Authors: Alvaro Ganuza
-Te las vas a probar.- finiquita Maca y se gira hacia una de las dependientas.- Disculpe señorita, ¿nos sacas el siete de esta bota?
La mujer asiente y marcha al almacén.
-Maca, no pienso comprarme eso.
-Solo digo que te las pruebes. Lucía, ¿a que se las tiene que probar?
-Por supuesto.- contesta la otra.
-Dos contra una, mierda para cada una.
La dependienta se acerca sonriente con una enorme caja en las manos.
-¿Para quién son?- pregunta.
-Para ella.- responden mis amigas al unísono y me señalan.
Me tiende la caja y yo la cojo, tras poner los ojos en blanco.
-Venga chica, no pierdes nada.- murmura Lucía.
Levanto las manos para hacerla callar y procedo.
Son picaronas, por no decir guarronas, y muy cómodas. Me levanto del asiento y camino hacia uno de los espejos.
-¡Por favor, si hasta con ese cursi vestido te quedan de muerte!- exclama Maca.
-¡Oye!- me quejo.- Mi vestido no es cursi.
Ella se ríe y yo sigo mirándome en el espejo. La verdad que son unas botas preciosas que pasan un palmo de mis rodillas y me hacen pensar en lencería sexy y Tomás. Sonrío y agito mi cabeza.
-Entonces qué, ¿te las llevas?- pregunta Lucía.
Me giro hacia ellas y finjo agitar un látigo.
-Me las llevo.
Lucía y Macarena ríen y saltan victoriosas. A la dependienta le brillan los ojos de la compra que le vamos a hacer.
Una hora después, salimos de la zapatería con las bolsas que ya llevábamos y las botas y zapatos que nos acabamos de comprar.
-¿Tomamos algo?- comenta Lucía.
No me dejan ni pensarlo. Ambas marchan directamente hacia la zona de bares y restaurantes.
¡Y yo quiero volver a casa!
Pero eso no es todo, no, después de dejar las bolsas de las compras en los coches, Maca en el Golf de Lucía ya que luego se irá con ella, deciden que hace mucho que no vamos al cine y me arrastran con ellas a pesar de mis constantes negativas.
Llego a casa a la hora de la cena, cargada de bolsas, agotada, exhausta y solamente con ganas de irme a la cama, a la cama con Tomás y dormir abrazada a él toda la noche.
¡Dios mío, qué día! -¡Hombre, ya has vuelto!- exclama Mylo que baja del tercer piso.- Y veo que te ha cundido el día.
Sonríe conforme se acerca y le muestro la cantidad de bolsas que cuelgan de mis manos.
-Ya conoces el dicho: dale una visa a una mujer y no la verás en todo el día.- me invento burlona.
Él se carcajea escandalosamente. No se ríe mucho, pero cuando lo hace se le escucha por toda la Villa.
-¿De dónde venías?- curioseo.
-He estado visitando a... tu amigo, viendo cómo se encuentra.
-¡Am! Qué detalle, gracias. ¿Y está bien?
-Sí. Y no me des las gracias, sigo sin fiarme de él.
Frunzo el ceño y resoplo.
-Creo que llevas demasiado tiempo ejerciendo la misma profesión y ves conspiraciones donde no las hay.- me mofo.
Le hago burla y marcho a mi habitación, que los dedos se me empiezan a gangrenar.
Sobre la cama dejo mi bolso y las compras, para después cambiarme las sandalias por mis cómodas zapatillas de casa en forma de cerdito. ¡Más cuquis!
Llaman en la puerta y surge Adela tras ella.
-¿Se puede, chiquilla?
-Claro, pasa.
Marcho al tocador para quitarme la coleta y peinarme un poco el cabello.
-Tu padre va a cenar fuera con el señor Pons, ¿te preparamos la mesa del comedor o cenarás en la cocina?
¿Va a cenar con el director del concesionario? Pues no me ha dicho nada.
-Si voy a cenar sola, mejor en la cocina.- contesto entre cepillada y cepillada.
-Muy bien.- contesta y se da la vuelta.
Una bombilla se enciende en mi cabeza y me giro en la banqueta.
-¡Espera, Adela!- la detengo.- ¿Tomás ha cenado ya?
-¿El muchacho? No, todavía no, iba a subírsela después.
-Entonces prepara el carro que le diré a los chicos que vayan a por él. Cenaré con Tomás.
-¿Cenarás con el muchacho?- pregunta sorprendida.
Asiento y me giro de nuevo hacia el espejo, para que no vea la cara de tonta que se me pone al pensar en él.
-¡Hum...! Ten cuidado que ya sabes el refrán: Donde tengas la olla, no metas la...
-¡Adela!- exclamo escandalizada y la interrumpo antes de que termine.
Ella sale de mi cuarto riendo. ¡Qué mujer!
Dejo el cepillo sobre el tocador y tras coger el bolso y las compras para Tomás, subo a verle.
Al llegar a su puerta, pido, o mejor dicho ordeno a los chicos que la custodian, que bajen a la cocina a por el carro de la cena que está preparando Adela.
