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Authors: Alvaro Ganuza

Romance Extremo (20 page)

BOOK: Romance Extremo
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-¡Eres un hijo de puta!- sollozo mientras sigo pegándole.

-¡Victoria, para!

Me agarra las muñecas para detener mis puños y me incorporo intentando soltarme como una loca.

-¡Me has engañado!- grito llorosa y destruida.- ¡Yo confiaba en ti! ¡Te odio!

Le pego una patada en el pecho, liberándome de su agarre, y me tambaleo hacia atrás del impulso.

Lo siguiente es un sonido de cristal y un fuerte dolor en el pecho, como un tremendo y rabioso puñetazo acompañando por un hierro candente que atraviesa mi piel y me tira de espaldas al suelo.

-¡¡Noooooo...!!- grita Tomás.

Mis ojos llorosos miran al techo, donde segundos después aparece el rostro de mi destructor. Siento sus manos en mi cuerpo, por encima de mi pecho izquierdo, siento algo húmedo, y aunque habla, no puedo escucharle. Solo oigo un pitido.

Ya no siento dolor, ahora todo parece en calma. Tomás o Gabriel, como se llame, sigue agarrándome el mentón y hablándome, parece que a gritos por como gesticula. Sus ojos expelen lágrimas al igual que los míos y cuando baja la cabeza para apoyarla en mi pecho, se mancha de sangre la barbilla y mejilla. Sigue haciendo fuerza sobre mi pecho, pero no sirve de nada, sé que me voy, que ha llegado mi hora. La habitación se ilumina y clarea mientras que mi mirada se enturbia.

Tomás se inclina para posar sus labios en los míos y me besa mientras sostiene su teléfono en la oreja.

¿Quién me iba a decir a mí... que todo acabaría por una bala perdida?

SEGUNDA PARTE

 

 

Reencuentro inesperado

PRÓLOGO SEGUNDA PARTE

 

 

-¡¡Nooooo...!!- grito y voy hacia ella.

¡La han disparado, joder!

Victoria yace en el suelo, con un tiro sobre su pecho izquierdo. La agarro del mentón para que me mire y tapono la herida lo más fuerte que puedo. -¡Te dije que no te levantaras, maldita sea!- grito rabioso.- ¡No, Victoria, no! ¡¿Por qué?!

Las lágrimas brotan de mis ojos tan rápido como la sangre fluye del orificio de bala.

-¡No, Victoria, no me puedes dejar! ¡Yo te quiero!

Bajo la cabeza a su pecho y noto que se está quedando fría. Miro a mis espaldas para buscar el móvil y corro hasta él a cogerlo. Regreso junto a ella y llamo a mi compañero Pablo.

-¡Victoria, no cierres los ojos!- le pido.

Pego mi boca a la suya y la beso e intento dar calor.

-Dime Gab.- contesta nervioso.

-¡Le habéis dado, joder, le habéis dado!- sollozo.

-¡¿Qué?!- se alarma.

-¡A Victoria!- gruño rabioso.- ¡Mándame una puta ambulancia ya! ¡Que se muere!

-Tranquilo Gabriel, está aquí fuera, pero todavía nos siguen disparando. No entrarán hasta que cese todo.

-¡Que entre ya, joder, que se me muere!- grito.

Pablo corta el teléfono y yo sigo taponando la herida de una cada vez más pálida Victoria. Ya dudo si me ve, si me oye o si sigue conmigo.

-¡Aguanta Victoria, por favor! ¡Eres mi vida!

Nervioso, recorro por tercer día consecutivo los pasillos del hospital central de Valencia, pero hoy es un nerviosismo diferente. Anoche me llamaron para avisarme que Victoria había despertado y que a pesar de que parecía encontrarse bien, iban a realizarle varias pruebas.

