Authors: Alvaro Ganuza
-Eres muy inteligente, Victoria, seguro que con un par de consejos de Abel lo harías de maravilla.
-¿Abel?- sonríe divertida.- ¿Qué confianzas son esas con el señor Pons?
Río y bajo mi boca a su cuello.
-Victoria, quiero casarme contigo. ¡Lo deseo!
Mi chica cruza las piernas alrededor de mi cintura y clava las uñas en mi espalda.
-Y yo deseo que me hagas tuya ahora.
Rodamos por la cama conforme las prendas de ropa salen volando en todas direcciones.
Despierto calmado y feliz, con su dulce aroma colándose por mis fosas nasales y su cálido y suave cuerpo pegado al mío, bajo las sábanas de algodón. Su respiración es sosegada, síntoma de que sigue dormida, y mis brazos la rodean, entrelazados con los suyos.
Estamos en posición de cucharita y aprovecho para besar su hombro desnudo. También deslizo una mano de sus pechos a su abdomen y la dejo ahí. Hemos hecho el amor sin protección y lo más sorprendente de todo es... que no me preocupa en absoluto. De hecho, sonrío con la idea de tener un hijo con Victoria.
-Mi familia.- susurro soñador conforme vuelvo a besar su hombro y aprieto levemente la mano en su abdomen.
La luz diurna del domingo ilumina las cortinas y tras varios minutos soñando con un posible futuro magnífico y verla dormir, me separo con cautela para no despertarla y me levanto de la cama.
Me calzo el pantalón gris de sport que traje de Madrid y tras una ojeada más a mi chica, salgo de la habitación.
-Buenos días, familia.- saludo entrando en la cocina.
Mis padres se encuentran sentados a la mesa, con Gito.
-Buenos días.- responden.
-Hola, tito Gabi.
Me acerco a ellos, beso a mi sobrino en la cabeza y me siento a su lado.
-Hola, colega. ¿Qué tal has dormido?
-Bien.
Repartidos por la mesa hay varios platos: tostadas de pan con aceite, jamón serrano, magdalenas y galletas...
Mis padres beben café y el peque, un cola-cao con ayuda de su abuela.
-¿Te pongo un café, cariño?
-Tranquila, mamá, ya me sirvo yo.
Observo sonriente cómo mi querido Gito coge con sus pequeñas manitas la taza de plástico de Spiderman y se la lleva a la boca. Mi madre que está pendiente, coloca una de las suyas en la parte inferior de la taza, para que no se le caiga.
-¿Lo pasasteis bien anoche?- pregunta papá.
Asiento y me estiro a coger una loncha de jamón. Es entonces cuando me fijo que hay varios folios apartados, con unas plastidecor de colores encima.
-¿Y eso?- curioseo según me llevo el jamón a la boca.
-Es mío.- contesta el peque.
-Gito ha estado pintando.- aclara papá.- Échales un ojo, ya verás que bonitos.
Me limpio las manos con una servilleta y miro a mi sobri.
-¿Puedo verlos?
El niño sonríe y asiente permisivo.
El primer dibujo, un rostro femenino, me eriza la piel de todo el cuerpo. Evidentemente, está hecho por un niño de tres años y varios meses, pero esos ojos azules, esa melena morena... es reconocible al cien por cien.
-¿Has dibujado a Victoria?
Gito vuelve a sonreír y a asentir.
-Es muy bonito, colega.- le digo y beso su cabeza una vez más.- A ella le va a encantar cuando lo vea.
El siguiente dibujo me hace sonreír ampliamente. Es de una pareja que va agarrada de la mano, feliz y con una sonrisa en la cara. Ella es la morena del dibujo anterior, él es un chico de pelo castaño y ojos verdes.
-Tú con tu novia.- explica el canijo.
Río y le abrazo.
-Pero, ¡qué artista tenemos en la familia!
-Un gran artista.- confirma mi padre.
-Tendrás que poner tu nombre para que los ponga en casa, ¿eh?- le digo.
El niño asiente.
-Abu, pis.
Mi madre se levanta de la silla, pero papá la detiene.
-Ya le llevo yo, cariño.
Abuelo y nieto salen de la cocina y mi madre marcha a la cafetera.
-¿Victoria se levantará enseguida?
-No sé, mamá, he querido dejarla dormir un poco más, que ayer llegamos tarde y estaba cansada.
-Sí, me ha sorprendido que te levantaras tan temprano.
Observo que el reloj de cocina marca las nueve de la mañana mientras ella llena media taza con café y le añade un chorro de leche.
-Ayer descansé con la siesta y eso ayuda.
Mamá se acerca con la taza en las manos y me la entrega.
-Gracias.
Cojo el azucarero y vierto un par de cucharadas.
-Es una joven encantadora.- dice, tomando asiento.
-Sí.
-Es una lástima que siendo tan joven ya no tenga a sus padres.
Dejo de remover el café de golpe y la miro.
-¿Te lo ha contado?
-Quise saber si su familia vivía en Valencia capital y nos lo dijo.
Suspiro y asiento.
-Lo ha pasado muy mal.- musito.
