Authors: Alvaro Ganuza
Por Paula sé que trabaja de técnico informático en una tienda de ordenadores, pero juro por Dios que tiene pinta de todo menos de eso. De hecho, y a espaldas de mi hermana por supuesto, he investigado por si tenía ficha policial. No era el caso.
Hoy al menos se ha dignado a llevar las rastas recogidas en una coleta, pero como siempre, lleva chancletas de... no sé ni de qué están hechas, ¿de esparto? Y sí, estamos en Mayo, mes de las flores, y la temperatura es decente, pero hay que verle cuando llueve a mares.
Puede que sea muy criticón, pero tampoco me gustan esos dos piercings que lleva a cada lado de la boca, en el labio inferior. Según mi hermana Tere, cuando mis padres lo conocieron, se pasaron horas mirándoselos. Hasta lloré de la risa al imaginármelos. Y no lo pienso más, que volveré a partirme de la risa otra vez.
Cuando Tere me llamó por teléfono para hablarme de Charlie, lo imaginé como un hippie, pero no pude estar más errado. No viste como tal, a excepción de las chanclas, su físico es muy musculado y está bastante tatuado. Lo sé porque desde el primer día, lo vi casi desnudo.
El último en saludarnos aunque no por eso menos importante, es mi padre, Rafael Sánchez.
-Hola, papá.- digo abrazándole.
Mi padre es tan alto como yo, de ojos verdes como los míos, pelo corto moreno con briznas grisáceas, de la edad de mi madre y fuertecillo. Fue militar y todavía conserva una buena planta aunque ya esté retirado por problemas de cadera. La derecha la lleva de titanio y gracias a Dios y a los médicos, está como un chaval.
-¿Qué tal, hijo?- me pregunta.- ¿El trabajo bien?
-Sí, muy bien. Libraba este fin de semana y he decidido venir a presentaros a Victoria.
Mis padres lo pasaron algo mal cuando me trasladaron de aquí a Madrid y no se tomaron muy bien el hecho de que fuese yo quien solicitara el traslado. ¿Por qué lo hice? Me apetecía trabajar en la capital.
Y mirando a mi pareja, ahora sé que fue lo mejor que pude hacer, aunque hayamos pasado por lo que hemos pasado.
Hago las presentaciones entre mi padre y mi chica, y sonrío feliz y divertido, cuando papá me mira mientras la abraza y me guiña un ojo en señal de “
me gusta
esta
chica para ti
”.
-Bueno, a la mesa, que se enfría la comida.- ordena mamá dando palmadas.
Mientras estábamos saludando y con ayuda de mi hermana mayor, nos han preparado el sitio en la mesa.
Igual que un perfecto caballero y bajo la atenta y anonadada mirada de las mujeres de mi familia, ayudo a Vicky a quitarse la cazadora, la cuelgo en el respaldo de mi silla y corro hacia atrás la suya para que tome asiento junto a la presidencia que ocupa papá.
-Gracias.- me sonríe algo ruborizada.
Ocupo la mía, a su lado, y le doy un rápido beso en los labios.
-De nada.
Paula sonríe, sentada frente a mí, a su izquierda está mi cuñado y a su diestra su novio. La otra presidencia la ocupa mamá y entre Tere y un servidor, se encuentra el canijo.
-Hora de jalar, todos a comer y callar.- reza papá.
Los presentes rompemos a reír y como ha dicho, empezamos a comer.
Mi padre y mi cuñado charlan distendidos con mi chica y aunque quiero meter baza y controlar que no le pregunten algo... incómodo, es imposible ya que Gito no hace más que llamarme para contarme cosas del cole y sus amiguitos. Incluso aparta la cara de la cuchara que le tiende su madre, para hacerlo.
Río casi de desesperación y Paula lo hace de diversión. Se ha dado cuenta que intento acercarme a Victoria, pero que el canijo no me lo permite.
