Authors: Alvaro Ganuza
Tira de mí brazo hacia el exterior del callejón y no puedo evitar echar la vista atrás para ver qué ha pasado. Abro los ojos como plato al visualizar los dos cuerpos inertes de los chicos. ¡¿Los ha matado?!
Llegamos al coche corriendo y montamos apresurados para regresar a casa. Tomás conduce mi Maserati como si fuera un piloto de carreras mientras yo miro por la ventanilla, sin poder borrar de mi cabeza lo sucedido.
Mi corazón late acelerado, pero reconozco que no es por el intento de secuestro sino por el hecho de que Tomás haya matado a dos personas. Así, con sangre fría, sin dudar. Le miro y aunque tiene el ceño fruncido por la concentración, no aprecio ni un ápice de arrepentimiento.
¿Me habré equivocado y en realidad sí que es un chico malo y peligroso? ¡Mierda! ¿Qué más necesito? ¡Se los ha cargado!
Resoplo y vuelvo a mirar por la ventanilla.
-¿Seguro que estás bien?- pregunta, posando su mano en mi pierna.
-Sí.- musito sin mirarle y retiro su mano.- Solo un chichón en la cabeza.
Hacemos el resto de viaje en completo silencio aunque mi cabeza, aparte de tener una dolorosa jaqueca, es un caos: ¿Por qué me querían secuestrar? ¡Los ha matado de un tiro! ¿Qué hará mi padre cuando se entere? ¿Nos habrá visto alguien? ¿Vendrá la policía a casa?
Llegamos hasta la barrera de Villa Victoria y en segundos se abre. Recorremos los metros del camino empedrado y cuando detiene el coche, me bajo veloz.
-Victoria.- me llama Tomás.
No me detengo y corro hacia la entrada. Necesito urgentemente un analgésico y soledad para meditar lo que ha pasado.
Abro la puerta y aunque entro corriendo, Tomás me alcanza y me coge de un brazo.
-Victoria, espera. Hablemos.- pide nervioso.
-¿Hablar?- me revuelvo hacia él.- ¿Es que no te das cuenta de lo que has hecho? ¿Del lío en el que nos hemos metido?- espeto alterada.
-¡¿Y qué querías que hiciese?!- alza la voz.- ¡No iba a dejar que te pusieran las putas manos encima!
-¡Pues darles de hostias, no pegarles un tiro!
-¡Querían secuestrarte, joder!
-¡¿Cómo?!- ruge mi padre.
Los dos nos giramos hacia la biblioteca donde se encuentra él de pie, bajo el marco de las puertas correderas y pálido como no lo había visto en la vida.
-¿Qué acabáis de decir?- pregunta acercándose.
Ninguno sabemos qué responder o cómo hacerlo, y papá nos taladra con la mirada.
-A mí despacho.- ordena señalando la dirección.- Los dos.
Me doy la vuelta y marcho hacia allí, seguida por Tomás y un airado Bruno Pomeró.
-Sentaos.- vuelve a ordenar cuando entramos.
Lo hacemos en los sillones de cuero y papá toma su puesto tras el escritorio. Sin decir nada, coge el teléfono y llama.
-Ven a mi despacho.
Cuelga, apoya las manos sobre el ébano brillante y nos mira, primero a mí y después a Tomás.
La puerta se abre y entra Mylo.
-¿Qué ocurre?- pregunta preocupado.
Mi padre le hace un gesto con la cabeza y él se coloca de pie a su lado.
-Ahora nos vais a contar que hostias ha pasado y más os vale no mentir u ¡os la veréis conmigo!- alza la voz en la última parte y golpea con la mano sobre la mesa.
Doy un respingo sobre el sillón del susto y mis ojos vuelan a Mylo cuya expresión es de perplejidad total.
Tomás carraspea y le miro.
-Fue a la salida de la entrevista en el restaurante.- empieza a hablar.- Dos tíos nos abordaron en un callejón y...- silencia para mirarme.- Querían llevarse a Victoria.
