Authors: Alvaro Ganuza
-Victoria.- musita él, con rostro ceniciento.
Lara me mira furiosa y cuando creo que me va a atacar, otro de sus compañeros entra en la habitación.
-¡Oh, Dios mío!- musita el chico.
Se acerca corriendo a Sorel y se arrodilla junto a él.
-Jaime, ¡¿qué haces?!- grita Lara, pero el chico la ignora.- ¡Barreda, Gabriel está herido!
-
Sei morto
.- murmura su compañero en italiano.
Me tenso al escucharle.
-¿Jacomo?- musito nerviosa.
El joven me mira por encima del hombro y contrae el gesto. Es él, es igual que su padre.
-¡Es el hijo de Román!- le digo a Lara.- ¡Dispárale!
Ella me mira confusa y después a Jacomo. Éste se levanta cabreado, nos apunta con su arma y yo me tumbo sobre Gabriel para protegerle.
-¡No, no, no!- grita Lara.
Chillo y boto del susto cuando escucho un disparo, y me agarro fuerte a mi inerte novio.
-Por favor, Gabriel, por favor no me dejes.- susurro contra su pecho.
Una mano tira fuerte de mi pelo hacia atrás.
-Tú tampoco te vas a librar, puta.- gruñe Jacomo.
De soslayo veo a Lara, muerta en el suelo.
El hijo de Román me levanta por la fuerza y me lleva contra una pared llena de túnicas eclesiásticas.
-Jacomo, por favor.
-¡Cállate, zorra!- gruñe.- Mi padre ha muerto por tu culpa.
Exhalo temblorosa y cierro los ojos cuando me pone el arma en la cabeza. Cuando creo que me va a disparar, me arroja con fuerza al suelo, junto a Gabriel.
-¡Mírale, está muerto!
Niego con la cabeza y me acerco. Le agarro la cara y le beso.
-¡Y ahora vas a morir tú!- ruge.
-¡Hey!- grita alguien.
Empieza a sonar un disparo tras otro, seis en total, y Jacomo cae derribado al suelo. Segundos después, tengo al novio de Lucía a mi lado.
-¡Joder!- musita.
-Le ha disparado Sorel.- sollozo.
-Déjame.
Me aparto y Pablo comprueba si tiene pulso, si respira y empieza con los masajes cardio-pulmonares.
Las lágrimas corren sin control por mis mejillas. Se ha muerto, el hombre de mi vida se ha muerto.
El resto de policías empiezan a llegar y se sorprenden con lo que ha sucedido entre estas cuatro paredes del templo religioso. Uno de ellos, el moreno que reconozco de mi intento de secuestro, me levanta del suelo.
-Lo siento, pero... quedas detenida.
Yo no puedo apartar los ojos de Gabriel, de Pablo que se esfuerza a su lado, y apenas siento que me esposa y me saca de allí.
-¡Gabrieeeeeeeel!- chillo al salir de la sacristía.
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Despierto con una sensación de ahogo, de falta de aire, y me caigo del camastro. Exhalo con fuerza sobre el frío y desconchado cemento e intento calmarme.
-¡Victoria!- se alarma mi compañera.
Sale de la cama y corre hasta mí.
-Déjame que te ayude.
Me coge de un brazo y me levanta para sentarme en la cama. Ella lo hace a mi lado.
-¿Otra pesadilla?- pregunta acariciando mi pelo.
Asiento y me cubro la cara con las manos.
-Sí, otra vez.- musito.- No entiendo porqué han vuelto, después de tanto tiempo.
-Es porque estás nerviosa, porque hoy por fin quedas libre y dejarás atrás todo esto.
Levanto la vista hacia Mariana y la sonrío con ternura. Es estupenda, no me podía haber tocado mejor compañera de celda.
