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Authors: Alvaro Ganuza

Romance Extremo (29 page)

BOOK: Romance Extremo
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-¿Y por qué no te lo he visto antes?

Mi amigo y compañero se acerca y lo observa con detenimiento.

-¿Te has hecho un corazón alrededor de la cicatriz que te quedó?- pregunta perplejo.- Que macabro eres.

Estallo en carcajadas, me echo la toalla al cuello y tras dejar la comba en su sitio, voy hacia el vestuario dando sorbos a mi bebida isotónica.

-Te espero aquí, no tardes.- comenta Pablo.

Asiento y accedo al vestuario.

Duchadito y vestido con unos pitillos grises y una camiseta amarilla Jack&Jones, salgo del vestuario pocos minutos después. Encuentro a Pablo junto a las puertas de salida del gym, con una mano en el bolsillo trasero de sus tejanos y la otra con el móvil en su oreja. Ríe y habla, y creo saber con quién. Me cargo la mochila con la ropa de deporte al hombro y voy hacia él.

-Saluda a Lucía de mi parte.- le digo cuando llego.

Pablo se da la vuelta, frunce el ceño y me mira de arriba abajo.

-Ya está aquí, te dejo.- habla por el móvil.- Sí, luego te llamo. Un beso de parte de Gab. Vale, te quiero.

Cuelga y sonríe como un bobo enamorado.

-Otro beso de la suya.- dice.- ¿Y este cambio de look?

-No sé.- me encojo de hombros.- Me dio por comprar algo de ropa nueva. Tú también deberías modernizarte un poco más.

Le doy un tirón a su camiseta negra de GunsN'Roses y salgo del gimnasio.

-¡¿Qué tiene de malo mi ropa?!- exclama por detrás.

Recorro el vestíbulo hacia los ascensores, riéndome a costa de mi amigo y entramos en uno de ellos.

-¿Te vas este fin de semana a Valencia?- le pregunto mientras pulso la planta superior.

-No, éste me quedo.

-¿Y eso?- me sorprendo.- ¿Viene ella?

-No, tiene cosas que hacer.

Entre que soy policía y que conozco a Pablo como si lo hubiera parido, sé de sobra que algo oculta.

-¿Es que ya no te interesa como antes?- interrogo.

-No, no es eso. Lucía me tiene loco y cada vez más.

-¿Entonces que me ocultas?

Pablo me mira y veo la lucha interna en sus ojos. ¿Me lo dice o no me lo dice?

-¿Qué es, colega?- insisto.

-Este finde es la despedida de soltera.

Dejo caer la mochila del gym al suelo y trago saliva como si tragara una bola de cristales rotos, difícil de hacer y que te rasga por dentro.

-¡Ves! ¡Joder!- se molesta Pablo.- ¡Sabía que no te lo tenía que haber contado!

Me apoyo en la pared espejada del ascensor y niego.

-No, tranquilo.- musito.- Está bien.

-No, no lo está. Nada está bien desde hace un mes. Tú no lo estás y pasas los días de casa a la comisaría y de la comisaría a casa, y cuando no estás ni en la comisaría ni en casa, estás en el gimnasio dándote la paliza padre.

Las puertas se abren, recojo mi mochila y salgo del ascensor. Llego a mi mesa, tiro la mochila debajo y me siento.

-Lo siento, Gab.- murmura Pablo, apoyándose en mi mesa.- No le des vueltas, no te ralles.

-Tranquilo.- sonrío sin ganas.

Me muevo hacia un lado y arrugo el entrecejo al ver a Rubén buscando algo en su mesa. Parece desesperado y revuelve los papeles, abre los cajones, mira debajo de su mesa y se lleva las manos a la cabeza.

-¿Qué le pasa a Rub?

Pablo se gira y lo mira.

-No sé, habrá perdido algo. Oye...- susurra inclinándose hacia mí.- ¿Sabes que se rumorea que se está zumbando a Lara?

-¿Ah sí?- alucino.- Pues me alegro por ellos.

