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Authors: Alvaro Ganuza

Romance Extremo (21 page)

BOOK: Romance Extremo
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Todos le miramos.

-¿Qué pasa?- pregunto.

-Ven a ver esto.

-Ahora no puedo. Sácale fotos, Rubén.

Me quito las zapatillas, me calzo unos zapatos de cuero y empiezo a abrocharme la camisa.

-¡Joder, Gabriel, te digo que vengas a verlo!- gruñe.

Frunzo el ceño hacia mi amigo porque rara vez se pone así. Me acerco acelerado a los monitores, seguido por Lara, y me inclino sobre la mesa. Pablo acerca el zoom del monitor central y caigo sobre la silla al ver la imagen en la pequeña pantalla. ¡No puede ser!

-Victoria.- murmuro sin poder creérmelo.

-¡Sí, es ella!- exclama Rubén.

Mi corazón empieza a latir desbocado, acelerado, casi fibrilando, y me acerco más al monitor.

-Esto sí que es un reencuentro inesperado.- comenta Pablo, jovial.

Es Victoria, después de seis meses, y está en Madrid entrando a un hotel donde hay una reunión de narcos.

Exhalo y compruebo el resto de monitores casi desesperado. Me coloco en el que enfoca mejor la entrada al hotel y veo que, con un elegante vestido blanco, largo y de un solo tirante sobre el pecho donde la dispararon, atraviesa las puertas seguida por cuatro escoltas con maletines.

-Atentos los internos.- aviso nervioso por el micrófono.- Va a aparecer una chica morena con vestido blanco, no la perdáis de vista.

-Sí, jefe.- responden los que están dentro.

-¿Quién es?- pregunta Lara.

No le contesto. No quiero perder el tiempo.

-Es Victoria Pomeró.- aclara Pablo.

Un escalofrío me recorre entero al escucharle.

-¿Victoria?- se sorprende ella.

Sabe quién es por lo que le he hablado de ella. Y no lo he hecho mucho.

-¿La veis?- pregunto casi histérico.- ¿Qué está haciendo?

-Acaba de surgir en la entrada del bar. Se ha detenido.

-¿Por qué se ha parado, Collado?- insisto.

Observo los monitores que tan solo enfocan la entrada y fachada del hotel.

-No lo sé, jefe. Solo está mirando.

-Tengo que bajar.- comento nervioso.

-No, jefe.- se pone serio, Pablo.- Ahora sí que no puedes salir. Te reconocerá.

-El Mercedes sigue ahí en la puerta.- comenta Rubén.

-Collado.- le llamo por el micro.

-Jefe, no puedo hablar, está mirando a la clientela del bar.- susurra.

Frunzo el ceño y me desespero todavía más.

-Me está mirando.- añade.

-¡Disimula, joder!- grito por el micro.

-Lo hago, jefe, pero me sigue mirando. Creo que me ha descubierto.

-¡¿Qué quieres decir?!- exclamo.

-Me ha identificado, sabe que soy policía.

-¡Se marcha, jefe!- exclama Esparza, que también está dentro.

Me levanto de la silla veloz y me topo con Lara que se pone en medio.

-¿Adónde vas?- pregunta alarmada.

-¡Quita, coño!

La aparto de malas maneras y corro a la salida del piso. Bajo las escaleras desde el segundo piso de dos en dos y al llegar abajo, me caigo al suelo. No hay tiempo de quejas. Me levanto y corro hasta la salida del portal.

Frente a mí, a varios metros, está el Mercedes en marcha y veo a los escoltas que suben bajo la orden de Victoria. Ella mira hacia el interior del hotel y cuando gira la cabeza me ve. Nos miramos durante unos breves segundos y después sube al coche, que sale precipitado avenida abajo.

No lo pienso y corro detrás, por la acera, con media camisa abierta y apartando a los pocos transeúntes que caminan por ella.

