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Authors: Alvaro Ganuza

Romance Extremo (26 page)

-Buenos días, colega. Espero no haberte despertado.

Gruño como respuesta.

-Se me ha jodido el coche, tío, no me arranca y no sé que cojones le pasa. ¿Puedes recogerme de camino a la comisaría?

Me froto la cara para espabilarme un poco y asiento.

-Sí, claro. En media hora estoy ahí.

-Guay, tiempo suficiente para que llegue la grúa y se lleve el maldito coche al taller.

-Venga, ahora te veo.

Cuelgo y salto de la cama para correr a la ducha. Me urge una... y de agua bien fría.

Muevo el cursor por la pantalla de mi ordenador y cliqueo sin ton ni son, sin ni siquiera percatarme de lo que estoy haciendo.

-¡Hey, baile de san vito!- dicen golpeándome en el hombro sano.

Detengo todos mis movimientos y me giro hacia Pablo, que me observa sentado sobre mi mesa.

-Dime.

-¿Qué te pasa que estás como ido?- curiosea.

-¿Ido? ¡Que va!

Vuelvo la vista a la pantalla del ordenador y empiezo a cerrar y anular todas las ventanas que he ido abriendo sin ser consciente.

-¿Cómo está tu brazo?

Miro mi hombro izquierdo y observo la pequeña porción de esparadrapo que asoma bajo la manga de mi camiseta gris.

-Bien.- asiento.- Con ganas de quitarme los puntos.

-¿Tienes el informe preparado?

-Eh... sí.- contesto buscándolo.

Cuando doy con él, lo reviso por última vez e imprimo. Me deslizo con la silla hasta la impresora que hay a mis espaldas, cojo el papel y rubrico para después tendérselo a mi amigo y compañero.

-¿Se lo das al comisario? Tengo que hacer un recado.

-¿Un recado?- pregunta sonriente.

Arqueo una ceja dándole a entender que, aunque sé que sabe que es una excusa, no pienso darle más detalles.

-Claro.- asiente cogiendo el informe.- Pero, vuelves pronto, ¿no? Te recuerdo que tenemos acción.

-Estaré de vuelta en una hora.

Apago el ordenador y me levanto de la silla cogiendo la cazadora marrón de piel. Tengo más, pero ésta es mi favorita.

Atravieso la comisaría y cuando llego a los ascensores, busco en mis bolsillos el papelito.

-Gabriel.

Me doy la vuelta y veo a Lara que se acerca a paso ligero.

-Acosta.- digo serio.- ¿Qué quieres? No tengo tiempo.

Ella resopla y cuando está frente a mí, se cruza de brazos.

-Joder, Gabriel, deja ya esa frialdad conmigo. Lo siento, ¿vale? Metí la pata y no volverá a ocurrir. Solo quiero pedirte perdón por mi comportamiento.

Inspiro y asiento conforme suelto el aire lentamente.

-De acuerdo, disculpas aceptadas. Ahora tengo que irme.

Entro en el ascensor y cuando las puertas se están cerrando, Lara me sonríe y se despide con la mano.

-Hasta luego.

Asiento una vez como respuesta, y mientras desciendo al parking de la comisaría, saco el papelito del bolsillo, lo desdoblo y leo la dirección que apunté antes.

Recorro lentamente la calle del Pintor Murillo en Alcobendas y aparco mi Giulietta blanco junto a un pequeño parque, frente al numeroso grupo de adosados donde residen Felipe Aguado y esposa, abuelos de Victoria.

Observo las lujosas viviendas sin bajar del coche, a través del retrovisor, y mi corazón se desboca al cruzar por mi mente la idea de que Victoria pueda encontrarse ahí. Pasados varios minutos contemplando la casa, decido salir y acercarme.

El adosado está francamente bien cuidado y parece recién construido. Cuenta con dos pisos más la buhardilla y es de ladrillo caravista con los tejados en pizarra.

