Authors: Alvaro Ganuza
Me cubro con la cazadora de piel marrón, ya que es primeros de febrero y la temperatura es fresquita, y camino lentamente hasta la barrera metálica para observar a través de los barrotes la gran Villa que hay al otro lado.
Sigue abandonada y cada vez se nota más. No hay rastro de vida alguna. Primer intento de encontrarla, fallido.
Resoplo y regreso al coche. Antes de montar, observo el letrero de baldosas blancas con letras doradas que hay en el muro derecho: “Villa Victoria”.
Subo, arranco y recuerdo la cantidad de veces que he entrado y salido de aquí con ella. No puedo evitar sonreír con añoranza.
-Tengo que encontrarte.
Meto primera y parto hacia la segunda intentona.
Atravieso las puertas de cristal hacia un recibidor que rezuma lujo por todos lados. Los suelos son de un brillante mármol de Carrara, blanquecino y con toques azulados y grisáceos, de los techos cuelgan exuberantes lámparas de araña de cristal y las gruesas columnas son de roca clara y delicadamente tallada, como si las hubieran traído de la misma Grecia. A derecha e izquierda de la entrada hay dos impresionantes Rolls-Royce del año catapún, expuestos como dos perfectas joyas.
Sin entretenerme, me acerco al mostrador de aluminio y sonrío a la recepcionista. La recuerdo porque no es la primera vez que vengo, pero dudo si ella lo hará.
-Soy...
-Me acuerdo de usted, inspector.- sonríe ella.
-Bien.
-¿Quiere ver al Señor Pons?
-Sí, por favor. Sé que vengo sin avisar, pero es urgente.
-No se preocupe. Ahora mismo está con un cliente, pero puede esperarle, no creo que tarde mucho.
-Vale, gracias.
Compenso la espera paseando por el recibidor y observando los cochazos de alta gama que hay. Cuando veo un Maserati Gran Cabrio negro, sonrío al recordar el día que Victoria y yo lo tomamos para nosotros solos.
Nos fuimos al monte con una generosa cesta de picnic preparada por la gran Adela y lo pasamos casi enteramente tumbados sobre la suave manta de cuadros a la sombra de un árbol, dándonos de comer mutuamente, riendo, besándonos enamorados y haciendo el amor. También recuerdo que ese día me di cuenta de lo importante que se había vuelto para mí, que tenía que verla cada día, reír con ella, besarla... Amarla día tras día, para ser feliz.
Un sonido de campanas en la recepción corta mis dulces pensamientos y hacen que mire a la entrada. Un matrimonio de unos sesenta años entran en el concesionario, elegantes y aparentemente ricos. Se acercan al mostrador de la recepción con aire esnob, como si estuvieran caminando sobre la alfombra roja de Hollywood.
-Buenos días y bienvenidos al Concesionario Luxury Pomeró. ¿En qué puedo ayudarles?- les recibe la amable empleada de mostrador.
-Buenos días.- contesta la mujer con voz aguda.- Queríamos ver coches para nuestro hijo.
-Muy bien. Un momento, por favor, que aviso a uno de nuestros comerciales.
La chica coge un teléfono del mostrador y yo sigo a lo mío. Me acerco a un impresionante Ferrari FF azul eléctrico y me inclino hacia la ventanilla para contemplar el interior de cuero.
-Una maravilla, ¿verdad?
Me yergo y veo al director del concesionario, el señor Pons, que se acerca sonriente. Es un tipo cordial que ronda los cuarenta años, moreno bien peinado, alto y delgado, y siempre luce elegantes trajes de marca.
-Señor Pons.- saludo.
-Inspector...
-Sánchez.- le recuerdo mientras nos damos la mano.
-Ah, sí, inspector Sánchez, ¿qué tal? ¿Le apetece subir?- pregunta señalando el Ferrari.
-No, no hace falta, gracias. He venido a hablar con usted.
-Bien, ¿qué le parece si subimos a mi despacho?
-Como quiera.
-Acompáñeme.
Le sigo hacia las escaleras de acero y cristal, y ascendemos al piso superior donde se encuentran los despachos de los comerciales, el suyo y el que solía utilizar Bruno. Abre la puerta y me hace pasar.
He venido un par de veces, pero siempre me sorprende lo pequeño y recogido que está. Con una ventana tras el escritorio, un par de estanterías y archivadores, ordenador y otro útiles electrónicos, y una pequeña mesa de conferencia para seis personas.
-Siéntese, por favor.
Me acomodo en la silla de cuero frente a su escritorio y él lo hace en la suya.
-Usted dirá.
Asiento, carraspeo y me yergo un poco más en la silla.
-Verá, señor Pons.
-Puedes llamarme Abel.
-Bien, Abel. Ayer vi a Victoria en Madrid.- suelto de golpe.
Su rostro es de sorpresa total, nada fingido, por lo que me doy cuenta que es la primera noticia y no sabe nada de ella.
-¿Y cómo está?- pregunta preocupado.
-No... no hablé con ella, parece que está bien. Si he venido era para preguntarte si sabías dónde podía encontrarla.
