Tú eres el motivo por el que estoy aquí.

—Yo también te quiero, mamá —dijo Zeke con una sonrisa tan amplia que apenas pudo pronunciar las palabras.

—Pero te encontré, ¿no?

—Más bien te he encontrado yo, pero ya lo discutiremos más adelante.

—Pero he venido a buscarte.

—Lo sé. Ya hablaremos de eso. Antes, tenemos que salir de aquí. La princesa nos está esperando. En algún sitio. Creo. Deberíamos ir a buscarla, y a ese tal Jeremiah.

—¿La qué? ¿Quién? —La herida de su mejilla le escocía, y se preguntó si quizá se había equivocado con respecto a su estado y estaba soñando después de todo.

—La princesa, la señorita Angeline. Ha sido de gran ayuda. Te gustará. Es muy lista. —Zeke soltó a Briar y dejó que se mantuviera en pie por sí sola.

Briar se tambaleó, pero no cayó.

—Mi arma…, ¿dónde está? —dijo—. La necesito. Y también tenía una bolsa. Tenía algunas cosas. ¿Dónde están? ¿Se las ha llevado?

—Sí, se las llevó, pero las he recuperado. —Zeke le ofreció el rifle y la bolsa; prácticamente se los puso en las manos—. Tendrás que encargarte tú de esta cosa, porque yo no sé dispararla.

—Nunca te enseñé.

—Ya me enseñarás otro día. Vámonos —ordenó Zeke, y Briar quiso reírse, pero no pudo.

Le gustaba el aspecto que tenía, aunque pareciera frenético y lo intentara controlar todo, aunque la tratara como a una niña mientras se recuperaba. Alguien le había dado ropas limpias, puede que un baño.

—Estás muy limpio —dijo Briar.

—Ya lo sé —dijo Zeke—. ¿Cómo estás? ¿Estás bien?

—Sobreviviré —le dijo Briar.

—Más vale. Parece que eres todo lo que tengo.

—¿Dónde estamos? —preguntó Briar, dado que Zeke parecía estar más al tanto de la situación que ella—. ¿Estamos… bajo la estación? ¿Dónde me ha encerrado ese bastardo mientras dormía?

—Estamos bajo la estación —confirmó Zeke—. A dos niveles por debajo de la gran sala llena de luces en el techo.

—¿Hay otro nivel por debajo?

—Uno por lo menos, puede que más. Este sitio es un laberinto, mamá. No te lo creerías. —Se detuvo ante la puerta y la abrió rápidamente, y después miró a un lado y a otro del pasillo. Extendió la mano y dijo—: Espera. ¿Oyes eso?

—¿Qué? —preguntó Briar. Fue junto a él y dejó que escuchara con atención y entrecerrara los ojos mientras ella comprobaba el rifle. Aún estaba cargado, y dentro de la bolsa todas sus pertenencias parecían seguir en su sitio—. No oigo nada.

Zeke escuchó de nuevo y dijo:

—Puede que tengas razón. Me pareció haber oído algo, pero ya me he equivocado antes. Hay un ascensor al otro lado del vestíbulo, por allí. ¿Lo ves?

Briar torció la cabeza y dijo:

—Sí. Ese, ¿verdad?

—Sí. Iremos corriendo hacia allí. Tenemos que hacerlo; si no, Yaozu va a cogernos, y no queremos que eso pase.

—¿Ah, no? —Briar no quiso que sonara como una pregunta, pero se estaba recuperando lentamente, y de momento era la manera más sencilla de participar en la conversación. Además, estaba tan contenta de verlo que lo único que quería hacer era tocarlo y hablar con él.

A lo lejos oyó un disparo, uno pesado y sonoro, el de un rifle, no de un revólver. Otros disparos le respondieron, balas procedentes de un arma más pequeña capaz de disparar más rápido.

—¿Qué está pasando? —preguntó.

—Es una larga historia —replicó Zeke.

—¿Adónde vamos?

Zeke tomó su mano y la guió hacia el pasillo.

—A la torre Smith, donde atracan los dirigibles.

Un recuerdo se abrió paso en la mente de Briar mientras seguía las frenéticas pisadas de su hijo.

—Pero aún no es martes, ¿verdad? No puede ser. No podemos salir de ese modo, no creo que sea buena idea. Deberíamos regresar a las criptas.

—Pero sí podremos salir de ese modo, por la torre —prometió Zeke—. Jeremiah me ha dicho que hay naves allí.

Briar se soltó del brazo de su hijo, que trataba de sujetarla, cuando llegaron al ascensor. La rejilla de hierro era la misma del ascensor que Briar había tomado para bajar; la hizo a un lado y empujó a Zeke a la plataforma. Cuando ella misma subió, y tras cerrar la puerta, dijo:

—No. Tengo que ir a ver a Lucy. Tengo que saber si está bien. Y además…

Sonaron más disparos, algo más cerca.

—Y además, ahí arriba está ocurriendo algo horrible. —Giró el Spencer sobre el hombro y lo empuñó mientras el ascensor se elevaba hacia el siguiente piso—. Deberíamos bajar aquí. Será mejor que no nos acerquemos más, a menos que sea necesario.

—Probablemente solo sean podridos —dijo Zeke, y trató de hacer que su madre se quedara en la plataforma, a pesar de que seguía sosteniendo la compuerta abierta—. Pero no podemos marcharnos aún. ¡Puede que la princesa esté ahí arriba!

—No lo está.

Briar apuntó con el rifle a una mujer pequeña de brazos delgados y cabello largo y gris que llevaba una cuerda atada a la muñeca. Parecía nativa, aunque Briar no habría sido capaz de asegurar de qué tribu procedía, y llevaba un traje azul de hombre con un abrigo y pantalones que le quedaban demasiado grandes.

Se sujetaba el costado. De entre sus dedos caía sangre.

—¡Señorita Angeline! —Zeke corrió hacia ella.

Briar bajó el rifle, y después cambió de idea y lo empuñó de nuevo, preparada por si llegaban problemas de cualquier otra dirección. Después de todo, estaban en mitad de una amplia habitación llena de puertas, todas ellas cerradas. No había nada que indicase que esta era distinta de las otras, o que cumpliera un propósito diferente. Estaba prácticamente vacía, a excepción de un montón de maderos apilados contra el muro y varias sillas amontonadas las unas sobre las otras y abandonadas en un rincón acumulando polvo.

—Señora —preguntó Briar por encima de su hombro—, ¿necesita ayuda?

La respuesta fue francamente impaciente:

—No. Y no me toques, chico.

—¡Estás herida!

—Es un arañazo, aunque me ha arruinado el traje nuevo. Eh —le dijo a Briar, tocándola el hombro con un dedo huesudo—, si ves a un chino calvo con un abrigo negro, dispárale entre los ojos por mí. Eso me haría muy feliz —dijo.

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