-¡Joder!- grita Rubén y se levanta de la silla.- ¡¿Quién cojones toca mi mesa?!

Toda la comisaría lo miramos perplejos.

-¿Qué ocurre, Rub?- le pregunta Pablo.

-No encuentro la puta orden de registro.- contesta.

Pablo resopla y va hacia allí para ayudarle a buscar.

Yo me recuesto en la silla, abro el primer cajón de mi mesa y cojo el móvil. Pongo los ojos en blanco al ver un par de llamadas de mi madre, pero antes de devolvérselas, abro el mensaje que tengo. Mensaje de un número que no conozco ni consta en mi agenda.

“Borra el mensaje después de leerlo. Hay un topo en tu comisaría. Bórralo!!”
Arqueo las cejas aturdido y me yergo en la silla para leerlo una vez más.

¿Qué hay un topo en la comisaría?

Levanto la vista hacia mis compañeros y los observo a todos y cada uno de ellos. Están ocupados y centrados en el operativo que tenemos esta noche. Debemos irrumpir en una finca a unos kilómetros de la ciudad, dónde sospechamos que fabrican estupefacientes bajo la orden de mi odiado Sorel.

Resoplo y niego con la cabeza. ¡Es imposible que haya un topo! Lo releo una vez más y decido llamar al teléfono que marca en el mensaje. Me llevo el Iphone al oído y aguardo.

-El número al que llama está apagado o fuera de...

Corto la llamada y salgo de los mensajes, sin borrarlo.

-Debe ser una tomadura de pelo.- murmuro y me centro en mis asuntos.

-Jefe.

Levanto la vista de mis informes y veo a Pablo y Rubén con cara de preocupación.

-¿Qué pasa?

-No encontramos la orden de registro.- dice el rubio.

-¿La de esta noche?

-Te juro Gabriel, por lo más sagrado, que la tenía encima de la mesa.- comenta Rubén.- Alguien la ha debido coger.

-Vale, te creo.- le calmo.- Preguntad al resto por si la han cogido y sino... habla con el jefe para que pida otra urgente al juez.

Rubén asiente y marcha a hacer lo que le he pedido. Yo bajo la vista a mi móvil y pienso en el mensaje. ¿Será verdad que tenemos un topo?

Apenas hay movimiento dentro de la casa y el resto de la finca parece desierta.

-¿Cómo vais por ahí fuera?- pregunto pulsando el botón del walki.

-No hay blancos a la vista, jefe.- contesta Rubén.

La finca está rodeada por hectáreas y hectáreas de terreno abierto y sin otras viviendas cerca. Vamos, un lugar perfecto para poder hacer y deshacer a su antojo.

-En la casa tampoco.- les informo.- Estad atentos.

Dejo el walki en mi regazo y sigo observando la casa.

-Parece que esta noche va a ser larga.- murmura Lara desde el asiento del conductor del todoterreno.- Menos mal que tenemos otra orden sino...

Me quito los prismáticos y la miro.

-¿Qué sabes tú de eso?

-¿Yo? Bueno...- traga saliva.- Me lo dijo Rubén.

Exhalo y vuelvo a ponerme los prismáticos. Desde que he recibido ese mensaje estoy paranoico.

-Nos estamos viendo.- añade.

-Acosta, lo que hagáis en vuestro tiempo libre no es asunto mío.

-No es nada serio.

Ya me conozco yo sus “nada serio”.

Me recuesto un poco más en el salpicadero y sigo vigilando la casa.

-¿Te has hecho un tatuaje?

-Sí.

¿Por qué todos se sorprenden? Es algo muy común en la sociedad de hoy en día y solo tengo 28 años.

Sonrío con tristeza al recordar un momento con Victoria, la vez que me dijo que aparentaba algún año más de los que tenía. Ella pensaba que tenía 25, gajes del oficio y de la identidad falsa.

-¿Puedo verlo?- sigue preguntado Lara.

Vuelvo a dejar los prismáticos sobre el salpicadero y me subo la manga corta izquierda.