-¿Jefe, adónde vas?- preguntan por el micro.

No hago caso y sigo corriendo. Tengo que hablar con ella, tengo que decirle que nosotros no matamos a su padre, tengo que decirle que la quiero y la he echado de menos, tengo que abrazarla...

Salto y me deslizo por encima del morro de un coche aparcado, y salgo a la carretera, unos metros por detrás del Mercedes.

Un semáforo en rojo hace que tengan que frenar y acelero el ritmo para llegar antes de que cambie a verde.

Mi corazón está a punto de salirse de mi pecho, en poca parte por la carrera, en gran parte por Victoria. No había vuelto a latir así en meses.

El maldito semáforo se pone en verde y los coches delanteros al Mercedes, salen.

Estoy a punto de llegar, cuando la puerta trasera izquierda se abre y Victoria saca medio cuerpo.

-¡Victoria!- grito a pleno pulmón.

El Mercedes avanza lentamente y ella me mira como nunca lo había hecho. Ni cuando me gritó que me odiaba me miró así. Es como si no me conociera.

Agarrada a la puerta, saca una pistola color plata con silenciador y me apunta. Yo no dejo de correr hasta que la bala impacta en mi brazo y me caigo al suelo. Ruedo por la avenida y un golpe en la cabeza me deja KO. Despierto con un paramédico a mi lado que pasa suavemente una guata por mi frente.

-¿Cómo se encuentra, inspector?

-Bien.- murmuro.

Me miro el brazo izquierdo y veo que me han cortado la manga de la camisa y vendado.

-Solo ha sido una rozadura.- me cuenta.- Le hemos puesto cinco puntos, pero no es grave. En la cabeza solo tiene contusiones leves.

-¿Ya se ha despertado?- pregunta Pablo, subiendo en la ambulancia.

El paramédico asiente y se baja para dejar sitio a mi amigo, que se acerca cauto.

-¿Cómo estás, colega?

-Bien, bien.

Me levanto de la camilla, para quedar sentado frente a él, y me quejo un poco de la espalda.

-¿Qué ha pasado?- curiosea.

-Me he caído y me he golpeado la cabeza.- le miento en parte.

-Vamos, Gabriel.- resopla.- A mí me lo puedes contar todo. Sabes que nunca diré nada.

Asiento, suspiro y me paso las manos por el pelo, haciéndome daño en un golpe del cogote. ¡Ah! ¡Dios!

Miro desmoralizado a mi amigo y me inclino hacia él.

-Me ha disparado.- le cuento.

-¿Qué dices?- alucina, abriendo los ojos como platos.

Le muestro el brazo vendado.

-Solo me ha rozado.

-¿Crees que ha fallado?

Miro a Pablo y niego con la cabeza. No creo que quisiera matarme, me niego a creer eso.

-¿Qué ha pasado con los demás?- me intereso.

-Cuando saliste corriendo, ordené que entraran en el salón donde se reunían. No había nadie. Les debieron dar el chivatazo y salir por alguna puerta desconocida. Creemos que pasaron del parking del hotel al del edificio contiguo.

-¡Mierda!- gruño.

-¿Qué hacía ella aquí, tío? ¿Lo has pensado?

Asiento y suelto lo que contrae mi corazón.

-Ha debido coger el relevo a su padre.

-Bien, inspector.- dice el paramédico subiendo de nuevo a la ambulancia.- ¿Quiere que le llevemos al hospital?

-No, gracias. Estoy bien.

-De acuerdo, pero antes tome este anti-inflamatorio y si nota alguna molestia, acuda al hospital lo antes posible.

Asiento y me tomo la pastilla con un vaso de agua que me entrega. Recuerdo la última vez que tomé una de estas pastillas, estaba con Victoria.

Bajo de la ambulancia con ayuda de Pablo. Rubén y Lara aguardan en la acera de la avenida y cuando me ven, sonríen alegres. Ella corre a abrazarme, algo que en este momento, ahora que he visto de nuevo a Victoria, me molesta e incomoda.

