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Authors: Federico Axat

Tags: #Intriga, #Terror

Benjamín (35 page)

Un sonido, en algún lado.

Se volvió de repente, en dirección a lo que suponía que había sido una voz. Pero no había nadie, sólo la habitación vacía. Respiraba con dificultad.

Haz lo que no debes y no dudaré en pincharte el ojo como si fuera una yema de huevo.

No creas que
necesito
todo lo que tienes.

Sus ojos se toparon con las fotografías enmarcadas en una de las paredes. No se suponía que se acercara a ellas, en primer lugar porque él no debía estar allí, y mucho menos con un cuchillo.

La primera fotografía mostraba a Robert, delgado y con una cabellera abundante, sonriente mientras sostenía por la cintura a una

Andrea de un metro veinte, de cuerpo larguirucho y cabello enmarañado. Ambos llevaban sobre sus cabezas unas orejas de cartón como las de Bugs Bunny.

Las cartas del conejo…

Pasó rápidamente a dos fotografías con sendos rostros sonrientes. La siguiente mostraba a Danna, alzando en brazos a un niño. Sonriéndole.

La siguiente tenía lugar en la playa. La familia completa. Incluso Mike, con la mujer con la que iba a casarse en poco tiempo. Robert hacía gracias a la cámara: tenía su brazo doblado en ángulo recto haciendo alarde de su musculatura. Ben, de seis años, colgaba del brazo; llevaba un gorro para protegerse del sol y presentaba un aspecto particularmente pálido. Más allá aparecía Andrea, con los brazos cruzados y los labios fruncidos, y junto a ella Danna, con una figura digna de…

¡Una puta!

Se volvió. La habitación seguía vacía y el sol oculto. No vio a nadie, no oyó a nadie. Un ronroneo constante palpitaba desde algún sitio lejano, pero era imposible encontrarle algún significado, si acaso lo tenía. Dirigió de nuevo su atención a la fotografía de la playa.

Había una historia detrás de aquel momento congelado en ese cuadrito de bronce. Le habían pedido a un turista italiano que les tomara la fotografía. Al devolverles la cámara, el hombre hizo un comentario acerca de la palidez de Ben, tras lo cual Danna se acercó al niño y le preguntó si se sentía bien. Él dijo que se sentía mareado y ella comenzó a regañar a Robert por haber estado tirándole de los brazos apenas media hora después de comer… y fue entonces cuando el almuerzo que había estado en el estómago de Ben pasó a estar, en un abrir y cerrar de ojos, sobre el hombro derecho de Danna. Buena parte se introdujo dentro de su traje de baño, lo cual hizo que la mujer profiriera un grito, dejara a su hijo en manos del turista italiano y se lanzara en dirección al mar.

Se apartó de la pared y dio media vuelta. Como si un director de cine dirigiera los acontecimientos, el sol se dejó ver en el exterior y los haces luminosos barrieron nuevamente la habitación. Vio la cama.

La voz distante había desaparecido. Sólo quedaba el silencio que precedía al sueño.

Y entonces un sonido infernal se dejó oír en toda la casa.

¿El teléfono?

5

Frente al volante del Toyota, detenido en el aparcamiento del
Carnival News,
Robert cogió el móvil y mantuvo presionado el uno, activando la marcación automática a su casa. Sostuvo el aparato junto a su oído mientras aguardaba que alguien respondiera, pero nadie lo hizo. Sabía que aquél era el día libre de Rosalía, pero Danna
debía
estar en casa.

Repitió la llamada, con el mismo resultado.

Tu mujer te engaña. Todo el mundo lo sabe.

¿Se estaba volviendo un paranoico a tiempo completo?

Mejor no responder.

Danna asistía a clases de pintura dos veces por semana, y las dos correspondientes a la actual ya habían tenido lugar. Eso dejaba el gimnasio como única opción. Y Robert sabía lo que haría en ese instante: iría precisamente allí a echar un vistazo. Sabía que era una locura, que Danna podía estar en el centro comercial, en casa de Rachel o en cualquier parte. Que no estuviera en casa no significaba nada. Pero entonces no tenía nada que perder con visitar el gimnasio, ¿verdad? Claro que no. Averiguaría si su mujer había asistido o no, y en caso de no encontrarla allí, esa noche, dejando deslizar la pregunta al pasar, le preguntaría a Danna dónde había estado…

Y entonces se sentiría deseoso de oír la respuesta.

Estás loco. Si piensas así de ella, entonces tienes que replantearte las cosas, amigo.

Podía ser. A esas alturas era poco lo que podía sacar en claro en cuanto a sus sentimientos. Alguien había tenido la deferencia en los últimos días de coger su vida, colocarla en uno de esos vasos metálicos en los que se preparan los cócteles y luego lo había agitado toda la jodida noche.

¡Salud!