Mi madre es una gran cocinera, excepcional, y solo he conocido a otra que es casi tan buena como ella, Adela, y digo casi porque madre no hay más que una.
Tras la comilona, banquete, ponerse las botas... llámalo como quieras, hacemos la sobremesa en el salón con unos cafelitos y pastas. Jorge se ha llevado a Gito a una de las habitaciones de arriba porque el pobre se caía de sueño. Papá, para mi gran sorpresa, está con Charlie en el pequeño escritorio del salón aprendiendo a usar el ordenador. Las mujeres, incluida Victoria, parlotean en los sofás de cosas de chicas, y yo, por mucho que intento prestar atención, el gran Morfeo ha venido a visitarme, al igual que a mi querido Gito. Sentado junto a mi chica y con una mano entre las de ella, cierro los ojos y deslizo la cabeza hasta apoyarla en su hombro.
-Gabriel, hijo, sube a tu habitación a echarte una cabezada.
-Eso. Y deja de usar a la pobre Victoria de almohada.añade Paula.
Mi chica se ríe y yo sonrío adormilado.
-Umm... no.- gruño.- Aquí estoy bien.
Me acomodo mejor en el sofá, más cerca de mi pareja, y ronroneo gozoso cuando noto su cálida mano deslizarse por el perfil de mi cara.
-Gab.- susurra, acelerando mis latidos.- Sube a echarte una siesta.
Ronroneo cual león domesticado.
-Así estás descansado para enseñarme después la ciudad.- añade.
Sonrío y oculto la cara en su cuello. Me encanta como huele. Ese perfume me recuerda a mi primer día en la Villa, cuando ella entró en la habitación para decirme que iba a salir de marcha con sus amigas, para decirme que la llamara en caso de necesitar algo. El día que probé sus dulces labios por primera vez.
-¡Me apunto a ese plan!- exclama Paula.
-Claro.- acepta mi chica entre risas, por la euforia de mi hermanita.
Pierdo apoyo y estabilidad cuando Vicky se levanta del sofá y abro los ojos todo lo que puedo, que no es mucho, para ver adónde va. Está de pie frente a mí y me tiende las manos.
-Vamos.- me sonríe.- Que te llevo a tu habitación para que duermas un poco.
Sonrío, cojo sus manos y me levanto cuando tira de mí. No puedo evitar rodearla entre mis brazos y hundir la cara en su cuello.
-¡Ohoo... que tiernos!- babea Tere.
-Anda, vamos.- ríe mi novia.
Ummm... como me gusta eso de “mi novia”, pero ansío poder llamarla “mi esposa”.
Recogemos su cazadora del respaldo del sofá y marchamos hacia el pasillo.
-¡No tardes en bajar, Victoria, que tenemos que contarte muchas cositas de Gabi!- grita Paula, jovial.
-¡Bajaré enseguida!- responde ella, divertida.
-No pienso dejar que bajes.- murmuro y Vicky estalla en carcajadas.
De paso a las escaleras, recogemos de la entrada la mochila con nuestra ropa y subimos al primer piso. Mi antigua habitación, la que siempre uso cuando vengo a casa de mis padres, está al fondo del pasillo, frente a la antigua habitación de mis hermanas donde ahora echan la siesta, cada uno en una cama, padre e hijo.
Mi cuarto está como siempre, a excepción de que ya no hay tantas cosas mías. Me veo hace veinte años jugando al scalextric sobre la alfombra o hace diez, enclaustrado en el escritorio estudiando para las oposiciones.
Entramos, cierro la puerta y observo a Victoria moverse por la habitación.
-Es bonita.- me sonríe, acercándose al armario.
Lo abre, mira el interior y deja la mochila y cazadora.
-Luego ordeno la ropa.- comenta.- Venga, a la cama.
Sonrío y voy hacia ella. La cojo entre mis brazos, la beso y la llevo hacia mi cama.
-Túmbate conmigo.- susurro junto a sus labios.
-No, que no dormirás.- contesta jocosa.- Y quiero que estés descansado para que luego salgamos.