Después pongo la mano en el pomo y cuando tengo la intención de entrar, escucho que Tomás se carcajea y habla. ¿Está con alguien? Pego la oreja a la puerta y presto atención. Si me viera Adela diría: Quién escucha, su mal oye. Eso me hace sonreír.
-No, escucha.- dice Tomás muy serio.- Si lo cuentas lo vas a joder todo, así que cierra el pico o te daré semejante paliza cuando te vea que no vas a poder moverte de la cama en mucho tiempo.
Escuchar eso me eriza la piel y desboca el corazón. ¿A quién amenaza?
-Puedes reírte de mí, Pablo, pero... realmente me he enamorado de ella y cada minuto que pasa lo hago más. Me da igual que me tomes por loco.
La piel se me eriza mucho más y mi corazón fibrila. ¿Habla de mí?
-Lo sé, no hace falta que me lo recuerdes. Tú envíame la maleta a la dirección que te he dado.
-¿Qué estás haciendo?
Doy un respingo y me separo de la puerta. Mylo está a unos metros detrás mía y me ha pillado fisgoneando.
-¡Joder, qué susto me has dado!- suspiro llevándome la mano al pecho.
-¿Qué llevas en esas bolsas?
Miro mi mano y me encojo de hombros.
-Cosas.
-¿Qué cosas?
Da un paso hacia mí y mira los nombres de las tiendas que están impresos en las bolsas.
-¿Le has comprado ropa?
-¿Y qué si lo he hecho? Solo tiene la que llevaba puesta y no puede estar únicamente con eso. Tú también deberías comprarte algo de ropa y no ir siempre de negro.
-Vicky, Vicky, Vicky.- resopla.- Espero que sepas lo que estás haciendo.
-Sé lo que hago, Mylo, no te preocupes.
-Si te hace daño, éste que está aquí lo machacará.
-Si me hace daño, yo misma lo machacaré.
Sonrío, me giro hacia la puerta y tras llamar un par de veces, abro.
La única luz en toda la habitación es la de una mesilla, Tomás está asomado a la ventana y solo lleva puesto su pantalón vaquero.
Al darse la vuelta, sonríe ampliamente al verme y yo me quedo petrificada en el sitio. La estampa no podía ser más perfecta: el pecho al aire, la luz de la tenue bombilla alumbrando la mitad de su escultural cuerpo y el cielo estrellado que se ve por la ventana, de fondo. ¡Es mágico!
-Ya estás aquí.- murmura con voz melosa.
Exhalo al escucharle y no puedo decir nada. Es como si me hechizara.
Tomás guarda el móvil en el bolsillo y se acerca sonriente, a paso lento, permitiéndome ver bien sus perfectos músculos en movimiento, como un sexy y elegante felino.
-Tenía muchas ganas de verte.
Su voz es cálida como su piel, sensual como sus caricias, varonil como su aspecto... Cada vez que habla siento que atraviesa mis tímpanos y me recorre entera.
Sin rozarme siquiera, me rodea y cierra la puerta. Después lo siento detrás, no le veo, pero escucho su acelerada respiración, tan acelerada como la mía.
Una de sus manos se desliza por mi pelo y descubre mi cuello. Ladeo un poco la cabeza para dejarle espacio, para que tome de mí lo que quiera, para que pueda saborear mi piel que vibra y se eriza por él, solo por él.
-¡Ah!- jadeo al notar su boca.
Sus labios y lengua pasean por mi cuello y clavícula a su antojo. Sus manos tocan mis caderas y lentamente me rodean y atraen hacia él. Dejo caer la cabeza contra su hombro y me rindo aunque nunca haya luchado. Tomás provoca tantas sensaciones en mí que me siento colmada, plena y viva. Más viva que nunca.
Sube la boca a mi oreja y exhala en mi oído.
-Ansiaba verte...- susurra.- Tocarte...- dice, deslizando las manos por mi cuerpo.- Olerte...- sigue e introduce la nariz en mi pelo para inspirar.
Veloz y sin soltarme, se coloca frente a mí.
-Deseo besarte.
Pega su boca a la mía y nos fundimos en un ardiente beso. Incluso dejo caer las compras y el bolso de mis manos para poder rodear su cuello.
Sus brazos me estrujan y puedo notar la dura protuberancia en sus pantalones.
-No puedo contenerme cuando estás entre mis brazos.
-No quiero que lo hagas.- musito pegada a su boca.
Pero entonces recuerdo que nos van a subir la cena y que estarán a punto de llegar.
-Tomás.
-¿Sí?- pregunta, pero sigue besándome, ávido de mí.
Jadeo al notar su boca por mi cuello. ¡Dios!
-Nos van... a traer... la cena...- balbuceo extasiada por sus besos.
Tomás se aparta un poco y me mira sonriente.
-¿Vamos a cenar juntos?
-Sí.- musito.- Si no te parece mal.
-Por supuesto que no.
Roza su nariz contra la mía y nos besamos otra vez.
Tras varios segundos y cuando ya estamos a punto de perder el control. Nos separamos jadeantes.
-¡Oh, Dios!- murmuro y doy un paso atrás, abanicándome con las manos.