Robert no era estúpido, sabía que lo que pensaba hacer sólo empeoraría las cosas, pero tenía que hacerlo. Necesitaba comprobar que Danna no estaba en el gimnasio y esperar a la noche para hablarle. Encendió el motor y aceleró. Quince minutos después, el Toyota pasaba por delante del gimnasio Excerside. Robert avanzó con lentitud en busca del Escort de Danna, pero no lo vio. Sabía que aquello no probaba nada, por lo que se dijo que no tendría otra alternativa que entrar y preguntar por ella.

Eran las cinco y veinte. Decidió esperar fuera media hora antes de entrar. Se colocó donde supuso que no sería visto con facilidad y esperó. Una parte de su mente se programó para lo que sucedería; esperaría el tiempo estipulado, y luego entraría para confirmar que Danna no había asistido al gimnasio ese día.

Mientras jugaba al detective, su cabeza rememoró su visita a Union Lake del día anterior. El recuerdo vívido de Ben jugando con las arañas se presentó con un grado de realismo extraordinario. Era curioso cómo había sido necesario que algo tan horrible como la muerte de Ben hubiese tenido lugar para que se dispararan en él ese tipo de recuerdos. Normalmente no pensaba mucho en el pasado. En su vida, cada instante de felicidad se desvanecía cuando nuevos instantes frescos venían a ocupar su lugar; luego venían otros y otros… Claro que ahora sabía que algún día el crédito de instantes felices se interrumpía; y cuando esto ocurría, entonces era necesario echar mano a los instantes felices del pasado.

Cuando miró su reloj por segunda vez, con el rabillo del ojo captó una figura saliendo del gimnasio. Dirigió su atención hacia ella, pero incluso antes de hacerlo supo que era Danna. Reconoció de inmediato sus pantalones de gimnasia rojos.

Apenas pudo dar crédito a la visión. Había estado tan seguro…

Asía el volante con fuerza; se sentía estúpido.

Golpeó el volante con ambas manos. Tenía que olvidarse del mensaje. Puso en marcha el motor y aceleró. Dejaría que Danna llegara a la casa y luego lo haría él. Por la noche hablaría con ella, como había previsto, pero no le lanzaría una batería de preguntas. No señor. Tenía claro lo que haría: aceptaría hacer el viaje a Pleasant Bay.

6

Benjamin despertó de su letargo. Había sido una suerte que el teléfono sonara justo en ese momento. Salió de la habitación del niño, cerró la puerta tras de sí y se desplazó como un bólido hacia la de Danna.

No le llevó ni siquiera un minuto cumplir con lo que debía hacer allí.

Cuando regresó al desván, temblaba.

7

Danna no tenía la costumbre de ducharse en el gimnasio. Era lo primero que hacía tan pronto llegaba a casa, y esta vez no sería la excepción. Se dirigió a su habitación en busca de algo de ropa para cambiarse: eligió un vaquero holgado y una camiseta blanca. Algo cómodo, se dijo. Dio media vuelta para marcharse cuando algo llamó su atención. Aquél era el día libre de Rosalía; la cama debía estar deshecha y, sin embargo…

Alguien la había estirado.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Retrocedió inconscientemente sin medir la distancia que la separaba del mueble a sus espaldas. Chocó con él, pero no le importó; ni siquiera se dio cuenta de ello. La ropa cayó al suelo, aterrizando en silencio. Su rostro se deformó, pero no gritó.

Lo que vio sobre la cama la desencajó. Fueron instantes de incertidumbre y horror. Dispuestas en abanico había una serie de cartas; diez en total, aunque no las contó. Eran antiguas. Cada una mostraba un conejo sonriente y una letra diferente. El mensaje se formó en su cabeza sacudiéndola con fuerza: D SALLINGER.

8

Danna Green engañó a su marido en dos ocasiones.

La primera no pasó de algunas llamadas con un empleado del banco del que ni siquiera recordaba su nombre. Se habían visto un par de veces, suficientes para advertir que el empleado bancario tenía el cerebro vacío y, lo que es peor, de haber tenido voluntad de llenarlo de ideas, no hubieran entrado demasiadas. No es que Danna buscara liarse con Einstein, pero el sujeto en cuestión, con su manía de llevarse la mano a los genitales cada cinco minutos y reír como un adolescente, tampoco constituía una alternativa tentadora. El episodio con el bancario tocagenitales fue efímero y soso, de manera que ni siquiera contaba como una infidelidad.

El de David Sallinger, sin duda alguna, sí.

De joven, Danna no había sido amiga del deporte, siempre había sido reacia tanto a practicarlo como a mirarlo. Su metabolismo le permitía comer lo que quisiera en la cantidad que deseara, aunque la comida no era una debilidad para ella y rara vez se extralimitaba. Esto le permitía mantener su físico en buen estado sin necesidad del bendito deporte, dietas ni pastillas, que eran moneda corriente entre sus amigas. Tener una buena figura no representó en la joven Danna una asignatura que atender; la tenía, y lo sabía.