Llego a la barrera metálica roja y cuando estoy a punto de llamar al timbre, la puerta de la casa se abre y sale un hombre, que si se trata del abuelo de Victoria, es más joven de lo que esperaba.

Espigado y con el pelo grisáceo, pero no aparenta más de sesenta años. Viste un pantalón de tela oscuro, jersey de lana y abrigo largo, y su postura, recta y erguida, da a entender que es un hombre de carácter. Me recuerda mucho a Bruno.

Baja con garbo las escaleras y cuando me ve, se detiene.

-¿Puedo ayudarle en algo?- pregunta.

Hasta su tono de voz me recuerda a Pomeró.

-Buenos días, ¿es usted el señor Aguado?

El hombre frunce el ceño y se acerca un par de pasos.

-¿Y usted quién es?- curiosea.

-Me llamo Gabriel, señor, y soy un buen amigo de su nieta Victoria.

Se acerca más a la barrera y entonces aprecio el azul casi cobalto de sus ojos, parecidos a los de su nieta.

-¿Amigo de qué?- se interesa.

¡Joder! Si no fuera porque soy policía, juraría que me está haciendo un interrogatorio.

-Del verano pasado en Valencia.

Me mira de arriba abajo y contrae el gesto.

-No me gusta la compañía que tiene mi nieta y no me gusta que vengan a mi casa. Haz el favor y márchate.

Me da la espalda y se dirige a su garaje.

-Señor, yo no soy como el resto de los que rodean a su nieta.

-¡Eso dicen todos!- gruñe sin detenerse.

-¡Soy policía!- elevo la voz.

Felipe se detiene de golpe y se gira de nuevo hacia mí.

-¡Ahora sí que debes marcharte, largo de aquí!- exclama levantando el brazo.

Gruño, tenso la mandíbula y pulso el timbre varias veces.

-¡Victoria!- grito.- ¡Victoria!

Felipe se acerca rabioso, con la intención de sacarme a patadas si hace falta, aun sabiendo que soy policía.

-¡¿Es que no me has oído?!- bufa cabreado.

-¿Qué pasa ahí?

Los dos miramos hacia la entrada de la casa y veo la silueta de una mujer. Por un momento se me para el corazón, hasta que la mujer sale de la oscuridad de la residencia y veo que no es ella.

-Felipe, ¿qué ocurre?- pregunta.

-Nada, vuelve a casa.

La mujer lo ignora y desciende las escaleras de baldosa de barro, para acercarse.

Al igual que el marido, tendrá alrededor de los sesenta años, pero bien conservados. Media melena y morena como la nieta, delgada y bajita, y viste una falda marrón hasta las rodillas con una camisa blanca de manga hasta el codo. Su rostro, poco arrugado con los años, delata un carácter afable y cándido, y su mirada castaña transmite dulzura.

Saco la mano del bolsillo trasero de mis vaqueros y la cuelo entre los barrotes de la puerta, extendiéndola hacia ella.

-Buenos días, señora. Me llamo Gabriel y soy amigo de Victoria.

La buena mujer, haciendo caso omiso al malestar de su marido, me la estrecha cordial sin dejar de mirarme a los ojos.

-Buenos días, joven. Soy Aurora, abuela de Victoria.

-Mucho gusto.- le digo.- Quiero hablar con su nieta.

-Aurora, es policía.- gruñe Felipe.- No le vayas a contar nada.

-¡Calla, ogro, más que ogro!- reprende la mujer.- ¿Es que no ves la cara de enamorado que tiene?

Sonrío a Aurora y juraría que hasta me llego a ruborizar un poco. ¿Tanto se me nota?

-Lo que me faltaba, un policía en la familia.- murmura el hombre.

-Anda, vete, que vas a llegar tarde.- echa al marido.

El hombre se marcha al garaje gruñendo mientras su esposa me abre la puerta.

-Pasa, pasa.- me invita y yo accedo.- Y disculpa a mi marido, pero es que se preocupa mucho por Victoria.

-Lo entiendo, yo también me preocupo por ella.