Sus piernas topan con el colchón y acaricio su atractivo cuerpo por encima de la camiseta. Ella agarra los bajos de mi sudadera gris, me la saca por la cabeza y la arroja a los pies de la cama.
-Túmbate.- ordena seductora.
Pongo cara de cordero degollado, a la que ella responde con una risotada, y me dejo caer sobre la colcha azul, como un peso muerto. ¡Qué cómoda es mi camita!
Victoria me quita las zapatillas y calcetines, y después coloca las manos en la cinturilla de mis tejanos desgastados.
-¿Llevas?- pregunta divertida.
Sonrío y me encojo de hombros.
-Prueba a ver.
Ella vuelve a reír y mete una mano dentro de mis pantalones. Tan solo el mínimo roce de sus dedos por encima del bóxer, hace reaccionar mi adormilado miembro.
-Vas a despertar a la bestia.- jadeo calentándome.
Victoria sigue riendo y me quita los pantalones. Me cruzo las manos por detrás de la cabeza y me abro de piernas para que vea el bulto que ha provocado su tacto.
-No me provoques que estamos en casa de tus padres, con toda tu familia y un niño de tres años durmiendo en la habitación de enfrente.
-Mi mayor hobbie es provocarte.- contesto guasón.
Mi chica sonríe jovial, apoya una rodilla en la cama y se inclina hacia mí, acercando su boca a la mía mientras desliza juguetona una mano por encima de mi camiseta.
-¿Quieres que te provoque yo a ti?- musita pícara.
Exhalo y asiento conforme noto su mano bajar.
-¡Oh!- jadeo cuando esa mano juguetona se cuela dentro de mis calzoncillos y toca mi zona sexual.- ¡Victoria!
Cierro los ojos, abro la boca jadeando por sus caricias y echo la cabeza hacia atrás, de puro gozo.
-¿Te gusta?- susurra rozando mis labios con los suyos.
-¡Sí!- gimo y elevo la pelvis hacia su mano.
Tengo el pene semierecto, “morcillona” como diría Torrente, pero sus divinas y virtuosas caricias me la van a poner como una roca.
-No me hagas esto si no piensas culminar, amor.
Victoria me besa y extrae su prodigiosa mano para colarla esta vez bajo mi camiseta y acariciar mi pecho. Poco a poco y con algo de mi ayuda, me la quita y sigue con sus ardientes caricias y mimos.
Segundos después se aparta, me cubre con parte de la colcha y yo me siento abandonado y desamparado sin su cercanía y su tacto. Extiendo los brazos por encima de la colcha y miro como dobla y ordena mi ropa.
-Echate la siesta conmigo.- vuelvo a pedir.
-No tengo sueño.- sonríe.- Esta noche, a diferencia de ti, he dormido. Y muy bien además.
-Al menos túmbate a mi lado hasta que lo haga.
Deja mi ropa sobre la cómoda cajonera y se acerca. Le hago sitio y la rodeo con un brazo y una pierna cuando se acomoda contra el cabezal liso de la cama. Aprovecho para descansar la cabeza en su pecho y besar gustoso su escote. Ella me rodea entre sus brazos y acaricia espalda y pelo.
-Gracias por traerme.- susurra.
Me aferro un poco más a ella.
-A ti por venir.- respondo adormilado.
Los masajes son tan tiernos, cariñosos y relajantes, que consiguen lo que se propone. Que caiga en un profundo estado de semi inconsciencia.
Despierto por un manotazo en el brazo. Me revuelvo e incorporo un poco, y veo a Gito al lado de la cama, que me observa sonriente.
-¡Hey, colega!- murmuro atontado y me froto los ojos.
-Tito, te he ganado.
-Ya lo veo, campeón.
-¡Oye, Gito!- exclama Jorge entrando en la habitación.- Deja que el tío siga durmiendo y no le molestes.