-Tú conociste a su padre, ¿verdad? Nos dijo que te tenía aprecio.
Trago saliva y pienso en Bruno.
-Sí, bueno...- carraspeo y doy un sorbo al café.- Sabía que adoro a su hija.
Mi madre sonríe y me agarra el antebrazo.
-Ahora vive con sus abuelos en Madrid.- le cuento.
-Lo sé.
-Su abuelo no me aprecia tanto, de momento.
Mamá se ríe y palmea mi brazo.
-Lo hará, cariño.
-¡Ya estoy!- exclama Gito, que entra corriendo en la cocina seguido por el abuelo.
-¡Bieeeenn...!- celebra mi madre dando palmaditas.
Acabo con todo lo que había sobre la mesa y dos cafés, en menos que canta un gallo. Después me recuesto junto a Gito y dibujo con él.
-¿Qué es eso, tito?
-Un perrito.- contesto mostrándoselo.- ¿Te gusta?
Debo decir que mis dibujos son como los de un niño de tres años. Puede ser un perro... o un zorro... o una oveja desnutrida.
-Sí.- contesta benevolente.- ¿Puedo pintarlo?
-Claro, colega.
-¡Oh! Buenos días, cielo. Pasa pasa.- murmura mamá.
Miro a mis espaldas y veo a mi preciosa chica, sonriente en la entrada de la cocina. Lleva el pijama blanco y las zapatillas de casa rojas que le compré, y el pelo recogido en moño.
-Buenos días.- saluda y se acerca.
Me levanto de la silla, la abrazo y la beso.
-Buenos días, preciosa. ¿Qué hacías ahí parada?
-Me encanta verte con tu sobrino.
-¿Sí?- sonrío.- ¿Has dormido bien?
-Muy, muy bien.- sonríe.- ¿Qué haces sin camiseta y descalzo? Te vas a resfriar.
La estrujo un poco más contra mí y rozo nuestras narices.
-No hace frío, además tú me das calor suficiente.- susurro, haciéndola reír.
-¡Anda, zalamero, deja que Victoria se siente a la mesa!- me reprende mi madre.- ¿Qué te apetece desayunar, cielo?
-Un café con leche, gracias.
-¿Solo eso? ¿No quieres unas tostadas o magdalenas?
-No, gracias, Teresa. No suelo desayunar mucho.
-Otra como Paula.
Mi chica se ríe mientras toma asiento en mi silla. Yo lo hago junto a ella.
-Buenos días, guapetón.- saluda a Gito, acariciando su pelo negro.
-Buenos días, tita.
Victoria y yo nos miramos sorprendidos y reímos.
-Aquí tienes, bonita.
-Gracias, Teresa.
Coge el café y apenas le echa media cucharada de azúcar. Aprovecho para enseñarle los dibujos que ha hecho Gito de nosotros y Victoria sonríe encantada.
-Pero, ¿qué bien me has dibujado?- le dice al niño.
Éste sonríe vergonzoso y se recuesta en la silla.
-¡Sorpresa!
Mi hermana mayor entra en la cocina, seguida por su marido y mi padre, que llega de comprar el pan y la prensa.
-¡Mami!
Gito baja de la silla y corre a abrazar a sus padres.
-Bebe el café y vámonos a la ducha.- susurro divertido a Victoria.
Ella sonríe y lo hace. Nos levantamos y agarro su mano para sacarla de aquí.
-Nosotros vamos a cambiarnos.- aviso a mi familia.
Subimos corriendo las escaleras entre risas y cosquillas que hago a mi chica. Cuando llegamos arriba, se detiene y gira hacia mí. La abrazo y la beso apasionado.
-Gabriel.- musita junto a mi boca.- No podemos volver a hacerlo sin...
-Shsss...- chisto y vuelvo a besarla.- No pensemos en nada, amor.
De camino al baño, cojo un par de toallas del armario del pasillo.
Continuamos el domingo visitando Salamanca, una de las ciudades más bonitas del país y que desde 1988 es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Bajo un sol radiante y agarrados de la mano como una pareja de enamorados más, recorremos las calles, visitamos los monumentos y nos sacamos numerosas fotos con mi móvil. Victoria está inmensamente feliz y yo otro tanto, solo de verla así.
-¿Sabes qué decía Miguel de Cervantes?
-No.- contesta.- ¿Qué decía?
Sonrío al verla tan interesada.
-En uno de sus relatos, El licenciado Vidriera, decía:
Salamanca que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado.
Victoria me mira y sonríe divertida.
-Vamos, un elegante: el que viene una vez, regresa. Estallo en carcajadas y la abrazo fuerte.
-Exacto.- le digo.- Ya sabes como eran estos grandes literarios.
Seguimos paseando y contemplamos la impresionante Plaza Mayor o la Casa de las Conchas, con la que Victoria queda maravillada al ver su hermosa fachada de roca con las más de 300 conchas decorándola o su bello patio interior bordeado de arcos y balcones, y que cuenta con un pozo en el centro.
-¿Será de los deseos?- pregunta divertida, apoyándose en él.