-Estoy bien.- digo apartándola con más tacto que antes.- ¿Dónde están los demás?

-Algunos recogiendo el piso, otros han vuelto a la comisaría.- contesta Rubén, palmeándome el brazo sano.

-Bien, volvamos nosotros también.- ordeno.

Nada más llegar, paso por el vestuario a quitarme la camisa y ponerme una sudadera gris que cubra mi brazo herido. No quiero preguntas. Después me lavo las manos, la cara y mientras las gotas corren por mi rostro, me miro al espejo y pienso en Victoria, en la primera vez que la vi montada sobre su corcel, desde el todoterreno.

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-Recuerda que cuando te tire del coche, debes cubrirte la cabeza con los brazos para no desnucarte.- dice Pablo.

-Sí.- asiento dolorido por los golpes.- Cabrones, os habéis cebado conmigo. ¿Y decías que erais mis amigos?

-Debe parecer realista, ¿no?- ríe Rubén desde el asiento del conductor.

-Vale, arranca Rub, que la chica ya vuelve con el caballo.- comenta Pablo, dejando a un lado los prismáticos.

El todoterreno sale a toda pastilla por la carretera que pasa junto a la finca de Pomeró.

-¡Aquí, aquí!- exclama Pablo.

Se inclina hacia mi puerta y la abre.

-Suerte amigo.- me dice.

Asiento temeroso, me cubro la cabeza y noto como me lanza fuera del coche.

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La puerta del vestuario se abre y entra un compañero inspector, al que saludo con un leve movimiento de cabeza. Me seco y salgo.

Voy camino a mi mesa, cuando veo algo que llama mi atención en la sala de operaciones. Me acerco y abro los ojos perplejo al ver que en el enorme corcho con las fotos de los narcos, han puesto una de Victoria sonriendo en la piscina de su casa. Una foto que me suena mucho porque yo mismo se la saqué con el móvil. Gruño, la arranco de un tirón y salgo de la sala cual toro al ruedo.

-¡¿Quién ha puesto esta foto en el corcho?!- alzo la voz y miro a mis compañeros.

Todos me miran y después se observan entre ellos, negando.

-He sido yo.

Giro la cabeza a mi izquierda y veo a Feijoo levantarse de su mesa. Un agente delgaducho con pinta de empollón que no pisa la calle ni ante una amenaza de bomba en el edificio y que se cree superior porque organiza el material que usamos e investiga a través de un ordenador.

Su mirada y su sonrisa chulesca terminan por estallar la ira en mi interior. Veloz voy hacia él y mis compañeros, que intuyen lo que va a pasar, se interponen y me sujetan.

-¡¿Quién coño te crees que eres para utilizar a tu antojo estas fotos privadas?!- rujo mientras intento zafarme de Collado y Morillas.

-Te recuerdo que el teléfono era y es propiedad de la comisaría. Al menos he tenido la decencia de borrar los mensajes.

Me lanzo otra vez contra él, pero siguen deteniéndome.

-¡Cómo vuelva a ver una de estas fotos colgadas en el corcho, te juro que voy a encargarme de que estés pegado a mi culo en cada operación que haga!- amenazo.

Retrocedo y vuelvo a la sala de operaciones mientras me guardo la foto en el bolsillo trasero del pantalón. Resoplo y analizo las fotos que ha sacado Rubén esta noche.

La puerta se cierra y al mirar por encima del hombro, veo que se acerca Pablo.

-¿Estás bien, colega?- pregunta.

-No.- suspiro.- Saber que está y no saber dónde... me está matando. ¿Qué hay de las matrículas?

-Falsas, no hay nada que hacer.

Me acerco un poco más a una foto de Victoria donde se le ve hablando con uno de sus hombres.

-No parece ni ella.- murmuro.- ¿Dónde habrá estado todo este tiempo?