El hombre abre las manos y niega con la cabeza.
-No lo sé. No se nada de ella desde su desaparición del hospital.
-Abel.- me pongo serio y me acerco un poco más con la silla.- No te estoy interrogando, no vengo aquí como policía sino como hombre. Un hombre enamorado que necesita encontrarla.
-Lo sé.- asiente él.- Pero no sé nada ella.
Resoplo y bajo la cabeza hacia la moqueta gris oscura.
-Necesito saber que está bien.- murmuro.- Que no corre peligro. Saber de qué vive.
Levanto la vista hacia él y veo que me mira casi con compasión.
-A las dos primeras no puedo ayudarte. En cuanto a de qué vive, te puedo asegurar que su padre no la dejó descubierta.
-¿Qué pasa con la casa, con las cosas que había dentro? ¿Y con el concesionario?
El hombre se encoge de hombros.
-La casa y lo que había en ella, se ha vendido. Respecto al concesionario, estoy esperando que me llame o venga, y no sé si lo hará.
-¿Todo lo que había en la casa se ha vendido?
Abel asiente.
-¿Incluso su caballo Júpiter?
No me puedo creer que se haya desecho de él.
-A algún centro de hípica que hay por la zona, tengo entendido.
-¿Ha sido ella o hay alguien que se encarga de eso?
-No lo sé. Lo más probable es que sea otro, pero lo más seguro es que cumpla ordenes.
Resoplo, saco la cartera del bolsillo interno de la cazadora y cojo una de mis tarjetas para dejársela sobre la mesa.
-Llámame si se pone en contacto contigo, por favor.
-Lo haré.- afirma cogiéndola.
Me levanto, le estrecho la mano y me voy.
Segundo intento de encontrarla, fallido. Y encima salgo más confuso.
Camino hasta el coche buscando en la agenda del móvil el número de mi compañero y amigo, Pablo.
-¿Qué hay, tío? ¿Cómo van esas migrañas?
-¿Migrañas? ¡Ah!- exclamo al darme cuenta que es mi excusa para el día de hoy.- Bien, mejor. Necesito que me busques algo extraoficialmente.
-Tú dirás.
-Centros de hípica en Valencia. A pocos kilómetros de la capital.
-¿Vas a apuntarte a unas clases?- se mofa.
-No, te las voy a regalar a ti.
Reímos y subo al coche.
-Estoy buscando.- comenta.
-Bien.
Tamborileo en el volante mientras espero y observo el exterior del lujoso concesionario.
-Vaya, sí que debe haber gente que monta a caballo.murmura.- Hay doce centros en un radio de quince kilómetros.
-¿Doce?- alucino.- No sé, búscame los más elitistas.
-Estoy en ello.
Un Mercedes CLK plateado pasa a mi lado y se detiene a unos metros. Me sorprendo cuando veo bajar de él al mismísimo Román Sorel alias “el camaleón”, viejo amigo de Pomeró y traficante como él. Frunzo el ceño cuando entra al concesionario. ¿Qué pinta él aquí?
-Caros son todos, Gab, pero solo hay dos que tienen muy buenas críticas.
-Mándame las direcciones por mensaje.
-Ahora mismo. Por cierto, Lara ha preguntado por ti.
Cierro los ojos y apoyo la cabeza en el asiento.
-¿Qué vas a hacer con ella?- curiosea mi amigo.
-No le prometí nada, no íbamos en serio.- contesto agotado de dar explicaciones.
-Te aviso que está preguntando por Victoria a todo el mundo. Como si la estuviera investigando por su cuenta.
-¡¿Qué?!- rujo cabreado.- Por su bien, que no haga ninguna tontería o estará fuera del equipo antes de que pestañee.
-Tranquilo, yo la controlo. ¿Cómo va el tema por allí?
-Siguiendo migas de pan.- contesto.
-Bueno, así llegaron Hansel y Gretel a su casa.
-No, tío.- me carcajeo.- Se perdieron. ¿Es que no has leído el cuento?
-¿Se perdieron? ¿En serio?- pregunta dudoso.
Vuelvo a reír y meneo la cabeza. ¡Qué tío!
-Anda, envíame las direcciones y sigue a lo tuyo. Te vuelvo a llamar si te necesito.
-Te las envié casi antes de que llamaras.- se burla.
Me despido y corto la llamada, a tiempo de ver salir a Sorel del concesionario. Me agacho un poco en el asiento y le saco varias fotos, matrícula del coche incluida.
-¿A qué cojones has venido aquí, maldita rata?- gruño mientras lo veo marchar en su Mercedes.
Detengo el coche en el aparcamiento del primer centro de hípica y me bajo. Observo los vehículos que hay, los alrededores y voy hacia la entrada. Cruzo la barrera de madera y vuelvo a cerrarla. Recorro el camino de tierra hacia el edificio principal e imagino que el de su derecha, uno largo y de madera, serán los establos.
-¡Hola!- escucho a mis espaldas. Me detengo a mitad de las escaleras y me doy la vuelta. Una chica se acerca a lomos de un corcel blanco. Viste como Victoria cuando montaba a caballo, pero además lleva chaqueta oscura y casco. Se la ve muy profesional.