Ahora miro a mi padre, que con rostro ceniciento levanta la vista a Mylo. Éste se apoya sobre la mesa.
-¿Cómo que querían llevársela?- pregunta el jefe de seguridad, rabioso.
-Estaban armados. Uno llevaba una navaja y el otro una pistola. Dijeron que querían a la hija de Pomeró.
-¡¿Y quiénes eran esos hijos de puta?!- se alterá papá.
Tomás niega con la cabeza porque no sabe la respuesta. Yo apoyo la mía entre las manos y no sé si es por el dolor que tengo, la tensión pasada, el lío que hemos formado, el cabreo de mi padre, darme cuenta de que Tomás no es como pensaba, o un cúmulo de todo, pero me pongo a llorar sin poder contenerme.
-Victoria.- se alarma Mylo y viene junto mí.- ¿Te hicieron algo?
Niego con la cabeza porque no puedo hablar.
-Él... él me protegió.- digo entre sollozos.- Si no iba con ellos lo mataban y...
Levanto el rostro hacia papá e intento secarme las lágrimas que ruedan por mis mejillas sin control.
-Tomás se hizo con el arma y los mató.- finiquito.
Papá y Mylo le miran con los ojos como platos, sin poderse creer lo que están escuchando.
-Se la iban a llevar.- es lo único que dice él.
El jefe de seguridad se apoya en la mesa, pensativo.
-A ver.- dice pasándose las manos por su pelo corto moreno.- Retrocedamos y empezar otra vez. Salisteis del Buccata di Cardinale.
-Pero antes.- hablo secándome los ojos.- Entraron al restaurante detrás nuestra, estaban en el bar donde yo me tomaba un refresco mientras Tomás se entrevistaba.
-¿Escuchaste algo, dijeron algo que recuerdes?
-No, Mylo.- contesto y miro a papá que está con la vista perdida.- Reían aunque no sé de qué. Les noté en tensión, pero no pensé...
-Y salieron detrás vuestra.- murmura papá.
-Unos minutos antes.- relata Tomás.- Debían estar esperando fuera.
-¿Y os llevaron a un callejón?- pregunta Mylo.
¡Ay, Dios! ¡Vamos a tener que decirles que nos estábamos besando! ¡Me muero!
-No exactamente.- responde Tomás.
-¿Qué quieres decir con eso?- pregunta papá, serio.
Tomás y yo nos miramos. Después me cubro la cara con las manos, deseando que la tierra se me trague.
-Entramos nosotros.- confieso sin poder mirarlos.
-¡Joder!- bufa Mylo que ya se lo huele.
-Explícate, jovencita.
Mala señal. Papá me llama princesa siempre, jovencita cuando está cabreado.
-Estamos... juntos.- balbuceo nerviosa.
A pesar de tener las manos sobre los ojos, los cierro fuerte, esperando alguna exclamación de papá. Pero pasan los segundos y no dice nada. Decido descubrirme la cara y veo que sigue apoyado en la mesa mirándonos.
-Vosotros...- dice al cabo de unos segundos.- ¡Oh! Ni siquiera voy a preguntar desde cuando.
-Vale, continuad.- musita Mylo con ganas de cambiar de tema.
Tomás toma las riendas y relata como fue después de los besos: las amenazas, los forcejeos, los golpes, los tiros y por último que salimos corriendo.
-¿Y por qué no llamasteis a la policía?- pregunta papá. Mylo y yo nos miramos y después a él.
-Señor Pomeró, ojalá no hubiese tenido antecedentes para poder hacerlo.- responde Tomás.- Pero... temí...
Papá resopla, se levanta y camina hasta el gran ventanal de su despacho que da a las hectáreas verdes de la Villa.
-Victoria, vete a cenar, se hace tarde.
-Pero papá...
-¡Haz lo que te digo y no me cabrees más!- gruñe.