El día fatídico, llegamos a tiempo de meterla en un quirófano y que la operaran. Después de eso, quedó inconsciente y la he visitado cada día todo el tiempo que me dejaban. Mi vida, como la de ella, ha estado pendiendo de un hilo. Si Victoria moría, yo moriría con ella.

¿Cómo reaccionará cuando me vea? ¿Querrá verme?

Llevo vaqueros, camisa blanca y un gran ramo de flores en la mano. Me paso la otra por mi largo pelo castaño e inspiro para tranquilizarme. Algo que es inútil.

Al dar la esquina hacia su habitación veo a Macarena, la amiga de Victoria, que está hablando con una enfermera. Parece alterada, y con mi corazón a punto de estallar, corro hacia ellas. Maca me ve llegar y sin decir nada se marcha.

El día que pasó todo, las llamé para avisarlas. No me hablan desde que se enteraron que soy policía y lo que hice con su amiga. He intentado hablar con ellas, con todas, pero no quieren creer que lo que siento por Victoria es real, que estoy enamorado de ella, que me enamoré desde la primera vez que la vi montada en Júpiter, que es la mujer de mi vida.

Observo como se aleja por el pasillo y tras carraspear, me giro hacia la enfermera que ya me conoce.

-¿Qué es lo que ocurre?- pregunto alterado.

-Lo lamento mucho, no sabemos cómo ha pasado.

Mi corazón se para en el acto y las flores caen al suelo.

-¿Ha... muerto?- titubeo.

-No.- niega la joven enfermera y respiro.- Ha desaparecido.

-¡¿Qué?!- exclamo.

Atravieso impetuoso la puerta de su habitación y veo la cama vacía.

La joven enfermera accede detrás mía.

-No sabemos qué ha pasado y cómo. No aparece nada en las cámaras.

-¿Han revisado todo el hospital?

-De arriba abajo, desde anoche. Vino un enfermero a recogerla para hacerle las pruebas y ya no estaba.

-¿Cómo es posible?

-No lo sabemos. Ni siquiera podía levantarse sola.

-¿Vino alguien a visitarla?

-Sus amigas y conocidos, pero solo en horario de visita. Nadie vino fuera de hora.

-¿Está segura de eso?- gruño con mi característico tono de policía.

La joven enfermera evita mi mirada. Observo toda la habitación en busca de alguna pista, algo que me diga cómo o porqué se ha ido.

Mi ojo de policía no ve nada. ¡Se ha ido!

Ahora que Victoria no está, mis días de permiso no tienen sentido y regreso a la comisaría en Madrid. Estoy destrozado. Nunca antes me había sentido así. Como si me faltara el corazón, el alma... en definitiva, la vida.

Tras dejar el coche en mi plaza del subterráneo, subo a la comisaría en ascensor y mis compañeros me reciben entre aplausos y silbidos. Debería estar feliz porque van a ascenderme, pero es imposible. Ni el mayor premio o regalo me animaría en estos momentos.

Me saco un café de la máquina y entro en la sala donde varios de mis compañeros están recogiendo los archivos e informes del caso Pomeró. Me acerco al corcho de las fotos y observo la que en su día vi cuando me ofrecí a infiltrarme en la casa de Bruno: una foto de Victoria en Madrid, sonriente con unas amigas.

Es mucho más guapa en persona, ya lo creo que sí.

-¡Hey, tío! ¿Ya has llegado?

Me doy la vuelta y veo a Pablo Márquez y Rubén Salinas, compañeros y buenos amigos. Ellos fueron los encargados de fingir el intento de secuestro de Victoria y a los que debía disparar para que Bruno viese que podía confiar en mí, como sucedió. Cada vez que los veo aún recuerdo lo duro que fue dispararles, a pesar de saber que eran balas de fogueo y que llevaban chaleco.

-Sí.- murmuro.

-¿Cómo está ella?- pregunta Rubén, el moreno de pelo corto.

-Se ha ido.

-¿Cómo que se ha ido?- curiosea el otro.