Tiene 38 años, es murciana y madre de dos niñas preciosas de 6 y 8 años, y está en prisión porque la cazaron cuando transportaba en su coche, un gran cargamento de cocaína y heroína. Es un poco más baja que yo, un poco gordita, morena de pelo rizado como un caniche y unos ojos negros como el carbón. Entró en la cárcel de mujeres de Valencia al año siguiente de estar yo.
26.304 horas, es decir, 3 años y un día, es el tiempo que llevo aquí y como bien ha dicho mi compañera, hoy me dan la libertad. No veo el momento de que vengan a sacarme. A ella todavía le queda un año más.
A las siete se abren las celdas y vamos a las duchas. Por suerte estoy en un pabellón... light, por así decirlo, sin grescas entre las reclusas. A las ocho tenemos el desayuno, que siempre me hace pensar en los que me hacía Adela y que tantas mañanas rechacé. A las nueve gimnasia en el patio. A las diez, hora libre que yo empleo en la biblioteca. A las once, hora de trabajo que la pasas donde te asignen las funcionarias: lavandería, limpieza, cocina... A las doce, vuelta a la celda con pase de lista. A las doce y media, escucho el sonido de una puerta abrirse y me levanto de la cama, nerviosa. Me he cambiado el chándal rutinario por unos vaqueros y una camiseta corta granate que mi abogada, María Beso, me trajo el último día de visita, cinco días atrás.
Los pasos se oyen cercanos y miro a Mariana. Ésta me sonríe desde su camastro.
He recogido las fotos y cartas que he recibido durante este tiempo de la vida exterior. Porque la vida sigue corriendo mientras la tuya parece en
stand by
. También he guardado los pocos objetos personales que tenía en la celda, dentro de la bolsa de plástico, y la estrujo nerviosa.
Cuando la funcionaria de prisión hace acto de presencia frente a los barrotes de nuestra celda, exhalo con el corazón bombeando frenético.
-Abrid la seis.- dice por un walki-talki.
La verja empieza a abrirse automáticamente y la guardia me sonríe.
-Felicidades, Victoria, estás libre.
Me giro hacia Mariana, ella se levanta del camastro de hierro y nos fundimos en un fuerte abrazo.
-Cuidate, cariño.- me dice.
Sonrío mientras unas lágrimas resbalan por mi rostro.
-Tú también.- le pido.- Y sácate el título de secretariado y después ven a verme. Ya sabes dónde encontrarme, te daré trabajo.
-Lo haré. Te voy a echar de menos.
Le doy varios besos y salgo de la que ha sido mi “casa” durante estos tres años y un día.
Recorro el pasillo central sonriente y despidiéndome del resto de reclusas que me gritan “
felicidades
” o “
enhorabuena
” a mi paso.
Cuantas cosas he vivido aquí dentro, durante todo este tiempo. He pasado por lo más maravilloso de mi vida y lo más doloroso que jamás he tenido que hacer. De noches en vela, a un amor experimentado por primera vez, a días de lloros incontrolados... Pero todo eso ya pasó. Aunque siempre los tendré en mi memoria.
Firmo todos los formularios que debo firmar y me despido de las guardias, que se han portado genial conmigo.
Temblando de los nervios, atravieso las puertas de hierro y cristal hacia el exterior, y me detengo a mirar el cielo azul. Es extraño, pero desde dentro se ve de distinta manera.
Bajo trotando los cuatro escalones de piedra y corro hacia la esquina izquierda del centro penitenciario, hacia el aparcamiento. Al llegar, sonrío ampliamente al verlos esperándome. A Mylo y a...
-¡Tomás!- grito.
Corro hacia ellos y río con lágrimas en los ojos cuando Mylo suelta su mano y el pequeño viene hacia mí.
-¡Cariño!
Me arrodillo y le espero con los brazos abiertos.
-¡Mami!
Se lanza a mis brazos y lo abrazo tan fuerte que me da miedo hacerle daño, pero es que le he echado tanto de menos.