-No, tranquilo.- contesto.- Me ha hecho un favor, sino habría seguido así hasta mañana. ¿Qué hora es?
-Las siete y media.- responde, cogiendo a su hijo en brazos.
-¡Siete y media!- exclamo y salto de la cama. ¡¿Llevo dos horas y media durmiendo?! ¿Por qué no me habrá despertado Victoria? Me visto a toda prisa, con las risotadas de mi sobrino de fondo. Le divierte verme tan acelerado.
-¿Ya ha visto Teresa ese tatuaje?- pregunta mi cuñi.
-No.- niego sonriente.
Puesta la ropa, paso por el baño para darme un aseo rápido y después bajo en busca de mi chica. Las intensas carcajadas y el bullicioso jolgorio, me dan la pista de que debo ir a la cocina.
-¡¿Pero, qué rubio era?!- se sorprende Victoria.
Frunzo el ceño y me detengo en la pared del pasillo, junto a la entrada de la cocina, para curiosear.
-Parecía extranjero, ¿verdad?- habla Paula.
-Ya lo creo.- musita mi chica.
¿De quién cojones estarán hablando?
-Pues sí, cielo.- murmura mamá.- Cuando nos íbamos a veranear, todo el mundo pensaba que Gabriel era extranjero. Además, con ese pelo largo que no se dejaba cortar.
Sonrío, suspiro y apoyo la cabeza en la pared. ¿Será posible que le estén enseñando los álbumes familiares?
-¿No se dejaba cortar el pelo?- se intriga Vicky.
-¡Ay, hija! Berreaba como si lo fueran a decapitar.
Las cuatro mujeres estallan en carcajadas. ¿Qué estarán bebiendo? Me pregunto.
-Doy fe de ello.- confirma Tere.- Odiaba que le tocaran el pelo.
-¿Y cuándo se dejó?- curiosea mi chica.
Me encanta que quiera saber de mí.
-No lo hizo.- contesta mamá.- Rafael se lo cortó una noche mientras dormía.
-¡Qué me dices!- alucina Victoria y se parte de la risa.
Yo me llevo un puño a la boca e intento amortiguar la mía. Recuerdo ese día, o mejor dicho, esa noche, muy bien. Cuando desperté y vi todo mi pelo esparcido por la almohada y la cama... pensé...
-El pobre pensó que se le había caído solo.- relata mamá sin dejar de reír.
El trío la sigue.
-Y dinos Victoria, ahora que tenemos confianza, ¿cómo te conquistó nuestro Gabi?- cotillea una descarada Paula.
Me cruzo de brazos y pongo atención.
-Bueno...- empieza ella.- Nada más verle ya me conquistó.
Sonrío y agacho la cabeza. Ella sí que me conquistó y cautivó nada más verla.
-¿Cómo os conocisteis?- pregunta esta vez, mi hermana mayor.
Me tenso al escuchar la pregunta y me preparo por si debo entrar a socorrerla.
-Pues fue un día que yo paseaba con Júpiter por un campo cercano a mi casa y él iba en coche por una carretera cercana.- relata.- Gabriel... paró en el arcén y yo me acerqué pensando que necesitaba ayuda. Me fascinaron sus ojos, su mirada.
Inspiro y exhalo tembloroso. ¡Dios, cómo la quiero!
-¿Solo sus ojos?- murmura pícara, Paula.
Y vuelven a estallar en risas.
-¿Quién es Júpiter?- pregunta mamá.
-Mi caballo.
Una mano me agarra del hombro y me vuelvo, cortando la conexión con la cocina. Papá sonríe detrás mía.
-El que escucha por los rincones, oye sus malas versiones.- refranea.
Sonrío y asiento.
-Le están enseñando fotos.
-Lo sé.- asiente papá.- Ella quería verte de pequeño. Vuelvo a exhalar, cada vez más cautivado por mi preciosa novia y con el corazón bombeando enamorado. Mi idea de traerla era esa, que me conociera realmente y conociera a mi familia.