-Hola.- saludo y bajo para acercarme.- Busco al propietario o gerente del centro.
-¿Es policía?- pregunta sonriente.
Tendrá unos treinta años y es guapa, pero ni punto de comparación con mi Victoria.
-Sí.- contesto y le enseño la placa.- Inspector Sánchez.
-¡Oh!- se sorprende.
Baja de un salto de su caballo y se quita el casco. Luce una media melena caoba a juego con sus ojos. Coge al animal por las riendas y estira la mano hacia mí.
-Soy Malena, copropietaria de Hípica Maresme. ¿En qué puedo ayudarle, inspector?
-Me gustaría saber si de seis meses hacia aquí habéis comprado un caballo. Marrón, de unos seis años...
-No, inspector.- niega con la cabeza.- Aquí no compramos caballos. Los alumnos tienen los suyos propios y los empleados adquirimos los nuestros cuando abrimos hace varios años.
-¿Y alguna alumna nueva?
-No, que va.- sonríe ella.- Tenemos las plazas ocupadas desde hace mucho tiempo.
Mierda, aquí no es, espero que sea el segundo y no deba recorrer los doce centros de hípica.
-Vale, muchas gracias por su tiempo.
Rodeo el caballo y me dirijo a la salida.
-¡Inspector, espere!- grita la chica.
Malena se acerca corriendo, con el caballo trotando a su lado.
-Dime.
-No estoy muy segura de esto.- dice con la respiración acelerada.- Por lo que debería consultarlo con mi socio, pero alguna vez hemos guardado caballos en el establo que no son nuestros ni de los alumnos. Son de gente que viene de vez en cuando y tienen sus salidas sin nada que ver con el centro, y al mes nos pagan por el alquiler de la cuadra.
-¿En serio? ¿Y hay alguno así?- me emociono.
-Ahora mismo no sé decirle, puede que no porque sé que el establo estaba todo ocupado, pero eso le dirá mejor mi socio.
-¿Y dónde puedo encontrar a su socio?
-Ahora mismo está dando una clase. Rodee el edificio de oficinas y en la parte trasera verá la pista vallada. Lo conocerá por su gorro de vaquero. Su nombre es Adrián.
-Gracias.
Voy hacia allí a paso acelerado y con la esperanza vibrando dentro de mi cuerpo.
En la pista de tierra, un grupo de jinetes trotan con sus caballos y veo al que debe ser el monitor, de espaldas a mí sobre un caballo negro como el carbón, en vaqueros, camiseta y luciendo un gorro de
cowboy
marrón claro.
-¡Espaldas erguidas!- grita a los alumnos.
Llego a la cerca y me subo en el primer barrote.
-¿Adrián?- le llamo.
El susodicho se gira con el caballo. ¡No puede ser! Por la cara que ha puesto, él también me ha reconocido. ¡Es el baboso que iba detrás de Victoria!
Se acerca montado en su caballo, chulesco.
-¿Qué haces tú aquí?- espeta muy poco amable.
-Inspector Sánchez.- digo mostrando la placa.- ¿Podemos hablar?
-¿Inspector? ¿Eres policía?
-Sí. Y tengo que hacerte unas preguntas.
Se baja del caballo y lo amarra en la valla. Después se gira hacia los alumnos, les da unas directrices y sale del recinto cerrado.
-¿Qué quieres?- murmura cruzándose de brazos.
Viendo que él ya la conoce, iré directo al grano.
-Estoy buscando a Victoria, ¿la has visto?
-¿Qué Victoria?- se hace el tonto.
-Ya sabes de quién te hablo.
Me cruzo de brazos yo también y le lanzo una mirada de “
No me toques los cojones que no tengo paciencia
”.
-No, no la he visto.- contesta serio.- Y si lo hubiera hecho tampoco te lo diría.
Tenso la mandíbula y aprieto los puños.
-Tu socia me ha dicho que en los establos soléis guardar caballos de personas que no son alumnas.
-¿Y?
-Me gustaría saber si de seis meses hacia aquí, os ha entrado alguno.
Adrián frunce el ceño y mira a sus alumnos.
-Sí.- contesta.- Pero es de un hombre.
-Quiero verlo.
Le doy la espalda y me encamino hacia allí.
-Espera, no puedes entrar ahí.- intenta detenerme agarrándome del brazo.
Me revuelvo y me zafo de su agarre.
-¿Quieres que te detenga?- le amenazo.
Adrián no dice nada y sigo mi camino, con él detrás.
Entro casi corriendo a los establos y voy mirando las cuadras según las voy pasando. Algunas están vacías y otras tienen caballos que no son Júpiter.
-Está al fondo.- comenta Adrián.
Voy hacia allí, a la última cuadra de la derecha, y al verlo se me ilumina la cara.
-¡Júpiter!- le llamo y el animal relincha como si me conociera.
Saca la cabeza por encima del portón de madera y le acaricio divertido.
-Éste es el caballo de Victoria.- le digo a Adrián.