-No lo sé, amigo. ¿Qué piensas a hacer ahora?

-Ahora, irme a casa. Mañana...- me giro hacia Pablo y apoyo la mano en su hombro.- Empezar desde el principio. ¿Me cubrirás?

-Claro, tío.

Palmeo su hombro y me marcho.

-Jefe, espere un momento.- dice Lara y viene detrás.

No me detengo y sigo hacia el ascensor. Pulso el botón de llamada, pero no me da tiempo a irme antes de que llegue.

-¿Te vas a casa?

-Sí, me duele todo el cuerpo.- miento a medias.

-¿Quieres... que me pase después?

Suspiro y la miro de soslayo.

-Lara, solo trabajemos, ¿de acuerdo?

El ascensor se abre y accedo. Pulso la planta del subterráneo y mientras las puertas se cierran, observo el rostro disgustado de la joven.

Sé que debería sentirme mal porque, aunque nunca la haya prometido nada ni le haya hablado de ir enserio, la chica claramente se ha hecho ilusiones conmigo. Pero ahora mismo lo único que tengo en la cabeza es a Victoria, quiero encontrarla y estar con ella. ¿Soy mala persona por eso?

Bajo hasta el subterráneo uno, monto en mi Alfa Romeo Giulietta, blanco metalizado, y marcho a casa.

En algo menos de media hora llego a Torrejón de Ardoz, donde vivo en un pequeño piso desde que vine de Salamanca. Entro con el coche al parking de mi edificio y subo en ascensor hasta la sexta planta.

Cuando cruzo la puerta de casa estoy que no me tengo en pie. Camino hasta mi habitación y guardo en el primer cajón de la mesilla el arma y la placa, y sobre ella dejo el resto de mis pertenencias. Al introducir la mano en el bolsillo trasero del pantalón, doy con la foto de Victoria.

Es observarla y mi corazón cobrar vida.

-¿Dónde demonios estás?- murmuro a la foto.

La dejo contra la lámpara de la mesilla y empiezo a desnudarme, camino a la ducha. Bajo el agua templada sigo pensando en ella: en su dulce mirada, en su sonrisa, en su voz, en sus risas cuando la picaba o en sus enfados cuando la trataba como una cría, en su tacto, en su cuerpo, en sus dulces labios, en sus gemidos cuando le hacía el amor...

-No puedo vivir sin ti.- susurro agachando la cabeza.

Durante el primer mes de su ausencia la llamé varias veces por teléfono, pero su número ya no existía. Regresé a Valencia, pero la casa estaba abandonada y en el concesionario no sabían nada. Intenté hablar con sus amigas, pero no me respondían y cuando lo hacían era un simple “No”. Me volví loco de desesperación y nunca he dejado de pensar en ella. Solo buscaba algo por donde poder empezar. Y ahora lo tengo.

Seco, con vendaje nuevo en el brazo y bóxer limpio puesto, me meto en la cama y antes de apagar la luz de la mesilla, miro una vez más la bonita foto de una Victoria sonriente, jovial y lo más importante, feliz.

CAPÍTULO 2

 

 

Despierto con el sonido de alarma de mi móvil y me levanto prácticamente de un salto. Apenas he dormido unas horas y han sido por necesidad de descansar.

Un aseo exprés y me visto a toda prisa con unos vaqueros oscuros, camiseta verde y jersey de lana negro. Me calzo unas botas de cuero, cojo la cazadora, mis pertenencias de la mesilla (entre las que incluyo el arma y la placa) y me voy de casa sin desayunar. Tengo un corto viaje por delante y ya lo haré si paro a mitad de camino.

Detengo el coche junto a la barrera de entrada. No he venido aquí desde hacía unos meses y parece que ha pasado una eternidad. Deslizo las manos por el volante de cuero, nervioso, y cuando me decido, inspiro y bajo.

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