Me enteré de mi embarazo cuando ya estaba en prisión y a los pocos días me trasladaron al ala de maternidad. Allí pasé los nueve meses de gestación y tras dar a luz en el hospital central de Valencia un 14 de Febrero, continué en maternidad hasta que Tomás cumplió un año. Lloré a mares cuando se llevaron a mi niño porque no podía seguir dentro del centro penitenciario.
Me lo como a besos, literalmente.
-¡Mi niño, qué grande estás!
Ya tiene dos años y cuatro meses, y está tan bien cuidado como sabía que estaría. Es la misma imagen que Gabriel de pequeño, exactamente igual al de las fotos que vi en su casa. De cabello rubio como el sol y bastante largo, y unos ojos verdes hechizantes, bellísimos. Es ver a Tomás y veo a Gabriel. Y se llama así porque ese nombre representa lo mejor que me pasó en la vida, que fue conocer a Gabriel.
Lo cojo en brazos y camino hacia Mylo mientras sigo besando y acariciando a mi hijo. Cuando estoy junto a él, saca de su espalda un ramo de flores y nos fundimos en un fuerte y cálido abrazo.
A Mylo le dieron la condicional hace varios meses y nada más salir de prisión, vino a verme. Parece que por él no pasan los años, porque está tan guapo como siempre o incluso más, ahora que lleva el pelo negro más largo.
-Qué alegría, Victoria.- murmura contra mi cabeza.
-Sí.- musito emocionada.
Nos separamos y Mylo retira unas lágrimas que corren por mi rostro. Sus ojos grises también están vidriosos.
-¿Qué tal estás?- le pregunto.
-Yo bien, pero lo importante es qué tal estás tú.
-Estoy feliz.- sonrío con los ojos aguados.
Sin soltarnos, caminamos hasta su coche, un Ford Kuga azul eléctrico, y me abre una de las puertas de atrás para que acomode a Tomás en su sillita, mientras él guarda mi bolsa en el maletero.
Una vez montados, me entrega el ramo de flores y nos agarramos fuerte de la mano.
-¿Vamos?- me pregunta.
-Sí.- asiento nerviosa.
Mylo arranca el coche y yo miro a mi niño una vez más.
Dejo las flores sobre el oscuro mármol y deslizo la mano por las letras talladas, hasta la parte baja de la lápida, hasta la imagen grabada. La imagen de mi querido y adorado Júpiter.
Las lágrimas brotan de mis ojos por no poder despedirme de él, ya que falleció cuando estaba en prisión. Ahora sus cenizas descansan en la tumba con mis padres. Sorbo por la nariz, me limpio las mejillas y me levanto de la tumba para regresar junto a Mylo, que se encuentra a un metro de mí con mi hijo en brazos.
-¿Estás bien?
-Sí, es solo que los echo de menos.
Cojo a Tomás, le beso en su preciosa carita y nos mar chamos del cementerio. Mylo detiene su Ford Kuga en el aparcamiento para empleados y bajamos.
-¿Qué tal te apañas?- le pregunto mientras suelto a Tomás de su sillita.
-Buff.- resopla él.- Bien, pero me alegro que ya estés aquí para encargarte tú. No me gusta mucho estar al mando.
Río, dejo a Tomás en el suelo y cierro la puerta.
-No digas bobadas, yo no puedo hacerme cargo todavía.
Mylo abre el maletero y se pone una americana gris sobre la camisa blanca de manga corta. Los ajustados vaqueros que lleva, completan su sexy look.
-Te has sacado el título de empresariales, claro que puedes hacerte cargo.
-No es como un título universitario.- debato.- Además, lo hice porque tengo prohibido acceder a un puesto relacionado con la química.
-El concesionario es tuyo y tú serás la jefa.- finiquita.
Se encamina hacia la entrada y Tomás y yo le seguimos.