Mantuvo su figura incluso después de casarse y de sus dos embarazos. Su cuerpo seguía los cambios lógicos de la edad; ridículo sería pretender la silueta de una muchacha de dieciocho a los treinta y cinco. No obstante, aún a esa edad seguía manteniéndose en forma.

Todo cambió cuando fue acercándose a los cuarenta. No fueron cambios radicales, pero Danna comenzó a sentir que si quería dilatar lo que en algún momento era inevitable que ocurriera, debía ocuparse de su cuerpo. Su cadera se había ensanchado, al igual que sus piernas, y la dureza de sus músculos no era la misma. Fue entonces cuando comenzó a darle vueltas a la idea del gimnasio. Verse a sí misma tirando de una máquina con pesas, o haciendo contorsiones en el suelo, le resultaba risible; no tenía idea de lo que era una rutina de ejercicios físicos simplemente porque nunca había seguido una. Sin embargo, se permitió hablar del tema con Rachel, que desde hacía unos años no perdía oportunidad de realzar las bondades del bendito gimnasio.

Poco tiempo después, se vio entrando en las instalaciones de Excerside
,
mirando a su alrededor como si se tratara del interior de una nave espacial. La atmósfera cálida y húmeda que tan familiar le resultaría en el futuro no le causó una buena impresión inicial, y el golpeteo de las pesas al chocar unas con otras directamente la molestó. Mientras se inscribía y desfilaban a su lado muchachas con cuerpos endurecidos envueltas en trajes de colores, pensó que aquello no era para ella. No había sido una buena idea ir, se dijo en ese momento; pero ya estaba allí y probar no le costaría nada.

Pero resultó que le gustó.

Se adaptó con rapidez al funcionamiento, y no tardó en arrastrar a Robert, que asistió en alguna ocasión, aunque resultó evidente que sólo lo hizo para complacerla. Danna encontró en la rutina de ejercicios una manera de desconectarse de su vida cotidiana, de poner la mente en blanco, y los resultados se vieron prácticamente de inmediato. Al cabo del primer mes, sentía su cuerpo más firme y el espejo no tardó en revelarle que el ejercicio rendía sus frutos.

A medida que el tiempo pasaba, fue conociendo nuevos ejercicios y modificando las actividades según sus ganas de cada día. Si alguien le hubiese dicho unos años antes que ella sabría que tal o cual ejercicio era preferible frente a otro, lo hubiera mirado como a un loco. Pero allí estaba de todos modos, interesándose por conocer las ventajas de cada máquina, las zonas del cuerpo que ejercitaba y cuántas repeticiones del ejercicio era conveniente hacer.

Cuando uno de los instructores con el que Danna había adquirido cierta confianza se marchó un buen día por un trabajo en Rochester, ya poseía suficientes conocimientos para manejarse sola. El instructor que lo reemplazó, más joven que su antecesor, no despertó en ella precisamente simpatía, por lo que se limitó a ignorarlo. Dotado de un físico ciertamente admirable, el fulano se comportaba como alguien que observa el mundo desde un escalón superior. Danna no intercambió una sola palabra con él hasta dos meses después de conocerlo.

La conversación se inició casualmente, casi sin querer. David (para ese entonces ya sabía su nombre) se limitó a explicarle ciertos detalles del uso de la bicicleta estática y le brindó información adicional sumamente útil. Lo hizo con seriedad, evidentemente interesado en hacer bien su trabajo; como un maestro de escuela ante un grupo de niños.

Danna no tardó en hacerle una nueva consulta unos días después. A esa siguieron otras, y más adelante las conversaciones nada tenían que ver con la gimnasia. Danna consideraba interesante la mentalidad del joven, aunque no tanto como su cuerpo fornido y fibroso, el cual despertó de inmediato en ella una atracción innegable. Durante el día sus pensamientos se lanzaban recurrentemente en pos de
su instructor
. Creía advertir que él la observaba de un modo que ella consideraba algo más que corriente, no era estúpida; lo que no podía saber era que se había convertido en el foco de las fantasías de David Sallinger.

Un mes después llegó la invitación formal para ir a su apartamento. Sallinger fue directo y le dijo que podrían conversar un rato o hacer lo que quisieran, y ella aceptó de inmediato. En ese primer encuentro en efecto hicieron lo que quisieron, que distó mucho de mantener una conversación. Danna nunca experimentó una comunión física tan perfecta como la que existió con David. En aquel primer encuentro y en los que siguieron, permitió dejarse llevar por sus fantasías, sus deseos íntimos, los que estaban fuera de su cama matrimonial. El sexo con Sallinger seguía un patrón desconocido para ella, una danza febril que se iniciaba con besos y frases al oído, y que desembocaba forzosamente en desenfreno. Nunca hubo violencia entre ellos, al menos no en el sentido literal, pero cuando Danna hundía sus uñas en la espalda de David y arañaba su piel, éste sonreía y respondía tirando del cabello de ella casi al punto de arrancárselo.

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