Subimos las escaleras al tiempo que Felipe sale con el coche del garaje y me lanza una última mirada airada.

Cuando entramos a la elegante y pulcra casa, lo primero que hago es mirar al largo pasillo que tenemos delante y la sala que hay a mano izquierda.

-No la busques, no está.- dice Aurora.

La decepción me inunda completamente. Sí aquí tampoco está, ya no sé dónde buscarla.

-Se ha marchado a primera hora de la mañana a Valencia.- añade.

Miro sorprendido a la mujer y la sigo veloz hasta la cocina.

-¿Y cuándo vuelve?- curioseo ansioso.

-No lo sé. Últimamente lleva una vida que nos preocupa mucho a su abuelo y a mí. ¿Te apetece un café o algo?

-No, gracias. ¿Con quién se ha ido?

La mujer se sirve una taza y se sienta en la mesa. Yo lo hago raudo, en la silla de enfrente.

-Creo que ha ido sola, pero no estoy segura. Desde que falleció su padre...- hace un silencio para llevarse la taza a la boca y después niega con la cabeza de una forma reprobatoria.- Desapareció, no nos llamó ni siquiera para decirnos que estaba bien, que estaba viva, y de pronto aparece y nos cuenta que ha estado todo este tiempo en Italia y que se va a casar con un hombre al que no conocemos.

Cierro los ojos y aguanto la puñalada que siento cada vez que escucho eso. Más vale que no se haga ilusiones, porque no pienso permitir ese enlace.

-Entiendo que perder a un padre es muy duro, como perder a una hija.- vuelve a silenciar y suspira.- Pero quiero que vuelva mi nieta de siempre, la que me contaba todo de su vida.

Asiento y me apena ver lo triste que está. Por Victoria sé que ella es la única familia que les queda y entiendo lo preocupados que estén por ella y la protección que quieren darle.

Estiro el brazo por encima de la mesa y agarro una de sus manos.

-Yo haré que vuelva a ser la de siempre.- musito.

Aurora me mira y sonríe.

Cuarenta minutos y un café después, me despido de ella para volver al trabajo. Ha sido una conversación interesante y he descubierto algunas cosas como: que fueron ellos los que organizaron el funeral de Bruno a pesar de no haberse llevado nunca bien con él, que en dicho funeral no estuvo ninguno de sus socios o amigos como Sorel, y que Victoria recibe al día numerosas llamadas de este individuo al que Aurora nombra como... (aguanto una arcada) su prometido.

Desbloqueo el coche y cuando voy a montar, suena mi móvil. Lo saco del bolsillo interno de mi cazadora y pongo los ojos en blanco al ver que es mi madre.

-Lo siento, mamá, pero ahora mismo estoy ocupado.murmuro al teléfono según corto la llamada.

Me lo guardo y subo al coche. Arranco y vuelve a sonar el dichoso Iphone. Resoplo por lo pesada que puede ser a veces, vuelvo a cogerlo y arrugo el entrecejo cuando veo que no es ella sino un numero desconocido.

-¿Dígame?- contesto.

-Hola, ¿Gabriel?- habla una mujer.

-Sí, ¿quién eres?

-Lucía, ¿qué tal?

Agito la cabeza, perplejo.

-¿Qué Lucía?

-Oh, me ofendería, pero estoy demasiado feliz.- murmura.- Lucía Cano, amiga de Victoria. ¿De verdad no te acuerdas de mí?

Arqueo las cejas, más perplejo todavía.

-Sí, claro, me acuerdo de ti. ¿A qué se debe tú llamada? ¿Cómo has conseguido mi teléfono?

-Deja el interrogatorio, señor policía, solo llamo para invitarte a mi 25 cumpleaños.

Dejo caer la cabeza contra el asiento y parpadeo sin dar crédito. Creo que he rebasado todos los niveles de alucinación.

-¡Vaya!- suspiro.- ¿Esto es algún tipo de broma telefónica?