No venía aquí desde hacia mucho tiempo y me alegra ver que sigue igual de elegante y limpio: suelos de mármol, columnas de piedra, lámparas de cristal, coches exclusivos...
No paro de sonreír al ver al pequeño Tomás tan emocionado con los carísimos vehículos. Cuando llegamos al mostrador, la chica que lo atiende sonríe de oreja a oreja a Mylo. Habré estado presa, pero sigo reconociendo la atracción a kilómetros.
La chica es mona y luce un elegante traje de dos piezas, blanco marfil. Es rubia de media melena, unos 35 años y tiene unos dulces ojos castaños claros.
-Laura, ésta es Victoria.- presenta Mylo.- No sé si os habréis visto en alguna ocasión.
Siento a Tomás en el mostrado y sonrío a la chica.
-Sí, hace bastantes años.- responde ella.- Bienvenida, señorita Pomeró.
-Gracias.- respondo estrechando su mano.
Sinceramente, yo no me acuerdo de ella. Aunque tampoco venía mucho por el concesionario.
-¿Cómo va todo por aquí?- le pregunta Mylo.
Pasa detrás del mostrador con ella y ambos hablan sobre algunos papeles. Da igual, ignoro lo que hablan y me centro en como se miran los dos.
-¿Qué tal le va al señor Pons?- pregunto.
-Genial.- me sonríe Mylo.- Tu idea del concesionario de barcos ha funcionado de maravilla.
-¿En serio?- me emociono.
Valencia es una de las ciudades con el mejor puerto marítimo del mundo y con la mayor concentración de yates y barcos. Sabía que el señor Pons lograría el éxito con un negocio como ése.
Mientras Mylo se ocupa de las labores de dirección, yo juego y mimo a Tomás sobre el mostrador de recepción. ¡Ay, cuánto le quiero! Y me encanta hacerle reír, tiene la sonrisa de su padre.
Las campanas de la entrada suenan y miro por encima del hombro para ver quién entra.
-¡Maca!- alzo la voz, sorprendida.
Mi amiga sonríe y se acerca casi corriendo, con la bolsa de alguna tienda de marca en la mano. Yo voy a su encuentro, con Tomás en brazos, y nos fundimos en un fuerte abrazo.
-¿Qué haces aquí?
-Quería darte una sorpresa, teta. Te he echado mucho de menos.
-Y yo a ti.- musito sin apenas voz.
Reímos y lloramos a partes iguales, y cuando nos separamos, mi querida amiga besa cariñosa a Tomás.
Macarena está guapísima, hasta la veo más mujerona. Lleva el pelo sujeto en coleta y bajo ese buzo verde tan veraniego, luce una hermosa barriga.
-¿Ya estás de siete meses?- pregunto emocionada y le acaricio el tripón.
-Sí.- sonríe ella.- Y ya tengo unas ganas de que salga la peque.
Ambas reímos. Entiendo muy bien esa sensación.
-¿Ya habéis elegido el nombre?
-Que va, y Héctor me tiene frita a nombres desde que sabemos que es niña.
Sonrío y niego con la cabeza. A mí eso no me pasó porque en cuanto supe el sexo, sabía cómo se llamaría.
-Bueno, vamos, que se hace tarde.
-¿Ir adónde?- pregunto perpleja.
-Las chicas te están esperando.
-Iba a comer con Mylo.- le cuento.
-Mírale.- dice y señala con la cabeza.- ¿Crees que le importará que vengas conmigo?
Me doy la vuelta y le veo sentado en la mesa de Laura, charlando muy sonriente con ella.
-No, creo que no mucho.- murmuro.
Nos dirigimos hacia allí y los dos silencian cuando nos ven llegar.
-Mylo, voy a ir a comer con las chicas, ¿te importa?
-No, claro que no. Luego nos vemos.
-Entonces vámonos.- le digo a Maca.- Creo que aquí estamos de más.
-Pero antes...- musita Maca y me enseña la bolsa que trae.