Miro a Mylo y éste asiente. Después a Tomás que tiene la vista clavada en el suelo. Recojo mi bolso y salgo del despacho.
Entro en la cocina agotada, desganada y con el dolor de cabeza aumentado por diez. ¿Qué le dirán a Tomás? ¿Lo echarán de casa?
-Hola, corazón mío.- saluda Adela.- Pero, ¿qué te pasa, mi vida?
Rodea la isla de la cocina y viene a mí, asustada.
-Tranquila, solo me duele la cabeza. Me di un golpe.
-¡Ay, mi niña! ¿Quieres un analgésico?
-Sí, por favor.
-Vale, siéntate que ahora te lo doy.
Marcho a la mesa y apoyo la cabeza sobre mis antebrazos. Cuando me lo trae, lo tomo del tirón con un vaso de agua.
-Y ahora te voy a traer la cena.
-No tengo mucha hambre, Adela.
-Tienes que comer, chiquilla.
Resoplo y asiento.
He cenado, lentamente, y he aguardado más tiempo en la cocina por si papá, Tomás o Mylo daban señales de vida, pero nada, no han aparecido.
-Deberías irte a la cama, cariño.- dice Adela.- Pareces cansada.
-Sí.- musito.
Cojo mi bolso y subo antes de que me lo piense mejor y vuelva al despacho.
Puesto el pijama, me meto en la cama y me quejo cuando mi chichón toca la almohada. ¡Oh, vaya huevo tengo en el cogote! Me pongo de lado, hacia las ventanas e intento relajarme para dormir.
CAPÍTULO 12
Una mano se desliza pausadamente por mi mejilla.
-Mi princesa.
Parpadeo y abro los ojos. La habitación está vagamente iluminada por una lámpara de la mesilla y papá está arrodillado junto a mi cama, acariciándome. Tiene el pelo revuelto, los ojos cansados, y lleva la corbata y los primeros botones de la camisa desabrochados.
-¿Qué ocurre?- me alarmo incorporándome levemente.
-Nada, tranquila. Sigue durmiendo, es muy tarde.
-¿Ha pasado algo? ¿Y Tomás?
-En su habitación.
Suspiro algo aliviada.
-¿Te importa si me quedo contigo?
-No, claro que no.- contesto.
Observo a mi padre mientras se quita la americana, la corbata, los zapatos y calcetines. Le veo triste, cansado y sé que por su cabeza están pasando cientos de cosas. Cuando se tumba vestido sobre mi cama, me giro hacia él y me apoyo en su pecho. Papá apaga la luz de la mesilla, me rodea con sus brazos y me besa en la cabeza.
-Lo siento mucho, papá.
-Lo sé, cariño, no te preocupes.- murmura contra mi pelo.- Ahora duerme.
-No quería meterte en líos.
Papá suspira y me estruja más contra él.
-No ha sido culpa tuya.- me dice.- Pero te juro que voy a descubrir quién envió a esos tipejos y va a desear no haber nacido. Nadie intenta secuestrar a mi hija.
La piel se me eriza por pensar que alguien quiera secuestrarme. Esos dos han muerto, pero... ¿quién me dice que no lo volverán a intentar otros?
-Duerme, princesa.
-Te quiero, papá.- murmuro, abrazándome más a él.
-Y yo a ti.
Cierro los ojos y me relajo hasta quedar dormida. Los suaves latidos del corazón de mi padre, me ayudan a ello.
Cuando despierto, estoy sola en la cama. Me revuelvo bajo el edredón y miro por toda la habitación en busca de papá, pero no está.
El despertador marca las diez de la mañana. Saco las piernas de la cama y al pasarme las manos por el pelo me toco el chichón, que ha disminuido un poco, pero el dolor rememora todo lo que pasó ayer y el intento fallido de mi secuestro.
Cubro mis pies con las zapatillas de cerdito y me asomo al balcón. El día es soleado aunque hoy no sonrío.