-¡Joder!- musita él, apoyándose en las rodillas como si hubiera corrido un maratón.
Nos miramos y reímos. ¡Esto es atracción y lo demás son tonterías!
-Me gustan tus zapatillas.- dice jovial.
Miro mis pies y los muevo divertida. Recojo mi bolso y él, como un perfecto caballero, las bolsas de las compras.
-Toma.
-Son para ti.- digo algo cortada.
Espero que no se lo tome a mal.
-¿Para mí?- se sorprende y las mira.
-Creí...- carraspeo.- He pensado que necesitarás algo de ropa mientras llegan tus cosas.
-¡Vaya!- alucina al ver el contenido.- No tenías que haberte molestado.
-No es molestia.
Cierra las bolsas, se acerca decidido y cuando nuestros labios están a milésimas de tocarse, llaman en la puerta.
Nos separamos veloces, como si hubieran tirado de nosotros en direcciones opuestas. La puerta se abre y entran los chicos de seguridad empujando un carro con la cena, igual que el servicio de habitaciones de un prestigioso hotel.
-Ahí está bien.- les digo cuando han accedido unos metros.
Ellos asienten y desaparecen.
Lanzo el bolso sobre el chesterfield y me acerco al carro. Tomás deja las bolsas sobre la cómoda y también se acerca.
-Nos vamos a poner las botas.
Le miro sonriente y asiento. Llevamos el carro hasta la cama y nos sentamos el uno frente al otro.
-Igual estaríamos más cómodos en el sofá.
Niego con la cabeza.
-Mira.
Introduzco la mano bajo la dura superficie de acero y tras soltar una clavija, extraigo la sección de madera que se oculta debajo hasta quedar desplegada como una mesa delante suya. Hago lo mismo en mi lado y ya estamos listos para empezar a cenar cómodamente.
CAPÍTULO 9
No he tenido una cena tan divertida en mi vida, ni una compañía mejor. Entre charlas, anécdotas graciosas, gustos personales y risas, muchas risas, terminamos de cenar.
-Y ahora.- le digo mientras empujo el carro hacia la salida.- Pruébate la ropa para ver si he dado en el clavo o tengo que cambiarla.
Salgo de la habitación y pido a los chicos, con mi tono característico de “ordeno y mando”, que lo bajen.
Cuando regreso al interior, Tomás está sacando las cosas de las bolsas sobre la cama.
-¿Hasta calzoncillos me has comprado?- sonríe al sacar los tres pares de Calvin Klein.
Me encojo de hombros divertida y marcho al sofá.
-Espuma, cuchillas, cepillo de dientes, colonia...
Me carcajeo al ver su cara.
-¿Huelo mal?- pregunta y camina hacia mí.
Niego con la cabeza.
-Hueles de maravilla.
-¿Pincho?- vuelve a preguntar mientras se pasa las manos por las mejillas y cuello.
Sonrío y vuelvo a negar. ¿Qué tiene, que hace que mi cuerpo vibre con cada paso que da?
-Eres más suave que el culito de un bebé.- contesto.
Tomás ríe a mandíbula batiente y cuando está frente a mí, se arrodilla y apoya las manos en mis piernas. Traza círculos con sus dedos y a mí se me humedece todo. Mis ojos azules están conectados a sus verduzcos y exhalo cuando abre mis piernas para colocarse en medio.
Desliza las yemas de sus dedos hasta mis posaderas, por debajo del vestido, y me atrae hacia él. Apoyo los codos sobre sus fornidos hombros e introduzco los dedos entre su pelo castaño.
-Tú también hueles muy bien.- susurra pegando la nariz a mi cuello.
Después me estruja el culo.
-Y también eres muy suave.- dice divertido.
Sonrío, le beso dulcemente en la boca y... ¡las llamas estallan de nuevo en nuestro interior! Él se activa y yo estoy muy receptiva.
Con los dientes retira el tirante del vestido y el tirante del sujetador de mi hombro izquierdo, y con ayuda de una mano, libera mi seno izquierdo para tomarlo en su boca. ¡Oh, Dios! ¡Bendita boca!
Deslizo los dedos por su pelo y espalda, y gozo de las caricias “lenguales” que ejerce en mi erguido pezón. Después sube hasta mi oreja y le da un pequeño mordisco al lóbulo, haciéndome ver las estrellas de placer.
-Dime que tienes otro condón a mano.- susurra.
-Sí.- exhalo.
Estiro el brazo y voy palpando el sofá hasta que doy con mi bolso. La velocidad con la que lo abro, saco la caja, quito el precinto y extraigo un paquetito azul, demuestra las ganas que tengo de volver a tenerlo dentro.
Tomás se suelta el vaquero y se lo baja hasta mitad del muslo. Abro los ojos como platos al ver, que ayer apenas pude, su más que dotada erección y que aparte de eso... ¡no lleva ropa interior!
-No llevas...- trago saliva mientras sigo contemplando su maravilloso pene.-...ropa interior.
Él, que ya ha desenfundado el preservativo, me mira sonriente y se acerca a mis labios.
-Muy pocas veces llevo.- confiesa mientras me besa.Pero te agradezco los que me has comprado, los usaré.