-Que ha desparecido del hospital, que nadie sabe cómo, porqué, ni dónde está.

Ambos me miran alucinados y yo me cabreo más. Si hubiera estado allí...

-¿Quieres que pongamos una orden de busca y captura?

Levanto airado la vista hacia el rubio y agarrándole por el cuello de su jersey, lo llevo contra la pared.

-¡No es ninguna fugitiva!- gruño en su cara.

Rubén me separa y Pablo me mira perplejo.

-Vale tío, tranquilo. Lo he dicho solo por encontrarla.

Resoplo y sin terminar el café, lo tiro a la papelera.

-Venga, vamos.- dice Salinas.- El comisario quiere decirnos algo.

Me acomodo sobre mi mesa en el centro de la comisaría y aguardo, al igual que el resto, a que salga el comisario de su despacho.

Me trasladaron de narcóticos hace cinco meses y a los dos ya estaba infiltrado en casa de Pomeró. Era el objetivo principal de la comisaría y a pesar de haberlo intentado varias veces, Bruno era demasiado inteligente como para dejarse pillar. Desde fuera era imposible acabar con el cártel más importante del país, con Bruno Pomeró “el monarca de la costa blanca”, pero desde dentro... la cosa cambiaba.

Mi misión era conquistar a la hija y de ahí pasar al padre. ¿Quién me iba a decir a mí que terminaría enamorándome como un loco de ella, desde el mismo momento en que la vi? Y ahora no está. ¿Qué voy a hacer?

El comisario Nuñez carraspea y levanto la cabeza. Todos mis compañeros le prestan atención.

El hombre rudo de cincuenta años, trajeado y de rostro serio, se frota ambas manos y nos mira a todos.

-Felicidades.- es lo primero que dice.- Felicidades porque hemos acabado con una lacra que nos afectaba desde hacía mucho tiempo.

¿La muerte de Bruno tendrá que ver con la desaparición de Victoria?

-La Jefatura de Valencia ha agradecido nuestra colaboración y ayuda, especialmente al agente Sánchez.- añade el comisario.- Al cuál, sin la importante y decisiva información que nos hizo llegar, arriesgando su tapadera e incluso su vida, esto no sería posible.

El comisario me señala y mis compañeros prorrumpen en aplausos. Asiento un par de veces en señal de agradecimiento y muy incómodo.

-Por eso...- alza la voz Nuñez pidiendo silencio con las manos.- No les sorprenderá el merecido ascenso de vuestro compañero, a inspector.

¿Inspector? ¡Vaya!

El comisario recoge una caja de terciopelo azul que le tiende su secretaria y se acerca a mí.

-Esperamos que sigas trabajando así de bien, inspector Sánchez.- dice y me la entrega.

Asiento y la abro con manos algo temblorosas. Dentro están las credenciales de inspector de primer año.

-Gracias, señor.

Él sonríe, palmea mi hombro y se gira para regresar al frente de la estancia.

-Bien, sigamos. Hemos cortado la cabeza principal, pero todavía quedan algunas por decapitar. Que uno de sus hombres matara a Pomeró ha impedido que atrapemos a sus socios.

-¡¿Cómo?!- me yergo perplejo.- ¿Qué es eso de que uno de sus hombres lo mató?

-Balística nos ha confirmado que las dos balas que tenía Pomeró en su cuerpo no eran nuestras sino de uno de sus hombres. Uno que no podrá hablar porque cayó junto con la mayoría.

¿Uno de sus hombre lo mató? ¿Cómo es posible?

El comisario sigue hablando, pero mi cabeza está dispersa y mis pensamientos en Victoria. ¿La habrán secuestrado? ¿Correrá peligro?

-Para los siguientes casos contamos con ayuda de dos nuevas caras, los agentes Acosta y Barreda.- continúa el comisario.- Darles una buena acogida.

¿Acosta? ¿Agente Acosta?