Cuando bajo la vista veo a Román Sorel, narco y amigo de papá, charlando con uno de los chicos de seguridad junto a su Mercedes CLK plateado. Tras varios minutos dialogando, sube al coche y se va.
¿Le habrá llamado papá para contarle el incidente de ayer?
Paso por el baño y bajo a desayunar en pijama: pantalón corto y camiseta de tirantes, verde lima. Al entrar en la cocina, me esfuerzo por mostrar una sonrisa a Adela aunque no esté de humor para hacerlo.
-Buenos días, mi niña. ¿Cómo estás hoy?
-Bien, pero creo que me voy a tomar otro analgésico para estar mejor.
-Siéntate corazón, yo te pongo todo.
Voy a la mesa y me siento.
-¿Ha desayunado, papá?
-No cariño, todavía no ha venido. Creo que estaba reunido.
Suspiro y asiento.
Mi padre hace acto de presencia en la cocina, seguido por Mylo, cuando me estoy tomando la pastilla con el zumo de naranja. Él, tan elegante como siempre engalanado en un traje color humo, y su jefe de seguridad, en pantalón y camisa de manga corta, negros.
-¿Qué te has tomado?- pregunta papá.
-Un analgésico.
-¿Te duele algo?
-Solo el chichón que tengo en la cabeza.
-Déjame que te vea.
Se coloca detrás y apartando mi pelo, busca el huevo.
-Adela, pon un poco de hielo en un paño para Victoria.- le pide.
Después me besa en la cabeza.
-Buenos días, princesa.
-Buenos días.
Toma asiento a mi izquierda y Mylo, que me aprieta un hombro cuando pasa por detrás, lo hace a mi derecha.
Me sorprende que se siente con nosotros en la mesa, ya que nunca lo hace, y los miro extrañada mientras me termino el zumo.
Adela me trae el café con leche y los hielos para ponérmelos en el chichón.
-Señores, ¿vosotros queréis algo?
-Café, por favor, Adela.- pide papá por los dos.
Espero a que hablen, porque sé que tienen algo que decir, mientras añado el azúcar al café, remuevo y sorbo.
-Victoria.- empieza papá muy serio.- Voy a decirte algo y no quiero replicas.
Trago el café y asiento mientras mantengo los hielos sobre mi cogote.
-Lo que ocurrió ayer fue muy grave y pudo haber sido mucho más. No se puede repetir.
Asiento conforme. No quiero volver a enfrentarme a algo como eso, jamás.
-Si sales de casa lo harás con escolta.
Me yergo y abro la boca para protestar.
-No digas nada.- se anticipa él.- Mylo está de acuerdo conmigo y no pienso claudicar en esta decisión.
Miro al jefe de seguridad y éste asiente.
Resoplo, gruño enfurruñada y me recuesto en la silla con la vista clavada en la mesa.
-Es por tu seguridad, Vicky.- comenta Mylo.- Lo de ayer no se puede volver a repetir.
-Siempre es por seguridad.- bufo cabreada.- Pero soy yo la que tiene un tío pegado al culo las veinticuatro horas del día. ¿Os hacéis una idea de cómo me mira la gente? Ni que fuera una estrella de cine.
-Eres mi estrella.- asegura papá.
-¿Y con lo de ayer, qué va a pasar?- curioseo.
Papá mira a Mylo y después se gira hacia mí.
-Tomás nos llevó hasta el callejón.
Abro los ojos como platos.
-No había nada.- añade.- Ni cuerpos, ni sangre, ni arma, ni rastro de lucha, ni policía... absolutamente nada.
-¿Y eso qué quiere decir?- me alarmo.
-Tememos que sea alguna banda organizada que no conozcamos y se quiera hacer con el negocio de tu padre.
-Por eso debes llevar protección.- ordena papá.
Ahora asiento varias veces, conforme. No pondré quejas al escolta. ¿Una banda organizada? ¡Qué locura!
-Tú también ten cuidado.- le digo.