-No sé.- me encojo de hombros.- ¿Quieres una moneda para pedir uno?
Victoria se ríe y me abraza.
-No. ¿Para qué necesito deseos si ya tengo todo lo que quiero?
La estrujo entre mis brazos y la beso.
Comemos en el bar de tapas de mi amigo Samuel. Colega de toda la vida con el que me apunté incluso a las oposiciones de policía. Él las dejó a la mitad, ya que descubrió que prefería la hostelería.
Una vez saciados e hidratados, nos despedimos de mi colega, que cómo no, ha quedado embobado con mi chica, y retomamos la ruta turística.
Vemos la impresionante catedral y después disfrutamos de un agradable paseo por el parque de los Jesuitas, degustando un delicioso helado.
Regresamos a casa de mis padres sobre las seis de la tarde y tras recoger nuestras cosas de la habitación, bajamos para despedirnos.
-Hijo, ven un momento.
Sigo a mi padre por el pasillo hacia el comedor, mientras mi chica se despide del resto de familia en la entrada.
-¿Qué ocurre?- le pregunto.
Papá se mete la mano en el bolsillo y saca una pequeña cajita de ante marrón. Me la entrega y la acepto algo confuso. Al abrirla, veo un precioso anillo de oro con pequeños diamantes incrustados. Alzo la vista a mi padre y él, sonriente, apoya una mano en mi hombro.
-Este anillo se lo dio mi padre a mi madre cuando le pidió matrimonio.- me cuenta.- Después se lo dí yo a tu madre y ahora... te lo doy a ti para que se lo des a la mujer con la que elijas pasar el resto de tu vida.
Trago saliva y bajo la vista de nuevo al anillo. Deslizo el pulgar por la elegante sortija y sonrío de medio lado al imaginarlo puesto en el dedo de Victoria.
-Es muy bonito.- le digo.
Papá asiente.
-Llévala a cenar y pídeselo. Esa chica está loca por ti. Abrazo fuerte a mi padre y él me lo devuelve.
-Lo haré, gracias.- murmuro.
Regresamos a la entrada y tras besar por última vez a mi familia, salimos de casa.
-¡Qué tengáis buen viaje!- desea mamá desde la puerta.
Les decimos adiós con la mano y subimos a mi Giulietta. La pequeña caja del anillo se clava en mi muslo y me recuerda lo que tengo que hacer seriamente.
-Bueno.- resoplo y arranco el coche.- Ha sido breve, pero magnífico.
Victoria asiente con el rostro serio.
-¿Te encuentras bien?- pregunto a la vez que conecto la música.
Victoria apaga la radio y se gira hacia mí.
-He pasado uno de los mejores fines de semana de mi vida.- dice.- Y... me gustaría que mi vida fuera así.
-Victoria...- musito sonriente.
-No, escúchame, por favor. Quiero que mis días sean así, felices y contigo. Y para eso...
Se acerca a mí y me besa dulcemente en los labios.
-Tienes que acabar con Román y yo te lo voy a poner en bandeja.- musita.
Arqueo las cejas sorprendido y la miro fijamente. Ella se coloca bien en el asiento y me sonríe.
-¡Vamos, tira!- me anima.- Tengo algunas cosas que contarte.
CAPÍTULO 10
Detengo el coche exactamente en el mismo lugar que lo hice la primera vez que vine a ver a sus abuelos. Junto a un pequeño parque, enfrente de los adosados.
-¿Estás bien?- pregunta Victoria.- Has estado muy callado estos últimos kilómetros.
-Sí.- suspiro y me giro hacia ella.- Estoy asimilando lo que me has contado.
Vicky apoya la cabeza en el asiento y estira una mano hacia mí. La envuelvo entre las mías y se la aprieto.
-No quiero que vuelvas a verle.- le digo, refiriéndome a Sorel.
-No quiero verle más.
-Quiero que te quedes con tus abuelos hasta que lo atrapemos.
-Lo haré, pero prométeme que tendrás cuidado, quiere matarte y hay un topo entre vosotros.
Me quito el cinturón de seguridad, me acerco a ella y la beso.
-Y después te casarás conmigo.- aseguro.
-Sí.
Aparto la cara como si hubiera recibido un tirón y la miro perplejo.
-¿Cómo has dicho?
Ella sonríe y se acerca para besarme, pero me aparto.
-¿Puedes repetir eso?- insisto jocoso.
-Gabriel.- musita sonriente.- Sí, me casaré contigo.
Una inmensa sensación de calor y bienestar se apodera de todo mi ser.
-¡Dios! Qué feliz me acabas de hacer.
La sujeto por la nuca y la beso como nunca antes, como mi prometida.
Bajamos del coche y mientras nos dirigimos a la parte trasera, intento sacar el anillo de mi bolsillo. No es una cena romántica, pero ella ya me ha dicho que sí.
-Espera, Victoria.- la detengo antes de que abra el maletero.- Quiero darte algo.
-¿Qué es?- se emociona.
-Se está resistiendo.- murmuro entre risas conforme sigo intentando sacar la cajita del bolsillo.