Me giro hacia la puerta que se cierra y la veo.

¡Es Lara!

Lara Acosta era una compañera de academia con la que tuve algo más que compañerismo. Está igual de impactante que siempre: brillante melena rubia recogida en coleta, metro setenta de altura, delgada, ojos castaños, atractiva, muy guapa y muy inteligente también.

Al verme, sonríe y yo también. Se acerca y nos damos un cálido abrazo.

-Cuánto tiempo sin verte.- le digo.

-Ya lo creo, inspector. Felicidades.

-Gracias.

La presento a mis compañeros y de paso saludo al agente Barreda. Un joven que parece nervioso y muy novato.

Lara regresa a mi lado sonriente.

-Oye, ¿qué te parece si cenamos juntos y nos ponemos al día?

-Claro.- sonrío.- Estaría bien y así me despejo un poco que falta me hace.

CAPÍTULO 1

 

 

Seis meses después... Me encuentro en un piso franco frente a uno de los hoteles más importantes de Madrid, junto a Pablo, Rubén y Lara. Desde aquí, un segundo piso, vigilamos con cámaras la entrada de dicho hotel donde nuestros confidentes nos han informado de una reunión de los narcos más importantes que trafican en el país.

El resto de mis subalternos están dispersos controlando los alrededores del hotel y cuatro de ellos están en el interior.

-Llega un Audi Q5 plateado.- comenta Arias. Pablo, Lara y yo comprobamos los monitores y lo vemos llegar, mientras que Rubén fotografía el vehículo y a los que salen de él, desde una de las ventanas. Estamos a oscuras y la única fuente de luz que hay en el piso vacío, es la de los monitores.

Pulso el botón del micrófono que hay sobre la mesa.

-De acuerdo, que nadie se mueva.

Lara maneja uno de los monitores y enfoca las caras.

Detiene una imagen y me toca el hombro.

-Parece Carballo.

Miro el monitor en pause y asiento.

-Es él. Ya tenemos uno más.

Nuestros confidentes, nos informaron en su día de esta importante reunión donde no se va a traficar sino a decidir quién de todos ellos debe ser el nuevo líder ahora que Pomeró ya no está. Debe haber un control hasta en los asuntos al margen de la ley.

Nos sorprende lo descarados que son al hacerlo en el centro de Madrid y en un lujoso hotel. Como si fuera una reunión de trabajo normal. ¡Cabrones!

-¿Cómo vamos por ahí dentro? ¿Collado?- pregunto.

-Bien, jefe. Entran, pero no acceden al bar, todos se dirigen hacia algún salón privado.

-Voy a entrar.- digo y me levanto.

No puedo estar quieto, aquí encerrado y solo mirando. -¿Qué?- exclama Pablo.- No puedes entrar, tú tienes que dirigir.

Niego con la cabeza y me acerco a la mesa de útiles. Lara viene a mi lado.

-¿Qué piensas hacer?

-Nada, solo entrar como un cliente más.

Me quito la camiseta negra y cojo una camisa blanca.

-Hazme el favor y pásame el micro inalámbrico.- pido.

-Gabriel, es una puta locura.- murmura Rubén desde la ventana.- Los equipos ya están repartidos, no pintas nada ahí fuera.

Son mis amigos, pero me pone de mala hostia cuando me tratan igual en el trabajo. Ahora soy su jefe.

Me abrocho los botones de las mangas.

-Se acerca lentamente un Mercedes GLA, negro metalizado y con las lunas tintadas.- suena la voz de Morillas por el altavoz.

-Lo tengo.- comenta Rubén mientras toma las fotos.

Lara me entrega el micro y me introduzco el audífono en el oído.

-Por favor, ten cuidado.- susurra.

Asiento, sonrío y le doy un beso rápido en los labios.

Desde que nos reencontramos, hemos quedado varias veces. Me ha ayudado a casi superar la pena.

-¡Hostia!- exclama Pablo.

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