-Un corazón.- murmura.- Qué bonito.

Asiento, me lo cubro otra vez y sigo con la vigilancia.

-¿Te lo hiciste... por ella?- balbucea nerviosa.

-Sí.- me sincero.- Y por mí también.

Le pedí al tatuador que me lo dibujara rodeando la cicatriz porque así imagino el corazón de Victoria, con la cicatriz que yo le causé. También imagino así el mío. Además será un recordatorio para siempre, de lo que pudo ser y no fue.

Se enciende una luz sobre la puerta de la casa y me pongo en alerta.

-Atentos.- digo por el walki.- Parece que va a salir alguien.

Y así es. Sale un hombre fuertote de unos 40 años, con la cabeza rapada y un subfusil cruzado en el pecho.

-Va armado.- aviso.

-Lo vemos, jefe.- contesta Pablo.

El hombre se dirige a la entrada de la finca y abre las grandes puertas de hierro. A los pocos minutos aparece un Jeep por el camino de tierra y entra en la propiedad.

-¿Alguien ha visto quién iba dentro?- pregunto.

-No era Sorel.- contesta Morillas.

Claro que no era él. Seguro que está en Valencia celebrando su despedida de soltero. ¡Maldito cabrón! Pero esta noche, gracias al interrogatorio de “el rancherito”, se va a llevar otro palo. ¡Uno bien grande!

-A mí me ha parecido Ramiro, el rata.- añade Collado.

-Pues preparaos.- ordeno.- Estamos a punto de entrar.

Dejo los prismáticos y la radio en el salpicadero, y cojo un chaleco antibalas de los asientos traseros.

-¿Estás lista, Acosta?

-Sí.- afirma cargando el arma.

-Pues vamos allá.

Corro agachado por el camino de tierra en dirección a la entrada, seguido por ella, y cuando estamos a punto de llegar, Esparza y Collado surgen de los setos de enfrente y se acercan a la verja para cortar la cadena que cierra la puerta. Una vez abierta, accedemos todos y nos desplegamos alrededor de la casa.

CAPÍTULO 7

 

 

Llevamos un par de semanas con muy buen ambiente en comisaría. El comisario está contento, nosotros estamos contentos, ¡todos estamos contentos! Y se debe a que en la guerra contra el narcotráfico, vamos ganando.

Tras las detenciones y la enorme incautación que hicimos en la supuesta finca de Sorel, han venido tres exitosos operativos más. Yo me alegro especialmente porque Sorel debe estar comiéndose los cojones.

Rubén, un par de compañeros más y yo, salimos del ascensor en la planta del parking.

-¿Seguro que no quieres venir a tomar una copa?- me pregunta conforme nos dirigimos a los coches.

-No, gracias. Solo quiero llegar a casa y pasarme todo el fin de semana tirado en el sofá. Nos vemos el lunes.

-¡Estás hecho un abuelo!- exclama burlón.

Me río y le muestro el dedo corazón. Después subo a mi Giuletta y pongo rumbo a casa. Por fin, tras varias semanas, dispongo de un fin de semana libre.

Bajo del ascensor en mi planta y recorro el pasillo hasta mi casa, estirándome y moviendo la cabeza de un lado a otro, destensando el cuello. Estoy agotado y necesito mi cama, ¡ya!

Llego a la puerta de mi piso, busco las llaves en los bolsillos...

-Gabriel.- murmura una conocida voz, rota.

Se me caen las llaves de las manos y me vuelvo lentamente, con el corazón aporreando mi pecho.

Victoria está sentada en las escaleras que suben a la azotea, vestida de riguroso negro (pantalón y cazadora), con el pelo suelto sobre sus hombros, los ojos rojos y las mejillas húmedas de llorar.

-Victoria.- exhalo sorprendido.- ¡¿Qué te pasa?!

Voy raudo hacia ella, pero ésta se levanta y corre a lanzarse a mis brazos. La estrujo fuerte, como ella a mí, y pego mi cabeza a la suya. Mi preciosa Victoria gimotea, tiembla y a mí me aterra que le pase algo malo.