-¡No!- se ofende.- Es una llamada seria y formal.

-Entiende que me cueste creerlo después de meses sin hablar o contestarme con un brusco “no” cada vez que te llamaba.

-Sí, lo sé.- suspira.- Pero ya no te odio.

Estallo en carcajadas.

-Bien, eso me... tranquiliza.- contesto entre risas.

-Escucha, hoy cumplo 25 años y esta noche voy a dar una gran fiesta a la que está invitada... mucha gente.- enfatiza esto último.- Y quiero que vengas.

Me yergo en el asiento y agarro el volante.

-¿Estará Victoria?

-No sería una buena amiga si te dijera eso, pero deberías venir. Te enviaré la dirección por mensaje y no hace falta que traigas regalo.

Cuelga sin darme opción a seguir preguntando, pero ha dejado claro que Victoria estará allí. ¿Por qué ha ido a Valencia sino?

Dejo el Iphone en el asiento de copiloto y regreso a la comisaría. Esta noche tenemos acción, pero me las arreglaré para no llegar demasiado tarde a la fiesta.

CAPÍTULO 5

 

 

Corro sin hacer ruido hasta una pared de la nave, bajo un cielo oscuro que oculta las estrellas y la luz plateada de la luna apenas resplandece entre las nubes.

Armado, microfonado y con el chaleco antibalas puesto, indico a mi equipo que puede acercarse a mi posición y aguardamos a que el segundo equipo, capitaneado por Rubén, se coloque en su puesto, para dar el siguiente paso.

Espero que el operativo salga bien, porque lo hemos preparado en muy poco tiempo. Cuando Mylo me informó de la nave que Sorel suele utilizar en este polígono de Madrid, mandé a un par de compañeros para que hicieran guardia y me informaran de cualquier tipo de movimiento. Me sorprendió gratamente que en menos de dos horas llamaran para informar de la llegada de un par de camiones altamente sospechosos. Esta misma tarde han llegado otros dos.

-En posición.- dice Rubén por el micro. Por señas, indico que la mitad de mi equipo me siga y la otra mitad aguarde aquí.

Junto a Pablo, Morillas y Lara, avanzamos con mucha cautela hasta la gran puerta metálica. Pablo se coloca a la derecha de la entrada para peatones, agarrando el pomo de hierro, Morillas y Lara a la izquierda, y yo me sitúo enfrente, con el arma en alto.

-Atentos todos.- hablo por el micro.- Entramos en 3... 2... 1...

Asiento a Pablo, éste abre la puerta y accedo al interior de la nave apuntando con mi arma, mientras el segundo equipo lo hace por la trasera.

Dentro me encuentro los dos amplios trailers y un grupo de hombres, que a primera vista parecen extranjeros.

-¡Policía!- grito.- ¡Todos al...!

Los hombres se giran hacia mí, armados, y empiezan a disparar. Por suerte me da tiempo de tirarme al suelo, detrás de un palet lleno de cajas.

-¡Parece que nos estaban esperando!- informo.

Mi equipo no puede entrar, ya que está siendo asediado por el tiroteo, y yo sigo ocultándome con las cajas.

Pablo me mira desde el exterior y le indico que le cubriré para que puedan entrar. Me asomo por un extremo del palet y disparo a dos tipos que tengo a la vista y que caen heridos al suelo. Si en algo soy bueno, es en puntería.

Con el segundo equipo que ataca por la retaguardia y la otra parte del mío, que apoya cuando los cuatro estamos dentro, conseguimos que se rindan y tiren las armas.

Esposado y agarrado por un brazo, llevo a Mauricio Del Río a un furgón policial. Es un narco mexicano que aterrizó en España hace cuatro años y que estuvo presente en la reunión del hotel. Era uno de los importantes en nuestra lista y pillarlo con las manos en la masa, masa de cien kilos de coca nada más y nada menos, es un buen palo a Sorel. Veremos si “el rancherito”, como lo apodan, nos canta todo lo que sabe.

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