-Victoria, por favor, dime que te pasa.- pido.- ¿Sorel te ha hecho algo?

Ella niega con la cabeza sin despegarla de mi cazadora.

Espiro algo más tranquilo, la abrazo más fuerte y hundo la nariz entre su pelo, cerrando los ojos. ¿Es esto un sueño? ¿Es real que la tenga otra vez entre mis brazos, después de dos meses sin saber de ella?

-Mi amor.- le susurro y beso en la cabeza.- Dime que te pasa, me mata verte llorar.

Victoria sorbe por la nariz y se aparta un poco, pero sin soltarme. Se aferra a mí tan fuerte como si fuera un salvavidas en pleno mar abierto.

Sus bellos ojos azules, ahora rodeados por rojo llanto, me miran fijamente.

-He... he discutido con mis abuelos y... y no sabía dónde ir.- balbucea llorosa.

Suspiro, asiento y limpio sus mejillas con mi pulgar.

-Bueno, sí.- rectifica.- Sí sabía adónde venir.

Mi pobre corazón, ése que ha estado sin vida varias semanas y que ahora late desbocado por ella, se acelera un poco más al saber que ha querido venir a verme.

-No puedo perderte, Gabriel.- solloza.- No quiero.

Vuelve a esconder la cara debajo de mi cuello y a mí me cuesta un gran esfuerzo poder tragar.

La abrazo, la acaricio, la beso en la cabeza.

-Ven.- musito sin apenas voz.- Vamos a mi casa.

Intento llevarla a mi piso, pero ella se detiene y vuelve a mirarme fijamente, con rostro de terror.

-Estoy perdida, Gabriel.- gimotea con las lágrimas corriendo por sus mejillas.- Vivo en una noche perpetua desde que perdí a mi padre y te perdí a ti.

-A mí no me has perdido.- le aseguro.

-Y ahora no sé cómo salir de ahí.- añade llorosa.- Necesito una luz, te necesito a ti. Y... Román quiere matarte.

Esa información me sorprende y tensa. ¿Que Sorel quiere matarme?

-Y yo no quiero perderte.- solloza destrozada.

La abrazo fuerte, la consuelo, pero sin dejar de dar vueltas a esa información.

-Tranquila, mi amor.- le susurro.- Vamos a mi casa.

Esta vez se deja llevar y tras recoger las llaves del suelo, abro la puerta y la guío al interior.

-¿Dígame?

-¿Aurora?- pregunto por teléfono.

-¿Sí?

-Hola, buenas noches. Soy Gabriel, no sé si se acordará de mí.

-¡Gabriel!- se alegra.- Sí, por supuesto que me acuerdo de ti.

Sonrío y abro la nevera.

-Siento molestarla...

-Por favor, muchacho, tutéame.

Río y asiento.

-De acuerdo. Siento molestarte a estas horas, solo llamaba para avisar que Victoria está aquí conmigo.

-¡¿Está ahí?!- exclama.- ¡Ay, Dios mío! ¡Gracias por avisarnos! Felipe y yo estábamos locos, buscándola.

-Pues tranquilos que está en mi casa.

-¿Te ha dicho que le pasa? Ha venido hace unas horas de Valencia y su abuelo y yo la hemos notado rara. Queríamos que nos contara, pero se ha puesto a llorar histérica y se ha marchado, sin decirnos adónde iba.

Suspiro y niego con la cabeza.

-No te preocupes, Aurora, cenará conmigo y dormirá aquí. Mañana la llevaré a vuestra casa.

-¡Ay, hijo! Gracias por estar pendiente de ella.

Trago saliva y vuelvo a negar con la cabeza.

-No me des las gracias, es lo que quiero.

-Voy a llamar a Felipe que sigue buscándola con el coche. Gracias Gabriel.

-Buenas noches, Aurora. Descansad.

Corto la llamada, me guardo el inalámbrico en el bolsillo trasero de mis skinnys tejanos y empiezo a sacar cosas del frigorífico.

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